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Teología de la complicación

Desde hace años, se ha ido instalando en la conciencia de nuestra sociedad la percepción de una profunda crisis en la iglesia. Para unos, estamos ya en la agonía del cristianismo. Para otros, se trata de lo que ha ido calificándose como involución, “invierno eclesial” (K. Rahner), golpe de estado de los llamados “teocons”1 o, con la castiza expresión tersiana: “tiempos recios”.

Creo que esta cita tomada del cuaderno de X. Alegre, J. Giménez, J. I. González Faus y J. Rambla, ¿Qué pasa en la iglesia? (pág. 3) nos introduce de buena forma en el tema que se tratará a continuación. ¿Por qué esa percepción negativa de la sociedad actual hacia la iglesia? ¿Por qué tanto pesimismo y desconfianza? ¿Por qué tanto desliz? ¿Por qué la susodicha crisis? ¿Por qué ese “invierno eclesial” que parece alargase imperecederamente? Los datos y los hechos, más los no-hechos, están allí y no tendría sentido ignorarlos o negarlos con “políticas de avestruz”, como dicen los autores. Debemos responder a tales interrogantes por el bien de aquellos que están en el mundo y de la iglesia misma.

Si bien es cierto, muchas podrían ser las razones, creo que aquello que mejor puede responder a las cuestiones es, precisamente, el tema que le da nombre al artículo: la complicación. Permítame presentarle a continuación en qué consiste este descalabro dividiéndolo en dos bloques: las complicaciones innecesarias y la complicación necesaria que deben ser administradas de forma correcta.

Las complicaciones innecesarias

“Complicación” significa: “Dificultad o enredo procedentes de la concurrencia y encuentro de cosas diversas”. Generalmente, esa dificultad o enredo y ese encuentro llegan sin más, sin previo aviso, lo que sugiere algo fuera de nuestro control. Pero, ¿qué pasaría si esa concurrencia y encuentro de cosas diversas se pudiera controlar? La tesis de este apartado es entonces: teniendo los recursos poderosos y las herramientas necesarias —el Espíritu de Dios y la Palabra inspirada más segura— para evitar la complicación, el cristiano prefiere complicarse. Es como un deseo quemante por enmarañarse, por confundirse, por entorpecerse con algo que no vale la pena el esfuerzo y la bravura. Todo esto, claro está, lo que acarrea no solo es disgusto y problemas para la persona que decide por ello, sino para la iglesia que, como ya se dijo, está perdiendo su credibilidad ante el mundo que la observa.

Del título de la sección entendemos que esta complicación puede desligarse de muchos contextos. Pero por cuestiones de espacio, aquí solo presentaré un ejemplo para ilustrarla: el del don de lenguas;2 si bien, los parámetros generales, esto es, la capacidad y el tonelaje del Espíritu de Dios, su Palabra y la falibilidad (especulación) o infalibilidad (certitud) que brotan de su estudio serían aplicables para el resto de doctrinas o contextos complicados.

Las lenguas

Como creo que es manifiesto por el contexto presente de iglesia, el tema de los dones espirituales es de controversia. Las posturas son variadas. Incluso existen libros donde se presentan puntos a favor y en contra de ciertos dones considerados polémicos (como el de lenguas, por ejemplo) en los que se exhiben fortalezas y debilidades usadas para validar e invalidar lo que se ha decidido creer y lo que no se puede creer.

Hemos visto como el cesacionismo —expresa un autor— ha manipulado la historia de la Iglesia para intentar demostrar su postura; pero en la actualidad, gracias al creciente conocimiento de la patrística, tales manipulaciones han quedado en evidencia. No obstante, algún cesacionista trasnochado aún pretende encontrar en la Biblia un texto que apruebe su incredulidad bíblica.3 En ese sentido, como dijera Harold Segura, el poder del Espíritu Santo no siempre se ha entendido de la misma manera en América Latina. Esto nos lleva hacia la pregunta siguiente: ¿es necesario? Desde el punto de vista de “reflexionar la fe”, sí; desde el punto de vista de “complicarse” o “complicar a otros”, no. Me explico.

Dos de los puntos frígidos concernientes al don de lenguas son: 1) si este don está vigente actualmente; y 2) si este don es para todos (o si todo cristiano puede recibirlo del Espíritu). Reiterando aquí lo expresado en el ensayo “Significa complicación” publicado en el libro El poder del Espíritu Santo. ¿Qué significa hoy en América Latina?, si decidimos creer en el poder y la soberanía del Espíritu de Dios, ambas sentencias serían afirmativas, pues ambas dependerían de esa facultad o potencia de hacer del Espíritu y de su autoridad suprema e independiente. Sin embargo, es nuestro deber inspeccionar también la Escritura que el mismo Espíritu de Dios ha inspirado para ver si ha revelado algo con relación a las cuestiones planteadas y, de ser efectivo esto, decidir si lo que ahí se dice es lo suficientemente claro como para asegurar una postura (algo cerrado) o, por el contrario, es de trazos desvanecidos y confusos que solamente permita especular (algo abierto).4 Todo esto encaja dentro del enunciado “reflexionar la fe”. Y el uso que le demos a la seguridad y a la especulación que brotan del estudio de la Biblia determinarán con certeza si esa reflexión será para “complicarse” y “complicar a otros” innecesariamente o no.

