Nos cuestionamos sobre lo que se quiere decir con la palabra teología. ¿A qué nos referimos con esa palabra? En nuestra sociedad se tiene cierta idea sobre lo que se quiere decir con ella. Nuestra pregunta interroga por esa idea dada; pero también quiere profundizarla, evaluar si eso que se piensa puede coincidir con eso por lo que preguntamos. Nuestro punto de partida es la palabra en sí misma. Iniciamos con lo básico. Sabemos que teología proviene del griego compuesto logos, “palabra, discurso, tratado”, y theou, en genitivo, “de dios”.
El genitivo permite varias lecturas: discurso que (a) “viene de” Dios, (b) “se dirige a” Dios, (c) “trata sobre” Dios. Platón, quien inventó el término, utilizándolo en el sentido b y c antes descrito para criticar las prácticas de los poetas (cfr. República II, 379a). Aristóteles lo empleaba en el sentido expresado en el numeral a, para expresar la posibilidad de un discurso ante el descubrimiento de lo asombroso de las realidades ontológicas (cfr. Metafisica 982b,12-983a). De hecho, para Aristóteles eran tres las ciencias especulativas: las matemáticas, la filosofía y la teología. La manera como Aristóteles empleó los vocablos theologein y theologia fue heredado en la escolástica, permitiéndole a Boecio reasumir y redefinir la división tripartita de la metafísica: la física que se ocupa de las realidades en movimiento y que no son separables de la materia; la matemática que se ocupa de las realidades sin movimiento pero que no son separables de la materia; la teológica, que se ocupa de lo que es sin movimiento, abstraído y separable de la materia. Las sucesivas definiciones del vocablo, presentadas por los Padres de la Iglesia, así como en la edad media y la moderna, se derivan de dichas tradiciones.
En un estudio histórico, aprendemos que en la Antigüedad y desde la época de Platón, con el vocablo theologia se hacía referencia, bastante polémica, a la presentación de los relatos que los griegos componían sobre dios, y que tenían múltiple plasticidad de expresión (himnos, mitos y reflexiones de cierta profundidad filosófica).
La teología griega se ocupaba de la reflexión sobre la divinidad a partir de relatos de carácter poético y, hoy diríamos, pre-científicos. Dado el gran avance del conocimiento científico griego a partir del siglo IV a.C., la teología griega y sus teólogos, se vieron sometidos a grandes cuestionamientos; por ejemplo: la crítica de Jenófanes de Colofón a la antropomorfización de la divinidad. En el fondo, Jenófanes proponía una reforma de la teología griega tradicional. En el avance de esta crítica científica, la teología fue poco a poco siendo absorbida por la filosofía, de suerte que terminó siendo una rama más del conocimiento filosófico. Los grandes sistemas filosóficos griegos, como el platonismo, el aristotelismo y el estoicismo, también se encargaron de elaborar una teología.1 Con el surgimiento del cristianismo como fuerza cultural, hacia el siglo II de nuestra era, el concepto griego tomó un significado, uso y contenido totalmente diferentes.2 Al principio, en el siglo II, el uso era apologético y de diálogo cultural; luego, desde el siglo III, fue dogmático. Desde entonces, el cristianismo ha definido la teología como una ciencia, es decir, como un conjunto de conocimientos al alcance del ser humano. Es en este sentido que la teología tiene una historia, un desarrollo y unas tesis, con debates, posturas y escuelas. Pero si la teología tiene por sujeto a Dios, al absolutamente Otro, al inefable, al in-aprehensible; si tomamos en serio las palabras del apóstol cuando dice: “a Dios nadie lo ha visto nunca” (1Jn 4,12), y también cuando se afirma que “ahora vemos como en un espejo, de forma borrosa” (1Cor 13,12), entonces la teología no puede ser ciencia. En este caso, la teología como ciencia sólo sería un vademecum finitum tratando de aprehender a un sujeto Infinitum. Dios como subjeto es una imposibilidad, porque él no está ni puede estar bajo ninguna consideración humana. Dios como ciencia es una reducción absurda. En este sentido, la teología sólo sería la triste manifestación de la orgullosa ignorancia humana.
