“Pues yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza.”
Hace casi 2.500 años un pueblo fue invadido, saqueado y destruido hasta sus cimientos. Nadie pensó que ese hermoso reino podría ser destruido a tal magnitud, pero así fue. Los sobrevivientes fueron llevados como esclavos a la tierra de sus conquistadores, la poderosa Babilonia. Mujeres y hombres jóvenes fueron arrebatados de su tranquila vida a un futuro de esclavitud y sufrimiento.
Muchas veces en la vida, en el momento que estamos gozando de bienestar y tranquilidad, repentinamente nos sobreviene la catástrofe. Una enfermedad, el desempleo, la muerte o el abandono llegan sin previo aviso, y parece que con claras intenciones de quedarse con nosotros por un buen tiempo. Job describe muy bien esta vivencia: “Quedé reducido a piel y huesos y he escapado de la muerte por un pelo”.
En esos momentos muchos interrogantes vienen a nuestra mente: ¿era evitable?, ¿fue mi culpa?, ¿por qué a mí? Pero lo más dañino es el sutil sentimiento de culpa que intenta abordarnos, creyendo que hemos fallado en el control de nuestras vidas.
Por cierto, que hay muchas cosas que podemos hacer para que nuestro mundo sea mejor. Pero eso no significa que tengamos el control de todas las cosas. Nuestra sociedad actual cae en ese error, e intenta convencernos de que podemos tener el control de todo, mediante el dinero, el poder y la sensualidad.
Nos cuesta creer que Dios tiene planes para nosotros, ya que nos resistimos a que él tome el control de nuestras vidas. Creemos que nosotros podemos obtener un mejor futuro tomando las riendas de nuestra existencia, en vez de encomendársela a quien realmente tiene control de las cosas. David nos recuerda: “El Señor ha hecho de los cielos su trono, desde allí gobierna todo”.
Si sabemos que Dios tiene hermosos planes para nosotros, ¿por qué insistir en tratar de hacer nuestros propios planes? Sus planes son para nuestro bienestar, asegura nuestro futuro y nos da esperanza. ¿Pueden nuestros planes lograr lo mismo?
Podemos hacer un gran recorrido intentando que nos vaya bien en la vida, o podemos rendirnos y dejar que Dios manifieste su vida en las nuestra y nos haga florecer. La promesa es: “Mi pueblo vivirá otra vez bajo mi sombra. Crecerán como el grano y florecerán como la vid; serán tan fragantes como los vinos del Líbano.”
Te invito a que cedas el control de tu vida a Dios… recuerda, él tiene planes buenos y llenos de futuro y esperanza… No esperes más.
Ingeniero y Teólogo, superviviente de cáncer. Pensador del evangelio y peregrino hacia la trascendencia de Cristo.