Teología del espíritu santo - Encabezado - Teocotidiana

La iglesia como fiesta pneumatológica: una teología del espíritu santo

Este texto pretende ser un aporte teológico desde una perspectiva sistemática sobre el espíritu santo, es la presentación de una propuesta que ha sido discutida no solo en el pasado sino también en la actualidad, pues toca la realidad de comunidades pentecostales y las que no son pentecostales, pues el pentecostalismo no es dueño ni tiene como exclusivo al espíritu santo; de hecho, estamos seguros que el tema a discutir sobre el concepto del espíritu santo nos lleva a encontrar puntos en común con otras comunidades que no son pentecostales. 

Ante aquello nos preguntamos: ¿será que la visión que tienen los pentecostales acerca del espíritu santo en sus comunidades, como eje central de sus creencias, son pertinentes para las teologías latinoamericanas hoy día? Sería un reduccionismo bíblico y teológico confundir al espíritu santo con algunas manifestaciones externas en éxtasis como principal garantía de que se posee o se tiene al espíritu, ocasionando la marginalidad y la exclusión de quien no posee dichos actos extáticos. Si ahondamos en lo que las primeras comunidades cristianas, y luego la historia misma, nos desvela sobre lo que se pensaba, creía y afirmaba del espíritu santo, nos daremos cuenta de que el concepto y la garantía de tener al espíritu santo no fue un término exclusivo de la iglesia, no le pertenece a ninguna denominación y, por lo tanto, no está sujeta a ninguna interpretación absoluta. 

De este modo, necesitaríamos en primera instancia comprender algunos términos filológicos sobre el espíritu santo, luego un desarrollo histórico de la visión holística a la dogmática del espíritu santo, para luego llevarnos a un desarrollo teológico e interpretativo de sus acciones en el ahora; así nos conduciremos hacia una interpretación bíblica como base que ayude a replantear algunos argumentos que hemos tenido del espíritu santo y que podrían mostrarse como propuesta, pues a partir de una lectura de Hechos de los Apóstoles es posible comprender la funcionalidad del espíritu santo en la iglesia en general. Creemos que, al repensar nuestra teología del espíritu santo como base doctrinal de algunas comunidades carismáticas, evangélicas o pentecostales, estaríamos repensando no solo la figura bíblica, sino todo el movimiento extático en nuestra actualidad. 

En palabras de Wanda Deifelt (2005) “…el espíritu santo es mucho más que una aparición extraordinaria en pentecostés, reduciéndolo a un momento histórico específico.” Es decir que es importante notar la labor que desempeña el personaje del espíritu santo en las comunidades eclesiásticas, pero que no es solo una manifestación de la descrita fiesta de pentecostés, así que hay que asumir que detrás del evento hay una forma en que este se mueve, obra y desempeña su oficio de manera propia a través de toda la historia bíblica, pues la primera vez que leemos hablar del espíritu es en los primeros versos del libro mítico de la Torah, diciéndonos que éste no fue un invento exclusivo de Jesús para apaciguar la cólera o melancolía de los discípulos.

En otras palabras, el espíritu santo es eterno e inmaterial, pues se habla de él o ella, como un viento fuerte o una corriente de viento (ruaj), indicándonos que estuvo presente desde la misma creación. Es más, el ruaj de Dios es parte sustancial de la creación misma, posiblemente porque se piensa que tiene correlación con su palabra (dabar), que era en el texto mismo un aspecto central creativo. Así que el espíritu es eso, un soplo, una corriente de aire; su inmaterialidad nos indica que no es más que algo etéreo. Sí, es eso exactamente, es la esencia etérea de Dios, algo que no podemos definir en sí por su intangibilidad, pero que es sublime en sí. Los griegos, desde la antigüedad, ya pensaban en el pneuma (espíritu) como una fuerza en movimiento, que logra confundirse con el nous (alma), pues sabían que era el viento, el soplo o la respiración, la que nos daba fuerza y vida; así que de esa manera, posiblemente, debiera pensarse al espíritu cuando se le lee en los textos pre-cristianos, como una fuerza, como un viento huracanado que te da vitalidad, como una agitación de la respiración que da vida, pues va a ser el cristianismo quien lo va a personificar y lo va a convertir en una sustancia activa en el proceso soteriológico del alma. 