¿Dice, entonces, algo la Escritura con respecto a los puntos frígidos? Sí dice algo. Esto es: “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte acabará” (1 Corintios 13:8-10). Y también: “Todos ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es una parte de ese cuerpo. En la iglesia, Dios puso primero a los apóstoles, luego a los profetas y luego a los maestros. También eligió a algunos para hacer milagros, a otros para tener dones de sanar a los enfermos, a otros para ayudar a los demás, a otros para dirigir y a otros para hablar en lenguas. No todos son apóstoles, no todos son profetas, ni todos son maestros. No todos pueden hacer milagros ni todos tienen el don de sanar a los enfermos. No todos pueden hablar en lenguas ni todos pueden interpretarlas” (1 Corintios 12:27-30 PDT).

De aquí podemos deducir lo siguiente: uno, debido a que solamente podemos especular con respecto a la expresión “cuando venga lo perfecto” que es la que fija con claridad, exactitud y precisión el tiempo en el que se interrumpiría o acabaría el don de lenguas, pues en toda la Escritura no se le vuelve a mencionar ni explica de qué se trata, la vigencia del don de lenguas depende única y exclusivamente del poder y la soberanía del Espíritu Santo (algo abierto); y dos, aunque el Espíritu tiene todo el señorío para otorgar el don, no todos los creyentes —ya sea de una congregación específica o de la iglesia como totalidad— podrán “hablar en lenguas ni todos [podrán] interpretarlas” (algo cerrado).

La complicación necesaria

Dijimos que las dificultades o enredos o incluso complejidades comparecerán por ese deseo quemante del seguidor de Cristo de complicarse con algo que no es indispensable o forzoso que suceda, porque se cuenta con las herramientas más adecuadas y propias para evitarlo. En ese sentido, se puede decir que el cristiano decide por la complicación, la cual sería producto de la pecaminosidad humana (cf. Santiago 4:17). Pero también hay un escenario donde sí está permitido decidir por la complicación. Ese único escenario, entonces, no se debería evitar, sino buscar.

Jesús y los discípulos

“Llegaron a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los que cambiaban el dinero y los asientos de los que vendían las palomas, y no permitía que nadie transportara objeto alguno a través del templo. Y les enseñaba, diciendo: ‘¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han hecho cueva de ladrones’. Los principales sacerdotes y los escribas oyeron esto y buscaban cómo destruir a Jesús” (Marcos 11:15-18 NBLA).

“Unos sacerdotes, el capitán de la guardia del templo y algunos saduceos se acercaron mientras Pedro y Juan todavía le estaban hablando al pueblo. Estaban resentidos porque Pedro y Juan enseñaban que Jesús había demostrado que los muertos resucitan. Arrestaron a Pedro y a Juan y los metieron en la cárcel… Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: ‘Dirigentes del pueblo y ancianos líderes de Israel, ¿nos están juzgando hoy por sanar a un paralítico? ¿Quieren saber quién lo sanó? Pues sepan ustedes y todo el pueblo de Israel que este hombre fue sanado por el poder de Jesucristo de Nazaret, a quien ustedes crucificaron, pero Dios lo levantó de la muerte. Este hombre estaba paralítico y ahora está completamente sano gracias a Jesús’” (Hechos 4:1-3, 8-10 PDT).

Claramente, se ve aquí a Jesús y a sus discípulos complicándose. Tanto el Maestro como aquellos que lo seguían y que compartían su opinión y enseñanza sabían que los principales sacerdotes, los escribas y fariseos, los saduceos y demás personajes religiosos de ese tiempo estaban en su contra (“estaban resentidos”), pero ellos no hicieron ningún esfuerzo por evitar el confrontamiento o por omitir su enseñanza o guardar silencio mientras estas figuras estuvieran presentes, como lo podrían haber hecho. La pregunta que planteáramos en el libro No te compliques 4 (pág. 112) nos es de utilidad nuevamente: ¿fue esto un resbalón? ¿Deberíamos, en ese caso, entenderlo como el tipo de complicación calificada por nosotros como innecesaria y hasta dañina? ¡Por supuesto que no! Más bien fue un acierto. ¿Qué fue lo que lo motivó? La versión Traducción en Lenguaje Actual de la Escritura lo presenta así: “Dios bendice a los que desean la justicia” (Mateo 5:6). Y todavía: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).

