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Ciencia y religión: apuntes sobre dos cosmolenguajes

En esta oportunidad quiero recoger mis reflexiones sobre la relación entre ciencia y religión, organizándolas en varios apuntes y, al final, algunos comentarios. Sé que ya antes en TeoCotidiana se han publicado artículos que abordan este tema, como los de la Máster en ciencias María Camila Medina y del Dr. Alfonso Ropero (a los cuales les remito).1 Pero después de mucho pensarlo, decidí hacerlo así, como notas sueltas, sin pulirlas y entregarlas en esmerados castillos de tesis, proposiciones y demostraciones porque quiero que me acompañen en esta tarea y quizá, si se animan lo suficiente, podamos elaborar algo entre todos. Es decir: mi intención es que dialoguemos, con lo mucho o poco que creamos saber del tema. Empecemos.

Varios apuntes en dos notas

1. Tanto la ciencia como la religión presentan una visión conjunta del mundo. Ellas son lenguajes que nos abren el camino cognitivo hacia la realidad, explicando, significando y dotando dicha realidad de valor ontológico y estético, ordenando y notando tal valor en un sistema lógico. En otras palabras, ambas son una discursividad del mundo: narrativas, imaginarios o como las queramos nombrar. Al final cada una ofrece una cosmovisión.2

La naturaleza diferente de cada una de ellas ha generado un debate sobre su credibilidad que se ha incrementado en los últimos trecientos años que van corriendo. Según mi entender, no sé cuál sea el de ustedes, el debate se ha ido “por las ramas”. Se han confrontado los datos bíblicos a la luz de los conocimientos científicos en estado de gestación desde la revolución físico-matemática del siglo XVII, la aparición de una teoría unificada de la historia natural (la teoría de la evolución), y la matematización de las ciencias biológicas, en especial la biología molecular, en el siglo XX.

Durante esta misma época, el movimiento del historicismo y la crítica literaria, así como el romanticismo, el deísmo y las Ilustraciones (sí, en plural porque fueron tres: la francesa, la inglesa y la alemana, con diferenciaciones importantes entre ellas),3 buscaban la verdad, contraponiendo sus programas y hallazgos en menoscabo del que se consideró el monopolio que la religión ejerció sobre la verdad. En todos estos hallazgos disruptivos tuvo mucho que ver el fenómeno de los conversos judíos (llamados peyorativamente marranos) como detonante de la crítica a la tradición. En este sentido es muy famosa y diciente la relación del médico Juan Baptista Piñero con Juan de Prado (ambos conversos al cristianismo y luego al librepensamiento y al deísmo abierto), y luego de este último con Baruc Spinoza.4

El paso al siglo XX mostró que también la ciencia, así como el movimiento histórico-literario-filosófico de las Ilustraciones habían caído en la tentación del monopolio en el control de la verdad. Un ejemplo lo da la tensión entre el mundo regular y predecible de la mecánica newtoniana y el caos impredecible de la mecánica cuántica de Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger, por un lado, así como el problema del historicismo y la crítica bíblica, por el otro. No obstante, también es muy conocida la historia de la lucha por el monopolio de la verdad que la administración eclesial romana sostuvo. Si bien, la iglesia ha reconocido tal falencia, recapitulando sobre el afamado “caso Galileo”.5

Tras cada una de los tres sistemas y lenguajes explicativos del conjunto de la realidad, a saber, religión, filosofía y ciencia, se percibe una obsesión por poseer y controlar la verdad. En ellas se integra una lucha por dictar la verdad. Testimonio de dicha obsesión lo constituyen nuestros museos y bibliotecas, mausoleos y templos donde rendimos culto a la verdad. En esto tiene razón Umberto Eco cuando señala que Occidente sólo atesora los libros, las obras de arte y los conocimientos que consideramos verdaderos, quemando, persiguiendo y ocultando todo aquello que por erróneo, lo tildamos de herético. Según mi forma de ver, este es el marco correcto donde se percibe la tensión entre la ciencia y la religión: una lucha por el poder, legitimada por dos lenguajes que parecen ser usados como dictados de lo verdadero.

2. Sigamos enunciando lo obvio al decir que la ciencia es un discurso demostrativo, mientras la religión es apodíctica. Entre ambas parece darse el encuentro (y desencuentro) entre lo factico (res eo ipso) con lo regulativo tradicional (testimonium).