Es cierto, se intenta afirmar con lo anterior que no siempre debió pensarse al espíritu santo como una persona sino como una cosa, como un fenómeno natural que, al no tener explicación, se le consideraba divino. Pero al darse cuenta de que este podría ayudar en las emociones, en la vida corporal del ser humano, que al no tener viento o respiración se entraba a la muerte misma, se le consideró parte importante y, por lo tanto, dada por Dios. 

Sin embargo, en el testamento cristiano se le veía más como parte de la esencia y regalo de Dios, no vive dentro del ser humano, sino que también puede hacer cosas fuera de la esfera humana para ayudar a la existencia misma. Es un regalo divino que se revela para hacernos plenamente conscientes de quiénes somos, le diríamos una forma de autoconciencia, pues lo guía, lo ayuda, lo hace caer en cuenta, lo llena de energía o ánimos, lo capacita o le da capacidades, quizás lo hace consciente de ellas. Es decir, el cristianismo le da un sentido más personal al espíritu, pero debemos admitir que Jesús no habló mucho del espíritu; aunque fue un claro precursor pneumático, no nos amplió de manera abierta temas sobre el espíritu santo, lo veía más como algo inmanente en todas las personas que de una u otra manera quisieran trabajar en su proyecto del reino de Dios. 

La dogmática del espíritu santo en la historia

En la historia de la iglesia poco se va a discutir sobre el espíritu santo. De hecho, las dos discusiones que duraron cierto lapso van a girar en torno al asunto trinitario y la cristología en sí, pues fue la discusión nicena quien va a suscitar la discusión pneumatológica. Pero el credo niceno no dijo más allá de lo que creyó que debía decir, que creía en el espíritu santo; fueron esos vacíos que dejó el credo niceno lo que llevó a años de discusión cristológica y bueno, también pneumatológica. 

La iglesia en su historia nos muestra y resalta algunas situaciones que llevan a reflexionar sobre la herencia de esas interpretaciones antiguas en nuestros días, solo otorgando algunos elementos nuevos y resaltando otros como posible ortodoxia de la iglesia. Vemos, en primera instancia, que fue en tiempos de los apologetas, por términos de la trinidad, donde se hablaba del espíritu santo como una hipóstasis en Dios, o sea como un poder independiente en total unión a Dios. 

Después de esta situación los gnósticos hicieron arribo en la historia de la teología e influyeron grandemente en el concepto de espíritu, tanto que algunos de los padres de la iglesia lucharon contra aquello, pues antes la discusión era totalmente cristológica, y ahora toma una conciencia del espíritu. Tenemos entre estos a Ireneo, padre anti-gnóstico, que resolvió la problemática aquí planteada desde la visión de Pablo sobre el espíritu, pero no desde la gracia por medio de la fe, sino desde su visión de la doctrina del espíritu santo de Pablo. Este dice: “…viendo un poder salvífico en el espíritu divino que vive en la iglesia, y transforma a los miembros de lo que es viejo a lo que es nuevo en Cristo (Tillich, 1976:76); el único problema de Ireneo es que se convirtió en un místico.

