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¿Los mandamientos cambian?

El amor al prójimo, un mandamiento en la historia

Una pregunta frecuente es si hay una única interpretación de un texto bìblico, en cualquier época y lugar, sobre todo en lo referente a mandamientos. Teniendo en cuenta que hace cientos de años que tenemos esos textos ¿de verdad no ha cambiado nada a lo largo de la historia? Veámoslo desde la interpretación del amor al prójimo.

Ama a tu prójimo

Sin importar de qué línea de cristianismo sea uno, pareciera que lo único indiscutible es que hay que amar al prójimo. Jesús dijo que toda la ley y los profetas, es decir, toda la Biblia, estaba contenida en ese mandamiento: amar a Dios y amar al prójimo como a uno mismo. Pablo dijo que el cumplimiento de la ley es el amor. De manera que amar al prójimo como a uno mismo es un mandamiento que cualquier cristiano, de cualquier iglesia, debería estar cumpliendo, ¿no?

Y ahí el debate empieza a ser: ¿qué significa amar a Dios?, ¿cómo amo a Dios si no lo veo? ¡Amando a los otros, que puedo ver! ¿Y qué significa amar al prójimo? Y cada uno, dependiendo de dónde viva, de cómo lo hayan criado, de cómo le han enseñado a Dios, pues dará una respuesta a esa pregunta.

Sería fácil decir que en todas las épocas los cristianos han amado al prójimo de la misma manera, que el significado de ese mandato no ha cambiado. Pero ese “ama a tu prójimo como a tí mismo” se ha expresado de diferentes formas en la historia. Si pensamos en las realidades de los diferentes contextos, lo que pasaba en cada época, podemos ver cómo el entorno y nuestra cultura y lo que somos, nos condiciona, nos influye a la hora de leer la Biblia. Es como si entre el texto y nosotros hubiera unas gafas, que son nuestras costumbres, lo que pensamos, lo que nos han enseñado, el lugar donde nacimos, la clase social en la que nacimos, si somos hombres o mujeres, el tono de nuestra piel, si fuimos o no a la universidad, si usamos transporte público o vamos en carro, lo que nos gusta y lo que no nos gusta, es decir, nuestra cultura. Y leemos con todo eso en los ojos. No solo la Biblia, sino la realidad, la vemos a través de nuestros lentes, de nuestra subjetividad, de lo que somos.

Ama a tu prójimo como a ti mismo en un mundo esclavista

Vamos a ir primero al contexto de Pablo y de Jesús. El mundo del primer siglo era esclavista, el imperio romano basaba su economía en la mano de obra esclava y en los siervos y los campesinos explotados, gente sin tierra, sin nada. Entre los cristianos del primer siglo había siervos y libres, hombres y mujeres, judíos y griegos; y aunque Pablo decía que todos eran iguales en Cristo, la realidad es que la aplicación del amor al otro en el primer siglo se daba en los límites de la cultura, de la forma de pensar, de las costumbres.

Se dice que ser una buena persona en esa época “no consistía en liberar a los esclavos, sino en conducirse como un buen amo”.1 Es decir, ningún amo consideraba que su fe le impedía tener esclavos. La fe no les hacía sentir la obligación de liberar a sus esclavos, sino de ser buenos amos. Los cristianos podían ser mejores amos: no violaban a las esclavas, no mataban a los esclavos viejos o enfermos, pero generalmente no consideraban inmoral poseer una persona, venderla, comprarla, decidir sobre su destino. Ellos creían que había quienes nacían para esclavos y quienes nacían para amos, eso lo decía hasta Aristóteles: el esclavo es la “herramienta parlante”.2

Job, el justo Job de la Biblia, cuando hace un alegato para hablar de su justicia, dice que había actuado bien con los esclavos, no que los había liberado, sino que se había portado bien con los esclavos, ¡porque eso era lo que se esperaba de un justo!

La esclavitud era algo incuestionable; así como la idea de la inferioridad de la mujer, la inferioridad de los pobres o de los extranjeros, era algo incuestionable. Por eso era impensable decir que un cristiano no debería tener esclavos, lo que se pedía es que los tratara bien: ese era su amar al otro como a sí mismo, porque lo hacía dentro de los límites de su forma de pensar.

Leían el mismo texto que nosotros: “ama a tu prójimo como a ti mismo”… pero para ellos el amor al otro no significaba liberar a los esclavos.