Me permito traer una cita extensa de Hugo Pérez Rojas, profesor en la Universidad Nacional en Medellín (Colombia) e investigador titular del Instituto de Cibernética, Matemáticas y Física de La Habana:

El sol es una estrella mediana, alrededor de la cual se mueve su séquito de nueve planetas: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Excepto Mercurio y Venus, los demás planetas tienen satélites, algunos más grandes y otros más pequeños que el nuestro: la Luna. Entre Marte y Júpiter un número grande de planetas menores, los asteroides, se mueve dentro de una extensa zona. Otros miembros del sistema solar son los cometas que, como el Halley, nos visitan periódicamente. A una velocidad de unos 250 kilómetros por segundo el sol se desplaza alrededor del centro de nuestra galaxia a una distancia de unos treinta mil años luz, y se estima que el tiempo que demora en efectuar una rotación completa es de unos doscientos millones de años. Nuestra galaxia contiene alrededor de cien mil millones de estrellas de diversos tamaños y estados de evolución, y tiene un radio de aproximadamente cuarenta y cinco mil años luz (1 año-luz ≈ 9,4 x 1012 km [novecientos cuarenta mil billones km, entonces: 423 mil trillones km]).

La época presente se caracteriza así por el hecho de que de modo continuo se incrementa nuestro conocimiento acerca del sistema solar y del universo en general. Por ejemplo, hoy se sabe de la existencia de numerosos sistemas planetarios extra-solares, pues se han detectado planetas que giran alrededor de estrellas como 51 Pegaso B, 47 Osa Mayor B y otras muchas más. Pero apenas hasta hace cinco siglos el hombre conocía tan sólo de la existencia de la Luna, el Sol y cinco planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Durante milenios, el hombre los vio moverse en el firmamento sobre el fondo estrellado. El descubrimiento del mecanismo real del movimiento planetario le llevó un largo proceso caracterizado por avances y retrocesos, por atisbos de la verdad opacados luego por concepciones erróneas y, finalmente, por la toma del camino que desembocó en el descubrimiento de la verdad científica. Así se reveló el mecanismo que rige el movimiento planetario, y se constituyó un capítulo fundamental de la ciencia moderna: la mecánica.6

Al final de la cita se observa cómo opera la ciencia como lenguaje que interpreta el mundo, así como prótesis que extiende las ansias de control del homo sapiens sobre él, sobre todo cuando se romantiza su historia como la epopeya del descubrimiento humano de la verdad en contra de las tenebrosas elites intelectuales que Carl Sagan gustaba en llamar “los místicos”.7 Además de esto, es obvio que el pensamiento científico está sometido a datos empíricos y a casos históricos. Estrictamente hablando, basta con sólo un caso para refutar o modificar una hipótesis.8

Pero también es igualmente cierto que el pensamiento religioso también se funda en la experiencia, entendida esta como una acumulación de datos sensibles suministrados por los sentidos sensoriales y valorados según determinados criterios, como se dice en 1Jn 1,1-3 (sigo la traducción de la BJ y el texto griego de NA28):

1 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído (ἀκηκόαμεν), lo que hemos visto con nuestros ojos (ἑωράκαμεν τοῖς ὀφθαλμοῖς ἡμῶν), lo que contemplamos (ἐθεασάμεθα) y nuestras manos tocaron(αἱ χεῖρες ἡμῶν ἐψηλάφησαν) acerca de la Palabra de vida, 2 pues la vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó; 3 lo que hemos visto y oído (ἑωράκαμεν καὶ ἀκηκόαμεν), os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

No obstante esta fundamentación empírica del discurso y la lógica religiosa, en cierto sentido, la experiencia religiosa es contrafáctica, esto es, va en contra de la realidad. ¡Pero la ciencia también es contraria al sentido común! Esto significa que la verdad no está en la superficie de la opinión ni la experiencia general. La experiencia religiosa implica un sí incondicional al testimonio de Dios. Esta mezcla entre experiencia contrafáctica y orientación testimonial constituye la definición de fe, al menos según Pablo quien hablando del proceso religioso de Abrahán, escribió en Rom 4,18-22 (continuo con la traducción de la BJ y el texto griego de NA28):

18 El cual, esperando contra toda esperanza, creyó (παρʼ ἐλπίδα ἐπʼ ἐλπίδι ἐπίστευσεν) y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad. 19 No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor —tenía unos cien años— y el seno de Sara, igualmente estéril. 20 Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, 21 con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido. 22 Por eso le fue reputado como justicia.

De lo dicho en estas dos notas creo que podemos acordar en concluir que:

  • El pensamiento científico está sometido a la falsación (puede ser refutado).
  • La fe es contrafáctica.
  • La ciencia está vinculada a instituciones que estimulan el disenso.
  • La fe está vinculada a comunidades que tutelan el consenso (canon, la regula fidei, jerarquías y burocracias sacerdotales [incluye estructuras protestantes]).
  • La ciencia está obligada a la innovación.
  • La fe está obligada a mantener la tradición.

