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Lectura de fe de la pandemia ocasionada por el COVID-19 – Parte 1

La mayor parte de los que han reflexionado sobre esta pandemia dicen que ha llegado el momento de hacer “un alto en el camino” para reflexionar sobre lo que nos ha pasado, porque afirman que ya tenemos todos los elementos para comprenderla. Que solo queda por aclarar el origen pero que ya sabemos con qué contar para empezar a crear el futuro porque “el mundo ya no es ni será el mismo”.

En este sentido vamos entonces a hacer una lectura de fe de lo que nos ha pasado, para comprender mejor lo que vivimos e ir construyendo desde ahora el mundo del futuro.

Nuestra reflexión tendrá tres puntos:

  1. De qué realidad se trata
  2. Lectura de esta realidad
  3. Lectura de fe de esta realidad

De qué realidad se trata

Se trata de una realidad de muerte, pero no tanto por los muertos que ha ocasionado pues se ha repetido muchísimas veces, el número de muertes por el COVID 19 es muy inferior al de otras epidemias y al número de muertes producidas por otra situaciones que tenemos, vgr. las muertes por hambre, por la violencia, por el dengue, etc.

Esta realidad de muerte tiene dos circunstancias que le son propias: el contagio tan rápido y tan universal, a tal punto que en este momento casi puede decirse que toda la humanidad está infectada; y la repercusión económica que la acompaña: ha quebrado o por lo menos, modificado, la economía de la totalidad de los países donde ha llegado.

La conciencia de esto tiene que permanecer siempre como tela de fondo de toda reflexión que se haga sobre esta pandemia.

Lectura de esta realidad

Ante todo tener presente qué es lo que entendemos por “lectura de la realidad”.

“Hacer lectura de la realidad es acercarse a la realidad no para juzgarla sino para aprender de ella, para descubrir y elaborar el mensaje que encierra”

M.Eliade

Hay, pues, dos maneras de acercarnos a la realidad: una, “para juzgarla, medirla con normas o entenderla y comprenderla desde unas doctrinas”; la otra es para aprender de ella, para descubrir el mensaje que encierra. Las dos son válidas pero tienen finalidades totalmente distintas. Precisamente lo que más me ha impresionado de lo que he podido leer sobre todo lo del COVID-19 es que el 80% de los comentarios van en esta línea de lectura, de buscar que nos revela y nos enseña esta Pandemia y muy pocos se aprovechan de la situación para atacar, culpabilizar, hacer pasar una ideología o buscar ante todo la causa que originó todo lo que está pasando.

Podemos decir que la lectura de esta realidad nos deja cinco enseñanzas o convicciones que pueden (o deben) cambiar nuestra manera de pensar y de actuar, que son un reto para construir una nueva humanidad y que surgen casi espontáneamente de la manera como en todo el mundo se está viviendo esta pandemia. Lo que no quita que el hecho en sí mismo sea un hecho de muerte.

Estas cinco convicciones o enseñanzas son las siguientes:

  1. Todas las seguridades, de todo tipo, se nos fueron al piso. Somos seres esencialmente frágiles.
  2. Este mundo es de todos y para todos. Todos somos iguales, pero diferentes.
  3. El valor primero y fundamental que tenemos que defender y hacer crecer es la vida humana.
  4. La naturaleza, el planeta, son nuestra casa común que tenemos que cuidar y poner al servicio de la vida humana de todos.
  5. La esencia de nuestro ser como ser humano y lo que nos da la felicidad auténtica es la relación con los otros. Nuestra esencia como seres humanos no es ser racionales (Aristóteles), sino ser relacionales (E.Levinás).

Ampliemos un poco cada punto.

1. Todas las seguridades, de todo tipo, se nos fueron al piso. Somos seres esencialmente frágiles.

El COVID-19 nos tumbó todas nuestras seguridades, todo en lo que teníamos puesta nuestra confianza. Todo se fue al suelo. Un filósofo francés expresa muy bien este sentimiento en un pequeño folleto de abril del 2020 titulado “Un festival D’Incertitudes”. Escribe:

Todas las certezas del siglo XX que profetizaban el futuro a partir de las corrientes del presente, se derrumbaron… la irrupción de lo imprevisto en la historia no había penetrado en sus consciencias. Ciertamente la llegada de lo imprevisible siempre era previsible pero no de esta manera. De allí mi máxima permanente: Espera siempre lo inesperado”… Me considero de esas personas, sin embargo, que habían previsto las catástrofes en cadena que podían surgir tanto del desbordamiento tecnológico como de las provocadas por la degradación de la biosfera, pero nunca había previsto la catástrofe viral”

E. Morin, Pág. 1

El reto que tenemos hoy está en que, como en la vida no podemos prescindir de seguridades, tenemos que descubrir o crear propuesta de accción que nos permitan no caer en el pánico o la angustia sin negar u ocultar esta situación.

