El 12 de agosto de 2021, en la localidad de Plymouth, en Inglaterra, un joven de 22 años llamado Jake Davison disparó con un arma automática a varias personas en un peregrinaje que duró varias horas, y después se suicidó. Primero fue a casa de su madre y la mató. Luego salió a la calle y siguió disparando, hiriendo y matando a gente (entre ellos a una niña pequeña), para suicidarse después en mitad de la calle. Dejó sus redes sociales, sobre todo su canal de YouTube, llenas de mensajes de odio hacia las mujeres y hacia sí mismo. Aquel reguero de pruebas hizo posible que se le pudiera catalogar dentro del movimiento INCEL (siglas para “célibes involuntarios” en inglés), aunque todo ese rastro digital ya ha sido eliminado por seguridad. Aunque las autoridades europeas y norteamericanas, en su gran parte, son muy reacias a catalogar este movimiento como terrorismo interno, desde hace más de una década se vienen sucediendo asesinatos en masa en Europa, Estados Unidos y Canadá, sobre todo, cuyos autores no solo congeniaban con este movimiento desorganizado, sino que esa clase de pensamiento fue el detonante para que salieran a cometer asesinatos en masa antes de intentar (o conseguir) quitarse ellos mismos la vida. Mucha gente desde la sociedad civil está reclamando que esta clase de asesinatos en masa se consideren, se traten y se solucionen desde los postulados del antiterrorismo. Aunque hacerlo sea acercarse a un abismo que da mucho miedo.
El movimiento INCEL es muy peligroso por varias razones. La primera, porque atormenta y anula a los hombres que caen en él. Sus ideas se difunden a través de foros de Internet y canalizan un tipo de decepción y frustración social muy común en una época de cambio cultural como la que estamos viviendo. Es un movimiento exclusivamente masculino, porque de lo que trata, al final, es de qué clase de respuesta se puede dar frente a la necesidad de redefinir los roles de la masculinidad en la sociedad. Es una reacción a los movimientos feministas y de lucha por los derechos civiles de ciertos colectivos. Es un movimiento predominantemente ateo y anticlerical, pero hay una cuestión curiosa en cuanto ahondas un poco en sus premisas: a pesar de su ateísmo declarado, es curioso cómo sus postulados coinciden, casi punto por punto, con los de los movimientos ultrafundamentalistas evangélicos que se vienen dando, precisamente, desde hace más de una década. Como los INCEL.
En los puntos de conflicto de ambos movimientos se ve este paralelo.
Para los INCEL, el problema primario surge de los cambios sociales de las últimas décadas. Las mujeres ahora son independientes, no necesitan a los hombres para sobrevivir, y ellos aseguran que eso ha provocado que ellos no consigan novia. Creen que las mujeres les deben sexo, y por eso son “célibes involuntarios”, porque las mujeres se lo han negado. Dividen el mundo entre los machos alfa y los machos beta, y se ven a sí mismos como feos, poco agraciados, como gente que ha salido perdiendo en la lotería genética. Simplifican a las mujeres como seres que por interés van a buscar al hombre más guapo y rico que tengan a su alcance, aunque no aprecien la contradicción con su propia idea de la desgracia que supone que las mujeres ahora sean independientes y no necesiten a los hombres. Tampoco se puede buscar una lógica profunda ni una argumentación coherente, porque este movimiento no se basa en eso, sino en la visceralidad, la reacción desde una emocionalidad que ha sido manipulada para convertir en agresividad el dolor psicológico. Se ven a sí mismos como poseedores de una verdad que le da sentido al mundo, pero como un grupo minoritario, y fantasean con la idea de imponer por la fuerza el regreso a una época anterior, ideal, en la que las mujeres debían someterse a los hombres para sobrevivir, en donde ellos eran los líderes de la manada, los cabezas de familia incuestionables. En estos foros, estos discursos se repiten, y el odio que expresan recibe aceptación y amplificación. Ellos no suelen relacionarse con otros grupos, al final, porque necesitan esta validación constante de sus idealizaciones según estas se van radicalizando. Utilizan las redes sociales como una herramienta para castigar a las mujeres, a las feministas, a los homosexuales o cualquier otra persona con cualquier otra clase de discurso que no encaje en su patrón. Cuando salen de sus foros y entran en cualquier red social, se les puede reconocer porque sus comentarios siempre se encuentran en un tono agresivo, irónico o sarcástico completamente ajeno al tono de la discusión general. En los últimos años estos grupos de INCEL han sido objetivo de captación para los movimientos alt-right o ultraderechistas. Además de la misoginia, se ha potenciado la homofobia y el racismo.
