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Romanos 16:1-16, las mujeres como autoridad en el ministerio

  1. Una nueva forma de leer la Biblia: Hermenéutica feminista
  2. Una aplicación de la hermenéutica feminista: acercamiento lealista a Mateo 28:1-10
  3. Marcos 5:21-43, retratando la historia de dos mujeres perdidas
  4. Lucas 1:39-55, dos mujeres dadoras de vida
  5. Romanos 16:1-16, las mujeres como autoridad en el ministerio
  6. 1 Pedro 3:1-7, la mujer como el sexo débil

En este pasaje Pablo envía saludos a una lista de personas donde menciona a hombres, pero también a un total de nueve mujeres honrándolas por su trabajo como servidoras y, a menudo, líderes en la comunidad de fe. Para el estudio de este pasaje se implementará una hermenéutica feminista liberacionista (ya explicada en el primer artículo) con el fin de mostrar que el significado de la salvación es en realidad la liberación de la humanidad. No puede haber liberación si existe el patriarcado, puesto que tanto la mujer como el hombre deben concebirse el uno al otro como compañeros iguales delegados por Dios en una misma misión: cumplir la gran comisión.

Romanos 16:1-2, la patrona de Pablo

Esta sección hace parte de la conclusión del libro de Romanos e inicia la descripción de los saludos que Pablo envía a una extensa lista de personas que trabajaban con él. Primeramente, elogia a Febe, quien posiblemente fue la portadora de la carta. Ella no se menciona en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, pero según lo que dice Pablo en este texto era una miembro prominente en la iglesia de Cencrea (Hch 18:18), ya que estaba activamente involucrada con el ministerio (Ro 16:1-2). Pablo describe a Febe como hermana, lo que reafirma que se trata de una creyente, ya que este es un término altamente aplicado a los primeros cristianos (1 Cor 5:15; 9:5; Flm 2; Sant 2:15). Además, el hecho de que haya sido presentada a través del título de “nuestra hermana” posiblemente la caracteriza como compañera de trabajo de Pablo (lo que de manera similar se observa en Colosenses 4:7 cuando el autor recomienda a un hombre llamado Tíquico como “nuestro querido hermano”).1 El texto dice que Febe era además diaconiza de la congregación, es decir, que ocupaba un lugar de liderazgo significativo.

En el verso 2, al hablar de Febe, Pablo pide a sus destinatarios que la reciban en el Señor de una manera digna de los santos, es decir que Pablo pedía que se acogiera a Febe en la comunidad de forma hospitalaria, ya que se trataba de una persona perteneciente a ellos (12:13). El apóstol además explica que esta diaconiza ha favorecido a muchos, incluyendo a él mismo. Pablo reconoce el servicio que Febe le ha prestado a él y a otros cristianos y la llama literalmente, “patrona”. El hecho de que esta mujer fuese una patrocinadora indica que era una persona de cierta riqueza y poder que utilizaba sus bienes para apoyar a la iglesia y a los misioneros (como Pablo). Los cristianos como Febe actuaron como patrocinadores o benefactores de cristianos individuales y de toda la iglesia, en sus tratos con el gobierno o los tribunales. Ella representó a toda la comunidad, además, a través de su red de relaciones con las demás personas bien ubicadas e influyentes en el ámbito público, fue una benefactora, una mujer de autoridad que facilitó la vida social de los creyentes en la sociedad grecorromana.2

Febe era una mujer cuyo poder económico la convertía en independiente y exenta de obediencia a la autoridad del varón.3 El término, “patrona”, en griego προστάτις permite ver que aun el mismo apóstol estaba bajo su protección y patronaje, es decir que él estaba ubicado en una esfera social inferior. Aunque como apóstol tenía una autoridad superior a la de ella en el ámbito religioso, este no descarta la autoridad social que Febe tiene como su patrocinadora. Además, dicho término tiene un sentido técnico-legal del sistema de mecenazgo grecorromano; conforme con la naturaleza de sus obligaciones ante su patrona, Pablo le pidió a la comunidad en Roma que le pagara a Febe de acuerdo con la ley de intercambio del patrocinio grecorromano toda la asistencia y los favores que esta había brindado a él y a los otros cristianos como sus clientes.