El objeto de una verdadera teología cristiana debe ser la experiencia de lo otro de esa realidad infinita que llamamos “Dios”. Escuchar y responder a ese agnostos theos, ese dios desconocido indicado por Pablo en el areópago ateniense (Act 17,23). Si bien es cierto, se puede hacer un listado de los conceptos elaborados por las culturas humanas sobre su experiencia espiritual-trascendental, y dársele a ese compendio el nombre de ciencia, también lo es entender que si la teología tiene como objeto de su reflexión sistemática esa experiencia que está no al lado, ni más arriba de cualquier experiencia y comprensión humana, sino que es la experiencia enteramente otra, distinta, “lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni sospechó corazón de hombre alguno” (1Cor 2,9). Si la realidad de Dios estuviese al lado de la humana, estaríamos hablando de otra realidad finita al lado de la realidad finita humana. Igual ocurría si dijésemos que la realidad de Dios está arriba de la humana. Arriba, abajo, al lado; es lo mismo, sólo es adyacencia finita. Con la palabra “Dios” no estamos refiriéndonos a una realidad adyacente a la finitud; con ella señalamos la realidad infinita.
La teología no es sólo ciencia; es más que ciencia. La teología sólo puede ser respuesta y escucha reflexiva. Sólo puede ser esfuerzo intelectual y obediencia espiritual del ser humano que trata de responder al llamado que Dios hace a los hombres, manifestándose en la singularidad e historicidad de la revelación de su palabra.
Al llegar al final de este cuestionamiento afirmamos: nuestra sociedad entiende a la teología como una disciplina académica cuyo objetivo es la acumulación de conocimientos sobre Dios. Pero al analizar el sujeto de dicha disciplina académica, hemos encontrado que esa realidad y experiencia que llamamos “Dios”, resulta inaprehensible, porque es la expresión misma de lo enteramente distinto a la realidad y experiencia humana.
Puesto que el ser humano sólo puede conocer aquello que está al mismo nivel de su realidad, la experiencia de Dios no es la experiencia de otra realidad más, junto a su propia realidad, sino la experiencia de lo otro, lo absolutamente diferente. Por esta razón, la teología como disciplina se queda sin sujeto, ya que no tiene forma de sujetar a Dios, de aprehenderlo. La teología no es ciencia, es experiencia de introspección intelectual a la luz divina. La teología es invitación al descubrimiento de la experiencia totalmente otra de la trascendencia de Dios, al tiempo que demanda de proclamación y explicación de dicha invitación. La teología es respuesta al llamado de Jesús: “amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza” (Mc 12,30).
Teología y teologías
Al entender la teología como un esfuerzo humano de conocimiento sobre Dios, se debe asumir que dicho conocimiento se ha generado en contextos culturales particulares. La objetivación concreta de dicho conocimiento se ha desarrollado en una pluralidad de historias, experiencias religiosas y conceptos diversos. En este sentido, estamos aproximándonos a los contenidos de la teología desde la perspectiva del hecho religioso.
El hecho religioso es un concepto antropológico que extiende a todas las experiencias religiosas humanas el restringido concepto teológico occidental clásico. Todo ser humano tiene una percepción intuitiva y universal de la trascendencia. El hecho religioso presenta esta capacidad de percibir intuitivamente lo trascendente como una vivencia a través del rito, que la actualiza y hace presente; y por medio del mito, que también la preforma y la hace comprensible y transmitible.3 La historia de las religiones nos da cuenta de este hecho religioso y su evolución; así como de su expansión en todos los continentes, los siglos, culturas y razas. En esta historia de las religiones se hace evidente la capacidad humana de intuir lo trascendente.4
La capacidad de percepción es una sola y la misma en todos los hombres, pero sus experiencias históricas y conceptos han sido múltiples. He aquí la problemática teológica: lo uno en lo mucho; lo singular en lo diverso. Cada religión ha desarrollado su teología, su mundo de conceptos acerca de la trascendencia. El problema del fenómeno religioso consiste en la co-existencia de esta capacidad universal de percepción, con la diversidad de sus desarrollos históricos y conceptuales.5
La historia de las religiones ha intentado dar solución a este problema, hablando de una evolución histórica de la religión, desde una etapa primitiva, pasando por el politeísmo y el monoteísmo, hasta llegar a una etapa sistemática, de reflexión dogmático-teológica.
