Flp 3,5-9 versus Gál 1,14-16
Para algunos, hablar y escribir sobre el problema suscitado por la interpretación de los pasajes autobiográficos de Pablo, ciertamente es hacerlo sobre problemas menores, sobre todo si se los compara con la interpretación de su doctrina; pero no por ser menores dejan de ser problemas que requieren nuestra reflexión.
Tanto si el debate se presenta entre teólogos o discurre entre seglares, la percepción generalizada atribuida a Pablo es aquella de una conversión, entendida como una forma diferente de pensar, vivir y sentirse frente a Dios respecto a la experiencia enseñada por el judaísmo de su época. Al parecer, Flp 3,5-9 y Hch 26,4, autorizan tal comprensión de la autocomprensión del apóstol donde él, por ejemplo, haciendo un resumen de su vida en el judaísmo, termina confesando que todo lo tiene por “basura” (skybalon), con tal de ganar a Cristo (Flp 3,8). No obstante, se pudiera objetar que en Gál 1,15-16 todo lo que dice Pablo de sí mismo es un percibirse en continuidad con su experiencia judía; que es al mismo Dios a quien sigue, sirve y busca; y que se mantiene la misma convicción frente a la alianza y la misma radicalidad en la exigencia ética frente a ella y que, a fin de cuentas, lo único que cambia es, como él mismo afirma, la certeza de tener el privilegio de “ver reveladas” en Cristo las promesas de Dios (cfr. Gál 1,15-16).
Ambas opiniones han sido defendidas y seguidas por especialistas paulinos respetados. Aparentemente, esta situación solo crearía cierto desconcierto y malestar académico. A lo sumo, cualquier lector de Pablo percibiría una disputa menor en la interpretación de Flp 3,5-9 enfrentada a la interpretación de Gál 1,14-16, que cualquiera podría disipar facilmente acudiendo a Lucas, y citando alguno de los tres pasajes en los que se describe la “conversión de Saulo” (Hch 9,1-19a; 22,6-16; 26,12-18). Como veremos, esto solo es simple apariencia y espejismo. Y se debe advertir sobre el acudir a Lucas como mediador. Él no presenta un informe tan históricamente claro sobre la imagen de Pablo, o no al menos como nos gustaría tener. Detengámonos por un momento sobre esta advertencia. Si se compara la presentación que se hace de la figura de Pablo en Hechos con aquella que él mismo ofrece en sus cartas, se notará una diferencia significativa. Sobre ella, y las conclusiones a las cuales nos permiten llegar, hablaremos al final. Por ahora podemos notar, por ejemplo, que en Hch 17,22-34 se nos ofrece la imagen de un filósofo, al estilo de Filón de Alejandría, que habla desde una teología natural a los paganos.1 Por el contrario, cuando Pablo habla de ello, por ejemplo en Rom 1,18-32 y 1 Tes 1,9, no se muestra abierto a tal exploración, sino que sigue el juicio de condenación a las religiones paganas que desde los profetas, como Isaías, hacía el judaísmo.2 Es decir, en lugar de un elogio por ser exploraciones religiosas desde la razón, se las condenaba como idolatría. Este ejemplo previene frente a la concepción, tan generalizada desde Adolf von Harnack, sobre Lucas el historiador.3
Volviendo al tema, lo cierto es que en este punto de la discusión ya se ha escrito lo suficiente desde estas dos posiciones encontradas, una hablando de conversión y la otra de vocación, como para que cada lector del nuevo testamento se sienta estimulado a tomar por sí mismo una posición y sacar sus conclusiones.
Por todo esto, no nos interesa aquí tanto analizar los argumentos presentados en la ya inmensa literatura que trata este problema,4 cuanto abordar este problema desde los textos paulinos desde sus acentos literarios y tenor teológico. Que no se entienda esta elección como desprecio. Creo que no existe manera más honrosa de mostrar respeto por los estudios dedicados a este tema que el centrarse en el problema en sí mismo. No se trata de verificar cuál de las dos palabras, si “conversión” o “vocación”, es la mejor palabra para nombrar aquella vivencia paulina. Lo decisivo está en que con ambos vocablos se describen experiencias psicológicas y hermenéuticas diferentes. Saber con precisión qué es lo que describe el mismo Pablo y cómo lo hace es lo que interesa resolver en este escrito.
Abordemos el problema estudiando los pasajes procedentes del mismo apóstol sobre su experiencia, y luego comparándolos con los informes de Hechos.
Los pasajes autobiográficos del apóstol
Entre los pasajes donde Pablo hace descripciones y referencias autobiográficas de diferentes momentos en su vida, solo en Gál 1,15-16 y Flp 3,5-9 se refieren a su experiencia inicial, íntima y transformadora con Jesús. Es improbable que hubiese conocido a Jesús durante su ministerio, aunque se ha querido interpretar así su afirmación, altamente retórica, de 2 Cor 5,16: “y aún si conocimos a Cristo según la carne…”, en un pasaje, ya en sí mismo, bastante cargado de retoricismo.5 No obstante, es meritorio que analicemos, así sea brevemente, la posibilidad de un encuentro prepascual entre Pablo y Jesús. El problema surge al traducir la frase griega kata sarka, que literalmente significa: “según la carne”. ¿Se debe interpretar como “según su vida biológica”, o “según criterios humanos”? Una pista la da el mismo uso de la expresión al inicio del v. 16, donde el apóstol niega conocer a nadie “según la carne” que, en el contexto de su argumentación entre los vv. 11-21 del mismo pasaje, se refiere a criterios para establecer juicios de valoración moral.
Las afirmaciones del apóstol sobre su experiencia con Jesús parten de la vivencia espiritual, íntima y personalísima que él describe en los pasajes arriba citados. A los cuales dirigimos nuestra atención.
La interpretación de las afirmaciones de Pablo en Flp 3,5-9
En este pasaje, escrito probablemente en el año 54 y cercano en su datación y tema a Gálatas,6 encontramos una autobiografía intelectual y religiosa de Pablo. Él presenta, con cierto orgullo, su pertenencia al judaísmo por medio de su circuncisión y su linaje benjamita. Resulta curioso notar que Pablo mismo parece separar estos signos de pertenencia, diferenciándolos de su fariseísmo y su celo por la justicia de la Ley. En el texto griego se nota una doble agrupación por medio del uso distintivo de dos partículas. Por un lado, en el v. 5, con la partícula ek:
Por nacimiento (ek genous) israelíta de la tribu de Benjamin… hebreo de hebreos (hebraios ex hebraiōn).
Y, por otro lado, en los vv. 5b-6, con la partícula kata:
Según la Ley (kata nomon) fariseo, según el celo (kata zēlos) perseguidor de la iglesia, según la justicia (kata dikaiosynēn) hallada en la ley, intachable.
Todo aquello que Pablo antes consideraba como ganancia, y que en el momento de escribir la carta tiene por pérdida y basura, está señalado por la partícula griega kata, y constituía su motivo de orgullo. Aquello que incluso perseguía, tal vez por considerarlo nocivo y peligroso, ahora lo desea alcanzar. Esta es la ironía que Pablo parece percibir e indicar con su elección del binomio “pérdida” (zēmia) y “ganancia” (kerdainō). A quien rechazaba e incluso perseguía, a Jesús, ahora anhela alcanzar y ganar. Desde los tiempos de Lutero se han hecho este tipo de observaciones, nutriendo con ellas el antisemitismo académico y confesional con el cual se ha resaltado el cristianismo como la religión de la gracia y la misericordia, contra el fondo turbio de un judaísmo calculador que solo buscaba el pago de los méritos acumulados por una vida de piedad, justicia y obras y, aparentemente, sustentada por la experiencia de conversión del apóstol. En realidad, esta percepción es una construcción moderna, no aquella del propio Pablo.
El primero en llamar la atención sobre esta tendencia en la investigación paulina fue Krister Stendahl.7 E.P. Sanders le ha dado eco y publicidad a esta idea con sus obras,8 abriendo el debate en los estudios protestantes a la Nueva Perspectiva sobre Pablo.9 En contra de esta percepción, consideramos importante la lectura cuidadosa del v. 9:
Y encontrarme arraigado en él (en Yahweh por medio de Cristo), no mediante mi justicia, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en Cristo, que viene de Dios, apoyada en la fe.
El pronombre personal “él” (en griego: autos), hace referencia a Jesús, quien viene siendo el sujeto lógico y gramatical de los predicados desde el v. 8. Pero esto no nos dice nada nuevo. Lo que he resaltado del significado de esta frase lo he colocado en el paréntesis. En su experiencia con Cristo, Pablo puede estar seguro de “hallarse en él” (heuriskein en autō), es decir, de estar con Dios; algo que el apóstol intentaba conseguir por medio de su fidelidad a la justicia de la Ley. Lo decisivo para Pablo en su experiencia en Cristo no será preguntarse si la Ley sigue siendo válida o no, sino saber que Dios ha revelado la plenitud de su alianza en su hijo. Nótese que Pablo habla más adelante en el v. 14 del “premio” (brabeion) y la “meta” (skopos) a la cual ha sido llamado por Dios en Cristo Jesús. En otras palabras, su relación con Dios no ha cambiado, sigue siendo radical, personal y urgida; lo único que ha cambiado es el medio que Dios ha utilizado para acercar a sí a Pablo; ya no la Ley, sino a Cristo: “por la ley he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios” (Gál 2,19). A pesar de todo lo dicho sobre Flp 3,5-9, en este texto Pablo no describe ni habla de su experiencia con Cristo. Tal narración está reservada para Gál 1,15-16.