Desear la justicia y la salvación implica muchas cosas. Pero si pudiéramos resumirlo, tendríamos que decir que es la lucha contra la injusticia-mal-pecado. Esto debe hacerse tanto interna como externamente. Es decir, luchamos contra nuestras debilidades y contra la naturaleza pecaminosa que busca subyugarnos: “Porque los malos deseos están en contra de lo que quiere el Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de los malos deseos. Por lo tanto, ustedes no pueden hacer lo que se les antoje” (Gálatas 5:17 TLA).5 Y también lo hacemos contra todo aquello que se ejecuta o que se decide y que afecta a una persona, grupo de personas o a la creación entera de Dios, incluyendo su obra, y que igualmente obstaculiza la salvación: “¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!” (Isaías 10:1-2). “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia” (Mateo 23:25). “Ay también de vosotros, doctores de la ley, que cargáis a los demás con cargas insoportables que vosotros mismos no estáis dispuestos a tocar ni siquiera con un dedo” (Lucas 11:46 BLP). ¡Aquí, entonces, sí se vale complicarse! ¡Aquí sí es indispensable desacomodarse o salir de la conveniencia para tratar de revertir esos escenarios!

“Cuando todo lo demás falla —escribió una vez un novelista—, complica las cosas”. Jesús y sus discípulos complicaron las cosas. Pero no porque lo demás había fallado, sino porque debían hacerlo; o mejor, porque deseaban hacerlo por amor (cf. 1 Corintios 9:16). Igual tendríamos que hacer nosotros si deseamos genuinamente la justicia y la salvación para el mundo separado de Dios.

Conclusión: complícate de manera correcta

En uno de sus sermones, Stephen Davey decía que el mayor obstáculo para el cristianismo es un cristiano que no vive su fe, y que el mejor anuncio para el cristianismo es un cristiano que materializa su fe a través de sus buenas obras. La pregunta es: ¿en qué grupo estamos nosotros? Si somos cristianos genuinos, deberíamos estar en el segundo grupo. Si todavía no hemos llegado o no hemos hecho el cruce o nuestra posición en el segundo grupo se encuentra tambaleándose, muy posiblemente es porque no hemos estado administrando bien el punto de la complicación. O mejor: porque no hemos aprendido a complicarnos de manera correcta.

Para complicarnos de manera correcta, primero debemos dejar al Espíritu Santo ser Espíritu Santo. Como sabemos, el poder, el conocimiento y la autoridad son de Él, están en Él, son Él. Por lo tanto, Él es el que sabe con certitud y grado máximo qué es lo que verdaderamente necesitan nuestras congregaciones y es Quien puede darlo y lo dará si le dejamos. Esto, como acertadamente lo escribiera el teólogo, deberíamos tenerlo bien impreso en nuestras almas. Asimismo, desde el punto de vista individual, debemos dejar al Espíritu Santo ser Espíritu Santo en nuestra vida. Esto implica: darle el control de todo, dejarnos ayudar por Él, permitirle que nos dé “ojos para ver”, que baje siempre su Palabra a nuestro corazón (pues en la mente como doctrina no da fruto) y que sea su voluntad la que impere ante nuestra voluntad, no al revés (cf. Juan 16:13). Solo así nuestra teoría podrá ser congruente con nuestra práctica.

En segundo lugar, debemos emplear a la certeza como certeza y a la especulación como especulación. Recordando que, si logramos obtener aquello cierto e indubitable a través del estudio de la Palabra y de la guía del Espíritu, es un caso cerrado, pero si solamente podemos reflexionar en base a indicios u observaciones, debería ser un caso abierto, sujeto a lo que el Espíritu de Dios disponga. Teniendo en cuenta también aquello que se ha dicho: que el Espíritu no le llevaría la contraria a lo que ya ha revelado, sin importar cuán convincentes sean las circunstancias e intensa la experiencia (R. Dean y T. Ice).