Pablo, en un arrebato de la gracia de Dios dice cosas sorprendentes, es como si Dios por un momento lo hubiera llevado más allá de los límites de su cultura, le quita las gafas de su época, de lo que cree y le da una semilla de un mundo que todavía no hemos visto, porque Pablo dice algo impensable: dice que en Jesús no hay varón ni mujer, judío ni griego, bárbaro ni escita, esclavo ni libre. Eso quiere decir algo que no hemos visto: todos los humanos iguales: pobres o ricos, hombres o mujeres, creyentes o no creyentes, todas las razas iguales entre nosotros, como lo somos ante Dios. ¿Se imaginan decir eso hace 2000 años? ¿Se imaginan alguien diciendo que en el reino de Dios los hombres y las mujeres son iguales, que los esclavos y los amos son iguales, cuando toda la cultura decía lo contrario?

Pero Pablo no alcanzó a dimensionar lo que eso significaba, lo dijo, pero sin entender aún que ninguna persona podía ser esclava de otra. No alcanzó a ver que un día, así sea 2000 años después, toda la humanidad estaría de acuerdo en que la esclavitud no es una forma digna de vivir. Pero Pablo no alcanzó a ver eso ni siquiera en su imaginación, ¿por qué? ¡Porque tenía los límites de su cultura en los ojos!, ¡no podía imaginarse eso! Entonces, Pablo escribe, Filemón y sus discípulos escriben: esclavos, obedezcan a sus amos. Pablo no podía imaginar qué significaba ese amor al otro más allá de su cultura, quitándose los lentes de su cultura.

¿Por qué nosotros pensamos como algo obvio que la esclavitud es algo terrible?, ¿por qué lo ven todos, incluso los no creyentes?, ¿por qué está castigado por la ley?, ¿por qué hoy en día vemos algo que Pablo, San Pablo, no vio?

Ama a tu prójimo como a ti mismo, pero no a los paganos

Saltamos 1400 años y todavía se consideraba aceptable la esclavitud, pero en este caso los esclavizados eran los cautivos de guerra (en la denominada guerra justa), los que cometían un delito proporcional a la pena de perder la libertad, y los que se vendían a sí mismos o a sus hijos.3 Eso significaba que, a la larga, los esclavos eran “los otros”: los musulmanes, los africanos, los indígenas, los paganos. Tan es así que en 1455 un papa llegó a alentar el “someter por la fuerza a los pueblos que se opusieran a la predicación del evangelio”.4 Era una concepción en la que “los cristianos” valían más que “los paganos”, como quien dice, entre cristianos existía una forma de pensar al ser humano, y con los “infieles” o “no creyentes” se asumía otra.

Es cierto que “la ética cristiana prescribía que el esclavo, como hombre, conservaba derechos inalienables: a la vida, a la integridad física y mental, al matrimonio, a la salud, a la evangelización”,5 pero la iglesia no cuestionaba la esclavitud, ni la católica ni la protestante; y esa ética era en gran medida teórica.

Ante la brutalidad de la esclavitud, especialmente del comercio de africanos, que llegó a proporciones escandalosas, surgieron de un lado quienes cuestionaban desde la fe esas prácticas y del otro barbaridades teológicas del tamaño de preguntarse si los negros y los indígenas tenían o no alma, o si estaban malditos y por eso su destino era ser esclavos.

En 1627 el padre Alonso de Sandoval escribió un libro diciendo que los etíopes eran descendientes de Cam, el hijo maldito de Noé, y por lo tanto sufrían de la maldición de ser inferiores en cuerpo y alma, y que al castigar sus cuerpos con la esclavitud se podía salvar sus almas;6 no fue el único en decir eso, la idea de la maldición de Cam llevaba dando vueltas entre los cristianos muchos años. Entonces, con ese tipo de ideas en mente, se podía pensar en ser un buen cristiano y tener/comerciar con esclavos de “otras razas”, que estaban en esa condición por “la voluntad de Dios”. A finales del siglo XIX se declaró ilegal la esclavitud en la mayor parte del mundo, y aún entonces, hubo cristianos que encontraron en la Biblia formas de justificar la tenencia de esclavos. (En Estados Unidos hubo una guerra en la que, entre otras cosas, había formas diferentes de interpretar la Biblia sobre el asunto de la esclavitud).

