Del dicho al hecho… ¿hay un gran trecho?

Reflexiones en torno a la presencia de las mujeres en el movimiento de Jesús.

Seguramente has visto un telar antiguo. Uno de esos donde la madera que se va moviendo de arriba hacia abajo entrelaza hilos diversos. Imagina que en este se está creando un diseño sencillo, de sólo dos colores. Uno de ellos, es el que se ha concebido como el ideal para mostrar el dibujo. Sólo una cara de este lienzo está igualmente predestinada para ser la externa, la que ha de hacer ver lo que se quiere mostrar, la principal. Pero sucede que no puede existir una parte sin el sostén de la otra. Que a pesar de estas preconcepciones que obedecen sobre todo a un cúmulo de herencias culturales sobre el propio acto de tejer las cosas ambas partes del lienzo no son ajenas, sino conforman una misma y única trama, que esos “segundos hilos” -o “hilos de atrás”- aunque sólo aparezcan en la cara visible del diseño como leves puntadas esporádicas, hacen parte indisoluble de ella.

Decir es una forma de hilar. Lo dicho sobre Jesús y su movimiento es un tejido textual que obedeció a un “deber ser” y un “poder hacer” culturales para conformarse. La imagen de ello también deja clarísimo con qué hilos prefirió fijarse y mostrarse su trama. Un tejido de fuerte tono androcéntrico fue esencialmente el resultado de esta urdimbre hilvanada en el marco de un soporte patriarcal. Tal vez no podía ser de otra manera. Sin embargo, en todo tejido puede pasar que puntadas del color destinado a estar detrás, de alguna manera aparezcan en la cara externa y el tejido textual diseñado para contarnos estas historias sobre Jesús y su grupo no quedó exento de ello.

Identidades claras y no tan claras, presencia, encuentros y desencuentros de mujeres distintas se salen en el lienzo desde el atrás culturalmente predestinado, compareciendo en medio de la trama. ¿Otra cultura de tejer las historias emergía o acaso es otra manera de ser movimiento la que aparece? La balanza se inclina a lo segundo. Estas apariciones de los hilos de atrás en el lado principal de la trama textil y textual, fue por escasas que se hicieron notables. Pocos nombres, pocas menciones: todo tendía a que se vieran menos. Y aún cuando estos trazos de mujeres comparecen armónicamente dentro de lo que en los textos se quiere mostrar, su presencia en los mismos ha sido percibida y concebida a través del tiempo como errores, como algo no tan importante o digno de ser tenido en cuenta, como algo netamente accidental.

Esta concepción prejuiciada reforzó a su vez los sentidos de ausencia y exclusión de las mujeres como sujetos, deslegitimando la pertenencia legítima de las mismas al entramado del movimiento, y acabó zanjándose cada vez más profundo en nuestro imaginario socio-teológico, la brecha de distanciamiento entre lo dicho sobre ellas y los verdaderos hechos, aún cuando el tejido textual parecía contradecir eso. Nos enseñaron a entender y proclamar toda la trama del movimiento desde ese prejuicio. Todo ello devino y aún impacta en el campo de lo hermenéutico. ¡Tal es el efecto que produce esa manera particular de tejer los hechos privilegiando el matiz androcéntrico y kyriarcal!

Pero, más allá de esta percepción condicionada por la propia manera de armar la trama, la existencia visible de estos otros hilos declarados como el matiz “menos importante”, también han logrado y pueden ser vistos por un ojo observador atento más allá de las ya mencionadas explícitas y exiguas puntadas “discordantes”. Al acercarnos un poco más y detenidamente al tejido textual que nos narra sobre las memorias de Jesús, sus discípulas y discípulos, veremos que la presencia de las mujeres no es para nada una comparecencia azarosa ni esporádica, sino que siempre han estado ahí asomadas e insinuadas en los bordes, detrás de…, soportando como en un tapiz toda la imagen que se nos quiso mostrar. Y, definitivamente, pueden ser totalmente apreciados por quien se atreva a voltear el tapiz. Donde -¡oh, sorpresa!- no veremos una disolución del dibujo, ni otro “ dibujo” diferente al que se nos muestra arriba, sino el mismo diseño y trazo, pero con otro énfasis de color.

