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Cuando el amor de Dios no tiene valor

  1. Introducción a serie devocional
  2. Gerundios con Dios
  3. Una incomparable compasión
  4. Sobre el sufrimiento
  5. Lo que el dolor no es
  6. El cuentacuentos
  7. ¡Karl Barth, mi viejo!
  8. Solo para valientes
  9. ¿Dónde habita Cristo?
  10. Cuando el amor de Dios no tiene valor
  11. La iglesia que estorba a Cristo
  12. La foto del año 2020
  13. El Cristo agricultor
  14. Temer y creer a la vez
  15. Siguiendo esquemas y recetas
  16. Cornelio, el nuevo paradigma divino
  17. El rostro de Cristo
  18. El costo de amar como Cristo
  19. Primeros brotes
  20. La savia que da frutos
  21. ¿Muy viejo para cambiar?
  22. Recibir un futuro y una esperanza
  23. Atrapando el atardecer
  24. El templo de Dios
  25. Enfrentando la muerte
  26. Compartiendo el pan
  27. Bajo el alfarero
  28. Alzaré mis ojos hacia las montañas
  29. El carrusel
  30. A la sombra del padre
  31. Cuando no hay atajos
  32. Una charla trascendente
  33. El amor que no intimida
  34. La fe que ilumina
  35. La esperanza
  36. La paciencia de las rocas

Jesús le dijo a Pedro: “Sígueme”. Pedro dejó las redes y le siguió.

Muchas veces las redes no son nuestros trabajos ni nuestros hobbies. Dejar las redes a veces es dejar de ser personas egoístas e interesadas. Dejar de pensar en el bien propio y nuestra comodidad.

Dejar las redes es comenzar a actuar como Cristo lo haría. Amar como él amó. Sacrificarse, como él se sacrificó.

Mientras sigamos viendo las iglesias como centros sociales, clubes familiares y centros de entretención, el amor de Cristo no proliferará.

Nuestros corazones se estancarán, nos llenaremos de actividades para encontrar a Cristo y no lo encontraremos.

Haremos grandes obras sociales y proveeremos a muchas familias, pero tampoco encontraremos a Cristo.

Porque como dijo el gran poeta: “Me buscarán y no me encontrarán, hasta que me busquen de corazón.”

¿Dónde está Cristo?

¿En el templo? ¿En YouTube? ¿En Zoom?

Cristo está donde hay necesidad. Donde hay heridas, donde hay corazones quebrantados. No importando el color que tenga.

“Misericordia quiero, no sacrificio.”

Pero nos gusta ver a la gente sacrificarse para recibir aquello que es gratuito.

No hay mayor pecado que ponerle precio al amor de Dios. Y mayor maldad, que ser un obstáculo para que multitudes reciban su Gracia.

El Amor de Dios alcanza para todos… no dejes que alguien te impida recibirlo.

Ingeniero y Teólogo, superviviente de cáncer. Pensador del evangelio y peregrino hacia la trascendencia de Cristo.

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