Romanos 16: 3-7, mujeres trabajadoras

Dentro de la nutrida lista de nombres a los que el autor quiere saludar, se pueden notar siete nombres de mujeres (Prisca, María, Junia, Trifena, Trifosa, Pérside, Julia) a las que se añaden otras dos anónimas (16:13, 15). Un hecho interesante es que al contar cuántas son las personas alabadas por su compromiso con la comunidad, las mujeres superan a los hombres, siendo mencionadas siete (Prisca, María, Junia, Trifena, Trifosa, Pérside, la madre de Rufo) en contraste con cinco hombres nombrados (Aquila, Andrónico, Urbano, Apeles y Rufo). Datos como estos, en conjunto con una mirada liberacionista al presente texto, permiten notar que, cuando Pablo utiliza un listado de mujeres y hombres simultáneamente y elogia ambos géneros sin distinción, en realidad está mostrando que ante Dios todos los seres humanos están en igualdad de condiciones sirviendo y obedeciendo la gran comisión.

Los versos 3-5a constituyen un conjunto unitario, dado que realizan una descripción en torno a Prisca y Aquila. Es a ellos a quienes está dedicado el saludo con mayor extensión dentro de la lista. Prisca y Aquila eran un matrimonio judeocristiano que vivía en Roma y en su casa albergaron a un grupo comunitario. El Nuevo Testamento nombra típicamente a Prisca antes de Aquila (Hch 18:18, 26; 2 Tim 4:19), a excepción de 1 Cor 16:19 y Hch 18:2, mostrando probablemente que la mujer haya sido más importante en la labor misionera, mientras que su esposo ejercía su trabajo como tejedor (Hch 18:3). Pablo le pide a la comunidad romana que exprese gratitud hacia Prisca (y Aquila) no solo por su labor de servicio sino por arriesgar su vida para salvar la vida del apóstol (16:5).

Pablo continua con sus saludos y menciona a María, mostrando gratitud por su trabajo duro en favor de la comunidad (16:6), es decir por su labor misionera. Luego, en el verso 7, Pablo menciona a Junia y Andrónico, un matrimonio cristiano como Prisca y Aquila. Pablo no solo menciona que ellos eran sus parientes, sino que señala que ellos fueron sus compañeros de prisión (1 Cor 4:9; 2 Cor 6:4; 11:23). Además, los califica como eminentes entre los apóstoles que hubo antes que él, lo cual muestra que Junia junto con su esposo forman parte de una generación anterior de creyentes. Quizás lo más significativo de este pasaje es que resalta que una mujer, Junia, formara parte de los denominados apóstoles; esto significa que pertenece al círculo de aquellas y aquellos comisionados al igual que el grupo de los doce (1 Cor 9:5–6; 15:7; Ga 2:9; Hch 14:4, 14). Pablo señala en 1 Cor 9:5 el derecho de los apóstoles a llevar consigo una mujer como acompañante durante sus viajes misionales; sin embargo, Romanos 16:7 nos revela que estas mujeres no siempre eran estrictamente acompañantes, sino que también (por lo menos en un caso) habían sido elegidas para la actividad apostólica. El hecho de que Junia fuese un apóstol significaba que era una socia de Pablo, ya que era autoridad en la iglesia al mismo nivel que el de él, es decir: el nivel de autoridad preeminente en la comunidad cristiana.

Pablo reconoce la posición que ocupa Junia. Dado que ella se había convertido en cristiana antes que él, algunos han sugerido que trabajó junto con el apóstol y con Bernabé en Antioquía y además perteneció al grupo de apóstoles en Jerusalén que junto con Santiago y los doce recibieron una visión del Jesús resucitado (1 Cor 15:7).4 En la discusión con sus rivales en Corinto y Galacia, Pablo enfatiza que es un verdadero apóstol porque ha recibido una aparición de resurrección y ha demostrado ser un destacado misionero para los gentiles. Se puede inferir entonces que Junia junto con Andrónico cumplían con dichos criterios o exigencias para el apostolado: ellos sobresalían en el círculo de los apóstoles y, además, al igual que Pablo, habían sufrido en prisión en pos de su labor (Rom 16:7).5

