El Dios de mujeres - Encabezado - Teocotidiana

El Dios de mis mujeres

La iglesia estaba casi vacía. Yo estaba llena de dudas, pero igual las mujeres que me habían invitado me decían que Dios estaba ahí, en ese templo pequeñito y sencillo. Era el año 2000 y yo era una joven incrédula. Me senté lo más lejos que pude del púlpito e internamente juzgaba todo a mi alrededor. Yo traía una aflicción profunda, pero nadie lo sabía. Me había definido como atea, pero en medio del pecho tenía una atracción inconmensurable hacia lo divino. Esa noche lo experimenté por primera vez. 

La celebración del servicio fue novedosa para mí. Todos los congregantes, en su mayoría mujeres, parecían estar en una conexión con ese Dios desconocido para mí. Un Dios desconocido y culpable. Yo tenía la rabia de la vida, la rabia del dolor, de la herida que se agrava y que no sana, y en medio de ese hastío, la divinidad se hacía palpable en esa iglesia pequeñita. Antes de terminar el servicio la mujer a cargo de la iglesia (en ese momento aún no se la reconocía como pastora) se me acercó y oró por mí. Sus oraciones verbalizaron ese dolor mío que no tenía palabras. Yo no tenía palabras, ¿cómo supo ella esa carga que pesaba junto a mi cuello?

Comencé a asistir regularmente a las reuniones, yo iba incluso en contra de la voluntad de mi familia. Algo de real había en ese Dios y yo necesitaba descubrirlo. Yo no tuve una conversión automática ni nada por el estilo. Antes de la conversión tuve la conversación con Dios. Yo le presenté todas mis quejas, como era necesario, y poquito a poquito me fui enamorando de esa idea de Reino y de un Dios personal, cercano, justo, que acompaña.

Este Camino ha sido principalmente acompañado por mujeres. Me ha gustado llamar “El Camino” a mi trasegar por lo que algunos llaman “la vida de fe”, yo le digo más bien cristianismo, porque las fes son muchas y definitivamente el monopolio no es de una sola iglesia. Desde pequeña tuve una fuerte fascinación por la vida religiosa, quería ser monja en mis primeros años de vida y recibí educación católica durante todos mis años escolares. Mujeres religiosas me enseñaron sobre El Camino, pero otras caminaron conmigo.

Esa mujer, la pastora Edelmira Cardozo, se convirtió en uno de mis modelos femeninos más fuertes y marcó profundamente mi vida. Una mujer que trabajó muchos años en el campo recibió el llamado de Dios para servirle. En Colombia, nuestra patria querida, el acceso a la educación es para unos pocos y ella, contra viento y marea, culminó su bachillerato en su adultez, siendo madre, trabajando y respondiendo a las obligaciones socialmente impuestas a las mujeres. Ese, uno de sus tantos triunfos, fue abriendo su camino a consolidarse como pastora, aunque ella todavía no lo sabía.

Ella llegó a esta pequeña iglesia como un congregante más. Luego de algunas circunstancias que ocurrieron con el anterior pastor, alguien le dio las llaves a ella para que “abriera y cerrara la iglesia”. Estaban esperando tener otro pastor y, mientras que estaban buscando a alguien, ella era la encargada de la “puerta”. Y bien lo dijeron, el evangelio es abrir puertas, es invitar, es esperar a los asistentes, es recibir.

En ese momento de transición fue cuando llegué a la iglesia y la conocí en aquella primera noche en la que ella rogó en mi nombre ante su Dios, esas plegarias que yo no podía articular, aquello que no podía describir. 

Éramos poquitos, porque normalmente cuando un pastor se va después de algún momento difícil la gente se va. 

Ella comenzó a organizar a las personas de la iglesia. Si tenía las llaves pues también había que preparar el sermón, organizar la música, recoger las ofrendas, limpiar el templo, hacer los ayunos, tener jornadas de oración y de estudio bíblico. Las personas la veían con mucho respeto e iban a su casa para recibir consejo, oración y enseñanza bíblica.

Ella se volvió como una madre para mí y tomó en sus propias manos mi cuidado como una nueva criatura, como nacida de nuevo. 

Yo quería saber todo sobre ese Dios, era un misterio que quería descubrir. Procuré tomar todas las clases, ir a todos los ayunos, leía la biblia con la luz de la calle y escuchaba a escondidas la emisora cristiana. Si ese Dios era real, yo necesitaba saber cada pequeño detalle. Ella me acompañó en ese Camino. Empecé a estar muy cerca de su labor y traté de brindar todo mi apoyo a su misión. Yo misma empecé a enseñar en los grupos de estudio bíblico, hice parte del grupo de alabanza (música) y, en general, apoyaba todos los eventos de la iglesia.

Ella comenzó a estudiar de nuevo, hizo un técnico en pedagogía y también empezó a hacer el instituto bíblico. Yo la acompañé en sus clases y estudiaba con ella. Luego de unos meses también comencé a tomar materias en el Instituto bíblico, mientras yo estaba estudiando mi bachillerato. 

Otra mujer. Fue en febrero de 2017. Vilma Trujillo, una mujer de Nicaragua que asistía a una iglesia evangélica, atormentada por dolencias mentales fue objeto de varios ritos de liberación/exorcismo durante algunos días. En El Cortezal, un poblado muy lejos de servicios básicos de salud y nulo acceso a servicios de salud mental, la iglesia parecía ser el único lugar donde esta mujer pudiera encontrar algún alivio.

