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Eutanasia, ¿muerte digna para el enfermo terminal?

Hay que afirmar con rotundidad que la muerte humanizadora de un paciente constituye también un verdadero éxito de la medicina

J. Gafo

En un pluralismo de culturas y de experiencias complejas, el tema de la vida se ha convertido en fuente de disputa en los distintos ámbitos del conocimiento. De alguna manera la preservación de ella, la realidad de la enfermedad y la muerte como elemento inherente a la persona son motivos de cuestionamiento experiencial. A partir de esto, nuestro objetivo es hacer un acercamiento a las implicaciones de la eutanasia y el sentido de la muerte digna.

Si bien existen múltiples definiciones de eutanasia, aquí partiremos de la presentada por el Magisterio de la Iglesia Católica; la encíclica Evangelium Vitae No. 65 precisa: “una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o los medios usados” (Juan Pablo II, 1995). Ahora bien, hay que distinguir entre lo que es nuestro objeto de estudio, la distanasia y la ortotanasia; conceptos que comúnmente se entienden de manera análoga pero que presentan serias diferencias.

Sin detenernos demasiado, hay que decir que la distanasia hace referencia a la prolongación excesiva de la vida, se altera el proceso natural de la muerte. La ortotanasia es el proceso que refiere a la buena muerte, es la mediación entre la muerte provocada y la extendida. Con estas breves definiciones y sin entrar en detalle en otros matices dados por la teología moral y la legislación, intentaremos acercarnos a la relación entre muerte y eutanasia.

El tema de la muerte es evadido por gran parte de la sociedad, todos sabemos y somos en algún sentido conscientes de que en un momento determinado esto va a suceder, pero pocos desean hablar abiertamente de esta realidad. Como bien describe J. Gafo en el capítulo décimo de su obra Bioética teológica, “la muerte es un hecho escamoteado, sobre el que no es decoroso hablar… la expresión del duelo está fuertemente reprimida en la cultura occidental” (Gafo, 2003, pág. 262). Sin embargo el enfermo -sobre todo el terminal- está próximo a esta realidad por lo que es de suma importancia acercarnos a la finitud de la vida.

La muerte se entiende como el fin del proceso vital, y aunque se llegue a concebir de diferentes maneras -esto en gran parte depende de factores sociales e incluso religiosos- la realidad que afronta la persona es la misma. En este sentido, se debe señalar con (Vico Peinado, 1995) “el lugar reflexivo desde el que se analiza la muerte no es, en absoluto, indiferente a la reflexión misma” (pág. 151). Esto no indica que la persona enferma no tenga miedo a la muerte, más aún cuando se trata de un fenómeno social.

Incluso la familia, tiene que enfrentarse a una situación que no le resulta nada agradable, busca evadirla mediante variados y novedosos recursos. En este sentido, merece especial atención, la descripción que hace (Espinar Cid, 2012) cuando se refiere al momento en que las personas se detienen a pensar en la muerte: “las opciones que la medicina se plantea ante la persona que se encuentra al final de la vida parten de cuatro actitudes globales: abandono, lucha, finalización y acompañamiento” (pág. 172).

Llegando a este punto se debe considerar que con la muerte se dan múltiples experiencias: tristeza, dolor, separación y otros enigmas de difícil solución. Así pues, la separación de los vivos no se entiende desde solo una dimensión de la vida cotidiana, sino que como expresa (Giannoni, 2009) “el final del ciclo de la vida no es una cuestión simplemente física, implica una cuestión lógica, una cuestión ética y una cuestión religiosa” (pág.1149).

Siguiendo la lógica argumentativa hay que decir que eutanasia y muerte tienen dependencia, la primera produce la segunda. La ética cristiana por su parte rechaza la eutanasia ya que supone la negación de Dios como Señor y dador de vida. La moral católica, mediante el magisterio de Pío XII hizo algunas acotaciones referentes a las decisiones al final de la vida, por un lado condenó la eutanasia directa, poniendo de manifiesto la falsedad que existe en la muerte piadosa. Por el otro, dio los primeros pasos en la ortotanasia, al expresar que “esto no obliga habitualmente más que al empleo de los medios ordinarios (según las circunstancias de personas, de lugares, de época, de cultura), es decir, a medios que no impongan ninguna carga extraordinaria para sí mismo o para otro” (Gafo, 2003, pág. 267).

La Congregación para la Doctrina de la Fe en 1980 se pronunció para rechazar tajantemente la eutanasia, el encarnizamiento terapéutico1 y todas aquellas prácticas afines que hicieran perder el sentido propio de la muerte. Al mismo tiempo hizo hincapié en entender la muerte como un fenómeno que afecta directamente al enfermo, pero también a la familia, al médico y a las instituciones que rodean a quien se aproxima a la muerte. En otras palabras, el Magisterio ha defendido el valor sagrado de la vida y ha establecido que se han de procurar los medios para disminuir el dolor y de esta forma permitir el fin natural de la vida.

