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Signos de esperanza

En tiempos en que la oscuridad arrecia, en los que andamos encerrados, cansados, agobiados por el camino, valdría la pena rescatar lo “bueno” de esta pandemia. Mucho se ha escrito acerca de los males y desgracias que han ocurrido en este tiempo, hay quienes incluso dicen que al terminar este año no lloraremos porque finalizó un año sino de alegría porque terminó esta horrible pesadilla. Me pregunto si tan malo es el panorama, si no estaremos siendo profetas de desgracias y si habremos perdido una de las virtudes teologales: la esperanza.

No puedo negar que esta crisis ha puesto de manifiesto lo peor y lo mejor de la humanidad. Algunos hombres y mujeres han aprovechado la situación para enriquecerse, la corrupción en Colombia no ha entrado en cuarentena, la violencia contra los débiles no ha cesado, la minería y la explotación por parte de las multinacionales no da tregua, el asesinato de líderes y lideresas no es un cuento de mal gusto sino un hecho real. Tampoco hemos presenciado la responsabilidad de las personas -dominadas por intereses personales- mucho menos un sentido de comunidad y responsabilidad para hacer frente al silencioso virus. Alrededor del mundo ha causado estupor el hecho de que hombres escupan en la cara a vendedores, transeúntes y servidores públicos; hechos como estos pueden ser vistos como una cruda fotografía de la desidia humana latente en muchos que no han reconocido en el otro su igual. No es menos doloroso e indignante el hecho de que los profesionales de la salud hayan sido víctimas de insultos, ofensas, matoneo e incluso amenazas a sus vidas, resulta paradójico que se ataque a los encargados de cuidar, aquellos que arriesgan sus vidas para que la sociedad siga adelante.

Unido a esto, ha quedado en evidencia la disputa desencarnada entre las potencias por dominar el mundo, los intereses económicos no dan espera y los multimillonarios dan su aporte esperando poder retomar actividades y seguir enriqueciendo sus bolsillos. Sin COVID-19 sabíamos que existía una brecha entre ricos y pobres, entre poderosos y miserables pero con este momento histórico ha quedado en evidencia que ese abismo es casi que insalvable. Esta breve descripción es apenas un cotejo de la cruenta realidad que vivimos y que no es objeto de esta reflexión, faltarían palabras para describir la compleja y desastrosa situación en la que se encuentran miles de personas.

Pero, como enuncié al comienzo de esta unión de palabras, hay otro lente desde el que podemos contemplar la realidad. No pretendo negar lo real y evidente, sino por el contrario entresacar actitudes y reflexiones que puedan ayudarnos a vivir de otra manera. Dentro de la teología cristiana, se le ha dado una fuerte cabida a los signos, aunque de manera indiscriminada se utiliza este concepto, valdría la pena comprenderlo como “lo que nos revela algo”.

Siguiendo a Rino Fisichella, para hablar de signo es necesario que haya un consenso para superar la subjetividad; al respecto es claro que distintos análisis, columnas de opinión, ambientalistas y especialistas coinciden en que la pandemia ha traído resultados positivos para la historia de la humanidad. Además, el signo debe generar una reflexión, lo cual ha quedado plasmado en periódicos, revistas, portales de internet y otros medios de comunicación. Pocos se atreven a negar que la crisis de salud ha puesto a pensar a todos los eslabones de la sociedad: filósofos, teólogos, economistas, políticos, científicos, incluso aquellas personas que no han pasado por la academia, hacen sus propias reflexiones. Como último carácter de identificación del signo, el teólogo italiano considera que es necesario que se debe dar una aceptación o un rechazo de este, elemento evidente en cualquier conversación actual. Digo evidente porque se ve con ojos de espera o con ojos de desgracia la realidad, pocos pueden negarse a optar por una mirada pesimista o confiada de lo que acontece en la historia humana.