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Una vez explicado esto brevemente, los puntos en común con los grupos ultrafundamentalistas evangélicos que conocemos no son difíciles de encontrar. Para los ultrafundamentalistas también el problema primario son los movimientos feministas y los movimientos de derechos civiles de los últimos años. El hecho de que las mujeres sean independientes y no se quieran someter a la autoridad masculina, en sus postulados, no solo se convierte en una amenaza contra ellos y su predominio, sino en un problema de autoridad divina. Los ultrafundamentalistas, a diferencia de los grupos INCEL, utilizan la autoridad divina como punto de apoyo para justificar esa misma sensación de frustración, de estar perdidos, de que verse desconectados de la sociedad en el tipo de masculinidad que aprendieron de pequeños. Ellos atribuyen a Dios el origen del ideal de dominación que anhelan. Ahí hay una diferencia, puesto que los movimientos INCEL suelen ser de naturaleza atea, mientras que los ultrafundamentalistas son de naturaleza religiosa legalista. Pero, en el fondo, son dos expresiones de una misma realidad: cómo se gestiona la frustración con la identidad propia en un mundo cambiante. Aunque los ultrafundamentalistas están convencidos de que ellos nada más están replicando una “verdad bíblica absoluta”, las diferentes hermenéuticas existentes dan fe de que eso no es cierto. La realidad es que utilizan el argumento de su “verdad bíblica absoluta” particular como un punto de apoyo para canalizar su frustración. No se vería tan claro si no fueran tan semejantes a los INCEL en todo lo demás. En los movimientos ultrafundamentalistas también se reclama que las mujeres deben estar sexualmente accesibles a los hombres, aunque solo dentro de los límites del matrimonio (obviamente). En las doctrinas de estos grupos se encuentra la enseñanza de que las mujeres deben estar sometidas al varón y no pueden negarse a sus maridos; en cualquier caso, si se quita de la ecuación la cuestión sexual, lo que se defiende es que, en cualquier caso, la mujer que no se somete sufrirá “la ira divina”, que en realidad es la agresión verbal del grupo. Los INCEL defienden que la mujer que no se someta sufrirá la ira del grupo de hombres que han “despertado” a esta realidad. En el fondo, son dos maneras de expresar lo mismo.
Doctrinalmente, en los grupos ultrafundamentalistas la misoginia se expresa culpando a la mujer por el pecado en el mundo, al ser ellas descendientes de Eva. No dividen el mundo en machos alfa y machos beta, pero sí tienen una obsesión muy particular con el liderazgo y el púlpito como una extensión de su masculinidad. En su imaginario, el varón de Dios subido a un púlpito y exponiendo “la Palabra” a una concurrencia es el ideal máximo de dominación y poder. Sus ídolos son los líderes que más concurrencia tienen en sus predicaciones los domingos, los que tienen las iglesias más grandes y los que venden más libros. En ese sentido, el que la mujer se suba a un púlpito a predicar es una blasfemia no tanto porque ellos crean que haya textos bíblicos que respalden que Dios no aprueba que lo hagan, sino porque eso atenta contra su poder y su dominación. En este sentido, también está muy presente en estos movimientos la fantasía de volver a un tiempo anterior en el que la mujer no había conseguido independencia social y dependía de los hombres. Se habla de “volver a la feminidad bíblica” o “volver al modelo bíblico de familia”, o cualquier otra expresión similar. Bajo el amparo de esa “verdad bíblica absoluta”, se predica sobre el liderazgo masculino otorgado por Dios, el sentido de la jerarquía de género y la necesidad de que el hombre se afiance como cabeza de familia.