¿Cuántos años tardaron los creyentes en darse cuenta que los esclavos eran susceptibles del amor al prójimo? Es decir, que una persona esclavizada era el prójimo. Para muchos eso sucedió años después de la abolición de la esclavitud, para otros aún no ha sucedido y persiste en forma de racismo.

Cientos de años para que la reflexión llegara al punto de cuestionar la existencia misma de la esclavitud. Sin embargo, el amor al otro como a sí mismo, con el tiempo, llegó a interpretarse como la imposibilidad de la esclavitud, con la conciencia de que el otro, siendo como yo, es libre por naturaleza. Ahora hasta nuestra constitución dice eso: somos libres e iguales ante la ley.

¿Y quién es mi prójimo?

Nos ha tomado muchos años como sociedad comprender que el otro es igual a nosotros, por eso hoy en día, aunque todavía hay esclavos,7 sabemos que la esclavitud es algo malo para el ser humano. Y a pesar de que aún existan esas prácticas, estamos de acuerdo en que la esclavitud y la trata de personas son prácticas repudiables, ningún ser humano puede ser esclavo; ninguna persona se puede robar a otra para esclavizarla o prostituirla; desde la fe decimos que todos somos iguales ante Dios, en este momento es impensable justificar la esclavitud, porque no solo el mandamiento, sino nuestra cultura nos lo impide.

Pero, lo que para nosotros es obvio, para un creyente de hace 2000 años o de hace 500 años era absurdo. Para un creyente del siglo primero liberar a los esclavos era llevar demasiado lejos el mandamiento, incluso para San Pablo. Para ellos amar al prójimo no podía significar eso. Para los cristianos del primer siglo, amar al prójimo significaba cuidar niños huérfanos, cuidar viudas y ancianos, cuidar a los que la sociedad rechazaba, pero no liberar a los esclavos. Posiblemente mejoraba mucho el trato de los amos a los esclavos, posiblemente algunos cristianos hayan liberado esclavos, pero no era la forma “reglamentaria” de interpretar el mandamiento, porque eso no estaba dentro de los límites de su cultura, de su forma de pensar.

Ese problema de los límites de nuestra forma de pensar, de nuestras costumbres, de nuestras creencias a la hora de interpretar lo que leemos, nos genera preguntas: ¿qué significa amar al prójimo?, ¿qué límites tiene nuestra cultura que nos permitan amar al prójimo? Sin que importe si tiene o no dinero, o si es de una raza o de otra, o de una religión u otra, o si es hombre o mujer… como diría San Pablo.

El siglo pasado “se descubrió” que las mujeres también somos un prójimo; luego que personas de “otras razas” y que los pobres también podían llamarse prójimos; y algunos han descubierto que los LGBT son un prójimo a quien amar. Y la pregunta es la misma que le hicieron a Jesús: ¿Quién es mi prójimo? ¿Qué implica el amor al prójimo en el siglo XXI? ¿Qué significa eso en una realidad de migraciones? ¿Qué significa en un país con afros, con indígenas? ¿Qué significa el amor al prójimo en un mundo con cambio climático? ¿Qué significa el amor al prójimo en un mundo desigual e injusto? ¿Qué significa en una pandemia? ¿Qué significa el amor al prójimo cuando hay personas muertas todos los días en las noticias? ¿Qué significa amar cuando hay fake news? ¿Qué debería hacer un creyente?

Claro que ha cambiado la interpretación de los mandamientos a lo largo de la historia, no es lo mismo amar al prójimo hoy que hace dos mil años, ni siquiera es lo mismo que hace cien años, ni cincuenta. La realidad es cambiante y reta al amor, ¿en qué puede convertirse esta vez? Tal vez deberíamos estar hablando de los principios detrás de los mandamientos y traerlos a dialogar con nuestra realidad, preguntándonos cuáles son los límites de nuestra forma de pensar que nos impiden ver más allá y encontrar los lugares del ejercicio del amor en nuestra sociedad.

Quizá desde el futuro, cien o mil años más adelante, otros cristianos nos miren sabiendo lo que es obvio, así como nosotros sabemos hoy que era obvio acabar con la esclavitud, que eso estaba mal… y quizá nuestro Dios desde fuera del tiempo nos mire también esperando que no nos tome otros 2000 años averiguar lo que significa amar.

Milena Forero es Colombiana, estudió comunicación social comunitaria y también teología. Se dedica a la producción audiovisual, hace música y escribe. Es parte de la comunidad de la Primera Iglesia Presbiteriana de Bogotá.

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