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Bendito Coronavirus

Cuando me puse a plasmar estas líneas, tenía la cabeza hecha un ovillo. Sentimientos, ideas, pensamientos y, por qué no decirlo, hasta emociones se entrecruzaban buscando quedar plasmadas para de esta manera ayudar a todos aquellos que viven la incertidumbre y la enfermedad de cerca.

Soy una persona convencida de que no existen las coincidencias, sino que los acontecimientos que rodean nuestra vida tienen una razón de ser, una motivación y una enseñanza que es preciso vivirla para poder expresarla. Me había cuidado, quizá de manera exagerada del Covid 19: siempre con alcohol, mascarilla, gel antibacterial e incluso aislado de mi trabajo para no contraer la enfermedad que estaba cobrando vidas a mi alrededor y dejando serias secuelas en familiares, amigos y conocidos.

Sin embargo, una mañana soleada soy llamado para un chequeo de rutina, me debo someter a una prueba rápida para descartar la presencia del SARS-CoV-2 en mi organismo a lo cual accedo con tranquilidad, con cierta arrogancia moral y pensando egoístamente que eso solo le pasa a los demás. ¡Qué hermosa es la vida!, cuando sientes que vas camino al éxito, cuando todo te está saliendo bien, incluso cuando estás siendo soporte y ayuda para los demás, te pone de manifiesto tu debilidad y fragilidad.

Días antes, con la colaboración de muchas personas comprometidas con la causa del Evangelio, habíamos estado visitando algunas familias y haciéndoles llegar una pequeña ayuda que, aunque no suplía la obligación del Estado colombiano ni respondía todas las problemáticas vividas, sí podía ser una ayuda en los difíciles momentos que estaban viviendo. Ahí, en medio de las narrativas, los testimonios, el olor a humanidad, la sonrisa de los niños, el rostro de las madres, el deseo de un anciano por estrechar la mano en signo de agradecimiento, logré encontrarme cara a cara con Jesús. La teología estudiada hace un par de años en la facultad de una universidad privada, se veía una vez más confrontada con la realidad; los largos, esquemáticos y densos planteamientos se desmoronaban ante el rostro sufriente de Dios en los pequeños, los débiles, las víctimas del pecado estructural.

No estoy diciendo que no se deba realizar una teología que articule fe y razón, ni más faltaba; hoy más que nunca los creyentes debemos estar en condiciones de dar razón de nuestra fe. Con tanta información y con tantos sectores que anhelan el juicio final para ver cómo los que no piensan como nosotros quedan fuera del libro de la vida, saber de Sagrada Escritura no sólo es fundamental, sino que es necesario para hacer una mejor comprensión de lo que estamos viviendo a la luz de la fe.

En este punto es preciso hacer una aclaración: no me estoy poniendo como ejemplo, simplemente estoy compartiendo una experiencia del cómo Dios sigue hoy llevando a cabo su plan de salvación. El Abbá sigue mirando a los pequeños como sus predilectos, aquellos hombres y mujeres que lejos de engreírse a sí mismos y juzgar a los demás dejan a Dios ser Dios y reconociendo su ser finito enjugan sus lágrimas en la oración, en la entrega abnegada a la voluntad del Padre.

Y así es la enfermedad, no pide permiso, no avisa, simplemente llega a la puerta de la vida para sacarnos del engreimiento en el que muchas veces nos encontramos. Hasta aquí pensaba que esta pandemia era para los demás, que a mí no me podía tocar, mucho menos cuando me había cuidado hasta el extremo. Pero no, la vida no se nutre de deseos ni de lo que uno quisiera, el solo hecho de someterme a la prueba ya significó un cierto nerviosismo, el pinchazo de la aguja y la posterior muestra de sangre ponía de manifiesto que no hay otra razón por la que Dios se haya encarnado que no sea por amor a cada uno de sus hijos (Cf. Flp. 2. 6-11). Y digo esto porque nuestra naturaleza es frágil, por más ejercicio, dietas, y cuidados e incluso cirugías plásticas que tengamos, llega un momento en el que nuestro cuerpo siente el peso de los años o la visita de la enfermedad. De todo esto saco una reflexión que respetuosamente me permito compartir con ustedes: nos habíamos endiosado y vaya dosis de humildad la que nos está dando esta pandemia.

Y con todo esto, me sentía afortunado porque tenía acceso a una prueba rápida y sabía que el resultado, independientemente de si fuera positivo o negativo, me permitiría acceder a los beneficios de un sistema de salud. Pero cuidado, no solo existo yo en el planeta y sé que muchísimas personas hoy no han podido acceder a una cita médica ni a un diagnóstico. Cuánta injusticia e incertidumbre en nuestra sociedad, cuánto dolor albergado en hogares sencillos que por su tipo de afiliación al sistema de salud o por la carencia de recursos no pueden acceder al sistema básico. Si hay algo que ha desenmascarado esta crisis es que en nuestro país reina la inequidad y que, para gran parte del sistema, unas vidas valen más que otras.