Por esto, el mismo Paul Tichill (1976:68) mientras tanto dice que, en algunos sentidos, la teología de Ireneo está más cerca del cristianismo protestante que la mayor parte del catolicismo primitivo -como se le llamaba en aquel entonces-; pero, indudablemente a pesar de la lucha contra el gnosticismo, estos dejaron su semilla sembrada en la teología cristiana primitiva, tanto que un gnóstico llamado Montano realizó una sublevación contra la iglesia romana y re-propuso el gnosticismo desde la escatología y la fuerza del espíritu, pero con intenciones de una reacción o protesta con el mundo actual. En el montanismo creían que representaban el periodo del paracleto (Tillich, 1976:71), eran estrictos en su forma de vivir, y pensaban que el espíritu era quien dirigía el espacio-temporal de sus vidas, les podrían llamar “Los Pentecostales del siglo III y IV”; estos, así como se organizaron, un día se dieron cuenta que en realidad lo que buscaban era entender al espíritu y lo racionalizaron tanto que terminaron cerrando las puertas a un movimiento más organizado y racional, hasta que como todo movimiento nuevo se diversificó y su influencia quedó dispersa.

Como resultado, se dio más adelante una concertación acerca de la trinidad entre algunos autores, como Tertuliano, que propuso el término trinidad, pensando que son tres personas o caras. Luego viene más tarde el misticismo en su plenitud desde Filón de Alejandría que desarrolló el concepto de misticismo como “pararse fuera de sí”, no perteneciendo como tal a la realidad, sino que este escapa de tal, pero en esa búsqueda fuera de sí se poseía lo divino (espíritu); este, que se hacía llamar místico, tenía métodos de anti-socialización como el ayuno, el celibato, la ascesis y muchos más, algo parecido a nuestro actual tiempo y que no parece una coincidencia.

Ahora, se decía que “el fenómeno místico es una tentativa de trascender todos los ámbitos del ser finito con el objeto de unir el ser finito con el infinito”, entendiéndolo Tillich como la presencia de lo divino en una persona a través de la experiencia religiosa (Tillich, 1982:115-117). Hay que tomar en cuenta que Bernardo Campos (2002:78) hace una explicación del culto pentecostal como un lugar donde se desarrolla lo místico, que viene a ser una oposición o negación de lo material, o sea de la realidad, un escapismo de la situación real e histórica, pero recordemos antes que lo místico para incorporarse en una comunidad proviene de la situación en la que se ha hecho de la realidad de Dios algo sumamente trascendente y también abstracto, o sea que se ha tenido la imagen de un “Dios abstracto”; por eso el teólogo Tillich (Tillich, p. 1976:299) termina afirmando que el racionalismo es el hijo del misticismo, porque se ha tenido a Dios tan abstracto, tan racional, que siempre se termina en un punto de misticismo, y cuando se exagera lo místico en algún punto de la vida se termina en lo racional. Pero la espiritualidad no es una huida al mundo o la sociedad corrompida, no trata de un éxtasis por el dualismo gnóstico que oponen al bien y al mal, tampoco es una alienación, sino que por el contrario es un poder que ayuda a transformar no solo la vida individual sino al igual la sociedad.

Luego, el neoplatonismo va a recoger estos pequeños hechos ocurridos en la historia y va a tocar las fibras del cristianismo, por personajes como Plotino y Dionisio el areopagita, quienes van a crear una lucha con sus conceptos místicos y la religión del cristianismo, pues sus intenciones eran crear una religión nueva y diferente pero desde lo místico, así que los términos Dios (Divinidad), pecado, Jesús (Cristología), los métodos de interpretar la biblia y la escatología fueron tomados por el filtro del misticismo griego y dado una interpretación mística o espiritualista a la biblia y al cristianismo total.

Divinidad y personalidad del espíritu santo: en un devenir teológico.