2. Este mundo es de todos y para todos. Todos somos iguales, pero diferentes.

Es una verdad que sabíamos intelectualmente pero el COVID-19 nos lo ha hecho sentir muy concretamente.

El COVID-19 golpea por igual a ricos y pobres, a intelectuales e ignorantes; a gente de clase alta y habitantes de la calle; pobladores de una aldea perdida en el África y gobernantes de las grandes potencia europeas. Pero lo más significativo es que el COVID-19 nos mostró que el ser iguales no quita las diferencias. Por eso a cada persona le cae según su organismo. Por eso, aunque todos somos iguales, no nos golpea a todos de la misma manera. Y esto creó de inmediato una consciencia de universalidad, de que este mundo es de todos, que lo de uno tiene que ver con todos. Lo que se expresó de una manera también muy concreta en la extraordinaria solidaridad que ha suscitado en todos los grupos sociales y entre todas las naciones, buscando favorecer a los más pobres.

Es ahí donde está el reto mayor: hacer que esta solidaridad no sea algo pasajero, sino que se convierta en “ley de vida” y se viva no solamente en favor de los más pobres y vulnerables, sino sobre todo desde los más pobres y vulnerables. Que esa igualdad y unidad la construyamos no desde arriba, sino desde abajo. Que no basta que busquemos favorecer a los más pobres, sino que las acciones las hagamos desde los más pobres y débiles. El riesgo de la solidaridad es que sigamos tratando a los más pobres y débiles como objeto de nuestra solidaridad y no busquemos al mismo tiempo que ellos se hagan sujetos de su propia vida y solidarios con los que lo rodean. Que comprendamos que lo que tenemos que repartir no es nuestra riqueza, sino la pobreza de los pobres. El mundo no será para todos mientras no miremos la pobreza de los otros como algo nuestro, algo que tenemos que repartir entre todos.

3. El valor primero y fundamental que tenemos que defender y hacer crecer es la vida humana.

El COVID-19 fue quizás lo que destapó más fuertemente con la crisis sanitaria: que a nuestro mundo le importaban más otros valores, como los del poder, del tener y del saber, que la misma vida humana porque llegó la enfermedad y encontró a todos los países sin suficiencia sanitaria, lo que evidenciaba que los presupuestos de salud eran quizás a los que le destinaban menos recursos. Además, el consumo desenfreado iba más o menos en la misma escala de valores: lo que importaba era consumir y no crecer según los valores auténticamente humanos.

Dos situaciones producidas por el COVID-19 nos lo lo muestran quizás trágicamente.

La primera es la caída de los países que daban la primacía a proyectos de guerra sobre proyectos educativos, de salud, de solidaridad. De un día para otro todo este poderío se fue al suelo. Las imágenes de todo el poder bélico de misiles, portaviones, bases militares paralizadas por el contagio del COVID-19, y la imagen de grandes ciudades del mundo completamente solas, etc., estaban mostrando que los valores que propagaban no resistían la fuerza de un microscópico virus.

La segunda situación más fuerte es quizás el valor que de un momento a otro adquirieron cantidad de gestos y actitudes que no habíamos casi valorado, los pequeños gestos familiares, el servicio que nos prestan cantidad de personas: recicladores, personal de lo que llamamos servicios varios, el trabajo de todos los que hacen los servicios de salud, los transportadores, los encargados de nuestra seguridad en todas partes, etc.

El reto es entonces cómo hacer de la vida humana realmente el criterio que buscamos a través de todos nuestros proyectos y opciones personales y como Sociedad y Estado. Esto, evidentemente, no se puede hacer por decreto, pero si como decíamos más arriba, el mundo nuevo se construye desde abajo, todos podemos ir mostrando cómo vamos desde ahora, construyendo nuestro futuro.

4. La naturaleza, el planeta, son nuestra casa común que tenemos que cuidar y poner al servicio de la vida humana de todos.

Desde hace algunos años el tema de la ecología había surgido como algo primordial en la manera como estábamos “tratando” nuestro planeta. Inclusive ya los científicos habían hecho predicciones muy trágicas, como la de que si seguíamos actuando con la naturaleza como lo estábamos haciendo, en 30 años el planeta podría estallar.

Pero vino el COVID-19 y nos mostró que no eran solo apreciaciones, sino ya realidad. En pocas semanas vimos cómo el aire, el agua, los animales, las plantas, las montañas tomaban otro aspecto y que la destrucción era real, pero que estábamos en un momento el que podríamos reorientar nuestra actitud frente a nuestra casa común.