Una impronta hermenéutica liberadora, de la sospecha, que lee en los silencios y la ausencias, no patriarcal y descolonizadora, nos ha hecho sospechar de esta urdimbre textual sobre Jesús que se nos ha legado. Nos provoca a acercarnos a ver cómo se cuelan esos otros matices de la presencia de las mujeres y otros sujetos vulnerables con identidades genéricas y socialmente no deseables en todo el tapiz, y también a darle la vuelta y palpar sus nudos, sus puntadas tensas escondidas intencionalmente detrás, en los amarres de esos hilos declarados de antemano como subalternos, preguntándonos como Spivak , si tiene algo que decir y decirnos, si realmente lo sub-alterno puede hablar.

Estas y otras dislocaciones paradójicamente, son las que nos ayudan a colocar el texto recibido de forma más precisa, y a verlo tal cual es de manera más profunda y compleja. Todo lo anterior demuestra la necesidad de apostar, en primera instancia, por comprender desde dónde y cómo fueron tejidos los relatos, colocando así el elemento epistemológico, que siempre es a su vez y entraña lo político y cultural, como una pieza clave en el engranaje del ejercicio de toda comprensión y salida interpretativa posterior.

Los evangelios y otros textos canónicos, como hemos dicho, son un tapiz. El tejido textual, como en el telar, fue concebido para mostrarnos su mensaje prefiriendo unos hilos y tonos que debían estar arriba, según los cánones y mandatos de género epocales, no sería atractivo, ni apreciable en su justa valía lo que quería mostrarse de no hacerlo así. Los hombres fueron esos hilos fuertes que sirvieron para bordar punto por punto la historia de Jesús, el Mesías que habría de venir. Las mujeres constituyeron esos otros hilos sin los cuales la historia, como el tapiz, no podría existir ni sostenerse, y se mostraron más o menos visibles en dependencia de la escuela, contexto o grupo específico que se encargó de reproducir el tejido textual de esas memorias, pero ¿cómo reproducir sin producir? Esta pregunta nos abre camino al segundo elemento importante a la hora de encontrar pistas para validar la presencia de las mujeres en el movimiento de Jesús: el elemento ya no de la construcción, sino de la validación de los textos.

Existen grandes aportes en cómo se ha trabajado este tema de cómo y dónde seguirle la pista a la presencia de las mujeres en el movimiento de Jesús, sobre todo desde la mirada canónica. Las etapas a que responden los textos recogidos en el canon han servido para demarcar el tejido textual sobre el cual desplegar estas miradas hermenéuticas liberadoras e inclusivas ya mencionadas. Pero ¿de cierta forma eso no sigue inconscientemente validando una única cultura hegemónica del contar y tejer la historia? ¿No sigue legitimando ese poder kyriarcal el tomar sólo, o sobre todo, la muestra textual canónica como el tapiz legítimo que despliega la historia realmente digna de desentrañar?

Los textos son históricos-kerigmáticos, pero lo histórico ha pesado siempre muchísimo como elemento de verificación de la legitimidad de lo textual. La cultura de legitimación de lo canónico se trasluce precisamente en esta forma de dignificar un texto en detrimento del otro. Pero en los textos bíblicos, como sabemos, a veces lo histórico es un supuesto bastante frágil desde el punto de vista de la comprobación, entonces ¿será que no puede concederse y concebirse al kerygma como un elemento fuerte y de peso en esto? Distribuir esta herencia de legitimación entre lo histórico y lo kerigmático de forma más equitativa, contribuiría a dignificar otros aportes textuales cronológicamente más “descolocados” con respecto a la urdimbre de los primeros “lienzos” que sobre Jesús y su movimiento nos han podido llegar, como por ejemplo, el de los llamados textos apócrifos.