En las discusiones históricas sobre el espíritu santo tendremos el problema  de la aceptación del espíritu como persona divina. En los años 342-360 el espíritu santo es visto como una criatura de Dios, pero no debería ser reconocida como Dios, ni introducida a la trinidad por algunos herejes, llamados pneumatocos, cuestión que llevó a una reacción por un obispo bastante conservador llamado Anastasio, en la que intervinieron los teólogos capadocios, entre esos Basilio, quien va a ser el primero en hacer un tratado teológico sobre el espíritu santo o, como le llama, “Acerca del espíritu santo” afirmando que el espíritu santo fue reconocido como una persona divina (Deilft 2005: 148-149). Los concilios niceno y Constantinopla asumieron como tal una decisión radical que el espíritu santo era parte de la trinidad. En Constantinopla, en el 382, se da la siguiente declaración: “Conforme a esta fe hay una sola divinidad, poder y sustancia, del padre, del hijo y del espíritu santo, siendo igual la dignidad y la honra, siendo igualmente eterna la majestad en tres perfectas hipostasis o tres personas perfectas”. Eso quiere decir que no es sino en el año 382 cuando se reconoce la divinidad del espíritu santo, al igual que su personalidad (Deilft 2005: 148-149). 

El espíritu santo fue tan controversial como el asunto de la cristología, pues trajo disputas en los dos lados de la iglesia, ocasionando un cisma entre la iglesia oriental y la iglesia occidental, entre la iglesia romana y la iglesia griega, solo por la conjunción “y”. A esa cuestión se le reconoce con la expresión “filioque“, en la que se debatía la procedencia del espíritu santo, si venía del padre o si venía del hijo. Fue esa discusión sobre el espíritu lo que llevó a una ruptura de la iglesia, parecía realmente insignificante, pero no fue sino hasta el 1438 cuando la procedencia del padre y del hijo se convirtió en doctrina oficial de la iglesia, porque las del oriente afirmaban su origen solo del padre, mientras que las de occidente respaldan la teoría de Agustín y Anastasio de su procedencia tanto del padre como del hijo, destacando la igualdad entre los tres; no fue hasta 1274, en el II Concilio de Lyon, que luego ratificado en el Concilio de Florencia (1438), que quedó oficializada la procedencia del espíritu santo tanto del padre como del hijo (Deilft 2005: 148-149). 

Debido a cada una de las situaciones históricas ocurridas durante estos periodos, el espíritu santo quedó encerrado a un mero concepto racionalista, en el dogma puro, pero ¿qué es el espíritu santo? Hoy seguimos sin ponernos de acuerdo, creando ideas sobre él o ella que no tienen nada que ver con su esencia en sí, dador de vida, viento dinámico de Dios; esa misma idea sobre estas discusiones ha sido heredada en la mentalidad de miles de cristianos, tanto el movimiento místico como la reacción de la iglesia ante estos, y la influencia de algunos grandes líderes de la iglesia que se vieron atrapados tanto en el misticismo como en los credos radicales y poco abiertos al diálogo de la antigua iglesia. Hemos repetido por años lo que nos dijeron los dogmas inamovibles de la iglesia, pero la pregunta es ¿en realidad hemos entendido quién es y cuál es su acción transformadora en la iglesia de hoy? Pues el espíritu santo fue inmanente en Jesús, por lo tanto, lo es en la iglesia de hoy. 

Más adelante, el pietismo creyó haber entendido al espíritu santo, lo volvió a radicalizar y con esto a producir un sincretismo de ideas entre el movimiento místico anterior, la radicalización y racionalización de la iglesia, que posiblemente generó de nuevo un movimiento mutable del montanismo al siglo XVIII, pues significa una aceptación intelectual de la fe representada en una experiencia mística. De este movimiento nacen algunos pequeños movimientos religiosos subjetivos y extáticos como los cuáqueros, los moravos, y luego el puritanismo en Norteamérica del que salió Juan Wesley, creador del evangelicalismo, movimiento precursor de lo que llamaríamos hoy día pentecostalismo.

La Cristología y la Pneumatología, ¿dos contrarios entre sí?

Esto explica, en parte, por qué la centralidad cristológica de los credos en la antigua iglesia y por qué la necesidad de afirmar la revelación de Dios en Jesucristo, por los excesos pneumatológicos; por eso se llevó a afirmar lo cristológico, ¿sería que el hablar del espíritu santo siempre sería cuestión de disputas? ¿hasta qué sentido la teología del espíritu santo ocasionaría que la iglesia fuera sacudida? (Deiflt, W. 2005: 148); por esto, se mantuvo la teología desde la obra cristológica de Jesús, su trabajo milagroso y la percepción divina de este, como a su obra solidaria con los más necesitados e inspirando el cambio social. 

