Cinco juicios en búsqueda de una pandemia - Encabezado - Teocotidiana

Cinco juicios en búsqueda de una pandemia – Una cuarentena con un profeta

Si nos atenemos al buen viejo libro como la ventana preferencial para asomarnos a un relato del misterio insondable que, a falta de una mejor palabra, llamamos Dios (y eso es lo que le sucede a este amanuense), muy probablemente diríamos con un vasto número de corifantes de la más diversa pelambre que Dios tiene que ver con todas las plagas que han afligido a la humanidad desde las nebulosas iniciales de la historia.

En ese buen viejo libro Dios mismo (suele aparecer en masculino en las páginas canónicas) no tiene muchos reparos en que se le vea como causante de muchos males. Se queda uno pensando si ese Dios es realmente enemigo de la humanidad (los dioses de otras culturas francamente lo eran), o si es su oficina de relaciones públicas la que no hace un buen trabajo. O es también plausible que el buen Dios en lo alto a lo mejor busca retratar la humanidad retratándose. La verdad es que el texto al que me refiero se teje sobre ese fundamento: que la urdimbre en la que Dios, la gente, el universo con su madre tierra incluida (¿y sus virus?) están enredados hace que el uno sea espejo del otro.

Un profeta que al parecer previó el advenimiento de una crisis de dimensiones pandémicas, crisis que se hizo concreta pocos años después, da a entender que, en efecto, las angustias colectivas, las destrucciones del mundo tal como se le conoce, el desmoronamiento de ordenamientos establecidos, bien pueden atribuírseles a Dios. Con todo, hay en esa persuasión un rasgo peculiar: el hecho de que una tragedia colectiva hunda sus raíces en la ahistoricidad de lo divino no le resta su carácter de juicio histórico. Esto es, con todo y que lo divino entra en escena como un participante más en el debate, una crisis, una pandemia sigue siendo un hecho histórico con causas identificables.

Y con juicios ineludibles.

Este antepasado nuestro (dicen que su nombre, Habacuc, quiere decir: “el que abraza,” “el que se cuelga.” De ser así tuvo que haberse tratado de alguien supremamente intenso, como el novio de mi hermana. Nada de raro tiene que haya sido profeta), este compañero, como les cuento, vivió tiempos similares a aquellos que el SARS-CoV-2 vino a interrumpir. Con los textos que dan cuenta de Habacuc como profecías suyas estamos en el 600 y algo antes de esta, nuestra era común. Si este cálculo es correcto, el de Habacuc fue un tiempo de prosperidad en su nativa Jerusalén. Buena parte de esa prosperidad se debió al influjo de inmigrantes que habían llegado desde la parte norte del territorio tras la caída unas décadas antes de Samaria en manos del imperio asirio. Por ese entonces, como ahora, recibir refugiados era buen negocio. Abundaba la mano de obra barata y se tenía a quién culpar por todos los males que ocurrían. Justo así como sucede hoy. Los colombianos nunca asaltan a nadie para robarlo. Esa práctica solo la inauguró alguien con un acento de la parte nororiental de Suramérica que se le dio por introducirla en algún callejón bogotano con un parroquiano desprevenido como víctima. Habacuc fue hijo de esos tiempos. Una especie de millenial antes de Cristo.

Él resumió en cinco señalamientos críticos no solo el perfil psicosocial de su época, sino también las razones históricas por las que se desencadenan los torbellinos Nivel Covid-19. Eso sí, debe aclararse que por entonces no fue un virus lo que asoló la nación de Habacuc poco después de su muerte. La desolación vino a manos de un imperio que se encargó de dar por terminada la breve historia de independencia del pueblo de Habacuc. Con todo, los cinco reclamos del profeta resumen a cabalidad las maldades que suelen ser el caldo de cultivo y la cuna de devastaciones asoladoras, como las causadas por SARS-CoV-2:

1. Habacuc 2:6-8. El saqueo como modo de producción.

Vandana Shiva, un defensor del medio ambiente en India, asegura que se requieren nueve litros de agua limpia para fabricar un litro de Coca-Cola. La compañía alega que son solo 3.12 litros de agua lo que se necesita (www.quora.com). Menciono tan solo ese fabricante de bebidas diabetogénicas (ya pueden ver que este texto está libre de patrocinadores) por ser, junto a Nestlé, uno de los pioneros del despojo de fuentes de agua en el sur global. El pillaje de recursos naturales, de culturas enteras y de bienes por parte de los grandes centros de poder mundial ha llevado a que pierda su valor el imprimátur divino validando el mandato “no robarás”. “Por haber saqueado naciones numerosas, te saqueará a ti todo el resto de los pueblos”, vaticina el profeta así como algunos (Slavoj Žižek y este escribiente incluidos) aún anhelamos que esta pandemia subvierta de tal manera el orden establecido que algo de ese despojo regrese a los pobres de la tierra y traiga algún alivio. Pero ahí tanto Habacuc como yo estamos pensando más con el deseo.

2. Habacuc 2:9-11. Construir sobre el hambre de los demás.

“El paraíso de los ricos está hecho del infierno de los pobres”. La frase de Víctor Hugo parece surgir de un contexto que, como el nuestro, como el de Habacuc, basaba su prosperidad en el robo. Los poderosos de antaño, los que se pavoneaban frente a Habacuc, buscaban blindarse contra el mal “construyendo sus nidos en lo alto”. Es posible que la Alcaldía Mayor de Jerusalén en el 600 antes de la era común también hubiera decidido que los grafiteros le eran incómodos. Por algo Habacuc añade en el versículo 11 “…la piedra grita desde el muro, y la viga desde el maderamen le responde”. El hambre en la ciudad demandaba un derribamiento del orden económico del saqueo.