La interpretación paulina de la experiencia de vocación en Gál 1,15-16
Gál 1,11—2,14 constituye la sección autobiográfica más importante en todo el epistolario paulino. En ella, además de ofrecer una panorámica minimalista de su etapa precristiana, Pablo presenta una auto-percepción de su experiencia inicial y personal con Cristo, coincidente en lo esencial con lo que ya había dicho en Flp 3,5-6. Llama la atención el vocabulario y la referencia bíblica con las cuales expresa dicha experiencia en Gál 1,15-16. Pablo describe el llamado que Dios le hace al anuncio del evangelio entre los gentiles. Resulta significativo que el apóstol conciba su llamado como un ser separado desde el seno materno, empleando el vocablo aphorizein (“separar”) y el propio relato de vocación de Isaías para expresarlo.
La frase paulina “el que me separó desde el vientre de mi madre y me llamó por su amor” (ho aphorisas me ek koilias mētros mou kai kalesas dia tēs charistos autou), es una adaptación del llamado ministerial del siervo de Yahweh tal y como aparece en el texto de la Biblia griega (Is 49,1 LXX; cfr. también Is 42,1-7 LXX). En la literatura profética era típico que se expresara la idea de la dependencia divina del ministerio profético por medio de un relato de vocación, más o menos estereotipado (cfr. Jer 1,5). En Is 49,1 aparece esta forma típica. El hecho que Pablo vea su llamado por medio del relato de vocación isaiano de este siervo de Yahweh, el profeta del llamamiento a los gentiles, o al menos que así lo exprese, parece indicar que él mismo entendía su llamado como uno dirigido al apostolado a los gentiles.
En primer lugar, con el verbo aphorizein aparece el concepto de apartamiento y elección con un propósito o utilidad específico. Ya en Rom 1,1 aparece este verbo aplicado a la separación y elección de Dios con el propósito de anunciar el evangelio. Además, con este vocablo se alude al parûš hebreo, palabra con la que se definía la conciencia que el fariseísmo tenía de su propia vocación y, aparentemente, de la que se derivaba el término hebreo por el cual se traduce en castellano “fariseo”, pĕrušim:
los “separados” en la pureza de la observancia sacerdotal de la Ley. Esta alusión es más significativa en cuanto permite ver la continuidad de la auto-conciencia del Pablo fariseo en el Pablo cristiano. Por otro lado, y en conexión con esta idea, aparece el vocablo griego kalein (“llamar”) que, en la pluma de Pablo, denota el llamamiento a la salvación por medio de la pertenencia a la iglesia, la ekklesia, es decir, la comunidad de los escogidos y llamados (cfr. Rom 8,30; 1 Cor 1,9). Si Pablo ha decidido utilizar los vocablos aphorizein y kalein es porque para él, su experiencia de salvación coincide con su vocación al apostolado.
El apóstol número 13
Lo que en realidad resultó decisivo para Pablo fue que su llamamiento al apostolado le llegó como una revelación divina. Aquí reviste la máxima importancia el hecho que Pablo llame a su experiencia personal con Cristo con el verbo apokalyptein (“revelar”). Observemos de cerca el texto:
Mas, cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su hijo (apokalypsai ton huion autou en emoi), para que lo anunciase entre los gentiles, al punto sin pedir consejo a hombre alguno, ni subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde volví a Damasco.
Gál 1,15-17
Si notamos el tenor del argumento que Pablo sostiene, no solo percibiremos su naturaleza polémica y defensiva, también observaremos que su experiencia mística y llamado al apostolado son presentados con rapidez, casi de pasada y sin prestarles atención. Esta rapidez está al servicio de su interés principal en este pasaje, a saber, resaltar que sus desplazamientos geográficos de Damasco a Arabia, y nuevamente de regreso a Damasco, obedecían a una irresistible y polémica autonomía ministerial. Su vivencia personal e íntima con Cristo, que él describe como revelación, ni siquiera es
descrita, a lo sumo, simplemente señalada como el llamado que le autoriza a evangelizar a los gentiles. En este punto, y en esto consiste el argumento de Pablo. Es tal su llamado y la autoridad dados por Dios, que Cefas, Juan y Santiago no solamente la reconocen, sino que la aprueban y apoyan (cfr. Gál 2,7-9). En vano volveríamos al texto paulino, aquí estudiado, buscando detalles autobiográficos que precisen la escena de la revelación por la cual Pablo fue llamado a su apostolado, ya que ni en Gálatas ni en ninguna otra de sus cartas trata detenidamente esta experiencia. En todo su epistolario, solo aquí habla Pablo de manera tan directa sobre su experiencia.
