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El secreto del Dios invisible

  1. La palabra originante
  2. Un testimonio entre paréntesis
  3. Los adoptados
  4. La humanización del Logos
  5. El secreto del Dios invisible
  6. Sacrificar una canción
  7. La martyria de Juan
  8. El rito del anti best-seller
  9. ¿Dónde bautizaba Juan?
  10. Un cordero apocalíptico, el bautista histórico y los apócrifos

Hoy terminamos de estudiar el himno al logos. A aquellos lectores que apenas estén llegando a esta serie, les invito a leer las anteriores notas filológicas para que puedan enterarse tanto de la metodología que seguimos como de los resultados a los que hemos llegado. Hoy vamos a estudiar el v. 18. La próxima nota la dedicaremos a elaborar una síntesis de estos primeros 18 versículos del evangelio. Sin más preámbulos, ¡pasemos al texto!

Texto

18 A Dios nadie le vio jamás;

Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, él nos le ha dado a conocer.

Podemos ir por una bebida para tomar ánimo: vamos a leer el texto griego:1

18 θεὸν οὐδεὶς ἑώρακεν πώποτε·

μονογενὴς θεὸς ὁ ὢν εἰς τὸν κόλπον τοῦ πατρὸς ἐκεῖνος ἐξηγήσατο.

Análisis

Desde un punto de vista gramatical, el v. 18 está compuesto por dos frases. Muchos comentaristas optan por dividir en tres frases el v. 18. Aunque entendemos esta forma de proceder, no la seguimos. Creemos que se esconde así el problema de estilo que el casus pendens presente en el pronombre ἐκεῖνος (“aquel”) y que, según nuestro juicio, resulta esencial para entender el problema lógico y teológico del v. 18. Θεός (“Dios”), en posición enfática, es el sujeto de la primera frase. Μονογενής θεός (“Dios unigénito”), es el sujeto de la segunda, presentado de forma engorrosa por un casus pendens.

a A Dios nadie ha visto jamás,

b el Dios unigénito (el que estaba en el seno del Padre) aquel nos lo da a conocer.

El v. 18b se lee con dificultad. Ella es tanto gramatical como lógico-teológica. Su torpeza gramatical emana de la intrusión brusca de la frase que hemos puesto encerrado entre paréntesis, que obliga a retomar el predicado lógico por medio del casus pendens que inicia con el pronombre ἐκεῖνος. Si se leyese el v. 18b omitiendo el paréntesis, desaparecería también el anacoluto.

Pero este paréntesis ha sido agregado como explicación de la dificultad teológica que ofrece el mismo hecho encerrado en dicho título: Dios unigénito. Sobre el vocablo μονογενής, véase lo ya visto en el artículo anterior en esta serie: La Humanización del Logos: Notas de Filología Joánica 4.

Se comprende que dicho paréntesis explicativo sea más un comentario explicativo, que parte del predicado en sí mismo; que su objetivo sea salir al paso de la ya mencionada dificultad teológica del enunciado; y que él mismo es parte del predicado del v. 18a. La dificultad teológica es entendible tanto en el ambiente cultural judío como griego: Dios no tiene origen. Por tanto, cualquier predicado en el que se le llame unigénito, presenta en sí mismo una contradictio lógica y teológica.

Si se afirma que a Dios nadie lo ha visto, predicado esencial de la teología negativa judeo-helenista (cfr. Eclo 43,31), que niega radicalmente cualquier posible acceso al conocimiento directo de Dios, no se puede, a continuación, afirmar que el Dios unigénito es precisamente quien lo da a conocer. No al menos, sin caer en tal contradicción.

Comentarios

En un solo versículo, el 18, con el cual cierra el evangelista Juan el prólogo de su obra, se presentan tres temas: la doctrina judía de la naturaleza invisible de Dios, la doctrina cristiana de la estrecha unión entre el Padre y el Hijo, y la doctrina de la revelación del Padre por medio del Hijo.

Que Yahweh sea invisible constituye un principio fundamental de la teología veterotestamentaria (cfr. Éx 33,19; Dt 4,12; Eclo [LXX] 43,31).2 Este principio fundamenta la fuerte convicción de la comunidad joánica sobre la invisible presencia de Dios (cfr. Jn 5,37; 14,7.9; 1Jn 4,12.20). Aunque Pasajes como Gen 32,31 y Éx 24,11, parecen contradecir esta tradición que la comunidad joánica sigue. El segundo tema, unido con el primero, parece darle respuesta al interrogante que hace el Siracida:

¿Quién le ha visto (a Dios), y puede darle a conocer?