Romanos 16:8-16, mujeres y hombres con una misma misión

En los versos 8 al 16 Pablo continúa con su lista de saludos donde se destaca la composición social de la iglesia romana. Muchos de los nombres son griegos o judíos, pero esto era normal ya que aproximadamente el 80 por ciento de los habitantes de la Roma imperial eran descendientes de esclavos libertos o procedentes del oriente. Desde que se dificultó hacer una distinción clara entre los esclavos y las personas liberadas sobre la base de los nombres, ya no es posible decir algo sobre la situación económica real y la movilidad social de los que son mencionados en estos versos. Sin embargo se ha que las familias de Aristóbulo y Narciso (16:10-11) probablemente eran esclavos liberados, es decir, estaban obligados legalmente a sus antiguos amos, ellos tenían obligaciones económicas ante sus anteriores amos y no tenían derecho a un cargo público o a casarse con miembros de la aristocracia.6 Por otro lado, Junia (mencionada en el verso 7), Amplias, Estaquis, Herodión, Trifosa, Pérsida, Rufo, Asíncrito, Hermes, Patrobas, Filólogo, Julia, Nereo junto a su hermana y Olimpas, aún podrían ser esclavos o podrían ser antiguos esclavos, ya que todas las personas liberadas llevaban con su nombre cierto estigma de su origen servil. El lente de la hermenéutica liberacionista permite notar que la lista en Romanos 16 está compuesta por dos tipos de personas que eran oprimidas: los esclavos (actuales o liberados) y las mujeres.7 A ambos grupos les fue permitido ejercer roles de liderazgo en las iglesias y en este texto están siendo honrados por el apóstol mediante su saludo.

Finalmente, a través del saludo de Pablo a las distintas personas en la comunidad de Roma, se puede notar que no hay indicio alguno de que las nueve mujeres trabajaron en formas que diferían en cuanto a tipo o cantidad del trabajo de los hombres. El texto no da ninguna razón para dudar de que todos los mencionados por Pablo están comprometidos de igual forma en las tareas del ministerio. Así, es adecuado que el pasaje culmine con una invitación (16:16) a la comunidad a saludarse los unos a los otros con un beso santo. Este beso (sin connotación romántica alguna) era una costumbre del mundo grecorromano (Euripides, Andr. 416-417; Lucian, Asin. 17), sin embargo, en la tradición grecorromana o judía no hay indicios de que existiera una conexión entre la santidad y un beso como el llamado que Pablo les hace a sus destinatarios aquí. Parece que en la comunidad cristiana antigua el beso santo era un signo de afecto familiar y unidad en Cristo que expresó la cohesión de las personas sin distinción antes del culto.8

Un llamado a afirmar a la mujer y su autoridad en la iglesia

Al estudiar Romanos 16:1-16 se observa la importancia de que Pablo mencione a mujeres en su lista de saludos. Como se ha discutido en los artículos anteriores, aunque en la antigüedad (a veces al igual que hoy), las mujeres se caracterizaban por su relación con los hombres, es decir, por su posición familiar al ser hijas, esposas o viudas, el caso de Febe sobresale. Ella aun cuando es la primera mujer mencionada por Pablo, no es definida por su papel de género y su estado patriarcal, sino por las funciones sociales y eclesiales que desempeñaba.9

Este texto de Romanos representa un desafío para la actualidad. El movimiento misionero cristiano temprano fue difundido por misioneras y misioneros itinerantes y organizado en iglesias locales similares a otras asociaciones privadas y cultos religiosos. Romanos 16:1-6 muestra que, mientras una mujer como Junia se destacaba por su apostolado, una mujer como Febe era la diaconisa de una comunidad local y una mujer como Prisca se dedicaba a viajes misioneros y fundaba iglesias en casas donde quiera que fuera. Esta realidad del texto donde se pueden ver a distintas mujeres que trabajan de distintas formas y a la par de los hombres conlleva a cuestionarse ¿cuál es el papel que las mujeres están desempeñando en la iglesia hoy?

