Conocer el rostro de Jesús ha sido el afán de muchos. Y en esa misión su rostro durante la historia ha sido retratado de muchas maneras.
Antes que la cultura del siglo XX lo retratara tan caucásico y refinado, el mundo medieval lo retrató divino y distante. Y mucho antes, el mundo antiguo lo mostró helénico, divino y etéreo, como parte de una fusión cultural y religiosa, entre el cristianismo primitivo y el romanismo.
En ese entonces y antes, había una práctica religiosa y política que consistía en retratar a las divinidades con el rostro de sus monarcas importantes, como una forma de instalar en la sociedad la imagen divina del rey.
De ese modo, el imperio romano heredó de la cultura griega imágenes de divinidades que tenían el rostro de Alejandro Magno, las que posteriormente varios emperadores romanos asimilaron en sus retratos.
Por lo que hay acuerdo entre los estudiosos que, para facilitar la aceptación del cristianismo entre los romanos, usaron el rostro fusionado de Alejandro y emperadores romanos para retratar al Jesús divino.
Con esto podemos ver que tenemos poco o casi nada de elementos que sustenten cualquier imagen de Cristo.
Pero, ¿importa conocer su rostro?
Las escrituras nos dicen que la vida espiritual es por fe y no por vista, por lo que no recomienda que nuestra relación con Dios se base en elementos visibles o tangibles.
Jesús dijo: “los cielos y la tierra se acabarán, pero no mis palabras”. Y efectivamente, todo aquello que podemos ver o tocar tiene el defecto natural que con el tiempo se daña o lo destruye. Incluso una roca sólida y maciza en un lapso muy prolongado, se descompone y se fragmenta.
Debido a esto, toma tanta fuerza y sentido ocuparse de lo espiritual, ya que por su propia naturaleza no se destruye ni daña.
Pero nos cuesta creer en lo que no vemos…
… y eso tiene que ver con nuestra desconfianza a lo desconocido.
Solemos creer lo que vemos, y si no lo vemos, para nosotros no existe. Tal vez, esa es la razón del afán de conocer el rostro del Jesús histórico. Confirmar por vista lo que nos han dicho que conviene creer por fe, que Jesús vino a salvarnos.
Las escrituras nos dicen que Dios se agrada de quienes creen sin haberle visto. Y es bueno aclarar que no significa que la fe sea un requisito para que Dios esté feliz con nosotros, sino que nos muestra la fe como la consecuencia de una relación íntima con Él.
¡Sería una locura confiar a ciegas en alguien que no hemos visto! Pero no lo es, si tenemos un vínculo estrecho a diario.
Luego de la resurrección, Jesús no le reprochó a Tomás que quisiera tocar sus heridas por curiosidad, sino que pese a todo el tiempo que habían estado juntos, aún no creyera en Él. Para cualquier amistad, eso sería decepcionante.
Debemos concluir que no conocer el rostro de Cristo es la mayor señal divina de que nuestro caminar espiritual es por fe y no se basa en lo que vemos. De este modo, podemos transcender en nuestra convicción sobre las promesas dadas por Jesús.
Ya que su mensaje es locura, si no lo vemos con los ojos de la fe. Fe que solo crecerá junto al Cristo cotidiano.
No por nada Jesús dijo: “Al que cree, todo le es posible…”
Ingeniero y Teólogo, superviviente de cáncer. Pensador del evangelio y peregrino hacia la trascendencia de Cristo.