¿Qué lugar debería tener la fe en una sociedad secular?

  1. ¿Qué lugar debería tener la fe en una sociedad secular?
  2. ¿Jesús predicó el Reino de Dios y vino la Iglesia?
  3. ¿Quién fue Constantino y por qué cambió la historia del cristianismo?
  4. Iglesia y Estado. ¿Asunto separado?
  5. ¿Por qué la Iglesia no “usa” al Estado para realizar su misión?
  6. ¿Podrá la iglesia velar junto al Maestro?

En pleno siglo XIX parecía que las religiones iban a desaparecer. La ciencia, el conocimiento, la Razón, todo parecía ir en detrimento del alma religiosa de Occidente que había dominado el milenio medieval. Auguste Comte profetizó la llegada de una nueva era, la del positivismo. La humanidad, ya madura, ya mayor de edad, podría dejar atrás épocas oscuras para vivir en la era del progreso absoluto, marcada por el ideal científico y positivo. Algunos sociólogos anunciaron que las religiones no lograrían sobrevivir al siglo XX y que se convertirían en un fenómeno residual, en vía de extinción. Y, sin embargo, este nuevo milenio recién nacido ha dejado en ridículo esa profecía soberbia de Comte y del racionalismo más rancio.

Desde hace décadas estamos presenciando lo que Gilles Kepel ha denominado «la revancha de Dios». El ataque a todo lo relacionado con la religión que caracterizó a la herencia de la Ilustración ha tomado hoy matices muy diferentes. Fueron necesarias dos Guerras Mundiales, Auschwitz y las bombas atómicas para que cayéramos en la cuenta de que, como dijeron Adorno y Horkheimer, «la Ilustración es totalitaria». En su pretensión de explicar, de dar razón y de comprenderlo todo, el racionalismo secularizado termina eliminando una parte demasiado grande de la realidad. 

 
 

Parte de esa vida reprimida por el totalitarismo racionalista de la modernidad es el mundo de lo religioso. Por eso, cuando fracasa el sueño moderno, las religiones reaparecen en escena. El teólogo español Juan José Tamayo Acosta dice que, en estos tiempos de diversidad, multiculturalismo y globalización, «resulta estéril y contraproducente combatir frontalmente a las religiones de manera indiscriminada desde una actitud antirreligiosa. Dicha actitud resulta tan caduca como algunas de las manifestaciones que se pretenden combatir y lleva de manera directa a actitudes de autodefensa que desembocan con frecuencia en fundamentalismo, fanatismo y sectarismo». Algo similar dice el sociólogo chileno Cristián Parker: «los regímenes que reprimen el sentimiento religioso o que atentan contra valores de la fe podrían generar respuestas intolerantes por parte de los fieles».

No se puede tapar el sol con las manos; las religiones han vuelto a ocupar un lugar de importancia en los debates sociales y culturales. Pero un nuevo cuestionamiento ha surgido en este nuevo escenario global: ¿qué lugar tendrán las religiones en las sociedades actuales? La pregunta ya no es “religiones, ¿sí o no?”, como era hace un tiempo. La pregunta hoy es “religiones, ¿cómo y cuánto?”.

Tanto en Europa como en América, semejante pregunta resuena particularmente en torno a la fe cristiana, que arrastra siglos de tradición en convivencia con un tiempo histórico que suele llamarse “poscristiano”; el tiempo de la hegemonía religiosa cristiana en Europa y América ha terminado. 

Y cuando entramos en este tema, surge inmediatamente un debate muy candente, y que tiene que ver con la relación Iglesia/Estado. En el pasado, la fe cristiana fue la columna vertebral del medioevo europeo y de la colonia en América, dos formas de organización social que hoy en día son profundamente criticadas y vistas como parte de un pasado que no tiene que volver a repetirse. ¿Qué tipo de relación tendrá el cristianismo (de forma más o menos orgánica a nivel institucional) con el ámbito público, con la política y en especial con el Estado en los tiempos que corren? Esta pregunta aparece una y otra vez en los debates contemporáneos.