La cristología pasó a ser un ideario fundamental, se discutió en la escolástica, se procesó a los herejes que no tuvieran un concepto claro y correcto en los concilios, de tal manera que la iglesia en general heredó la tradición de colocar en el centro de toda su teología a Jesucristo, vivo y vivificante, señor de la iglesia. Eso no es incorrecto, al contrario, no se puede construir una pneumatologia sin cristología, lo incorrecto fue no tolerar ni procesar la diferencia, sino juzgarla y condenarla. 

Lastimosamente, en algunas congregaciones se ha convertido la cristología en un ideario de una página pasada, pues hoy algunas iglesias hacen del culto un exceso pneumatológico, como lo dice Bernardo Campos  (2002) en su libro “Experiencia del espíritu”, haciendo de la divinidad una competencia de poderes o una separación de dioses, cuando el espíritu santo complementa a Jesús y este complementa al espíritu santo, pues los dos provienen del padre, de forma que él es quien va a recordar a Jesús en la memoria de sus seguidores, “el otro consolador”, es quien respalda y prosigue la misión de Jesús para preparar a aquellos que promoverán la justicia social o el llamado reino de Dios. 

Adicionando a esto, hay que tener claro que el espíritu santo no viene a ser en el Nuevo Testamento un ente totalmente independiente, viene a ser parte de un grupo de tres caras, tal y como se definió en la antigüedad para hacer claridad del concepto de Dios, él es tan importante como Jesús y el padre, ya que Pablo nos dice que somos templos de Dios, porque su espíritu habita en nosotros, así que tenemos un contacto diario y directo con el espíritu santo, quien nos transforma y nos llena de vida para seguir en lo duro de la vida.

En la 7ma jornada de CETELA, Daniel Chiquete (2004:131) dijo acerca del espíritu santo:

“Ahora me permito una observación a la teología sistemática. Los grandes sistemas teológicos, tanto en el catolicismo como en el protestantismo, están fuertemente apoyados sobre el dogma de la trinidad, para mí uno de los menos claros de todos. En el desarrollo de la argumentación teológica que lo pretende justificar y explicar es perceptible el desequilibrio existente en el tratamiento y espacio otorgado por ‘el espíritu santo’ en comparación con el otorgado al ‘padre’ y al ‘hijo’. Ese desequilibrio salta a la vista al leer los credos de las grandes tradiciones cristianas, como el católico o el luterano. ¿Será acaso el espíritu santo siempre un problema para las iglesias y teologías más institucionalizadas? No lo sabemos, lo que sí creo es que el espíritu santo deberá seguir recibiendo en la teología pentecostal una atención prioritaria. Soy el primero en lamentar la inexistencia de una pneumatológica pentecostal latinoamericana. Y creemos también que su desarrollo será un enriquecimiento, tanto para el pentecostalismo como para otras voces teológicas de nuestro continente.”

En palabras de Juan Sepúlveda recibimos una respuesta al problema que Chiquete nos deja entredicho: “El pentecostalismo no es movimiento pneumatocéntrico, que subordina a la cristología, viendo a Cristo como segunda opción, la espiritualidad pentecostal es tan cristocéntrica como toda la tradición protestante. Lo que pasa es que para un pentecostal, el espíritu santo es el vehículo de la presencia y real del cristo resucitado, es el poder de Cristo actuando en la persona, transformándola” (Sepúlveda, 2005). Es por eso por lo que este texto intenta recorrer los aspectos centrales, en la historia, biblia y teología, sobre el espíritu santo, para presentarse así mismo como una propuesta ecuménica pneumatológica. 

