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Sirviendo a dos señores: la paradoja del cristianismo

En el artículo anterior publicado en Teocotidiana presentábamos cuatro palabras que están siendo mal usadas en el ámbito cristiano y esto, decíamos, está haciendo obra a favor del enemigo. Ahora es el turno para la que dejamos atrás: la palabra “ídolo”.

Si bien es cierto esta palabra no es mala en sí misma (la propuesta de Rosenblat sigue teniendo validez aquí), su significado sí lo es para la práctica cristiana. ¡Imagínese, entonces, la dimensión en la que se entraría si se le da un mal uso! Recordemos las palabras de Moreno de Alba: “No hay que olvidar que la lengua, además de ser un sistema abstracto de signos, es también un instrumento de comunicación. Como tal instrumento la lengua tiene múltiples registros. Expresiones que en determinadas circunstancias parecen adecuadas pueden resultar impropias en otras”.1 Creemos, pues, que eso está ocurriendo también con esta palabra, pero a la inversa. Es decir: que en vez de resultar impropia resulta adecuada para el devenir cristiano. Cómo sucede esto es lo que trataremos de explicar a continuación.

La palabra “ídolo”

La primera definición que presenta el diccionario de la Real Academia Española de la palabra “ídolo” es esta: “Imagen de una deidad objeto de culto”. Lo cual enchufa muy bien con el segundo mandamiento del decálogo: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éxodo 20:4a). Y la segunda definición que aparece allí, dice: “Persona o cosa amada o admirada con exaltación”. Lo cual enchufa bien con el primer mandamiento del decálogo: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).

La pregunta inicial que deberíamos hacernos ahora tendría que ser la siguiente: ¿cuál de estas dos realidades idolátricas es la más peligrosa? La segunda, para el diccionario, y la primera, para la Palabra de Dios. ¿Por qué? Porque el amor y la admiración con exaltación no se ven, están adentro de la persona y, generalmente, le pasan inadvertidos o como si fueran otra cosa. “Solamente el que es tentado no advierte la tentación”, dice el teólogo alemán H. W. Wolff. Y más adelante: “Si se han conocido las artimañas más peligrosas de la tentación, se sigue de ahí un alejamiento decisivo de los tentadores y de las máximas que inducen a la tentación. El que se acerca a los primeros y se adhiere a las segundas no saldrá incólume”.2

La segunda pregunta que deberíamos hacernos ahora tendría que ser esta: ¿el cristiano promedio se aleja o más bien se acerca? Temerariamente, se acerca. Y lo hace con la actitud incorrecta. Los contextos circundantes a los “baales” más poderosos de este mundo —lo material, lo sexual, lo ideológico, lo político, lo tecnológico y lo científico— nos confirman la respuesta. ¿Cuál es la tendencia actual con respecto a los lugares de reunión o edificios? Cada vez más grandes y con más lujo y cada vez se prefiere más la concurrencia a ellos. ¿Cuál es la tendencia con respecto a las “necesidades” y cosas propias? “Bendición” solo se entiende como algo material, y acumular, pensar individualmente (tacañería) y hasta en sacar partido (recibir en vez de servir). ¿Cuál es la tendencia con respecto al contexto sexual? Tolerancia que es más bien libertinaje y la búsqueda incansable de placer al que se le denomina disfrutar y se le ve como un medio o un fin en sí mismo. ¿Cuál es la tendencia con relación a lo ideológico? Lo absoluto por lo relativo, justificándolo con el nombre de derechos, época actual, amor, discriminación, posmodernidad, etc. ¿Cuál es la tendencia con relación a lo político? Hacer a un lado la objetividad por pensar, reflexionar, evaluar y comparar menos (y quién sabe y hasta por odiar). ¿Cuál es la tendencia con respecto a lo tecnológico y a la ciencia en general? Contentarse y sentirse seguros en ellas, aunque se diga —y hasta se asegure— que es en Dios.

Por eso es importante repetir aquí: no se saldrá incólume (es decir: sano, sin lesión ni menoscabo). El fuego en el corazón manda humo a la cabeza, dice un proverbio. Y acercarse con la actitud incorrecta, es decir, olvidándose del “no tendrás dioses ajenos delante de mí”, es jugar con fuego. Esto es lo que pasa: según los versados, cuando se enciende el fuego en el corazón la energía se estanca y tiene tendencia a subir. Cuando se está apasionado, ardoroso, obsesionado es difícil recapacitar, las opciones se ensombrecen, y las oportunidades pasan a ser necesidades vitales. Los “baales” son expertos en avivar este tipo de fuego (o inclinación o preferencia muy vivas) en la dirección incorrecta.