Llegando el medio día suena el teléfono, llegó la hora de atender la llamada del millón, la lotería que todos jugamos pero que nadie se quiere ganar. El resultado de la prueba es positivo, deben repetir la prueba para cerciorarse y debo comenzar el aislamiento estricto. Hasta entonces había sido una voz de aliento para muchos, había apoyado a los demás, pero ahora no sería un espectador de la novela, sino que sería un protagonista en ella. ¿Cómo nos cambia la vida en un abrir y cerrar de ojos? Fue inevitable pensar en tantos pacientes que había visitado en la clínica y que ante un diagnóstico no favorable estaban en paz, viviendo en clave de fe su enfermedad y su sufrimiento; cuánto me habían enseñado, ellos me habían evangelizado y preparado para vivir la ansiedad y la angustia en clave de fe y entrega en Dios.

Había llegado el momento en el que las palabras que con tanto cariño e incluso euforia había dirigido a tantos hermanos enfermos me las debía aplicar a mí mismo. Llegó la hora de encontrarme cara a cara con mi soledad, conmigo mismo, con mi fragilidad, pero al mismo tiempo, había llegado la hora de dejarme abrazar por Jesús, Buen Samaritano que se acerca a todo hombre que sufre para aliviarlo en el cuerpo y en el espíritu. Después de un par de llamadas me encerré en mi cuarto, debería permanecer 14 días encerrado y era la hora de comenzar el eterno calvario con mi EPS.

Los diarios, las noticias e incluso uno que otro informe que anda circulando por las redes habían denunciado las negligencias por parte de las entidades encargadas de prestar los servicios de salud; desafortunadamente -en la mayoría de los casos- pasamos de largo, ignorando el llanto y el grito de los que piden con voz entrecortada un examen, una cita, un medicamento, una cirugía, una ayuda por parte de un profesional de la salud. Ahora que me tocaba comenzar el trámite para la prueba confirmatoria, me di cuenta de la indolencia y del cómo la salud, lejos de ser un bien común, se ha convertido en un negocio. Llama la atención, más aún, da indignación que cierta EPS (de cuyo nombre no quiero acordarme) diluya un trámite argumentando tener pruebas represadas y personal insuficiente para proceder; aunque hasta aquí, comprensible de alguna manera. Lo que duele y pone de manifiesto la corrupción, es que la misma EPS ante una solicitud por particular -haciendo el pago- (imposible para una gran parte de la sociedad bogotana) otorgue una cita en menos de 24 horas. Quisiera equivocarme en la descripción de la realidad, pero lo hasta aquí evidente es que quien tiene recursos accede al sistema de salud, desgraciadamente la gran mayoría de colombianos son víctimas del grosero desfalco de los entes prestadores de servicios de salud.

Hasta aquí, quien me ha acompañado tendrá uno que otro sentimiento, pensará en un caso conocido o habrá escuchado de algo semejante. No quiero ser profeta de desgracias, pero no me puedo quedar callado ante las aberrantes violaciones a los derechos de los más pequeños, los predilectos de Dios. Baste traer a colación las continuas masacres que ha vivido Colombia en estos días, ellas no hacen otra cosa que confirmar que la violencia, el deseo de venganza se encarnizan y que los intereses egoístas de unos pocos hacen más difícil pensar en un país en paz y reconciliación.

No quiero terminar esta unión de palabras sin agradecer a todas aquellas personas que durante esta pandemia han pensado en los demás. Hablo desde mi experiencia, en un profundo sentimiento de gratitud, ahí donde me di cuenta de que quien deja algo por Jesús recibe el ciento por uno (Cf. Mt 19,29). Al mismo tiempo, reafirmo mi compromiso por seguir trabajando en la causa del Evangelio, mientras haya sufrimiento y dolor en medio de nosotros, entonces tendremos que ser presencia de Jesús que se acerca al que sufre. El anhelo de una vida normal de una gran parte de la sociedad me lleva a reflexionar si habremos aprendido la lección, si nos habremos vuelto más solidarios o si por el contrario lo único que estamos esperando es que todo vuelva a la normalidad para encerrarnos en nosotros mismos. La curva de contagios se aplanará, las muertes disminuirán, el Covid 19 pasará, porque no hay noche por más larga que sea que no vea la aurora. Poco a poco volveremos a lo ordinario, sólo espero que sea mirando al cielo y ayudando a los más necesitados, haciendo propia la misión de Jesús que quiere sacarnos de la mazmorra de la indiferencia, del egoísmo idólatra que ha consumido nuestras vidas. Yo sólo anhelo que salgamos con más fe, esto es, más humanos, haciendo vida el Reino de Dios entre nosotros.

Teológo católico, facilitador en áreas de pastoral de la salud, counseling y relación de ayuda. Amante de las letras, cristiano convencido de que es posible un mundo mejor. Bogotá, Colombia.

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