Retomamos lo que enfocamos al principio de este texto, hay que destacar que, desde el ángulo bíblico, el espíritu santo no era como se mira hoy día, este era en realidad una fuerza creadora, un viento, algo totalmente inmaterial sin ningún curso o destino, impalpable, de forma que los israelitas del Antiguo Testamento veían a ese espíritu como algo que los llenaba de fuerzas para una tarea específica y muy particular, nada comparable con la idea que posee el Nuevo Testamento, y mucho menos a la de la iglesia primitiva de los apologistas y de los padres de la iglesia como una entidad personal; siendo así, solo se pensaba meramente como una actividad de Dios, pero no un sujeto con sentimientos, intelecto, voluntad y demás características claras de una persona y que el pentecostalismo resalta.

La biblia tiene diversas teologías cuando del espíritu santo se quiere hablar, no es posible pensar que esta tiene una sola forma de verle y de creerle, “cuando la Biblia habla de la actividad creadora de Dios hace uso de los términos ruaj o pneuma para indicar el espíritu de Dios. Originalmente asociado a una brisa y a un viento, indica el movimiento dinámico de Dios… el soplo de vida, de don de Dios, que establece vínculo entre la humanidad y la divinidad. El espíritu santo sopla donde quiere y a quien quiere, independientemente de las normas o voluntades humanas. Designa el poder de Dios en acción.” (Deifelt, 2005:148)

Una propuesta de teología del espíritu santo para Latinoamérica.

Después de comprender mucho más de qué se trata esta realidad en la que hemos encerrado al espíritu santo solo para los pentecostales o solo para aquellos que viven cantando y saltando porque han sentido una experiencia sobrehumana, excluyendo a los demás que no tienen estas mismas manifestaciones como quienes no tienen al espíritu santo, quisiera proponer una visión distinta de la lectura teológica del texto del pentecostés, evitando por completo los exceso del racionalismo o de la superstición que imponen su visión y sus ideas sobre la experiencia del espíritu santo. 

Hay que tomar como importante cada momento en el que se habló del espíritu santo en la historia y en la biblia, pues siempre había una metáfora describiendo su acción o alguna situación estruendosa que llevara cambios positivos, pues detrás de cada una de esas hazañas o de estas situaciones de dones, de fuego, de figuras como palomas o de vientos que se paseaban por las aguas, había una característica esencial que nos enseñaba que más que un experiencia mística en el culto manifestada a través de un lenguaje diferente, de un baile exótico, o de una profecía; el espíritu santo está más allá de esas expresiones con las que le hemos categorizado y hasta limitado, de hecho, es curioso que no pueda ser caracterizado en una simple definición de nuestro lenguaje, sino que solo se le pueda entender en la construcción de metáforas, como lo hace la misma biblia, quizás porque para ser entendido de verdad solo necesita ser sentido y experimentado, y que de esta manera solo pueda ser relacionado con figuras o elementos que expliquen su realidad en la iglesia.  

Lo que proporciona la realidad espiritual no es un viaje a otro mundo extático o supersticioso sino la experiencia mística de vida, de amor, de gozo, de paz, de paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; es esa misma manifestación de la realidad espiritual, de una realidad ética más que extática, pues este se desempeña mejor ejerciendo un bien de ayuda hacia el prójimo que un encuentro sobrenatural e individual del ser. Se experimenta al espíritu santo mucho más en las acciones morales que realizamos, que en el encierro de nuestro yo o en el éxtasis de las manifestaciones, que no intentamos censurar, solo comprender y aportar detalles a esta simbólica manera de entender la popularidad del pentecostalismo, sus orígenes y su construcción teológica desde la marginalidad. 