Y en tercer lugar, no conformarnos. No vivir según el modelo de este mundo. Al contrario, debemos tener la mente de Cristo y perpetuar su modelo (así como el de todos aquellos que lo han perpetuado a Él. Cf. 1 Corintios 11:1). Solo así podremos hacer el bien y salvar vidas. Solo así podremos tener sentimientos contrarios al error y al mal. Solo así podremos inquietar y plantear interrogantes. Solo así podremos poner lo común sobre las diferencias y disconformidades. Solo así podremos restaurar a los hombres y mujeres en plenitud y ayudar a la creación entera que a una gime y sufre dolores de parto. Solo así podremos dejar de producir maquinaciones artificiosas y empezaremos a construir en vez de destruir y a unir en vez de dividir. Solo así podremos también reparar las relaciones —con Dios, la persona y nosotros mismos— del deterioro que han sufrido por abrirle la puerta a cuestiones “vanas y sin provecho” (Tito 3:9). Y solo así podremos dar fin a la crisis y a los tiempos recios e iniciar un avivamiento que despierte confianza. Todo esto, en una palabra, es ser verdadera iglesia. O mejor: es ser la iglesia que Cristo quería: aquella que no se complica innecesariamente dándole honra —y hasta venerando— las cosas creadas (incluyendo la doctrina, la teología, los nombres, los edificios), pero que se complica necesariamente por su acentuado deseo de justicia y humanización y “porque él anhela que todos se salven y conozcan la verdad” (1 Timoteo 2:4 NBV).6

Por último, puede ser útil en esta coyuntura recordarnos a nosotros mismos aquello que se ha dicho sobre el pecado y la muerte, pero adaptado a nuestro tema: el discurso sobre el Espíritu, su fruto y la forma de acercarnos a su Palabra se ha vuelto tan familiar que nos hemos vuelto insensibles a su verdad.7 Que no sea más así.

Salomón Melgares Jr. es escritor, teólogo, informático y hondureño. Le gusta jugar ping-pong y el sabor de las galletas integrales mojadas en leche de soya. Actualmente reside con su esposa e hijo en la ciudad de Bandung, Indonesia.

2 thoughts on “Teología de la complicación

  1. Quiero referirme a la siguiente afirmación: “…No obstante, algún cesacionista trasnochado aún pretende encontrar en la Biblia un texto que apruebe su incredulidad bíblica…” y remite al portal: https://diariosdeavivamientos.wordpress.com/2018/07/10/como-interpretaba-agustin-el-texto-cuando-venga-lo-perfecto/ Donde el hermano detrás del post afirma que Pablo nunca dijo que “lo perfecto” en su primera carta a los corintios hiciera referencia al canon, pero se esfuerza, no obstante, en demostrar que dijo lo contrario, es decir que “lo perfecto” no es el canon. Esto es algo circular, creo, porque en verdad, si el texto dijera específicamente cualquiera de las dos, esta discusión no tuviera sentido. Para poner las cosas en claro (¡Y yo soy cesacionista!), digamos que Pablo no dice ni lo uno ni lo otro, sin embargo, creo pertinente hacer cuatro observaciones:

    1. A ningún cesacionista le he escuchado decir algo como: “Cuando se complete el canon, se pongan todos de acuerdo y se forme el Nuevo Testamento, entonces los dones cesarán” para explicar aquello del canon cerrado, porque esta es una discusión del ala protestante y los que osan decir algo parecido son los católicos con el único interés de que se les reconozca como los padres del Canon. Hay un principio canónico, es decir, afirmado por el mismo Canon de las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento, y es que el Canon no fue definido por ningún tribunal eclesiástico. Hay suficiente evidencia bíblica para demostrar que el canon fue tal desde el mismo momento de su aparición y lo que los concilios hicieron doscientos o trescientos años más tarde no fue más que reconocer lo que ya se sabía y se admitía formalmente como Canon.

    2. Es lamentable que los protestantes (ecosistema desde el cual escribimos) estemos remitiéndonos a los mal llamados “Padres de la iglesia”, como Agustín y otros, cuando algo que nos identifica es que solo creemos en la sola escritura (valga la redundancia), porque esto de otorgar autoridad a un hombre para sustentar una postura bíblica no es conveniente, especialmente cuando los hombres suelen errar y retractarse de lo que en algún momento han considerado verdadero, como tal es el caso de Agustín.

    3. Cuando Agustín, dijo (en la cita del blog mencionado antes): “cuando llegue lo que es perfecto, se acabará lo que es en parte. Es a saber, que allí no existirá nada a medias, sino que todo será íntegro…” cometió un error garrafal al decir que “lo perfecto” se refiere al señor porque Pablo no dijo algo como “cuando llegue el perfecto”, ni tampoco dijo algo como: “cuando llegue la perfección”, sino que se refirió a algo que tiene una cualidad en sí mismo: cuando venga lo que “habrá llegado a su fin”.

    El texto no puede estar hablando de Cristo ni de un estado de perfección como dijo Agustín, porque el contexto está hablando de conocimiento. Entonces lo mejor es decir que “cuando venga el conocimiento que ha llegado a su fin”.

    4. Finalmente, me parece que llamar trasnochado a alguien que opine distinto no es adecuado, sobre todo cuando los argumentos presentados en favor de la postura han sido conocidos y rebatidos en su momento.

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