Que no se trataba de dar leyes o decretos sino de cambiar nuestra mirada sobre la naturaleza y el planeta. Como decía un escritor nuestro, comentando unas tímidas medidas ecológicas de nuestro gobierno:

Comprendamos al menos que no fuimos nosotros los que hicimos el planeta sino que somos sus invitados; que esta casa común es para embellecerla, no para destruirla; que nuestra tarea es hacer de esta naturaleza que nos prestaron (no que nos la vendieron o regalaron) un mundo más agradable y habitable para todos; que las riquezas naturales no son de nadie, ni siquiera del Estado, sino de todos y debían servirnos para que todos fuéramos más humanos”

William Ospina

Por eso nuestro reto está, ante todo, en cambiar nuestra mirada e ir construyendo a plano personal e individual y social, prácticas y leyes que respeten y reconozcan el valor de nuestra casa común.

5. La esencia de nuestro ser como ser humano y lo que nos da la felicidad auténtica es la relación con los otros.

Creo que este es el aporte más importante y el que le da, en último término, valor a todos los otros. Y este es el valor (dentro de todas las críticas que se le puedan hacer) de la cuarentena que fue la primera medida que la OMS propuso para enfrentar la pandemia del COVID-19.

Lo típico de esta pandemia, lo decíamos arriba, era su capacidad de contagio y cómo en pocas horas o aún minutos toda una aglomeración de miles de personas podía estar contagiada. Desde el principio descubrimos que más importante que nuestra salud, era la salud del otro. Que si el otro estaba bien, podíamos estar seguros nosotros. Se nos ha repetido hasta la saciedad que el respetar lo que empezamos a llamar “los protocolos” lo debíamos hacer no solo por nosotros sino por los demás, comenzando por los que estaban más cerca de nosotros. “No salga y no lo haga por las sanciones que le puedan dar, sino por los demás, por los suyos”.

En términos antropológicos, descubrimos de una manera “brutal” que no podemos ser nosotros sin los demás. Y luego, en la vivencia de la cuarentena, pudimos comprender que nuestra felicidad estaba precisamente en vivir en armonía con los demás, en buena relación con los otros. Y esto nos hizo caer en la cuenta de algo que desde la década del 60 los más grandes pensadores de Occidente nos venían repitiendo: que nuestra esencia de ser humanos no estaba en la razón sino en la relación. Y toda relación entre personas solo es posible en el amor. La esencia del ser humano está en el AMOR.

Pero, paradójicamente, la misma cuarentena nos hizo descubrir, quizás también muy brutalmente, lo que también se nos venía diciendo desde la década del 60, que “toda relación es conflictiva”. De ahí el aumento de violencia intrafamiliar.

Lo primero, lo positivo, lo expresaba muy poéticamente el premio nobel mexicano de literatura:

Para ser yo

he de ser otro.

Salir de mí buscándome en los otros

los otros que no son si yo no existo

los otros que me dan plena existencia”

Octavio Paz

Lo segundo, lo negativo, lo expresaban también muy gráficamente dos grandes escritores franceses:

El infierno son los otros”

J.P. Sartre

“El infierno es no poder amar”

G. Bernanos

La cuarentena nos ha permitido descubrir entonces que no es el saber, el poder, el tener lo que nos hacer personas, sino el amar; y que es precisamente solo amando a los otros como nos hacemos personas y que solo amando a los otros somos nosotros mismos. Gracias a la cuarentena comprendimos que el amor a los otros es lo que nos hace ser nosotros mismos. Y es ahí donde surge el conflicto.

¿Cuál es entonces el reto que nos plantea el COVID-19?: el aprender a relacionarnos con los otros, el aprender a amar, aprender a enfrentar los conflictos y hacer de ellos momentos de crecimiento en la relaciones y no de destrucción de ellas. Y es quizás de esto de lo que no hemos caído en cuenta: de que todo lo relacional y lo afectivo lo tenemos que aprender, de la misma manera que lo racional y los conocimientos los tenemos que aprender. Solo que es otro tipo de aprendizaje, no es como el aprendizaje intelectual: tiene otra reglas y genera otras actitudes.

Finalmente, tener en cuenta que los retos con los que terminábamos cada convicción que nos dejaba el COVID-19, tienen un valor de UTOPÍA. No son para ponerlos en práctica sino para orientar e impulsar la práctica. Eduardo Galeano decía que la Utopía era como el horizonte: cuando uno llegaba, ya estaba lejos. Y le decían: ¿entonces para qué sirve? “Pues para obligarnos a caminar”, respondía.


Sigue este vínculo para leer la segunda parte: “Lectura de fe de la pandemia ocasionada por el COVID-19 – Parte 2“.

Sacerdote diocesano. Realizó estudios teológicos en Roma y Lovaina durante los primeros 10 años de su vida sacerdotal y fue profesor de Teología, Antropología Filosofía de la UPB por 5 años más. Luego decidió irse a vivir a medio popular, donde ha ministrado por 52 años, no para hacer obras sociales, sino para que el pobre descubra que tiene que ser sujeto de su propio destino.

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