3. Habacuc 2: 12-14. Fundamentar el orden sobre el derramamiento de sangre.

¿Qué diría Habacuc si se asomara a la Colombia del Covid-19 y descubriera que, a la fecha, el número de líderes sociales, campesinos, excombatientes que confiaron en un acuerdo de desarme y que han sido asesinados supera el número de quienes han muerto a causa del virus? Sin duda no encontraría ninguna diferencia con la Jerusalén de su juventud. Es posible que lo agobie la desesperanza, pues tras catástrofes, devastaciones y pandemias, se sigue privilegiando la sangre inocente como material que sirve de base sobre las que se construyen nuestros edificios sociales, económicos y políticos. Lo significativo es que, en el contexto de esa desazón, Habacuc o sus redactores insertan la expectativa de que, antes que sea la sangre inocente la que constituya la realidad y la habite, es la gloria de Yhaveh la que llenará la tierra. Quizás no lo vemos en esta pandemia. Quizás sí. Así como corre la sangre cruelmente derramada, así como no cesa la violencia contra las mujeres confinadas forzosamente con sus violadores, tampoco cesan la solidaridad, ni las denuncias, ni los esfuerzos silenciosos desde las comunidades de base en procura de aliviar en algo el impacto de la pandemia en los más vulnerables.

4. Habacuc 2: 15-17. El aturdimiento.

“No deben acostumbrarse a ver a los hombres (sic) morir como moscas. Al contrario, deberán pensar con frecuencia en la propia ignorancia para estar seguros de observar la mesura, única señora de las epidemias…” (https://bit.ly/2WhNrED). En su carta a los médicos, Albert Camus exhorta a mantener despierto el sentido de humanidad. Su pérdida, que bien advirtió a su vez Habacuc, se traduce en una carencia absoluta de dignidad en uno mismo. Llama la atención que esa preocupación a favor de la preservación de la dignidad humana esté ligada al respeto al medio ambiente. Justo después de advertir contra el pecado de embriagar al prójimo para despojarlo, Habacuc denuncia la violencia contra los bosques (ejemplificados en el Líbano) y la matanza de animales (versículo 17). ¿Y es que nos quedan aún dudas que la pandemia actual tenga una relación estrecha con la destrucción perpetrada contra el medio ambiente?

5. Habacuc 2: 18-20. Fetichización de la mercancía.

Sí. Ya sé. Esa expresión es del marxismo clásico. Lo cual no quiere decir que pierda vigencia como si ya no redujéramos la realidad entera (seres humanos incluidos) a objetos de compra y venta. En eso consiste la idolatría, la que Habacuc denunció. Y Marx también. No solo se trata de que, al profanar la sacralidad de la vida, la del cosmos, la del misterio humano convirtiéndola en objeto, en bien a ser transado en la bolsa de valores, estamos poniéndonos al servicio de esa mercancía (commodities, como se estila en la jerga adepta al despojo del lenguaje), sino que también se trata de que el mundo afectivo igualmente se le confía al mercado. Es el fetiche el que me inspira confianza. No mi prójimo. Con todo, la mercancía no tiene respuesta para una pandemia. Las medidas adoptadas por el gobierno colombiano indican que, al parecer, la confianza se deposita en el capital. Se ha buscado proteger, incluso por la vía de la corrupción, a las grandes marcas. No hay confianza en el trabajo, que es el productor de la riqueza. Las medidas para mitigar el impacto de Covid-19 se ensañan preferencialmente con la persona que trabaja, sea esta una profesional de la salud o alguien que vive del día a día vendiendo artículos en la calle. Pareciera como si el objeto de destrucción fuera el trabajo, la creatividad, no el ídolo que esa riqueza ha creado.

Habacuc cierra su diatriba con un canto que describe una realidad post-pandemia. En su caso, la devastación que un ejército invasor dejaría a su paso. Esa desolación se centra en la carencia de productos básicos. En la post-pandemia de Habacuc, el renglón primario de la economía (agricultura, ganadería) desaparece. Irónicamente, era (es) esa la devastación a la que nos llevaba (lleva) el orden que Covid-19 vino a sacudir. Esa desolación era (sigue siendo) la realidad cotidiana de amplios sectores de nuestra sociedad. En ese sentido, la pandemia no les plantea a las inmensas mayorías populares novedades que puedan alterar sus rutinas. El temor se apodera, antes bien, de quienes han hecho del saqueo su modo de producción, han construido sobre el hambre de los demás, disipan su aturdimiento robándoles a los demás su dignidad humana y han hecho de los bienes suntuarios sus fetiches.

Lo perturbador es que tomamos ese menú de miedos y lo hacemos nuestro, como si el regreso a esa normalidad fuese el camino hacia la liberación con la que Dios ansía llenar la tierra. Se nos olvida que lo que no nos han podido quitar es la alegría. La misma que nos espera en un escenario post-pandemia.

Alvin Góngora tiene una maestría en sociolingüística, en teología (Tyndale University), en filosofía política (U of Toronto) y tiene estudios doctorales en teología política (U. of Toronto). Se ha ganado la vida como docente y traductor y que ha ejercido el pastorado en una comunidad marginal asociada a las Asambleas de Dios cuyo seminario “le toleró” como docente por tres años y medio. Colombia.

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