“¡Papá me molesta el sol!”
“No te preocupes, yo te hago sombra” -le respondí.
Me bastó decirle esas palabras para que encontraran otro significado en mi mente.
Ahí estaba ella, tranquilamente recostada, en una esponjosa alfombra de un verde césped, en una tarde estival; y su padre, haciéndole sombra sobre su rostro para que nada le perturbara lo que miraba.
¿Podría haber algo mejor?
En ese momento visualicé una plegaria: “Disfrutar a la sombra del Padre”. Y recordé esa bella poesía bíblica de que quien vive al abrigo de Dios está protegido bajo su sombra.
Yo la miraba y estaba más feliz que ella al ver cómo disfrutaba ese momento, yo no estaba muy cerca, pero aún así, ella gozaba de la protección que le daba mi sombra y la seguridad que le generaba saber que yo estaba ahí.
Ella no se preguntaba cuán lejos o cerca yo estaba, mi sombra era prueba suficiente de mi presencia. Y eso le hacía disfrutar el cielo luminoso, el aire cálido y el esponjoso entorno. Ella estaba en plenitud.
A Dios siempre lo describimos como una luz que todo lo hace resplandecer. Sin duda es así y qué bueno que así sea. Pero muchas veces el sol del desierto, el agobio del calor y el viento solano opresor te robarán las fuerzas y la vitalidad… en ese momento, la Sombra del Padre será tu refrigerio y descanso. Será el mejor lugar donde podrías estar y reposar.
Mientras miraba a mi pequeña tenía muy presente que en un par de días me sometería a un segundo tratamiento, muy agresivo. De salir mal, me dejaría la navidad y año nuevo del 2017 internado en una unidad de aislamiento hospitalario. Por supuesto que hay muchos que lo viven muy seguido, pero en ese momento no pensaba en mí, pensaba en ella… y le rogaba a Dios que su sombra estuviera conmigo, para poder también darle mi sombra protectora a ella…
Esa navidad y año nuevo… disfrutamos mucho juntos… en casa.
Ingeniero y Teólogo, superviviente de cáncer. Pensador del evangelio y peregrino hacia la trascendencia de Cristo.