El lente de la hermenéutica liberacionista permite analizar el desarrollo de los orígenes cristianos como lucha de liberación de las mujeres cristianas en la sociedad patriarcal del mundo greco-romano. De modo que aclara que las mujeres deben tener igualdad de condiciones laborales que los hombres. Ambos son compañeros elegidos por Dios para usar sus dones (sin jerarquización entre ambos) en la gran comisión. Es conocido que en la sociedad actual generalmente las mujeres tienen mayor dificultad para trabajar y ejercer liderazgo, en nuestras sociedades existen históricamente muchas más ocupaciones masculinizadas que ocupaciones feminizadas, por lo que las mujeres tienen menos opciones para elegir. Las trabajadoras se concentran de manera importante en sectores como la educación y la sanidad, habiéndose prácticamente estancado sus porcentajes de acceso a los demás sectores.

La problemática es evidente: múltiples ocupaciones están claramente sexuadas a favor de los hombres (albañil, mecánico, piloto, etc.), ya que requieren de aptitudes que se presuponen en estos y no en las mujeres. De acuerdo con la construcción social de género y del trabajo, como se ha dicho anteriormente, a las mujeres se les atribuye una determinada naturaleza que es proclive al desarrollo de las ocupaciones existentes en el mercado de trabajo que son una prolongación de las tareas domésticas y la crianza de los hijos. Así, “en nuestras sociedades, la visión estereotipada de género atribuye a las mujeres determinadas competencias, como son el cuidado, el buen trato con las personas, la meticulosidad y la limpieza; y a los varones la fuerza física o el manejo de herramientas, maquinaria y tecnología”.10

El “techo de cristal” en la iglesia

La realidad es que, además del difícil acceso que tienen las mujeres al mercado laboral, la diferencia de sueldos sigue siendo desventajosa en comparación con los hombres. La lucha por ingresar al mercado salarial ha traído como resultado en algunos casos su mejoramiento del estatus social con respecto a los roles productivo y reproductivo con los que muchas veces se les limita. Sin embargo, este mercado también ha traído obstáculos al escalonamiento femenino, ya que ha limitado el acceso de las mujeres a cargos directivos, estratégicos o de influencia, como si hubiese una barrera invisible conocida como efecto techo de cristal.11

Las mujeres no solo deben enfrentar obstáculos mayores que los hombres si desean obtener un puesto de trabajo superior, sino que terminan ganando menos cuando compiten en iguales cargos y tienen la misma preparación, sumado a que deben dedicar mucho más tiempo a labores del hogar. Según un estudio del DANE, las mujeres invierten más del doble del tiempo que los hombres al trabajo doméstico no remunerado incluso cuando están insertas en el mercado laboral.Además,según el estudio, las mujeres destinan 25,7 horas semanales a las labores del hogar, mientras que los hombres apenas llegan a las 10,9 horas a la semana. Esta diferencia se hace más evidente con la diferencia en la remuneración entre hombres y mujeres. Según estadísticas, la brecha salarial por género en Colombia es del 30% y solo hasta 2073, es decir dentro de 54 años, se espera lograr el equilibrio en los pagos hacia hombres y mujeres.12

Lastimosamente, dicha realidad no está alejada del entorno eclesial, donde una mujer soltera generalmente recibe mayor dificultad para aspirar a un puesto de pastora en contraste con un hombre soltero. Además, incluso cuando la mujer está casada y ejerce como pastora, en numerosas ocasiones recibe un salario inferior en comparación al del hombre, o aun nulo, incluso cuando desempeña las mismas responsabilidades y además recibe toda la carga del trabajo doméstico.

¿Qué tiene que ver la desigualdad laboral actual con el estudio de Romanos 16:1-16?

Gracias a la hermenéutica liberacionista utilizada para analizar el pasaje, se demuestra que el trato igualitario que le dio el apóstol Pablo a las mujeres y hombres creyentes afirma que todas las personas poseen valor y dignidad por sí mismas y no por comparación a otras. Esta verdad contrasta con las relaciones asimétricas de marginación y dominación que se establecen entre los seres humanos dentro de la sociedad en general.