Comentarios sueltos

Quiero que visualicemos los imaginarios astronómicos que alimentaron las cosmovisiones de la Antigüedad, Edad Media y Modernidad temprana. Nótese que estos imaginarios han visto un inesperado resurgir por medio de los activismos políticos de ciertos grupos conservadores, cristianos y no cristianos (sí, estoy hablando de los terraplanistas). Veamos la imagen:

1. Esta imagen acompañaba mi vieja biblia Nácar-Colunga (como buen católico del siglo pasado, le tengo cariño a esta traducción castellana). Aquí podemos apreciar la visión compartida con Homero, los presocráticos (filósofos naturales), Aristóteles (mundo sublunar y supralunar). Puede ser útil acompañar la observación de esta imagen con los siguientes textos de la biblia hebrea:

Ha trazado un círculo sobre la superficie de las aguas, en el límite de la luz y las tinieblas (Job 26,10).

Que extendió la tierra sobre las aguas (Sal 136,6).

Alabadle cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos (Sal 148,4).

Cuando estableció los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo (Prov 8,27).

2. Esta es otra imagen de la misma cosmovisión antigua. Este caso es tomado de la Topographia Christiana de Cosmas Indicopleustes, un geógrafo alejandrino del siglo VI. Nótese que la oikoumenē está dentro del tabernáculo bíblico (Éxodo), dándole una apariencia de Ant Farm muy particular. Ya Flavio Josefo (Bell. 5,5,4, §§212-214) describía el velo del דביר (santa sanctorum) en proporciones cosmológicas:

Delante de éstos colgaba un velo de igual longitud, de tapiz babilónico, con bordados de azul y lino fino, también de escarlata y púrpura, labrado con maravillosa habilidad. Esta mezcla de materiales tampoco carecía de su significado místico: tipificaba el universo. Porque el escarlata parecía emblemático del fuego, el lino fino de la tierra, el azul del aire y la púrpura del mar; la comparación en dos casos se sugiere por su color, y en el del lino fino y la púrpura por su origen, ya que el uno es producido por la tierra y el otro por el mar. En este tapiz se representó un panorama de los cielos, excepto los signos del Zodíaco.9

Es casi imposible dejar archivada en la memoria, sin mencionar, la diatriba de Martin Lutero cuando éste llamó a Copérnico “astrólogo advenedizo”, porque presentaba un modelo cosmovisional diferente, señalando: “las sagradas Escrituras nos dicen que Josué ordenó detenerse al sol y no a la tierra”.10

3. Esta imagen reproduce el sistema planetario de Ptolomeo de Alejandría, un estudioso del siglo II antes de la era común que continuó los estudios de Apolonio de Perga e Hiparco de Rodas, otros científicos helenistas anteriores en un siglo a él. En su modelo, la inmovilidad de la tierra es un supuesto sostenido por la experiencia cotidiana: “la tierra no parece moverse”, por tanto, una premisa fáctica, no contrafáctica.

En la orgía con la obsesión pitagórica con la esfericidad (armonía de los planetas), Filolao (del siglo IV antes de la era común) supuso la existencia de un planeta invisible: Antichthōn, cuya función era proteger con su sombra del fuego primigenio central (Hestia). En este modelo cosmológico se inventariaron diez cuerpos celestes: Hestia, Antichthōn, la luna, el sol, la tierra y los cinco planetas visibles desde la tierra a “simple vista” (mercurio, venus, martes, júpiter y saturno). Las tablas de Ptolomeo para calcular los movimientos planetarios eran bastante seguras, y el catálogo de estrellas de Hiparco sirvió a exploradores renacentistas como Colón y Vasco de Gama en sus viajes.

4. El sistema cosmológico de Heráclides del Ponto (del siglo IV), admite la rotación de la tierra en su propio eje, y que la luna y el sol giren sucesivamente en órbitas concéntricas, alrededor de la tierra. Los demás planetas giraban alrededor de la tierra, excepto venus y mercurio, que lo hacen alrededor del sol. Aristarco de Samos presenta un sistema heliocéntrico que luego será recuperado por Copérnico.

5. En el sistema cosmológico del danés Tycho Brahe, la tierra está situada en el centro del sistema, con el sol girando a su alrededor, mientras los demás planetas se mueven en la circunferencia solar. Este sistema es una mezcla entre el sistema de Copérnico y el de Aristarco, en el cual la tierra vuelve a ser el centro de los movimientos planetarios.

6. En la imagen se reproduce el famoso sistema de esferas y sólidos inscritos de Johannes Kepler y que debería estar en la obra Mysterium Cosmographicum. Esta idea le surgió, según la leyenda, en 1595, cuando dibujaba una figura para su clase de matemáticas en el gymnasium de Graz (Austria). Eran los cinco sólidos regulares de los que hablaba Platón (Timeo, 53b-58c) y la idea (obsesión pitagórica) de la perfección: tetraedro (4), cubo (6), octaedro (8), dodecaedro (12), icosaedro (20). Se conjuga todo esto en los cinco poliedros regulares y cinco espacios entre los planetas conocidos, se salpimienta al gusto y voilà!, tenemos la obsesión que se apoderó de Kepler. Él concebía una esfera externa a saturno y desde éste se envolvía el resto de las orbitas planetarias, como en capas de cebolla. Así: saturno (cubo), júpiter (tetraedro), marte (dodecaedro), tierra (icosaedro), venus (octaedro) y mercurio (octaedro).