Los testimonios que tenemos del movimiento de Jesús son mayormente bíblicos: una sola tela, con una sola cara, patriarcal y canónica. De las fuentes extrabíblicas sólo Flavio Josefo nos habla de un tal Jesús. Lo declarado como no canónico obedeció a criterios cronológicos, pero también a criterios ideológicos y de poder, pero su sola existencia más allá del supuesto momento de los hechos nos muestra exactamente que hay más tela por donde cortar, y más tejido análogo que explorar.

Es inevitable que cada pieza de un telar tenga sus giros únicos a pesar de deberse a un diseño prescrito. Los tejidos textuales de los evangelios así también lo hicieron. Algunos se atrevieron a mostrar, con premeditación o por descuido, algunas puntadas de ese otro matiz, a veces de más o con más énfasis en esta cara externa. Los evangelios apócrifos, sin embargo, siguen el hilo de esta misma trama de Jesús, su apuesta y su gente, haciéndola sostenible y haciéndonos de cierta forma ver que el movimiento de Jesús tuvo un impacto político social no solo cierto, sino de acierto y desconcierto, lo cual es un saldo nada despreciable.

Las mujeres estaban ahí en los apócrifos, como también en la urdimbre del tejido textual canónico. La diferencia estriba solamente en su lugar en el lienzo. Los apócrifos no proveen otra historia, sino otra versión. La sostenibilidad del evento Jesús no queda vulnerada, sólo recolocada en ellos y es digno de tenerse en cuenta. El kerygma, ese querer decir sobre un mismo evento y tratar de tejer una mirada de comprensión creativa y diversa sobre él, ha de servirnos para justipreciar el valor de estos.

Desde los maderos de la cruz, como en un telar, se fue tejiendo la historia del movimiento que quedó recogido en todo tipo de textos, reconocidos como sagrados o espúreos, centrales o marginados de acuerdo a la cultura del decir y las agendas del poder del momento. Hay un trecho textual más grande que recorrer y apreciar cuando de seguirle las huellas al movimiento de Jesús se trata. Sin lugar a dudas las mujeres han estado ahí, no siempre en todo lo dicho, pero sí en todo lo hecho.

¿Qué lugar siguen ocupando las mujeres en los movimientos liberadores, contraculturales y/o disidentes de un pensamiento o agenda dominante? ¿De qué manera se tejen las historias también hoy día? ¿Favoreciendo qué hilos por sobre otros? ¿Qué tienen que ver los cuerpos textuales con ciertos cuerpos?

Estas y otras preguntas saltan desde este atrás hacia el delante de la praxis de fe que hoy continuamos tejiendo.

Quienes saben de estos telares verticales que hemos venido usando como imagen metafórica para abordar el tema, dicen que el hilo de atrás es el primero. Que el dibujo de adelante sólo puede empezar a tomar lugar a partir de la base que asentó tejiéndose este. Siguiendo nuestra analogía cabe la pregunta ¿será que un entramado de mujeres desde atrás en el tiempo y en la historia del pueblo judío fueron también origen de todo lo que luego en Jesús vemos? No toca develarlo aquí. O tal vez no haga falta, pues queda claro en el tejido textual esta respuesta. Basta mirar con sospecha el lienzo resultante que se nos ha legado sabiendo que como es arriba ¡así es abajo! Que si volteamos el lienzo de la historia descubriremos que los “hilos de atrás” siempre han estado ahí y están primero. Que realmente entre lo dicho y lo hecho sobre las mujeres y su presencia en ese movimiento del siglo primero, existen brechas que rellenar, pero no trechos.

Especialista del Área de Articulación Religiosa en OAR , Profesora en Instituto Superior Ecuménico de Ciencias de la Religión Profesora en Seminario Evangélico de Teología de Matanzas Cuba Profesora en ISEBIT Cuba.

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