Su vocación
No nos llevamos poca cosa en nuestro estudio. Encontramos que el mismo Pablo la considera y habla de su experiencia como una vocación, nunca como una conversión. Además, el apóstol no califica su vocación como un llamado místico de contemplación, sino como una revelación divina práctica, cuyo contenido es su envío a los gentiles. Pablo no vivió una conversión de su ética ni de su religión. Al contrario, se siguió entendiendo como un judío, pero como uno con un llamado especial al apostolado hacia los gentiles. Y este es el hecho que resalta como signo de contradicción: el antiguo fariseo, que en su búsqueda de Dios persiguió a Cristo, encontró en ese mismo Cristo el llamado a la obra para la cual Dios le había dado vida, mente y cuerpo en esta tierra.
Tal vez alguno, buscando precisar el tipo de experiencia que vivió el apóstol, podría echar de menos un tratamiento de los pasajes de Hechos ya indicados. Incluso podría estar tentado a señalar este estudio como tendencioso y parcial. Pero como ya habíamos indicado, el estudio de esos tres pasajes no nos llevaría más lejos. En él notaríamos que sus divergencias emanan del contexto narrativo y género al cual pertenecen cada uno. El primero (Hch 9,1-19a), a la hagiografía, mientras que los otros dos restantes (Hch 22,6-16; 26,12-18), al del discurso. A causa de estas diferencias, se observaría que en el primer relato juega un papel fundamental la intervención de Ananías, con el motivo de la pérdida y recuperación de la visión de Pablo, con la orden divina de entrar en la ciudad y buscar a Ananías, así como el papel que desempeñan los compañeros de viaje de Pablo, mientras que en el recuento de los otros dos pasajes estos personajes desaparecen. Estas diferencias no carecen de importancia, debido a las contradicciones en las que incurren, por ejemplo, mientras que en un relato se dice que se ve una luz y se oye una voz (Hch 9,7), en otro solo se afirma que se ve la luz (Hch 22,9), y en el último no se dice nada sobre estos fenómenos ópticos y acústicos y, mientras que en uno de los relatos se dice que los espectadores del fenómeno se quedan de pie, atónitos (Hch 9,7), en el otro se afirma que caen en tierra, estupefactos (Hch 26,14). Además, solo en el último relato se agrega la importante afirmación que Jesús hace sobre el aguijón en el cual le es tan duro a Pablo darse puntapiés (Hch 26,4). La única referencia importante para sustentar la tesis de la conversión del apóstol, pero que no tiene ninguna verificación histórica en las cartas paulinas.10
No es en este resumen de las diferencias que manifiestan estos pasajes entre sí, donde se encuentra lo decisivo y aquello que resalta a la luz de las propias afirmaciones que el apóstol hace en sus cartas y que hemos analizado, sino en lo que ellos concuerdan: que Pablo iba a Damasco y allí se le reveló Jesús, confirmándole su llamado al apostolado entre los gentiles. En estos detalles no solo coinciden estos tres pasajes de Hechos entre sí, sino también con lo fundamental de los relatos autobiográficos de Gálatas y Filipenses. Y de esta convergencia tan significativa podemos concluir que podríamos estar de acuerdo con Pablo cuando se autocalifica como el último de los apóstoles, llamado por el mismo Jesús en persona. Tiene razón Pablo cuando se considera a sí mismo como el décimo tercer apóstol llamado por Cristo (cfr. 1 Cor 15,8-10). Y en esto no solo tiene el aval de Lucas, cuya intención es presentarlo así, sino también el nuestro.
Papá de Immanuel y Tobías, esposo de Biviana, católico y teólogo. Profesor en dos universidades y miembro de varios grupos de investigación.
Siempre había considerado lo de Pablo una conversión absoluta. Un antes y un después opuestos entre sí.
Este artículo me dejó pensativa y me permitió reflexionar sobre la vocación más que la conversión de Pablo.
¡Gracias, Sebas!
Sí, Aleja! la diferencia entre conversión y vocación es amplia. Lo mejor es, como dices, que deja mucho para pensar!
La condición judía de Pablo es un tema sobre el que se ha investigado mucho, sobretodo desde hace 20 años. Pioneros son Kristen Stendhal y George Moore. Y los aportes más significativos son los de James D.G. Dunn, Stanley Porter. Mención aparte tiene Ed Parish Sanders. Te dejo esos datos por si quieres ampliar con algo más de bibliografía.