La reflexión ética no ha sido indiferente ante la problemática expuesta, por lo que ha dejado claro que la vida es un valor fundamental más no absoluto. En este sentido, “para una ética humanista, la vida no es un valor absoluto que debe siempre conservarse a ultranza. Será un valor fundamental, fundante de otros valores humanos, pero no puede ser absolutizado” (Gafo, 2003, pág. 275). A partir de lo anterior, queda claro que el objetivo de la medicina no es prolongar la vida a toda costa, sino que se debe procurar calidad y humanización.

Desde la ética, la ortotanasia representa el camino ideal a seguir al final de la vida. Teniendo en cuenta las condiciones económicas, sociales, emocionales y el pronóstico médico de recuperación del paciente, se deben tomar decisiones en pro de la mitigación del dolor, aunque esto traiga consigo la disminución de la vida. En otras palabras, se debe buscar la calidad de vida del paciente mediante los cuidados paliativos u otros recursos afines, todo ello en última instancia buscando una muerte humanizada.

La problemática aquí expuesta da sentido al acompañamiento pastoral y la importancia de orientar a la familia para que responda a las necesidades particulares del enfermo en fase terminal; es evidente que la vida se agota paulatinamente y que la muerte se aproxima. Es aquí donde se deben brindar los últimos cuidados, para que como expresa (Cellini, Lamba, Scopa, & Turriziani, 2009) “allí donde no se puede luchar por la cantidad de vida hay que hacerlo por mejorar la calidad” (pág. 559)

Si bien es la persona humana quien desde su autonomía y sus decisiones decide poner fin a su vida mediante la eutanasia, la realidad de la muerte se ve complicada cuando son terceros los que piden finiquitar la vida de alguien que padece alguna limitación. Este es el caso de aquellos individuos que por su condición mental, por su edad o por situaciones similares son desposeídos de la vida. Desde la ética civil hay un rotundo rechazo a estas prácticas, aunque hay que decir que en una mentalidad mercantilista, estas personas representan un serio obstáculo a la economía.

Sin perder de vista nuestro objetivo, hay que decir que la ética civil se pronuncia respecto a la eutanasia de un modo particular. Partiendo del presupuesto de que es el enfermo quien pide el fin de la vida, se debe ahondar en las motivaciones de dicha petición. Lo dicho anteriormente supone entender que la eutanasia va más allá de los argumentos religiosos, se trata entonces de ubicarla en el ámbito social y familiar para desde allí entenderla de forma integral. En palabras de J. Hurtado:

“la eutanasia no debe ser revisada únicamente a partir de sus significados médicos y técnicos, sino que debe ser un concepto holístico que toma en cuenta el proceso que el paciente ha tenido durante la progresión de su enfermedad, sus relaciones familiares, su situación económica y las experiencias vividas, que hacen cada caso diferente y único, priorizando de este modo la libertad, la independencia y la autonomía del paciente, las cuales, son la base principal en el momento de respetar su voluntad y de su familia”.

Hurtado Medina, 2015

En el ámbito legal, la eutanasia ha sido motivo de constantes debates; en algunos países está legalizada – tal es el ejemplo de Holanda, Bélgica, Suiza- mientras en otros se avanza en le legalización de esta. En Colombia, la sentencia C239 de 1997 abrió la posibilidad de quitar la vida cuando existe enfermedad terminal y el diagnóstico es irreversible. Ahora bien, dejó dicho que no todos los enfermos terminales deben ser sometidos a esta, sino que se debe procurar calidad de vida y se debe respetar en todo momento la autonomía e identidad de la persona enferma.

Sin embargo el tema de la eutanasia, desde el ámbito legal, en Colombia sigue sin tener certeras indicaciones. Esto se evidencia en la conclusión del documento que aborda el tema y que fue puesto en discusión por del Ministerio de Salud; se lee en este documento: “es de tener en cuenta la escasez de guías de prácticas clínicas o protocolos a nivel nacional e internacional que validen científicamente aspectos clínicos inmersos en el procedimiento de la garantía al derecho a morir con dignidad” (Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia, 2015, pág. 22) A lo anterior hay que añadir que la resolución dejó parámetros sin resolución, por lo que baste aquí decir que desde el ámbito legal la discusión sigue abierta.

