En un momento de profunda gratitud me senté en el sofá con café en mano, a escuchar la Biblia y meditar en sus palabras por un momento…
Desde hacía un tiempo que había descubierto el secreto de “escuchar” la Biblia. Más que una novedad o una extravagancia, el constante dolor en mis ojos a causa de los tratamientos médicos me llevó a buscar nuevas maneras de aprender y meditar la Palabra.
El esfuerzo no era menor. Pero tenía que aprender a escuchar… o, mejor dicho, aprender concentrarme en lo que escuchaba…
Me podía imaginar cada uno de los relatos que escuchaba: salmos, profetas, las epístolas y, por supuesto, los evangelios. Cristo mismo hablando.
En esa ocasión escuchaba el evangelio de Juan, tantas veces que lo había escuchado y aún sentía que me faltaba mucho más para apreciar el tesoro reunido en esas pocas páginas.
De pronto, luego de escuchar un hermoso párrafo, un versículo estremecedor hizo eco en mi mente. Fue tanta su intensidad que me incorporé y revisé en la app si estaba correcto el versículo.
Sin duda no había error…
“Todo pámpano que en mí no lleva fruto, será quitado; y todo aquel que lleve fruto, será podado, para que lleve más fruto”
Muchas veces leí e incluso escribí acerca de la metáfora de Jesús como la vid verdadera. Pero en ese instante adquirió mayor relevancia el énfasis que hacia Jesús sobre los frutos. Y más bien, sobre la poda.
Siempre me ha costado aceptar que podar los árboles es bueno. Cada vez que veo a un jardinero cortando ramas y brazos completo de un árbol, me detengo con cierta contrariedad en el semblante, al ver el triste espectáculo de hojas cayendo por doquier como lluvia invernal.
Más de una vez, algún jardinero se percató de mi presencia y con cierto grado de incomodidad o culpa me replicaba: “bueno, es para su bien” (apuntando al árbol). Y yo le respondía, levantando mis hombros como señal de mis serias dudas…
Pero pasaban los meses y, cuando llegaba la primavera, las palabras de aquel jardinero adquirían un carácter profético. Todo se poblaba de un verdor intenso, flores multicolores; y pronto, frutos jugosos cargados de dulzor.
La intensidad del verdor y la exuberancia de tantos frutos, confirmaban que aquella chocante poda era necesaria. Y no solo necesaria, sino también obligatoria, para quien sabe los resultados que ésta provoca.
¿Qué pasaría si los jardineros no hicieran este trabajo disuadidos ante las molestas miradas, como la mía?
¿Qué pasaría si la vid no fuera podada?
Nuevamente Jesús, ante misterios y cuestiones complejas, recurre a una hermosa metáfora para explicar profundos pensamientos divinos.
En los viñedos de Dios, no importa si damos muchos frutos, si éstos no serán buenos. Tampoco importa lo mucho que hagamos, si esto es desagradable a su gusto. Finalmente se vuelve decepcionante para él, si llenamos cestas y más cestas de uvas amargas, si al final nadie querrá disfrutar de ellas.
Para lograr ese fruto apetitoso, es necesario que todo lo que consuma nutrientes y no aporte a características finales de la uva, sea eliminado. Y como la vid, que no tiene conciencia de este propósito, queda encomendada en quien cuida de ella para retirar todo aquello que es innecesario para dicho objetivo.
El cuidador sabe que no puede hacerlo en cualquier momento, debe esperar cuando la vid “duerma”, antes de finalizar el invierno. En ese momento, la vid reposa toda su fuerza en el tronco y raíces; por lo que sus ramas no sufrirán tanto en el proceso.
La Biblia en diferentes pasajes nos habla de las pruebas de la vida y cómo éstas nos hacen crecer. Pero, en mi opinión, la imagen de la vid probablemente es la más cercana a las etapas de la vida misma, ya que podemos advertir de alguna manera la sabiduría divina de cómo ciertos dolores pueden impulsarnos a nuevas esferas de la vida.
Los dolores que nuestra sociedad califica de sinsentido, son los mismos que en Cristo se convierten en parte de un propósito.
Sé que puedo parecer simplista a tan diferentes expresiones de dolor que hay en nuestra sociedad. Pero es que, mirando a Dios por medio de Cristo, encontramos sentido a los sinsentidos de nuestras vidas…
La gran tentación de nuestros tiempos es exigir explicación de todo, incluso de lo que no entendemos. Tratamos con nuestra razón de aferrarnos a algo conocido, aunque sea insuficiente, para descargar la desolación que sentimos de tanto dolor que nos rodea.
Cristo, y solo Cristo, da sentido a nuestros sinsentidos…
¿Qué quiere hacer el Señor con nuestras uvas?
Probablemente frutos para la mesa de un rey. El rey de reyes. Probablemente un buen vino que acompañe cenas festivas (las bodas del Cordero). O tal vez, pasas que endulcen algún postre nupcial (nuestra plenitud junto a Cristo).
Sí, y mucho más e incluso en esta misma existencia terrenal. Y aunque temamos sufrir y experimentar nuevos procesos de poda, recibimos paz cuando aceptamos que es Cristo quien tiene el control de nuestras vidas… él sabrá obtener los mejores frutos de nosotros…
Cuando el dolor toque o persista en acompañarnos, recordemos que hay un fruto que se está formando en nosotros… y que es el mismísimo Cristo Agricultor quien está velando porque valga la pena cada lágrima, y cobre sentido cada pesar.
Ingeniero y Teólogo, superviviente de cáncer. Pensador del evangelio y peregrino hacia la trascendencia de Cristo.