 En realidad, dejar que el espíritu santo entre a nuestro mundo significa vivir, es más que un “Yo creo en el espíritu santo”, sino en qué forma lo creemos y cómo lo hacemos partícipe de nuestra realidad en Latinoamérica, sobre todo con la vivencia de pobreza y desigualdad social. No debemos excluirlo de la realidad a él también solo por la razón de ser santo, sino que más bien este se muestre en su acción y participación a favor de las mujeres, víctimas de abuso de autoridad, en la niñez víctimas del abandono y violencia social, en el campesino, forzado a abandonar su tierra y hasta tenerla en el anonimato por la fuerza; estamos convencidos que el ruaj o pneuma es más que un soplo o una respiración, es vida, es generar ambientes de vida, atmósferas de vida para quienes sienten que están a punto de perderla o han vivido situaciones de pérdida. Cuando se participa del espíritu, se participa de la vida, de la vitalidad que nos da poder para ejercer su misión del reino de Dios en todos los lugares de la tierra. 

Por ejemplo, Lutero dijo que el espíritu santo santifica, o sea que vuelve santo lo que no es santo, así que es inclusivo, porque incluye en el plan de Dios a quienes no se admiten en este, o quizás no han sido admitidos (Deifelt 2005:150); mientras que para Calvino, cristianos y no cristianos tienen la posibilidad de tener la experiencia del espíritu santo y recibir todos sus beneficios, porque es él quien, en nuestra pereza de no realizar el bien, si le permitimos entrar en nuestra vida, nos da las capacidades para hacer el bien al prójimo (Mejía, M. 2010:91). 

Por eso, en conclusión, el espíritu santo es un personaje vivo que sostiene y transmite la vida para lo muerto y lo incapaz. Es lo que transmite libertad de la opresión en Hechos 2, con su relato del jubileo; inclusión a pesar de la exclusividad con la apertura al movimiento profético a jóvenes, ancianos y niños como en Joel 2; es quien hace el trabajo paradójico de Dios, quien saca de la nada un todo y recrea de lo caótico un orden como en Génesis 1:1; es la complejidad descrita por Edgar Morín, es el orden a pesar del caos, y a quien necesitamos evocar para esta Latinoamérica que sufre. Esto nos enseña que la verdadera espiritualidad es la que se preocupa por la sociedad, no la que se adentra tanto en sí que trata de sustituirla u olvidarla. El espíritu santo es el objeto de la acción de Dios por la vida, creer en el espíritu santo lo hace un encuentro de gozo y alegría comunitaria, como en el pentecostés.

Entenderlo desde su fiesta original, el pentecostés, nos dirige a entender algunos aspectos que deberían repensarse en la iglesia hoy día, que intentamos en esta lectura resaltar. El pentecostés, como símbolo, fue mucho más que sacudones, vientos y fuego por todos lados. Reducirlo a simples manifestaciones sensoriales y emotivas puede ser dañino para nuestra comprensión de lo que significa ser iglesia del espíritu hoy. Este mensaje va más allá de pertenecer a una identidad religiosa propia como es el pentecostalismo, pues éste es más que un nuevo movimiento religioso del siglo pasado, es una iniciativa genética de ser iglesia. La pascua fue un tiempo de ofrecimiento, pero cincuenta días después se ven los resultados, o los frutos primeros de esta entrega, al que llamamos hoy día “iglesia”. Para mí, pentecostés como fiesta del espíritu tiene características muy puntuales que deben hacer parte de la esencia y acción concreta de toda la iglesia en general:

1. Empoderamiento de los sin poder: “Recibiréis poder”

El pueblo no es un objeto de los que están en el poder, ellos son quienes deben tener el poder y la iglesia debe priorizar las necesidades de quienes carecen del poder y darles voz. Es decir, la iglesia es la reunión de quienes no tienen poder, participación y fuerza socio-política, para que a través de ella la adquieran en todas las dimensiones de nuestra sociedad. La iglesia está presente y es punto de partida en la acción de la dádiva o don a quienes carecían de ella. La iglesia, a nivel general, debe ser una que se preocupe por quienes no están en el poder, por el pueblo que muere de hambre y que parece carecer del poder. La dinámica de la iglesia se encuentra en los que no tenían y que ahora, a través del espíritu, son vistos como pieza importante; estos mueven la iglesia, se mueven ellos, cambian la sociedad porque son tenidos en cuenta y vistos como ejes en el ámbito esperanzador de otros que también acuden necesitados.