En la iglesia Visión Celestial, el pastor ofreció su ayuda. Él y algunos miembros de la congregación estaban seguros de que la oración ayudaría a hacerla libre. Inicialmente Vilma se sometió al “tratamiento” espiritual de forma voluntaria. Durante algunos días estuvo en un ayuno obligado y entonces quiso escapar de la iglesia. Los involucrados en la liberación no la dejaron ir.

En la noche del sexto día alguien recibió la “visión” de que el fuego haría libre a Vilma. Prendieron una fogata en el jardín de atrás de la iglesia. Amarraron a Vilma de pies y manos. El fuego estaba muy cerca de ella y, de una forma que aún no se sabe, el fuego comenzó a arder en el cuerpo de Vilma. Ella gritó pidiendo por su vida, pero algunos miembros de la iglesia estaban convencidos de que el fuego la iba a limpiar y ella iba a resucitar libre de su padecimiento.

El 80% de su cuerpo sufrió quemaduras. Al parecer, sus captores la tiraron a un barranco, ahí estuvo nueve horas hasta que fue encontrada por su familia. Su traslado al lugar de atención más cercano duró largas horas a través de caminos muy accidentados. Sin embargo, la gravedad de sus heridas no pudo ser resuelta en el primer centro de atención, tuvo que ser trasladada a Managua. No se pudo hacer nada. Vilma falleció. Y con Vilma falleció una parte de todas nosotras.

Un tiempo después, uno de los responsables de la muerte de Vilma justificó sus acciones desastrosas en una supuesta infidelidad que había cometido ella. Todo un sistema abusador hacia las mujeres había tenido el punto culmen en la muerte de Vilma Trujillo, en ese sistema del que también hace parte la iglesia.

Tengo retratadas a estas dos mujeres en el alma. Una de ellas caminó conmigo, a la otra la vi a la distancia. La primera me cuidó maternalmente y me llevó a envolverme en la iglesia y la segunda nos dejó un testimonio de una iglesia que puede matarnos.

La pastora Edelmira fue un ejemplo profundo de liderazgo, cuidado, estudio y preparación para el servicio a la comunidad; el fallecimiento de Vilma Trujillo es el resultado de la ignorancia, los prejuicios, la desprotección estatal y religiosa, el limitado acceso a la formación académica y el comportamiento usual de un sistema que oprime a las mujeres.

La vida de Vilma, como de miles de mujeres, fue torturada y sacrificada en el nombre de Dios. Pero como mujeres nos resistimos a que la muerte y la inequidad sea nuestro lugar.

Estamos abriendo caminos en medio de la iglesia que ha negado los derechos de las mujeres por siglos, que sigue afirmando que las mujeres son inferiores, que en muchas congregaciones no permite su ordenación, que exige nuestro silencio, nuestra obediencia, nuestra resignación. Estamos ahí, ganando de a poco espacios que históricamente han sido exclusivamente masculinos.

Estamos haciendo un trabajo que nos expone continuamente a críticas exacerbadas y desaprobación constante. No somos suficientes, siempre nos falta algo. No importa cuánto nos esforcemos, nunca cumplimos los estándares.

Millones de mujeres antes de nosotras libraron esta buena pelea. Las historias de muchas de ellas no están escritas, pero de alguna forma la divinidad nos heredó algunos de sus ejemplos valientes. Seguimos luchando, cada vez más juntas, más unidas. 

Me encuentro terminando una maestría en teología, después de haber sido abogada por casi diez años en Colombia. Yo no pude continuar mis estudios teológicos cuando era joven porque mi familia no me lo permitió, pero no he podido renunciar a mi vocación y mi llamado. Y allí me he encontrado con mujeres excepcionales en este Camino, mujeres que me continúan fortaleciendo y acompañando para seguir adelante. Hermanas, madres, amigas, compañeras que trabajan desde sus propias realidades en la construcción de este Reino de Dios que trae justicia y equidad. Cada una con sus propias luchas, van abriendo nuevas posibilidades a aquellas que vienen.

La pastora Edelmira Cardozo falleció hace unos diez años, pero su huella quedó indeleble en mí. Recuerdo que alguna vez, mientras que hablábamos, hizo una pausa lenta, me tomó de la mano, se me quedó mirando fijamente y me dijo: “usted va a hacer cosas muy grandes, no se le olvide de dónde la sacó Dios”. Mira, pastora Edelmira, he logrado cosas que nunca imaginé que iba a hacer en mi vida, pero gracias a tu ejemplo, no quiero olvidarme nunca de dónde me sacó Dios.

Abogada de la Universidad Externado, titular de una maestría en Derecho económico de la Universidad Javeriana. Con experiencia en derecho público y constitucional, derechos humanos, desarme, desmovilización y reintegración, y servicios públicos. Trabajó como docente de Ciencias Políticas y Derecho. Estudiante de segundo año de maestría en divinidades (teología), investigadora graduada para el programa Religión y Transformación del Conflicto de la Universidad de Boston. Co-creadora y parte del grupo de Locademia de Teología, Reisyt y el Té Caliente, colaboradora de TeoUnder.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *