Empecé a pensar en otros lugares para ser iglesia hace más de diez años, cuando me distanciaba de comunidades cristianas presenciales y me encontré con las comunidades de internet: los foros, los blogs, las páginas de facebook donde los inconformes encontrábamos hermanos con los cuales indignarnos, casi todos habíamos sufrido algún tipo de iglesia fundamentalista y veníamos huyendo de la teología de la prosperidad y de los vínculos de la iglesia con los políticos. Y he tardado en escribir esto lo que se tardó esa comunidad en hacerse carne y realidad, en mostrarme lugares en los que se manifiesta la iglesia por fuera de los templos y las estructuras de poder.
En ese entonces observé que cuando las comunidades físicas no bastaban, porque en la iglesia local no había nadie que estuviera interesado en hablar de la situación política o nadie que viera injusticia en las estructuras de poder de la iglesia o en las doctrinas, se construían lugares virtuales donde se manifestaban hermandades, amistades forjadas muchas veces desde la distancia, pero donde uno podía ser verdad con el otro, decir lo que realmente pensaba. Y eso sigue sucediendo, en internet está la iglesia de muchos.
Voy a atreverme a definir la iglesia simplemente desde la experiencia: una iglesia es gente unida por su fe, que se ama y se cuida entre sí y que quieren caminar juntos siguiendo a Jesús. No creo que sea posible definir una iglesia como la comunidad de santos que predican el evangelio o algo similar, pues si en la base no hay amor y cuidado del otro, podemos desgañitarnos predicando y eso no será una iglesia, sino un grupo de personas que hacen proselitismo. Contrario a lo que me enseñaron de niña, el sentido de la iglesia no es ganar almas y hacer discípulos sino ser comunidad y alumbrar con el amor, no es una organización proselitista sino una familia, no predican el amor hacia afuera sino que lo viven dentro de la comunidad. En esto conocerán que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros.
Una vez charlando en la calle con un par de amigos les dije: ¡pero si esto es la iglesia! ¡Aquí, cuando estamos los tres! Su respuesta fue, si hay comunión, pero no, no es una iglesia… porque por alguna razón parece pecaminoso pensar la iglesia por fuera de un espacio físico y de las estructuras religiosas. Pero somos iglesia fuera de los templos, a lo mejor la iglesia no es un espacio sino algo que sucede, algo que ocurre, no un lugar, ni unos rituales; a lo mejor la iglesia es lo que pasa cuando dos o tres personas se reúnen unidos por su fe y tienen la voluntad de decirse la verdad, de amarse, de corregirse mutuamente, de servirse y de perdonarse setenta veces siete.
Después de la pandemia, incluso las comunidades religiosas más modestas transmiten sus cultos por internet. Y se considera que esa comunión es santa. Al inicio del confinamiento hasta se debatió sobre si era válido hacerlo así y sin embargo, ahora es práctica común “congregarse” por internet, “ver el culto”. Al menos el tabú de lo presencial parece romperse… pero la estructura religiosa continúa. ¿es una iglesia si no tiene pastor, ni diáconos, ni recoge ofrenda?¿Y por qué no? Si todo eso es apenas un ajuste hecho a lo largo de los años, sacralizado a lo largo de los años, es una construcción, en el principio no era así aunque estiremos la Biblia para decir que seguimos el modelo apostólico. Jesús era un maestro judío itinerante, con discípulos, que iban a la sinagoga y luego, cuando el cristianismo se separó del judaísmo, trataron de organizarse como mejor les pareció, así llegamos a esa institucionalidad y a esas formas de culto. Entonces por qué sacralizamos esas formas al punto de creer que “eso” es una iglesia, cuando el evangelio plantea lo comunitario de forma más sencilla: donde haya dos o tres reunidos en mi nombre.
Para mi la familia de la fe, la iglesia, tiene brazos y piernas y corazones por todos lados: es un grupo de Telegram y un grupo de Wasap donde nos mandamos memes y nos quejamos de la realidad, es lo que pasa los domingos por la tarde cuando, después del culto, con un par de amigos tomamos café, comemos pizza y hablamos de lo divino y lo humano (muchas veces sin ponernos de acuerdo), es una conversación en Zoom con gente de diferentes ciudades en la que hablamos de lo que sentimos, es un grupo de Facebook con gente creativa, un grupo de apoyo en Facebook, es lo que pasa cuando nos reunimos a preguntarnos cosas y a compartir, es un estudio bíblico los miércoles a mediodía o los martes en la noche, es un club de lectura una vez al mes, es el programa con niños de mi comunidad, es el rito del domingo en la mañana, es la reunión de oración, es el gusto de encontrar gente que es parecida y diferente a uno, nos une la fe y el deseo de servir, de hacer algo juntos, nada más que eso.