Dejando el ámbito legal y volviendo a la ética, hay que señalar con urgencia que los defensores de la eutanasia insisten en el derecho a disponer de su vida con la ayuda de la medicina. Sin embargo, hay que señalar que supone cierto subjetivismo y que esta manera de proceder desconoce una visión integral de la eutanasia. Al respecto se pronuncia J. Gafo “una consecuencia preocupante de la despenalización de la eutanasia es que lo que se concede al enfermo como un derecho se convierta subjetivamente en una obligación ante los problemas económicos y familiares frecuentemente asociados” (Gafo, 2003, pág. 282)

Lo dicho hasta ahora no pasa de una breve descripción de la eutanasia en distintos ambientes y con algunos matices; ahora nos proponemos mencionar algunas alternativas a la eutanasia. Es indiscutible que algunas personas a pesar del dolor y la enfermedad desean preservar la vida, pueden existir motivos religiosos, económicos, sociales, culturales o simplemente porque la asumen como un valor fundamental. En este contexto, aparecen los cuidados paliativos como una respuesta a la enfermedad terminal y a la misma eutanasia.

En este apartado tenemos como presupuesto la siguiente definición de cuidados paliativos: “son programas de tratamiento dirigidos a aliviar los síntomas molestos y aumentar la serenidad del paciente que sufre una enfermedad potencialmente mortal en corto plazo” (Monge, 2002, pág. 203). A partir de esto se entiende que van dirigidos a pacientes cuyos diagnósticos son terminales, a su vez no suponen el rechazo de los avances científicos y tecnológicos sino que conciben a la persona de manera integral y desde ahí buscan dar una mejor calidad de vida.

Esta forma de proceder ha dado lugar a los hospices, que son pequeños sitios de acogida donde el enfermo terminal pasa los últimos instantes de su vida; están constituidos por distintos profesionales que buscan una visión integral del paciente. En otras palabras, se trata de entender que “la aproximación al paciente debe ser holística y complexiva, debe tener en cuenta todas sus implicaciones personales y no referirse exclusivamente a su dimensión orgánica” (Gafo, 2003, pág. 285).

Llegando a este punto es necesario expresar con severidad que existen caminos distintos a la eutanasia, tal es el caso de los cuidados paliativos. Además, se debe insistir en la comprensión holística del enfermo terminal, en la sana comunicación entre el personal médico y el paciente junto con su familia; el adecuado uso de estos recursos lleva a vivir de manera distinta los momentos finales de la vida. A esto hay que añadir que ayuda la concientización acerca del sentido de la muerte, por eso “se les tranquilizará indicándoles que sólo se emplearán las medidas y medicamentos esenciales para aliviar el dolor y otros síntomas molestos para que fallezca en paz” (Astudillo Alarcón, Mendinueta Aguirre, & Astudillo Alarcón, 1995, pág. 440)

A modo de conclusión hay que decir que el tema de la eutanasia sigue siendo espinoso, en el confluyen elementos religiosos, económicos, culturales, sociales e incluso políticos que terminan en algunos casos en el subjetivismo. A pesar de esto, se debe recuperar el valor de la persona enferma, se debe trabajar por la dignidad y por la muerte digna; del mismo modo se deben cuidar las falsas mociones –muerte piadosa- y de esta manea acabar con la vida de inocentes. En todo caso, la vida es un valor fundamental que debe ser respetado desde la autonomía y la libertad.


Bibliografía

  • Astudillo Alarcón, W., Mendinueta Aguirre, C., & Astudillo Alarcón, E. (1995). Cuidados del enfermo en fase terminal y atención a su familia. Quito: Universitaria.
  • Cellini, N., Lamba, R., Scopa, A. M., & Turriziani, A. (2009). Enfermo Terminal. En J. C. Bermejo, & F. Álvarez , Pastoral de la Salud y Bioética (págs. 558-567). Madrid: San Pablo.
  • Espinar Cid, V. (2012). Los cuidados paliativos: acompañando a las personas en el final de la vida. Cuad. Bioét., 169-176.
  • Gafo, J. (2003). Bioética teológica. Sevilla: Desclée de Brower.
  • Giannoni, P. (2009). Muerte y Morir. En J. C. Bermejo, & F. Álvarez, Pastoral de la Salud y Bioética (págs. 1149-1154). Madrid: San Pablo.
  • Hurtado Medina, J. M. (2015). La eutanasia en Colombia desde una perspectiva bioética. Revista médica Risaralda, 49-51.
  • Juan Pablo II. (1995). Evangelium Vitae. Roma: Edictrice Vaticana.
  • Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia. (Abril de 2015). http://dmd.org.co. Obtenido de http://dmd.org.co/pdf/Nuevos_Lineamientos.pdf
  • Monge, M. Á. (2002). Medicina Pastoral. Navarra: EUNSA.
  • Vico Peinado, J. (1995). Dolor y Muerte Digna. Madrid: San Pablo.

Teológo católico, facilitador en áreas de pastoral de la salud, counseling y relación de ayuda. Amante de las letras, cristiano convencido de que es posible un mundo mejor. Bogotá, Colombia.

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