Y para complementar la categoría signo me atrevo a formular como complemento la esperanza. Una lectura de 1 Ts. 5, 12-22 permite descubrir esta virtud teologal como fuente de consuelo y de paz. En el caminar hacia la patria eterna y en la aspiración por participar de la vida de Dios, el discípulo de Jesús pone su confianza en la promesa de Cristo y siguiendo sus enseñanzas hace parte de su proyecto de salvación. En su vida terrena, Jesús vio cómo sus contemporáneos morían a causa del hambre, la violencia e incluso las mismas enfermedades, la situación socio-sanitaria en Palestina no era la mejor y, sin embargo, nunca perdió la confianza en el Padre.

Su actitud para con la vida, su convencimiento y su constante esfuerzo para hacer un mundo más humano y solidario permite a los creyentes hoy orientar su vida mirando a la patria eterna sin perder de vista el carácter de la comunidad y sin olvidar el compromiso de ayudar a los más frágiles y necesitados. Hoy corremos el riesgo de caer en la desesperación, de convertirnos en profetas de desgracias y desde ahí crear un escenario terrorífico en el que no tiene cabida la acción de Dios. La desinformación, el fracaso de los medios de comunicación por combatir las noticias falsas, el pánico y el deseo oportunista de algunos sectores de la sociedad han llevado a muchos hermanos a acabar con su vida y la de sus seres queridos. La creciente desesperación en las familias y el constante incremento del aburrimiento y el estrés nos han hecho ver un sinnúmero de caídos: hombres y mujeres que abatidos por la soledad, la enfermedad, las deudas y otras muchas realidades no logran levantar la mirada y encaminarse de nuevo.

Es en este escenario donde miro alrededor, leo noticias, indago redes sociales y descubro valiosos esfuerzos de cristianos comprometidos con la causa del Evangelio. Desde provisión de alimentos, visitas y llamadas a los enfermos, mensajes de ánimo, transmisiones en vivo y otras muchas iniciativas ponen en evidencia que la Iglesia no se ha cerrado, sino que como dice un famoso meme que circula en las redes sociales: se ha abierto una iglesia en cada casa. Puestas así las cosas, la pandemia nos ha hecho redescubrir el sentido de comunidad, no como reunión de personas para compartir la fe, el culto y las celebraciones religiosas, sino como comunidad de creyentes capaces de inmiscuirse en las cuestiones terrenales con la mirada puesta en las celestiales. Me explico: el cariño, la cercanía y el calor de la comunidad cristiana ha permitido que muchos hermanos que se sentían alejados, rechazados y marginados experimenten la preocupación de los discípulos de Jesús.

Así pues, la esperanza cristiana no es un ideal, mucho menos un paño de agua tibia para enfrentar la cruda realidad, es ante todo un “cuerpo” en el que sus miembros se sostienen y se dan vida de manera recíproca. En este orden de ideas, la virtud teologal de la esperanza es un concepto activo, que se renueva, que exige del creyente una actitud de apertura, que lo saca del pesimismo en el que se imbuye la sociedad, que le permite ver más allá de la oscuridad y que lo saca de la seguridad relativa comprometiéndose con los pequeños, los pobres, los simples, los marginados.

Sin perder de vista el objetivo planteado en esta reflexión, cabe traer a colación algunos de los muchos signos de esperanza que se han dado en medio de la pandemia. Alrededor del mundo, algunos ciudadanos se han unido para donar insumos médicos, alimentos, útiles de aseo, han prestado sus casas, vehículos e incluso se han ofrecido a sí mismos como voluntarios para hacer llegar las ayudas a los más necesitados; signos de esta índole permiten hablar de una compasión real por los más necesitados.

No menos importantes han sido los esfuerzos de algunos profesionales de la salud por llevar a plenitud su vocación. Aun con riesgo de su propia vida, hombres y mujeres de distintas disciplinas han ofrecido sus servicios, conocimientos y vidas para hacer frente a la adversidad. La gratuidad, esa característica tan olvidada por el espíritu materialista y consumista, ha cobrado singular importancia; si bien algunos profesionales han renunciado para no exponer sus vidas, otros, en medio de la dolorosa experiencia de la separación, se han alejado de sus seres queridos para cumplir con la misión de estar en los hospitales, clínicas, hogares de paso, residencias de ancianos y lugares de cuidado. Ellos han hecho eco de las palabras de Jesús: “lo que han recibido gratis, denlo gratis” (Mt. 10,8b); a ellos quiero darle gracias en nombre de la sociedad que reconoce su invaluable labor.