Eclo [LXX] 43,31

Juan emplea el mismo verbo griego que el Siracida: ἐξηγεῖσθαι (el infinitivo del presente de ἐξηγέομαι). Con él, desarrolla su cristología del logos: Jesús, en sus palabras y sus obras, revela y muestra al Padre (cfr. Jn 5,35; 6,45-46; 8,28.38; 12,49-50).

Al desarrollar su cristología Juan elabora el tema central de su relato: la interpretación y manifestación de Dios en Cristo. A manera de tesis, el v. 18 expresa el centro de la cristología encarnacionista de Juan: Jesús es el único que lleva a la revelación de Dios.

Algunos han querido salir de esta dificultad acudiendo a la compleja trasmisión textual del v. 18b. De acuerdo a la lectura de los mejores testigos textuales disponibles, que son los de la recensión alejandrina (sobre todo los P66 y P75), en el v. 18b se lee μονογενής θεός. Así concluía ya el examen hecho por Hort sobre este problema, celebrado, con toda justicia, por Bernard como el comentario más valioso realizado hasta esa fecha sobre Jn 1,18. Nosotros creemos que la vigencia de las conclusiones de Hort llegan hasta nuestro tiempo.3

Por otro lado, Allen Wikgren conjetura que en el autógrafo sería μονογενής υἱός (“hijo unigénito”), corrompido en la tradición alejandrina por una confusión en los nomina sacra ΥΣ / ΘΣ. Así lo considera el comité del UBSGNT, quienes retoman la opinión de Wikgren. Ésta aparece al final, encerrada entre paréntesis. Pero no es asumida oficialmente por el comité, quienes afirman que se debe preferir como lectura más primitiva, vía lectio difficilior, aquella con θεός.4

Otros, como Abbott, resuelven el problema acudiendo a una puntuación del texto que resulta imposible verificar. Su lectura sería:

μονογενὴς, θεὸς, ὁ ὢν εἰς τὸν κόλπον τοῦ πατρὸς, ἐκεῖνος ἐξηγήσατο

Unigénito, Dios, quien estaba en el seno del Padre, aquel que nos lo revela.

De esta forma, “Dios”, “quien estaba en el seno del Padre” y “revelador” del Padre serían los tres adjetivos que calificarían al unigénito.

Pero esta solución no sólo malinterpreta el anacoluto, también exige una puntuación difícil de aceptar. A pesar de la seguridad que manifiesta Abbott en este punto,5 el mismo Bernard se muestra inseguro, y se ve obligado a aceptar, a pesar de su simpatía manifiesta con la tesis de Abbott, la dificultad que tal propuesta encierra.6 Aunque Metzger cita a Brown como si él aceptara la hipótesis de puntuación de Abbott,7 lo cierto es que nosotros no encontramos tal aceptación en nuestra lectura de su comentario.8

Lo cierto es que la inmensa mayoría de comentaristas joánicos del siglo XX han rechazado el v. 18 como original, debido, precisamente, a sus dificultades intrínsecas que estamos exponiendo.

Nosotros no rechazaríamos todo el v. 18b, ni siquiera la explicación que hemos separado entre paréntesis, ya que ella hace referencia a lo que dicen los vv. 1-2: la íntima relación entre el logos y Dios. Como decimos, dicha intimidad queda afianzada en la frase: ὁ ὢν εἰς τὸν κόλπον τοῦ πατρὸς (“quien estaba en el seno del Padre”).

La idea de que el logos provenga desde el seno del Padre confirma aquella de los vv. 1-2. Por lo mismo, se establece un sentido traslaticio entre las frases preposicionales πρός τό + acusativo de los vv. 1-2 y está εἰς τό + acusativo en el v. 18b. Aunque en ambas su sentido normal sería del movimiento “ir hacia”, en el uso de la koinē se pierde dicho movimiento locativo, quedando el sentido “en el”: el fenómeno que los gramáticos neotestamentarios llaman “por atracción del acusativo”.9

Por otro lado, la imagen del κόλπος (“seno”) encierra una metáfora que sirve para expresar las más íntimas de las relaciones humanas: el matrimonio (cfr. Dt 13,7) y la maternidad (cfr. 1 Re 3,20). No es extraño que en la biblia hebrea se la emplee para expresar la intimidad entre Yahweh e Israel (cfr. Núm 11,12). Esta idea de intimidad es retomada en Juan, no sólo por la relación entre los vv. 1-2 y 18, también porque del logos se predica que es quien “a dado a conocer/nos ha informado” (ἐξηγεῖσθαι) sobre el Padre, porque viene del su seno. Esta idea es resaltada en el resto del evangelio con la unidad entre el hijo y el Padre (cfr. Jn 10,30; 17,21-22), por la cual el hijo puede hacer y decir todo lo que el Padre le ha revelado (cfr. Jn 5,19).

