Mientras esperaba mi turno, escuché al doctor indicar un medicamento a una paciente. No puse mucha atención, hasta que el doctor repitió el nombre de la droga. Yo alcé la vista y no tuve dudas que la paciente no sabía nada sobre la potente droga que le estaban recetando, ya que asentía con la cabeza, y parecía que casi lo agradecía.
En ese momento me di cuenta de que ella no ponía atención a lo que el doctor le decía, sino miraba la sencilla hoja que le habían pasado. El esquema, el plan, el programa…
Parecía algo tan simple. ¿Qué podía fallar?
Según mi experiencia, todo…
Y recordé las veces que me dieron un esquema similar y pensé que era una representación misma de la realidad. Qué equivocado estaba; ya que no hablaba sobre las fiebres altísimas, las náuseas o los mareos insoportables. Solo había indicaciones a seguir… y, por cierto, un teléfono de emergencia.
Pero el esquema me parecía más importante, me aferraba a él, era una especie de garantía ante las incertidumbres…
Pero era solo eso… un esquema, un diagrama, una forma de guiarme para cuando los dolores me hacían olvidar lo dicho por el médico, puedes acudir a él para recordarlo.
Pero desesperamos cuando nos desviamos de los esquemas, nos volvemos locos cuando llegan cosas que no estaban previstas. Colapsamos cuando de repente el plan cambia y todo se vuelve incierto.
Luego… la ansiedad se termina volviendo angustia; la angustia, depresión; y la depresión, vulnerabilidad…
Nos sentimos expuestos a un futuro desconocido y que pareciera que nadie ha vivido.
¿Qué hacer en esos momentos?
En momentos así, me gusta recordar a Jeremías quien, al despedir al pueblo rumbo al exilio babilónico, como una brisa de esperanza les recitó de parte de Dios: “Porque yo sé los planes que tengo para vosotros, planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza”.
Cuando todo pareciera que puede derrumbarse, llevarnos a la muerte y al olvido, podemos elegir dos caminos:
Dejarnos llevar por la fatalidad y creer que nadie puede ayudarnos.
O bien, poner la confianza en Dios, y creer que él lleva nuestra vida por sus caminos. Teniendo planes de bienestar y no calamidad para nosotros.
He aprendido por experiencia que solo poniendo la confianza en Dios, podemos hablar de esperanza y futuro, sin sentir miedo.
Solo confiando en Dios, los esquemas ya no son importantes, porque él conoce el camino.
Solo confiando en Dios, ningún mapa nos hace falta, para tomar el rumbo a nuestro destino…
Yo prefiero confiar y aguardar tranquilamente aquel futuro y esperanza… Sin temor, pero con mucha paz…
Ingeniero y Teólogo, superviviente de cáncer. Pensador del evangelio y peregrino hacia la trascendencia de Cristo.