También se ven a sí mismos como poseedores de una verdad que los demás no quieren aceptar. En vez de evangelizar, o de buscar “predicar la Palabra”, o convertir a la gente a Cristo (que encajaría con los postulados del evangelicalismo clásico), la carrera de los ultrafundamentalistas se centra en aplastar al que consideran “enemigo de la fe”. También en estos grupos, al igual que pasa con los INCEL, la vida discurre en los foros internos (grupos de WhatsApp, de Facebook, Telegram o canales de YouTube) donde estos mensajes de control y de odio al disidente se afianzan y se amplifican. Solamente consumen el propio contenido que ellos generan, dándose la razón, replanteando toda la doctrina cristiana desde estos absolutos. Mientras que en otros movimientos cristianos el papel de la mujer, a pesar de las controversias, no es una cuestión de salvación (es decir, no es uno de los pilares de la fe cristiana), en estos grupos es en lo que recae la salvación. La salvación ya no recae en la gracia de Dios expresada a través de Jesucristo, sino en la obediencia y en la reafirmación de sus enseñanzas sobre dominación masculina y jerarquía.
En ese sentido, su presencia en las redes también se utiliza para castigar a los disidentes y, al igual que sucede con los INCEL. Cuando los ultrafundamentalistas entran en otros hilos, páginas o perfiles y dejan sus comentarios, lo hacen con el mismo tono agresivo y dominante que los INCEL, aunque el tema sea muy diferente. La semejanza es que, acostumbrados a utilizar ese tono agresivo en sus interacciones digitales cotidianas, no son capaz de salir de ese tono cuando hablan de otras cosas. Imponen su opinión, insultan si es necesario, descalifican al otro y con eso están convencidos de que reafirman su postura y “ganan” la discusión. Desde fuera, sus comentarios son ridículos, inmaduros y repetitivos, pero ellos son incapaces de verlo, sobre todo cuanto más tiempo han pasado en sus propios foros internos y más se va moldeando su forma de pensamiento a este odio y esta sensación de superioridad moral.
Otro punto en común es que también los movimientos ultrafundamentalistas han sido objetivo de captación de los grupos de la ultraderecha. Es claro en lo que ha ocurrido en lugares como Estados Unidos o Brasil, puesto que el ultrafundamentalismo todavía sobrevive y crece dentro de iglesias tradicionales, contaminándolas, a menudo, porque encuentra algunas semejanzas en las que hacer pie. Del mismo modo que, por ejemplo, los movimientos INCEL sobreviven en entornos policiales o militares, porque encuentra un espacio dentro de las semejanzas que comparten. La ultraderecha ofrece un pack ideológico que encaja con los postulados de estos movimientos: homofobia, misoginia y activismo del odio.
En los movimientos INCEL hay una distorsión de la realidad y de la autoestima, mezclada con este discurso del odio. Sucede lo mismo en los ultrafundamentalismos. La distorsión se da en la realidad, en la autoestima y, además, en la doctrina bíblica.
Donde más se diferencian ambos movimientos es en la forma de resolver esta situación. Ambos llegan a un punto en que sienten, arengados por los propios discursos internos de unos y otros, que “tienen” que hacer algo porque la situación es insostenible. En realidad, es todo producto del aislamiento ideológico en el que viven y fruto de esa distorsión de la realidad. Pero, para ellos, ese “algo” que tienen que hacer se convierte en un llamado irresistible. Es entonces cuando muchos INCEL cometen actos de terrorismo suicida. Su solución es una violencia social radical, absoluta, que cause un impacto en la población para que de una vez accedan a doblegarse a sus exigencias. Los grupos ultrafundamentalistas no acuden finalmente a esa violencia física, supongo que porque, de algún modo, es incoherente con los postulados cristianos que defienden. Pero no siempre, y no en todos los grupos. En muchos se utilizan pasajes militaristas del Antiguo Testamento para justificar la violencia, el uso de armas y la imposición violenta. Esto se ve muy claro, por ejemplo, en las iglesias estadounidenses afines a estos movimientos donde se hace una exaltación de la tenencia y el uso de armas. De hecho, esto es lo que se sospecha que ocurrió en el tiroteo ocurrido en un salón de masajes de Atlanta, en EE. UU., el 16 de marzo de 2021. Aaron Long disparó y asesinó a ocho personas, todas ellas mujeres de origen asiático. En la investigación se cercioró que él se consideraba cristiano y pertenecía a uno de estos grupos ultrafundamentalistas. De nuevo, en estos actos de terrorismo interno las interpretaciones son difíciles, aunque los indicios estén ahí.