Los padres de la Iglesia han considerado que la frase que venimos discutiendo se refiere a la consustancialidad del Padre y el hijo; entre estos autores estoy pensando en especial en Juan Crisóstomo (Homilia in Illud Joannis, 1, 255 [PG 56, 247]), Teodoro de Mopsuestia (Ex libris de incarnatione filii Dei, 6 [PG 66, 976B]), Agustín (in Joannis evangelium tractatus, 3,17 [PL 35, 1403]) y Mario Victorino (Liber de generatione divini verbi, 1 [PL 8, 1020C]), así como en Tomás de Aquino (Suma de teología, I, q.41, a.3).10

La interpretación psicológica-moral de Agustín es la más relevante dada su grandísima influencia en la exégesis antigua y medieval.

No se le ocurrirá a nadie decir que la gracia nos viene por Moisés, el cual vio a Dios. Previendo esto, añadió el evangelista: A Dios nadie lo vio jamás. ¿Cómo conoció Moisés a Dios? Porque el Señor se manifestó a su siervo. ¿Qué Señor? Es el mismo Jesucristo, que ha enviado la ley por su siervo antes de venir El con la gracia y la verdad. A Dios nadie lo vio jamás. ¿Y cómo se manifestó a su servidor hasta poder verlo? El Hijo unigénito, dice, que está en el seno del Padre, ese mismo lo ha manifestado. Seno del Padre significa secreto del Padre. Dios no tiene seno, como el que se forma por nuestros vestidos; ni se sienta como nosotros, ni se ciñe de manera que pueda formarse lo que se llama seno. Pero, como nuestro seno es cosa oculta, por eso se da el nombre de seno al secreto del Padre. El que conoce el secreto del Padre es, pues, el que nos lo da a conocer. A Dios nadie lo vio jamás. Ha venido El mismo y nos ha mostrado todo lo que vio. ¿Qué vio Moisés? Sólo la nube, el ángel y el fuego, criaturas, símbolos figurativos del Señor, no la realidad misma presencial. En el libro de la ley claramente se dice: Moisés ha hablado con el Señor cara a cara, como un amigo con otro. Sigue tú la misma Escritura y verás lo que dice Moisés a Dios: Si he encontrado gracia en tu presencia, muéstrame tu mismo ser claramente para que lo vea. Esto es poco todavía si se compara con la respuesta que recibió: No puedes tú ver mi cara. El ángel, tipo del Señor, era, hermanos míos, quien hablaba con Moisés. Todo lo que se hacía por el ángel mediador era promesa de la gracia y verdad futuras. Esto lo saben quiénes conocen a fondo la ley. Y como se nos presenta la ocasión de hablaros ahora de estas cosas, lo hago a vosotros, mis queridos hermanos, en la medida de las luces recibidas del Señor

in Joannis evangelium tractatus, 3,17 [PL 35, 1403]

Para Agustín lo decisivo viene expresado en la pregunta quid est in senu Patris (“¿qué es el seno del Padre?”). Haciendo una lectura liberadora de todo antropomorfismo, Agustín compara el seno de Dios con aquello que para las costumbres de la moral del vestir de su época, se ocultaba por los vestidos. Jesús es quien conoce el secreto del Padre (secreto Patris). Agustín une con habilidad hermenéutica los vv. 17 y 18 de Juan, contrastándolos: la revelación de Dios dada por Moisés es inferior a la del hijo, porque Moisés no ha visto a Dios, mientras el logos sí; procede de su seno.


Con estos comentarios finalizamos la sección más singular de todo el evangelio. En sí mismo, Jn 1,1-18 puede considerarse como una unidad introductoria a la teología que se desarrolla en el evangelio.

Papá de Immanuel y Tobías, esposo de Biviana, católico y teólogo. Profesor en dos universidades y miembro de varios grupos de investigación.

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