Hace mucho tiempo, y obligado por largas estadías hospitalarias, entendí que Dios no habita en los templos, aunque sea el templo más hermoso y con los feligreses más fervorosos que existan, ahí él no habita..
En efecto, Dios no habita en templos… sino en corazones, corazones sinceros, sedientos y deseosos de vivir con Él…
Pero a veces los lugares, si bien no nos definen, pueden influir y destacar alguna belleza espiritual que de otro modo sea más difícil contemplar.
Y fue así como una mañana estando en un culto religioso, agudos dolores a los huesos me distraían del mensaje, a tal punto que por momentos me sacaban un suspiro.
Salí hacia el vestíbulo y me senté frente a este hermoso vitral, el cual curiosamente es blanco, una infinidad de pequeños trozos de delicado cristal cortado con cuidado y esfuerzo. Se unían en una amalgama de estaño, cuidadosamente fundida y moldeado, para contener entre sus dobleces un prístino mosaico.
Pero tanta belleza quedaba anulada por los matutinos rayos de sol del estío, dorados, abundantes y cálidos… como si un místico brillo solar inundara todo el rededor…
Y ahí estaba, frente a este hermoso espectáculo de la naturaleza, el cual probablemente muchas veces presencié, pero que me era indiferente, pues mi atención estaba en otras cosas…
…Ahora el dolor me hacía sensible, y quizás un humilde testigo de la vida misma…
En ese momento, quizás de algún modo profético, pude percibir que la fe está lejos de ser vivida entre cuatro paredes, cuando su luz es la que ilumina toda esperanza para nuestra sociedad, y más aún hoy, que pareciera que todo gira en torno a perderla…
En ese momento recordé esas hermosas palabras poéticas…. “y en el principio fue la luz…”
Sí, en el principio antes de cualquier obra… todo fue iluminado, luego de ello los elementos fueron ordenados, desarrollados, finalmente diciendo fue dicho: “Todo esto es adecuado…”
El ser humano puede traer el caos una y otra vez a nuestro mundo… pero todas las mañanas, ese nuevo amanecer nos recuerda que la luz que proviene de Dios es el comienzo de toda restauración…
Esa fue la esperanza que sentí frente a ese vitral inundado de luz… la paz, el cobijo y la provisión de estar al abrigo del altísimo…. un lugar de plenitud, descanso y trascendencia…
No hay mejor lugar que bajo la protección divina… su luz no solo ilumina nuestro camino, también hace brillar nuestros corazones y su destino…. nos trae la promesa de la eterna renovación…
Curiosamente aquellas palabras fueron reforzadas y se volvieron una persona… y en el principio fue el Verbo… el Cristo…
Esa luz de esperanza es una persona, nuestro guía y quien nos anima a continuar hacia adelante confiados, pues todas las mañanas hará brillar el sol de su justicia a nuestro beneficio…
Ahora disfruto esos rayos de sol y suspiro recordando sus promesas…
Ingeniero y Teólogo, superviviente de cáncer. Pensador del evangelio y peregrino hacia la trascendencia de Cristo.