Aquí no se habla del crecimiento evolutivo de la consciencia de la humanidad, según lo expresa el modelo magia—religión—ciencia de sir James G. Frazer,6 o el de August Comte con sus tres estadios (teológico, filosófico y positivista), sino del modelo de evolución cultural aplicado a la historia de las religiones.7 La religión se puede definir como un sistema semiótico de experiencias (ritos, símbolos), y explicaciones (mitos) del mundo. La religión es un sistema de signos. Este sistema nace porque el ser humano modifica su entorno para volverlo habitable. Dicha modificación la realiza mediante la técnica y la interpretación. La interpretación del mundo la efectúa mediante la ciencia, el arte y la religión. Pero la religión como sistema de signos no modifica tanto el mundo en sí, sino nuestra conducta cognitiva (comprensión), emocional y pragmática (experiencia) de él.8 En la religión, entendida como sistema semiótico, se combinan tres formas expresivas: el mito, el rito y el ethos.9 El mito explica narrativamente aquello que determina al mundo y la vida en su estructura básica, lo que los griegos denominaron physis y los latinos natura.
En el mito se distinguen tres dimensiones: una narrativa, donde se presentan y explican los acontecimientos fundantes del ideal y primitivo estado de equilibro del mundo y la lucha de los dioses por crearlo y sostener dicho estado primitivo ideal. Otra funcional, con la cual el mito tiene poder legitimador con el cual funda y la forma de vida social del pueblo. Y una última psicológica, con la cual el mito representa una mentalidad que supone una manera de ordenar el mundo en formas intuitivas, es decir, la concepción de la realidad como constituida por dos espacios-tiempos de la esfera sacra y la esfera profana.
El rito representa la otra realidad sugerida en el mito (i.e. la esfera sacra), por medio de modelos de conducta repetitivos. Según una interpretación clásica, en estos modelos interactúan palabras interpretativas (legomena), acciones (drōmena) y objetos (deiknymena) altamente simbólicos (Plutarco Is 3.68).10 En el ethos se presenta la conducta ética que ha sido integrada en el lenguaje religioso. Asimismo, cada religión ha confeccionado su propia teología; es decir, ha desarrollado su propio esfuerzo de comprensión sobre la trascendencia, confeccionando su sistema de conceptos, tradiciones, criterios y autoridades. Es frecuente extraer el sentido básico de la palabra religión de su etimología latina: re-ligare (“volver a unir”). Esta definición es un tanto reductiva. En el fondo, toda religión presenta un doble sistema: uno de regulación del comportamiento y las convicciones de una sociedad determinada con sus divinidades; y otro de interpretación y transformación del entorno en el que habita. Esta regulación está motivada por la consciencia de la tarea de la religión: mantener el balance entre la esfera sacra y la profana. El tabú básico de toda religión consiste en temer que el rompimiento de este equilibrio altera catastróficamente el curso del mundo.11
La teología, entendida como disciplina moderna del conocimiento sobre Dios, hace parte del desarrollo de la historia de las religiones. De hecho, es su última fase. La historia de la teología es la historia del desarrollo de la religión por sus diferentes fases. Analizando dicha historia, desde la religión cristiana, podemos decir que las diversas disciplinas teológicas cristianas, por ejemplo, fundamental, dogmática, sacramental, litúrgica, pastoral y bioética, expresan los diferentes elementos de la religión cristiana: su mito, su rito y su ethos, en una etapa de desarrollo que se corresponde con el surgimiento y consolidación de la moderna cultura occidental (desde el siglo XVI y, sobretodo, la Ilustración). En la historia de nuestra tradición occidental, esta teología nació cuando se encontraron la evangelización cristiana al mundo greco-romano con la tradición teológica-filosófica griega. Se debe recordar que dicha tradición fue elaborada a partir de la fractura de la estructura básica del mito griego, a causa de la fuerte crítica racionalista de los filósofos de la naturaleza (Tales, Anaxímenes y Anaximandro) con su búsqueda del archē.
El primer teólogo cristiano que partió en su reflexión desde la premisa de una presencia universal de esa intuición de la trascendencia fue el apologista Justino, filósofo y Mártir, a mediados del siglo II…
Pero sobre Justino ya tendremos ocasión de hablar en otro momento.
Papá de Immanuel y Tobías, esposo de Biviana, católico y teólogo. Profesor en dos universidades y miembro de varios grupos de investigación.