Recuerdo una gran cantidad de emociones que me inundaban mientras desde un acantilado contemplaba el Pacífico.
Frustración, rabia y tanta impotencia venían como oleadas sobre mi mente, trayendo desesperanza y agobio, tal como el mar trae arena que embarca las costas.
Ahí estaba otra vez, esperando el resultado de un nuevo examen médico, viviendo esa plena tensión de confianza y honesto temor. Ya no era un dualismo hipócrita o interesado, eran las contradicciones coherentes que envuelven la vida de cualquier persona que se siente quebrantada a la más mínima expresión en una gran magnitud.
Aquel acantilado me daba una perspectiva privilegiada. Algunos metros más allá, como testigos atemporales, podía divisar las sepulturas de mis bisabuelos, y algo más distante, poblaciones de gran necesidad, a los que las reflexiones que yo podría tener les eran de la más absoluta indiferencia.
Cuánto extrañaba a mi querida abuela y mi santa madre, que también habían emprendido el viaje eterno… generaciones de personas queridas que ya no estaban y ahí yo, a la espera de saber si engrosaría aquella lista dentro de poco.
¿Quién no ha dicho que no le teme a la muerte, y en su privacidad simplemente le aterra?
Para quienes hemos vivido con la muerte a los talones por meses e incluso años, ya no pensamos con fatalidad y romanticismo… sino que atesoramos una nostalgia inexplicable… extrañar lo que sentimos que podríamos perder, cuando la realidad es que te terminarán extrañando a ti.
En esos momentos la convicción de la eternidad y de Dios mismo toman un cuerpo tan real como el que palpamos… ya que nos lleva a pensar: ¿y si fuera hoy?
Paradójicamente en estos cinco años de batalla, la muerte me ha plantado pelea cara a cara. Pero ha terminado llevándose a otros que ni siquiera pensaron que estaban en su agenda… personas sanas y llenas de vitalidad…
Hoy el mundo se arrodilla ante el temor a enfermarse y morir… ¿no moriremos todos algún día? Sin duda, entonces ¿de qué escapamos?
Creo que escapamos del olvido… nadie quiere morir y ser olvidado… enfrentar en los últimos suspiros la verdad de su insignificancia en este mundo…
Pero no hablo de fama o reconocimiento… me refiero al sencillo registro y recuerdo que podemos dejar en nuestros seres queridos, amigos y personas que nos rodean… esa caridad que nos hace las manos, los pies y el corazón de Dios… esa esperanza que es más que una vacía promesa humana, sino un contenido futuro real y verdadero… y que finalmente se resume en una invitación que trasciende las fronteras de la vida, volviéndose el registro de una cita, más allá de un lugar y un tiempo… Una cita en la Vida Eterna.
Mi buen Cristo dijo: “estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”, y también que iría a preparar un lugar en la eternidad para que estuviéramos junto a Él… Pase lo que pase en esta vida… podemos contar con la dulce promesa de Cristo siempre presente… ante eso… nada más importa.
Ingeniero y Teólogo, superviviente de cáncer. Pensador del evangelio y peregrino hacia la trascendencia de Cristo.