El Jamming Festival es un festival musical de talla internacional que se realiza en Colombia. En su versión 2020 tuvo que cancelarse debido a la emergencia sanitaria ocasionada por el COVID-19, y hoy, dos años después, por fin todo estaba preparado para recibir a los más de 100 artistas invitados y doscientos mil turistas esperados en mi ciudad. Sí, este enorme festival de talla internacional iba a tener lugar en mi pequeña ciudad natal: Ibagué.
Yo personalmente estaba muy emocionado por eso porque soy un gran fan de la música y me encantan los conciertos. Sin embargo, soy hijo de comerciantes y sé que este tipo de eventos generan enormes beneficios para los pequeños y medianos emprendedores. Todo estaba preparado, los escenarios, los músicos, la publicidad por todos lados. También los dueños de negocios. Muchos de ellos adquirieron millonarios créditos con bancos y privados para poder adquirir un stand en el terreno del evento. Muchos de ellos se endeudaron para poder adquirir la materia prima para la comida y demás productos que iban a vender esos tres días de festival.
Sin embargo, hoy, 18 de marzo de 2022, un día antes del evento, los empresarios organizadores del Jamming Festival, cancelaron todos los tres días de concierto sin ninguna explicación más que: Razones de fuerza mayor.
No quiero hoy discutir las implicaciones legales ni económicas de este terrible hecho, sino llevarnos a pensar en lo que esta cancelación significó para los pequeños comerciantes que quedaron, como decimos en Colombia, con los crespos hechos, se endeudaron, pusieron todas sus esperanzas de un levante económico para el mes de Marzo en este fin de semana, adquirieron millonarias deudas con altos intereses con bancos y prestamistas privados, y qué puede decirnos el Evangelio sobre esta situación tan aparentemente ajena a la vida de fe.
No pude evitar pensar en estas personas como aquellos miles de seguidores de Jesús que, después de estar detrás de él por días, empezaron a sentir hambre, y el problema era que no había comida por ningún lado. En las biblias comúnmente se conoce este evento como “La multiplicación de los panes y pescados”.
Siempre que soy invitado a comer a alguna casa me siento supremamente halagado y especial porque, desde que dejé la casa de mis padres y empecé a vivir por mi cuenta, sé lo que implica preparar cualquier almuerzo o cena, incluso para mí solo: El tiempo que se invierte, las ollas y sartenes que se ensucian, los platos que se acumulan. A eso se le agrega el trabajo del granjero y campesino que cultivaron los productos, criaron a los animales, los conductores que transportaron los alimentos… Y darme cuenta que tanto, pero tanto sucedió únicamente para que yo en mi soledad pudiera comer, no deja de parecerme milagroso.
Quiero que nos hagamos una imagen mental de aquel día de este milagroso evento cuando la comida fue multiplicada. Miles de personas seguían al Yisus, lo habían seguido por varios kilómetros, muchos de esos seguidores dejaron cosas atrás y solo tenían la incertidumbre de a dónde irían. Al avanzar el tiempo se dieron cuenta que seguir a ese cuentero solo les estaba trayendo hambre.
Los parceros del Yisus, con miedo de que esto pudiera producir un alboroto, le avisaron a su maestro sigilosamente que la gente tenía hambre. Le avisaron en secreto, como si evitaran a toda costa que alguien de la multitud los escuchara. ¿Por qué lo hacían con tanto sigilo? ¿Por qué evitaban con tanto ahínco que nadie supiera que no había comida? ¿Habrían los mismos discípulos de Jesús mentido a las multitudes prometiendo comida abundante para que siguieran a su maestro? Ese panorama se me hace bastante familiar: Seguidores de Cristo haciendo promesas vacías a gente en necesidad solo para que sus comunidades se atiborren de público.
Aquí las víctimas eran los hombres, mujeres y niños en la multitud, quienes siguieron al curandero errante con la promesa de sus discípulos de que tendrían comida abundante. Pero, cuando no hubo comida, aquellos mentirosos tuvieron miedo. Miedo de ser reprendidos por su maestro, miedo de ser linchados por una multitud hambrienta.
Jesús, casi que conociendo todo el trasfondo, les responde con un sarcasmo exageradamente tranquilo:
“Pues, denle ustedes de comer” (Mateo 14:16)
Allí los discípulos se dan cuenta que él lo sabía. Él sabía que ellos habían engañado a la gente para que lo siguieran. Él sabía que ellos habían prometido comida, cuando lo único que siempre tuvieron fue cinco panes y dos pescados que debían dividirse entre los doce.
Habiendo sido expuestos, Jesús respira profundo, suspira, cierra sus ojos, y agrega:
“Traigan los panes y pescados” (Mateo 14:18)
Jesús rezó. Las Escrituras no registran lo que fue pronunciado en esa oración, pero, puedo imaginarme algo así:
Padre, perdona a mis amigos que engañaron a gente en necesidad para hacer tumulto entre los que me siguen. Padre, perdónalos, no los culpo, pues actuaron humanamente y yo, en esta humanidad que me has dado, sé lo que es tomar decisiones desde esta condición. Padre, más allá de eso, hay gente hambrienta, y tú y yo sabemos que necesitan comer. Ahora, no tenemos idea de cómo sucederá, pero sé que tú, no solo perdonas culpas, sino que eres nuestro pan que nos sacia. Abre el corazón de todos los que estamos aquí, para que, de alguna forma, estos cinco panes y dos pescados, alimenten a los incontables. Abre nuestro corazón a la misericordia para que queramos compartir la comida. Abre nuestro corazón para llevarnos a hacer por el otro hambriento lo que quisiéramos que nos hicieran a nosotros. Por eso te doy gracias.
Y entonces ocurrió el milagro. La canasta con pan y pescado fue pasada de persona en persona. La gente empezó a tomar pedazos, a partir y a compartir, a poner en la boca del otro el bocado que habían tomado para sí mismos. De repente, alguien entre la multitud tomó un poquito de su dinero, y compró y quiso aportar a la comitiva. Luego, otro fulano sacó una bolsa donde había encaletado unos snacks para sí mismo, pero decidió compartirlos con otros. Entonces un vendedor de víveres viajero que pasaba por la zona, sintiéndose tan solo porque su familia había muerto hacía un tiempo, y deseando dejar de existir, vio la multitud y sintió curiosidad de ver lo que sucedía. Allí un grupo de personas lo llamó e invitó a sentarse a comer con ellos. Él, tomó su mercancía, y no dudó en compartir gratuitamente todo con lo que cargaba, pues se sintió en familia por primera vez desde que no dormía al lado de su esposa. Y así, milagrosamente, cuenta el relato, unas cinco mil personas comieron hasta quedar tan saciados que incluso canastas llenas de comida sobraron.
Mi parcero, mi parcera amados, el verdadero milagro de aquel día no fue que mágicamente salieran panes y pescados de una canasta sin fondo. El milagro de aquel día fue que Dios abrió el corazón de gente hambrienta (y es que cuando estamos hambrientos solemos ser egoístas) para compartir y poner en la boca del otro el bocado de pan. Aquel día, Dios puso en el corazón de más de cinco mil personas el pensar en el otro antes que en ellos mismos. Y eso, la caridad, la generosidad fue lo que alimentó a los miles. El corazón abierto a compartir fue el verdadero milagro de ese día.
Hoy quiero invitarte a que abras tu corazón y compartas tu bendición, sea cual sea que tengas, y estoy seguro que al compartirla, serás saciado. Hoy quiero que pensemos en esos emprendedores que, por causa de una pésima logística, quedaron damnificados, endeudados, y desesperanzados por la cancelación del Jamming Festival. Hoy quiero rezar por ellos e invitarte a que reces por ellos también. Y hoy rezo especialmente por que Dios ponga en nuestro corazón, no solo el rezar, sino el hacer, el compartir, como aquel día milagroso cuando cinco mil personas fueron saciadas con pan y pescado. Hoy las redes sociales de los influencers colombianos e ibaguereños están llenándose de mensajes de solidaridad con los comerciantes afectados, hoy todos están compartiendo los números telefónicos de los emprendedores y los están llamando para comprarles sus productos de manera privada. Hoy, Dios está ocurriendo en Ibagué, hoy Dios está multiplicando los panes y los pescados, Dios lo está haciendo de nuevo, porque solo puede multiplicar la comida, donde ya se ha acabado, solo puede sembrar esperanza, donde el desahucio ya hizo estragos.
Cristian López Zuleta, conocido en redes sociales como Cristian Elezeta, es licenciado en lingüística y pedagogía, escritor apasionado, y músico de pasatiempo. Creador de contenido teológico en redes sociales.