Entre los partidarios de la separación Iglesia/Estado (creyentes y no creyentes por igual), el principal argumento es de larga data: recluir la religión al ámbito de lo privado. ¿De dónde viene esta asociación?

Tenemos que remontarnos a la época de la Revolución Francesa. Por muchos motivos de la historia europea, la configuración política que llevó a la Revolución francesa tuvo un marcado enfoque anticlerical. Esta actitud marcó profundamente la conciencia colectiva sobre cómo debería ser la forma correcta de abordar lo religioso en una sociedad secularizada. Pero lo que pocos saben es que el anticlericalismo de la Revolución Francesa no estaba dirigido a “toda la iglesia” ni a cualquier cuestión religiosa; por el contrario: estaba específicamente dirigido contra la curia romana, los “diez mil de arriba” como se les decía, en oposición a los 130 mil clérigos franceses que había en ese momento. De hecho, hubo una gran parte del clero bajo, los sacerdotes más cercanos a las demandas populares, que colaboró al comienzo de forma muy activa en la ruptura que llevó a la Revolución francesa.

Pero, a pesar de todo, este prejuicio antirreligioso se ha mantenido hasta hoy y ha seguido creciendo en las sociedades occidentales, aunque las circunstancias sociopolíticas hayan cambiado enormemente desde el siglo 18 hasta hoy. Asociar la religión con lo privado es una herencia de la Ilustración que considera que, la sola idea de que haya expresión pública de las religiones es un riesgo permanente de que las posturas del viejo régimen y del medioevo vuelvan a aparecer en escena.

Este es el primero de 6 artículos y videoensayos, en los que quiero reflexionar sobre la relación entre los creyentes y los poderes temporales; estos videos y artículos son una adaptación de mi libro “La traición suprema. Triunfo y vergüenza del cristianismo en el poder”, ilustrado por Almendra Fantilli y publicado por Ediciones del Altillo a fines del 2019. 

Sobre estos temas se han escrito innumerables libros, se ha pensado muchísimo al respecto del diálogo entre la fe y la política. Pero más que apoyarme en teorías políticas de moda o en viejos prejuicios de la Ilustración, me gustaría buscar en el ejemplo de Jesús y en el testimonio de los primeros cristianos algunas pautas que nos permitan reconstruir un modelo de acción que pueda seguir siendo relevante en pleno siglo XXI.

A menudo hablamos de “el cristianismo” como si fuera un término con un significado único o definitivo. Creo que, por el contrario, conviene hablar de “los cristianismos”, ya que la historia de esta fe da cuenta de una diversidad de sentidos, posibilidades, tendencias y contradicciones. ¿Debemos juzgar entonces a la fe cristiana según se desarrolló en el medioevo? ¿O quizás a partir de su participación en la colonia? ¿No era acaso también cristianismo el de los anabaptistas, el de John Wesley, William Wilberforce, Martin Luther King Jr., Oscar Romero, Enrique Angelelli o Desmond Tutu? ¿Cómo evaluar los aportes del cristianismo a la sociedad de hoy si la historia abunda en ejemplos buenos y malos?

Para poder distinguir en medio de todo el caos, es necesario mirar al origen, al comienzo de la esperanza cristiana, al ministerio de Jesús de Nazaret y su predicación del Reino de Dios, y a la iglesia primitiva y su anuncio del señorío de Cristo. De eso voy a hablar la próxima vez. Pero antes de despedirnos, te pregunto: ¿cuál debería ser el lugar del cristianismo en una sociedad poscristiana? ¿Te parece que la religión debería quedarse solo en el ámbito privado? ¿Cómo ves la cuestión de la separación Iglesia y Estado? En dos semanas, la próxima entrega: ¿Jesús predicó el Reino y vino la Iglesia?

Lucas Magnin nació en 1985 en el interior de la provincia de Córdoba, Argentina. Es compositor, músico y cantante, productor musical, escritor, conferencista y gestor cultural. Es, además, Licenciado en Letras Modernas (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina), Laureado en Ciencias de la Comunicación (Universidad de Siena, Italia) y Maestrando en Estudios Teológicos (Universidad Nacional de Costa Rica).

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