Pero el teólogo continúa diciendo: “Sin duda que no podemos ni debemos apartarnos del mundo, lleno de tentaciones, pero el profeta nos exhorta con toda claridad a evitar los lugares en los que se sirve claramente a los ídolos”.3 Por eso la oración de Jesús: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15). Así como su consejo y su deliberación tajante: “Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil… Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mateo 26:41 NVI y 5:29-30).

Finalmente, la tercera pregunta que deberíamos hacernos tiene que ser esta: ¿por qué pasa esto? O mejor: ¿por qué el cristiano se acerca y no evita? Porque, consciente o inconscientemente, ha asimilado mal la palabra “ídolo”, disminuyéndole así su efecto en la vida real (o desapareciéndolo del todo). De ahí que para él un ídolo tiene que ver únicamente con los becerros y las imágenes de talla que gustaba hacerse el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, con las otras estatuas humanoides o personales que preferían hacerse los pueblos paganos y sus reyes, con las famosas figuras de Buda, Brahma, Krishna, Ganesha, Ebisu, Ama no Uzume y otras más de las religiones orientales, y/o con cualquier otra efigie o representación atañida a alguna otra religión, herejía, grupo o secta. A este equivocado contexto vale la pena recordarle la otra definición que nos presenta el diccionario de la palabra “ídolo”: persona o cosa amada o admirada con exaltación. Así como la pregunta del teólogo: ¿no será que falta entre nosotros el conocimiento de Dios porque nos faltan el amor y la fidelidad? Y ante todo, las palabras de Jesús: estén alertas y oren, para que no caigan en tentación (y para que puedan distinguir los ídolos donde quiera que se encuentren agazapados).

Conclusión: el hombre fuerte de la casa

Como parte de la enseñanza impartida en la montaña, Jesús también instruyó sobre el contenido del primer y segundo mandamiento del decálogo de esta forma: “No almacenes tesoros aquí en la tierra, donde las polillas se los comen y el óxido los destruye, y donde los ladrones entran y roban. Almacena tus tesoros en el cielo, donde las polillas y el óxido no pueden destruir, y los ladrones no entran a robar. Donde esté tu tesoro, allí estarán también los deseos de tu corazón. Tu ojo es como una lámpara que da luz a tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo está lleno de oscuridad. Y si la luz que crees tener en realidad es oscuridad, ¡qué densa es esa oscuridad! Nadie puede servir a dos amos” (Mateo 6:19-24 NTV).

Estas palabras, más lo que hemos dicho hasta aquí, nos sitúa a todos ante una pregunta crucial: ¿a qué señor está sirviendo la iglesia actualmente? Si le preguntáramos a los líderes y demás personas que ostentan algún cargo o privilegio en los lugares de reunión, seguramente responderían que al Dios de la Biblia sin ningún atisbo de duda. Pero la realidad desmiente esa certeza desdichadamente. O peor: la realidad de nuestras acciones están hablando claro sobre los verdaderos deseos de nuestro corazón tanto como nosotros sobre ellos —por hablar como la novelista británica, George Eliot.

Todo esto, como es de suponer, apunta hacia la idolatría. Esta es la tesis: la idolatría puede vivir en compañía de la iglesia porque se volvió el “hombre fuerte” de la casa (cf. Marcos 3:23-27). ¿Cómo? Al perder la palabra “ídolo” su verdadero significado. En pocas palabras: todo es ídolo, pero nada es ídolo. “Todo es ídolo” al poseer las cosas o las personas la pasión y el deseo vehemente que le corresponden solamente a Dios, pero “nada es ídolo” al denominarse cristiana, al hacer todo lo que hace una persona cristiana, y al no tener objetos visibles y palpables destinados a la adoración en sus lugares y ceremonias de culto.4

Por último, ante esta paradoja nos es urgente citar acá a la Escritura: “No conocer a Dios es como vivir en la oscuridad, y antes ustedes vivían así, pues no lo conocían. Pero ahora ya lo conocen, y han pasado a la luz; vivan entonces como corresponde a quienes conocen a Dios, pues su Espíritu nos hace actuar con bondad, justicia y verdad. Traten de hacer lo que le agrada a Dios. No se hagan cómplices de los que no conocen a Dios; al contrario, háganles ver su error, pues sus hechos no aprovechan de nada. ¡La verdad es que da vergüenza hablar de lo que ellos hacen a escondidas! Cuando la luz brilla, todo queda al descubierto y puede verse cómo es en realidad. Por eso alguien ha escrito: ‘¡Despiértate, tú que duermes! Levántate de entre los muertos, y Cristo te alumbrará’” (esto es: será ahora el hombre fuerte de tu casa. Efesios 5:8-14 TLA).

Salomón Melgares Jr. es escritor, teólogo, informático y hondureño. Le gusta jugar ping-pong y el sabor de las galletas integrales mojadas en leche de soya. Actualmente reside con su esposa e hijo en la ciudad de Bandung, Indonesia.

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