Voy a poner un ejemplo claro de esta semejanza con algo que todo el mundo puede observar. Ha sucedido algo muy curioso en mi humilde canal de YouTube, donde hablo de mi trabajo: literatura, teología y pensamiento. Los dos videos con más visualizaciones son los dos videos peor valorados, y al mismo tiempo son los videos más comentados, pero cuyos comentarios son predominantemente negativos y claramente agresivos, coercitivos y con la intención de humillarme. Uno de esos videos es sobre teología, y habla de las interpretaciones que defienden que las mujeres pueden predicar. El otro video no tiene nada de teología, sino que analizo los problemas éticos de los ganadores del último Premio Planeta. Os dejo los enlaces para que quien quiera (no es publicidad, perdón) pueda ir a observar el tono, la forma y la profusión de los comentarios negativos. Las estadísticas de la plataforma ofrecen datos muy claros: en ambos videos, a pesar de que, aparentemente, se enfocan a públicos tan diferentes, sucede el mismo fenómeno. Los que comentan en ese tono agresivo no son usuarios de mi canal, no han visto ningún otro de mis videos y tampoco han visto enteros los videos que están atacando, como si hubieran recibido la orden, o el chivatazo de que existían, de parte de otros para ir a hacer presión; utilizan sin ningún rubor un tono agresivo y humillante y repiten obsesivamente las mismas consignas, ya sea que Dios ordena que me calle por ser mujer o que cierre la boca porque estoy obedeciendo a la dictadura de las feminazis. Yo he dejado los comentarios, aunque he tenido que filtrar algunos, porque había que denunciarlos a la red social y bloquear los perfiles por su violencia.
El resto de videos de mi canal tienen una existencia bastante modesta, aunque suficientemente alegre para mí. Esto es una excepción, aunque no una anomalía. Habla de cómo funcionan estos grupos: desde sus foros internos, buscan y comparten contenidos opuestos a sus postulados a los que ir a atacar para hundir y humillar al contrincante. Su lenguaje y su existencia es el odio.
Con todo esto, la conclusión a la que yo llego es que durante mucho tiempo nos ha resultado muy doloroso el enfrentamiento con los grupos ultrafundamentalistas y su utilización de las doctrinas cristianas. No siempre ha sido fácil rechazar y contraargumentar sus postulados porque, hasta cierto punto, creíamos que estaban realmente basados en una interpretación bíblica. Sin embargo, como he explicado hoy, los movimientos ultrafundamentalistas no tienen su existencia basada en una interpretación bíblica: la interpretación es un instrumento para reafirmar sus posturas. No parten de Dios, sino que utilizan el nombre de Dios para justificar sus creencias, su agresividad y su dolor psicológico. En realidad, son hombres a los que se ha enseñado una masculinidad frágil y no se les ha dado herramientas emocionales para desaprender, observar y convivir en sociedad de una manera mínimamente funcional. Los hay que vienen de un entorno ateo y caen en la esfera de los grupos INCEL. Los hay que vienen de un entorno cristiano y caen en la esfera de los grupos ultrafundamentalistas. Su fe no es en Dios, sino en sí mismos, en lo que se repiten y se autoafirman unos a otros, y por eso los identificamos como cristianos incoherentes y como las personas potencialmente peligrosas que en realidad son.
Enseñen a sus hijos varones que el mundo no está contra ellos, sino que forman parte de una sociedad plural y cambiante, y con sus problemas. Pero que su identidad y su masculinidad no dependen de la violencia. Esa enseñanza, basada en el modelo de amor, mansedumbre y universalidad de Jesús, es la única manera de acabar con estos movimientos.
Noa Alarcón (Madrid, 1983) es escritora y traductora especializada en teología y ciencias bíblicas. Realizó estudios de Filología Hispánica y Hebrea y trabaja en el equipo de traducción al español de Christianity Today. Lleva desde 2009 publicando artículos de pensamiento teológico en Protestante Digital y Lupa Protestante, entre otros. Desde hace un año tiene una serie de podcasts sobre fe y espiritualidad (La higuera y El Camino).