Generalmente a los jóvenes se les tilda de egoístas, insensibles, irrespetuosos con los mayores y sepultureros de los valores cristianos; y aunque no han faltado los irresponsables, hemos visto a la juventud ponerse al servicio de los mayores. Ante la imposibilidad de que los mayores salgan a comprar sus víveres, la juventud se ha ofrecido gratuitamente para hacer los favores cotidianos. Esta es una clara evidencia de que la compasión sigue latente y que se manifiesta en momentos de crisis, quizá no son tan paganos como algunos los han descrito en sus sermones, sino que no se someten a las viejas estructuras; me atrevo a pensar que en sus corazones está el deseo de servir.

Aristóteles comienza su obra Metafísica con la contundente expresión: todo hombre por naturaleza desea saber, y nadie va a negar que el conocimiento suele ser el bien más preciado por la humanidad. Resulta apetecible que muchas plataformas de manera gratuita ofrecen cursos de diferente índole: desde gimnasia y zumba, pasando por historia y literatura, hasta fotografía y cocina. Aunque resulta discriminatorio para una gran parte de la población por no tener acceso a internet y un dispositivo electrónico, cabe resaltar el deseo de estos portales, por ser parte de la solución y dar un viraje severo al curso de la humanidad. En algo coincidimos: todos queremos una humanidad diferente, capacitada pero más humana.

Los aplausos, silbidos y conciertos que tienen como objetivo reconocer el trabajo de los profesionales de la salud han sido un claro signo de esperanza. Por medio de estos gestos, se han expresado sinceros deseos de gratitud a médicos, enfermeras, fisioterapeutas, camilleros, nutricionistas, personal de aseo, vigilantes, trabajadoras sociales, secretarias y a todos aquellos que teniendo miedo han puesto su vida al servicio de los demás. A todos ellos, queremos decirles: ¡Gracias!

Para finalizar, un signo de esperanza ha sido la recuperación de la casa común, ella ha respirado: hubo una notable disminución en las emisiones de dióxido de carbono, los animales han vuelto a pasearse por sus hábitats, en las playas se vio agua cristalina, se redujo el tráfico ilegal de fauna salvaje, entre otros efectos positivos. Queda el interrogante si esta tregua servirá para tomar conciencia del daño irreversible que hemos hecho a la naturaleza, si se tomarán medidas drásticas para frenar la destrucción del planeta o si, por el contrario, superada la pandemia se buscará recuperar las ganancias perdidas a toda costa, sumiendo a la humanidad en un laberinto sin salida.

Lo dicho hasta aquí permite expresar con severidad que el cristiano no es un profeta de desgracia o desventura sino que ante todo anuncia el amor: la resurrección, la victoria de Cristo sobre la oscuridad. En medio del momento histórico que vivimos, estamos llamados a ser misioneros de esperanza, hombres y mujeres que a pesar de las limitaciones buscan regenerar el mundo y llevar un mensaje de amor capaz de vencer el miedo y el odio; no hay noche que sea eterna, ni virus que sea infinito, la experiencia del resucitado y la fuerza del amor de Dios es presencia de esperanza hoy.

Teológo católico, facilitador en áreas de pastoral de la salud, counseling y relación de ayuda. Amante de las letras, cristiano convencido de que es posible un mundo mejor. Bogotá, Colombia.

1 thought on “Signos de esperanza

  1. Paz y salud
    Lo felicito P. Alejandro por los artículos y notas que está realizando en medio de la pandemia, me han ayudado a fortalecer mi campo pastoral en el San Ignacio.
    Bendiciones.

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