Me di cuenta en pandemia que lo que más extrañaba de mi iglesia presencial no era el culto, a pesar de que el reverendo se esforzó con enseñanzas preciosas sobre salud mental cuando comenzamos a volvernos locos por el encierro, pero lo que más extrañé fue charlar con mis amigos y comer juntos, y reírnos y charlar después del ensayo del coro. Sí, el ritual es importante, pero lo más importante es ser comunidad, tener un espacio seguro para desahogarse y acompañarse a vivir con fe en el mundo, y eso ocurre por fuera de los templos y de las estructuras eclesiales. La gracia de Dios no está limitada por edificaciones y por sistemas de poder, una iglesia no es una
reunión para cantar y escuchar a alguien predicar, ese es el rito, la iglesia es más que eso, tiene sentido cantar juntos y aprender juntos si hay amor de por medio, de lo contrario puede ser un ritual vacío.
¿Qué es entonces? No creo que una iglesia sea simplemente la reunión de gente que comparte exactamente el mismo credo, ni gente que se junta para asumir los gastos de un local para hacer cultos ¿una iglesia es sólo eso? Escuché varias veces, mientras crecía, la crítica: ¡ay es que la iglesia no es un club social! Ahora pienso: ¡Ojalá lo fuera! ¡Ojalá fuéramos a la iglesia a socializar! a ver cómo está el otro, como el que visita a la familia y se entera de si necesitan algo, y se ponen de acuerdo para ayudarse y hacer cosas juntos. Me he convencido que uno “va a la iglesia” a compartir un rito, sí, pero a ver a los amigos, a saber cómo están y qué piensan y ojalá a comer juntos, y creo que la gracia actúa a partir de ahí, haciéndonos mejores y llevándonos a hacer algo por otros.
Mi santa cena más memorable sucedió hace unos meses, compartiendo un asado con mis amigos, ese mismo día habíamos estado desnudando nuestras almas, hablamos de nuestros miedos y defectos, pensamos en cómo nos percibimos unos a otros, ¡había tanto amor y afirmación en el aire! Y nadie dijo que nos reuníamos en el nombre de Jesús, ni recordó las fórmulas litúrgicas, ni tomamos vino de uva ni nada, pero era una santa cena, porque estábamos ahí en el nombre del Señor con la determinación de cuidarnos uno al otro y construir juntos. Después, al otro día, participamos del pan y el vino en la liturgia, pero ese pan y vino sólo era un símbolo de lo que ocurrió antes, del amor que nos une, un símbolo de algo más profundo: la comunión de los santos, el amor como vínculo perfecto de la comunidad. Si eso no existe, el pan y el vino es un rito vacío, la santa cena es ser comunidad.
Pensar que hacer parte de la familia de la fe es congregarse los domingos, ver un culto por internet o cantar juntos es un contrasentido, ese es un ritual, que se comparte en comunidad, pero que no es por sí solo una comunidad. Una iglesia no es simplemente gente que se reúne cada ocho días, eso no basta para hacer comunidad, se necesita comunión, cuidado del otro, servicio, proyectos compartidos. Con el tiempo me he dado cuenta por el ejemplo de varias comunidades de fe, que naturalmente cuando hay dos o tres reunidos en su nombre, surge la preocupación por el bienestar del otro: niños, ancianos, pobres, mujeres, huérfanos, personas vulnerables, excluidos, personas solitarias ¿por qué? Porque la iglesia, cuando ocurre, sucede unida por el amor y el amor nos impulsa a ver más allá de nuestro bienestar, a pensar en el otro.
Cuando se juntan dos o tres en el nombre de Jesús, ellos crecen, pero su amor produce fruto, sana a otros, se extiende, comparte recursos, cuida a alguien. Otro asunto al definir la iglesia, es pensar que deben existir límites entre las peceras, que mis hermanos en la fe son las personas con las que me reúno en la misma congregación y ahí se acaba la iglesia. Por más bella y ejemplar que sea una comunidad, si se cierra terminará por volverse sectaria. Hacer parte de una comunidad de fe no excluye ni cierra la puerta a la ocurrencia de la iglesia en diversos espacios… derribar los muros en necesario, enterarse de lo que hacen otros y compartir.
Estoy en la iglesia cuando comparto con mis amigos de la congregación a la que asisto en Bogotá. Pero también cuando comparto con mis amigos de dosotres, o con la comunidad de Bethel San Paul al otro lado del mundo. Y ni qué decir de la comunidad que se armó alrededor de Teocotidiana y de la gente a la que leo, y de hermanos y hermanas regados por el mundo con los que alguna vez hemos compartido una conversación, unas risas. ¿Qué sería de mí sin la gente que he leído, sin las comunidades con las que he estudiado, o compartido alguna cosa?
La iglesia no es un templo, la iglesia no es una comunidad exclusiva y estática, la iglesia no es un lugar sagrado, es lo que ocurre cuando dos o tres se encuentran reunidos por Jesús… y eso puede suceder de muchas formas.
Milena Forero es Colombiana, estudió comunicación social comunitaria y también teología. Se dedica a la producción audiovisual, hace música y escribe. Es parte de la comunidad de la Primera Iglesia Presbiteriana de Bogotá.