7. En la imagen superior se reproducen los cálculos elaborados por Eratóstenes para medir la esfericidad de la tierra a través de dos varas implantadas, una en Siena (S) y otra en Alejandría (A). La observación hecha en el equinoccio de verano (21 de junio). En Siena no se daba sombra de una vara clavada a medio día. En Alejandría sí se producía sombra (7 grados), entre Alejandría y Siena corrían 800 km de distancia. Si imaginamos unas varas prolongadas hasta el centro de la tierra (o), el ángulo formado es de 7 grados: 360/7 = x/800; esto da unos 40.000 km (exactamente, 41.142.8), circunferencia aprox. al cálculo actual (40.076 km).

8. En Nikola Koppernnigk no sólo influyeron las ideas de Aristarco de Samos, sino también las pitagóricas (el centro de su sistema no era precisamente el sol, sino un punto cercano, Hestia), y las de Nicolás de Cusa, Georg von Peurbach y Joahnn Müller von Köningsberg (conocido como Regiomontano, discípulo de von Peurbach). Esta cosmología aparece en su obra de 1543: De revolutionibus orbium caelestium.

Otra tendencia, muy de uso, consiste en ilustrar el énfasis moderno con la revolución copernicana. Si bien la teoría heliocéntrica al combatir el geocentrismo medieval se enfrentó con la metafísica aristotélica a él circunscrita, el heliocentrismo, como teoría científica, sólo se presentará en una forma científicamente depurada con Johannes Kepler; en Nicolás Copérnico sólo tenemos un renacimiento de la antigua heliolatría (culto al sol). Al respecto, Stoffel sostiene que el geocentrismo tradicional realmente sostenía dos centros universales: la tierra como centro cosmocéntrico y el sol como centro teológico. Así, la tierra, en función de su centralidad cosmocéntrica, es entendida como el espacio destinado al movimiento (en sentido aristotélico): expresión de la generación y degeneración, de la corrupción; es decir, ella es el habitáculo del mal y el pecado, ella representa el papel de la “basurera cósmica” (poubelle cosmique). En contraposición a la tierra, el sol, en tanto que considerado como objeto físico, es fuente de luz, calor y vida; en cuanto que objeto simbólico, es el emblema del rostro divino. En relación a la importancia del papel de sol en Copérnico, éste, por importante que deba ser, no es más que simbólico “el astro de la gloria no juega ningún papel en la mecánica celeste de Copérnico, ya que no es sino en Kepler que el centro de los movimientos planetarios coincidirán con el sol”.11

En el espíritu del temprano humanismo, de esta “ingenua recepción de la heliolatría”, como podríamos denominar la empresa copernicana, pronto se sacaron sus consecuencias teológicas: el teólogo Pierre de Bérulle (1575-1629) en sus “Discursos sobre el ser y las grandezas de Jesús” identificó, de forma poética y en consonancia con un aristotelismo platonizado, a Jesús con el sol en cuanto que éste (el sol-Jesús) merece ser el centro geométrico y teológico del universo. Él se expresó de la siguiente forma: “pues Jesús es el sol inmóvil en su grandeza, que mueve todas las cosas. Jesús es semejante a su Padre, y está sentado a su derecha, es inmóvil como El, y provee movimiento a todo. Jesús es el verdadero centro del mundo, y éste debe permanecer en movimiento continuo en torno a él. Jesús es el Sol de nuestra almas… la Tierra de nuestros corazones debe permanecer en movimiento continuo en torno a él, para recibir en todas sus facultades (puissances) y partes la benigna influencia de éste gran Astro”.12

9. En la imagen se presentan las dos leyes de Kepler sobre las órbitas elípticas de los planetas, no circulares como se creía desde la Antigüedad. Kepler estudia en su Astronomia Nova, de 1609, la órbita de marte por indicación de Tycho Brahe (por ser la más difícil de conciliar con una órbita circular). El descubrimiento de Kepler: los planetas se mueven alrededor del Sol en órbitas elípticas, donde el sol ocupa uno de los focos (primera ley de Kepler). La segunda ley la descubre como consecuencia de la observación de que los movimientos de los planetas se hacen más lento hacia el afelio, que hacia el perihelio. Segunda ley: el radio vector (línea imaginaria que une al sol con los planetas) barre iguales áreas en iguales tiempos.

Papá de Immanuel y Tobías, esposo de Biviana, católico y teólogo. Profesor en dos universidades y miembro de varios grupos de investigación.

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