Celebrar a Jesús resucitado desde la situación de pandemia

  1. Celebrar a Jesús resucitado desde la situación de pandemia
  2. Domingo de ramos: celebrar la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén
  3. Lunes santo: celebrar en Jesús Resucitado el valor de los pequeños gestos
  4. Martes santo: celebrar en Jesús Resucitado nuestras relaciones interpersonales
  5. Miércoles santo: celebrar en Jesús Resucitado la solidaridad que ha suscitado en nuestro pueblo y en nuestro mundo
  6. Jueves santo: celebrar en Jesús Resucitado “el hombre para los demás”.
  7. Vigilia pascual: celebrar en Jesús Resucitado la fuente y seguridad de nuestra esperanza
  8. Domingo de pascua: celebrar en la resurrección de Jesús la presencia de Dios en la pandemia

Orientaciones previas para celebrar la Semana Santa 2021

Ofrecemos las siguientes orientaciones para celebrar y vivir este año la Semana Santa individualmente o en pequeños grupos.

Les proponemos que celebremos a Jesús Resucitado (la Pascua), que es el centro y fundamento de nuestra fe cristiana: “Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe”, desde la situación de pandemia que estamos viviendo en nuestro país y en nuestro mundo porque precisamente, Jesús Resucitado se nos revela hoy en lo que está pasando en nuestras vidas y en el mundo. Una de las originalidades del Dios que nos reveló Jesús es que su Persona solo la encontrábamos en los otros, en los acontecimientos, en la naturaleza, es decir: en la vida humana en su totalidad. Lo que exige tener presente dos consecuencias fundamentales: la primera es que todas las prácticas religiosas cristianas solo tienen valor si están unidas a la vida y la segunda es que para que esta verdad no sea pura palabrería es absolutamente necesario conocer a Jesús (en la oración y el Evangelio), reconocer Jesús (lectura de la vida) y celebrar a Jesús (Eucaristía).

Por eso necesitamos, en primer lugar “hacer una lectura de la vida, de la realidad” y esto exige que tengamos bien presente en qué consiste “hacer una lectura de la realidad”, y cómo hacerla, con qué metodología la vamos a hacer.

Ampliemos esto.

Hacer lectura de la realidad es acercarse a la realidad no para juzgarla sino para aprender de ella, para descubrir y elaborar el mensaje que encierra” (E.Morin). Hay, pues, dos maneras de acercarnos a la realidad: una, para juzgarla, medirla con normas; la otra, es para aprender de ella, para descubrir el mensaje que encierra. Es lo que distingue la lectura de la realidad de la manipulación de la realidad, o el aprovechar la realidad para hacer proselitismo o hacer pasar una ideología. Precisamente lo que más me ha impresionado de lo que he podido leer sobre todo lo del Covid-19 es que el 80% de los comentarios buscan ver qué aprendemos de lo que nos está pasando y muy pocos se aprovechan de la situación para atacar, culpabilizar o hacer pasar una ideología.

En segundo lugar, tener presente que esa lectura de la realidad la vamos a hacer desde la Fe. Para esto es fundamental que recuperemos lo original de la fe cristiana, como lo expresaba en su primera encíclica Benedicto XVI: ”La fe cristiana no consiste en aceptar una doctrina o en tener unas prácticas religiosas, sino en el encuentro con la Persona de Jesús “ (primer parágrafo de su primera encíclica Deus Caritas est) y que repitió en casi todos los documentos y alocuciones de su magisterio papal.

El Dios de Jesús y la pandemia

Lectura tomada de: Bruno Forte. La Fe en el Dios de Jesucristo y la Pandemia

El mundo de antes del coronavirus se había caracterizado cada vez más por la experiencia de la «globalización», llevada a cabo de manera relativamente reciente y rápida en beneficio de los grandes organismos de poder económico y político, generalmente sobre la base de la explotación de los pueblos considerados «dependientes» y a expensas de las áreas consideradas «desechos». El proceso se ha ido desarrollando en el sentido de una «globalización de la indiferencia», basada en el egoísmo y la avidez de las potencias fuertes y en el mantenimiento de los sistemas de dependencia favorables a ellas. Hubo incluso quien consideró el extraordinario desarrollo de los países avanzados como el signo de la culminación de la historia, por fin conseguida: así, Francis Fukuyama –politólogo estadounidense de origen japonés– había llegado a afirmar que «si ahora nos encontramos en un punto en el que no podemos imaginar un mundo sustancialmente distinto del nuestro, en el que el futuro constituya una mejora fundamental de nuestro orden actual, tenemos también que considerar la posibilidad de que la historia misma haya llegado a su fin».

Según esta lectura, el fin de la historia no es entendida como proceso evolutivo único y coherente, que abarca las experiencias de todos los pueblos en todos los tiempos: en la cima de este proceso se encuentra –a juicio de Fukuyama– la «democracia liberal» según el modelo americano, que constituiría el punto de llegada de la evolución ideológica de la humanidad y la forma de gobierno definitiva entre los hombres, presentándose así como «el fin de la historia». De esta visión –divulgada por las vías de la información mundial– deriva fácilmente la pretensión de tener que defender el resultado alcanzado al precio de un desinterés total por las necesidades y los derechos ajenos: el «primero nosotros», teorizado, por ejemplo, en el eslogan «America first», de Donald Trump, e inspirador de procesos de desgarro y de cierre a los otros, como el Brexit, expresa una jerarquía de valores en la que se dejan de lado el principio de la igualdad fundamental entre los seres humanos y el derecho de todos al acceso a los bienes fundamentales de la naturaleza, mientras que la responsabilidad frente a la tutela del medio ambiente queda subordinada a la consecución de los intereses del más fuerte.

Si bien el «fenómeno Greta Thunberg» ha lanzado en este punto un grito de alarma formidable, recogido sobre todo por las generaciones jóvenes, la lógica dominante en la escena política y económica mundial no parece haberse sentido afectada. A nivel general, este predominio de una visión egoísta y arrogante se ha ido traduciendo en un consumismo cada vez más desbocado, especialmente en las llamadas sociedades avanzadas, y se ha expresado en estilos de vida hedonistas en los que la idea de aceptar sacrificios en nombre de una distribución más equitativa de las posibilidades y de los bienes entre todos está considerada como anacrónica e irrelevante. El orgullo de ser los señores del mundo, hasta el punto de poder desinteresarse de la suerte de una gran parte de la humanidad, parece haberse convertido en la clave vencedora del progreso, en la fuerza portadora de la affluentsociety (John Kenneth Galbraith) americana y occidental, la venda puesta en los ojos para esconder a los más afortunados el dolor y la miseria de innumerables hombres y mujeres. Ha habido también, no obstante, quien preveía con clarividencia que semejante modo de vivir y de actuar no podía durar mucho tiempo y hasta quien había profetizado que no una guerra atómica o un hundimiento financiero mundial imprevisto, sino un pequeñísimo virus podría marcar el fin del mundo, o al menos de ese mundo construido sobre la fuerza y los intereses del más grande.

Sacerdote diocesano. Realizó estudios teológicos en Roma y Lovaina durante los primeros 10 años de su vida sacerdotal y fue profesor de Teología, Antropología Filosofía de la UPB por 5 años más. Luego decidió irse a vivir a medio popular, donde ha ministrado por 52 años, no para hacer obras sociales, sino para que el pobre descubra que tiene que ser sujeto de su propio destino.

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