La iglesia hoy debe buscar generar oportunidades igualitarias para el trabajo eclesial de mujeres y hombres. Es lamentable que en ocasiones las mujeres en el ámbito eclesial han llegado a internalizar y asimilar su rol limitado e impuesto, por lo que su voluntad de autodescubrimiento y de exploración de nuevos caminos se ha visto truncada. Las mujeres han llegado a tal punto de creer que su más alta aspiración es ser deseadas,13 mientras que los hombres viven convencidos de que gracias a su desempeño y al liderazgo que supuestamente deben tener según la Biblia, el papel de la mujer es ser su premio por el duro trabajo que realizan. A pesar de ello, la iglesia sigue defendiendo que el centro de la sociedad es la familia y por lo tanto en el modelo bíblico de familia funcional la mujer queda expresamente identificada como madre y esposa. Mientras que el marido es el proveedor del hogar, a ella le corresponden las labores domésticas. Esta situación restringe dramáticamente la posibilidad de realización personal y culpabiliza a todas aquellas que no son felices viviendo solamente para los demás.

Las mujeres continúan siendo ninguneadas bajo una estructura eclesial que con sutileza reduce su labor a las labores del hogar o al ministerio infantil con obediencia, respeto, abnegación y sacrificio, mientras que su marido tiene más oportunidad de desarrollar labores eclesiales como pastoreado o liderazgo en mayor variedad de ministerios. En los casos donde la mujer logra hacer más que dichas labores, y se esfuerza por encontrar su voz y sus propias oportunidades, el hombre sigue sin compartir la responsabilidad del hogar, dejando todo el peso en ella bajo la premisa de que dicho trabajo no hace parte de su rol. Todo esto se debe a la división sexual del trabajo, la cual no solo diferencia las tareas que hacen hombres o mujeres, también confiere o quita prestigio a esas tareas.

Ante toda la situación descrita, la iglesia está llamada a dejar de masculinizar o feminizar los ministerios eclesiales. Como se ha visto, las consecuencias de tal dinámica han sido nefastas para la sociedad en general creando brechas salariales injustas y marginando a la mujer, ante ello, los creyentes han sido llamados a contrarrestar tales prácticas. La iglesia debe permitir una libre escogencia que le brinde a la mujer el poder optar por algún ministerio según sus propias características, gustos y dones y no según su género. Además, desde el liderazgo se debe propiciar un espacio donde intencionalmente se busque verbalizar y ayudar a visibilizar la labor femenina en la iglesia. Las mujeres no solo deben ser elogiadas por las buenas maestras de niños o madres que puedan ser, sino por su labor de liderazgo en otras áreas y ministerios, tal como se ve en el saludo de Pablo en Romanos 16. Por último, la iglesia debe permitir que las mujeres puedan ser mentoras también de hombres, pues esta es una forma de contrarrestar el que se continúen socavando las ideas y el liderazgo de ellas, y mientras tanto los hombres aprenderán a escucharlas y respetarlas como iguales y hermanas libres y llamadas sin distinción por Dios.

Conclusión

Una lectura liberacionista de Romanos 16:1-16 muestra que Pablo creyó que las mujeres estaban igualmente calificadas que los hombres para trabajar en la comunidad eclesial. En la lista de saludos del apóstol se pudo observar la variedad de mujeres: una era independiente financieramente y por lo tanto patrona de muchos; otras estaban casadas, pero con un trabajo definido que les permitió destacarse; otra fue llamada apóstol por su labor; otra fue valiente al punto de proteger la vida de hombres como Pablo y sin temor terminar en la cárcel por causa del evangelio. La realidad es que el mensaje de la Biblia es un mensaje de liberación para las mujeres y los hombres, y la iglesia ha sido llamada a ejemplificar esta verdad.


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  • Redacción del Tiempo. “Mujeres dedican el doble de tiempo que los hombres a labores del hogar”. El Tiempo. 02 de agosto de 2019. https://www.eltiempo.com/politica/gobierno/brecha-salarial-entre-hombres-y-mujeres-en-colombia-396766.
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Colombiana, teóloga de la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia. Ama leer y escribir, y sueña con seguir su carrera de teología enfocándose en la teología feminista.

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