2. Comunidad de todos, tuya, mía y nuestra: “Descenderá sobre ustedes”

La iglesia no puede perder su sentido de comunidad, nació siendo una que tenía todo en común, donde unos comían, todos comían y nadie podía comer más que todos. No había privilegiados, ni unos tenían más atención que otros, todos(as) debían preocuparse por el otro(a) y eso construía la iglesia, pues era agente social hacia todos; si tenías, pues compartías con el que no tenía y actuabas en solidaridad, comprendiendo así que la necesidad del otro era tan importante como para quedar suplida. No había espacios para individualismos, ni para pensar con envidia de lo que otro tenía, pues la comunidad se trataba de tener todo en común y, con ello, que todos pudieran entrar a la fiesta y ser parte de la mesa, o de lo que se partía en esta. La iglesia en el siglo XXI debe acabar con el conflicto del egoísmo dentro de sus sillas y hacer del pentecostés una fiesta para que todos compartan de lo que tienen. Si el espíritu da, todos damos; si el espíritu da sin medidas, todos damos sin medidas; si el espíritu desciende, como quien va y se hace como los vulnerables, todos bajamos y también nos hacemos vulnerables.

3. Oralidad de una fe inclusiva: “Me seréis testigos… hasta lo último de la tierra”.

La iglesia habla, y eso tiene que ver con dos cosas esenciales: dar fe de que Jesús en realidad es el resucitado que da vida a todos y todas y, segundo, que la iglesia habla de la injusticia de este mundo y la denuncia. Si la iglesia no es profética, carece de ser quienes piensan hacia los de afuera, de hablar de Jesús y por Jesús, de defender al que no tiene, hay que enseñar que todos deben dar y que las injusticias no hacen parte de este reino de Dios, de ese reino del aquí y que todavía no está en su totalidad, pues no está pleno precisamente porque lo construimos todos(as). ¿Cómo? Hablando, denunciando, alzando la voz contra las injusticias, todas las injusticias, todas las que promuevan la exclusión y la vulneración de los derechos humanos. 

Una voz de protesta que incluya, que acoja a todos(as), que vele por todos(as) y los respete a todos(as); que no pase por encima de nadie, ni que presione a nadie a hacer, decir o pensar algo, sino que cada uno, desde su particularidad, pueda hablar, tenga voz, sea importante y extienda a otros la invitación desde su propia singularidad, no importando su condición social, económica, política y sexual. Todos hablan, todos escuchan, todos son uno desde su diferencia y se respeta su voz. Son tan testigos la voz del extranjero, como la voz propia; se llegará tanto a Judea hablando desde su voz, como a samaria hablando en su lenguaje; todos(as) somos testigos. Esto es pentecostés, la genética indisoluble que la iglesia hoy día debe entender. 

Que el fuego de este espíritu nos invada.


Bibliografía

  • Altmann, W. & Deifelt, W. 2005. NUESTRA FE Y SUS RAZONES. El credo apostólico: Historia, mensaje, actualidad. 1° Edición en Español. Quito, Ecuador: CLAI.
  • Tillich, P. 1976. PENSAMIENTO CRISTIANO Y CULTURA EN OCCIDENTE. Primera parte: de los orígenes a la reforma. 1° Edición en Español. Argentina: Editorial Aurora.
  • Campos, B. 2002. EXPERIENCIA DEL ESPÍRITU. Claves para una interpretación del pentecostalismo. 1° Edición. Quito, Ecuador: CLAI.
  • Chiquete, D. 2004. TEOLOGÍAS DE ABYA-YALA Y FORMACIÓN TEOLÓGICA: Interacciones y desafíos. 7° Jornada teológica CETELA. 1° Edición. Bogotá, Colombia: Editorial Kimpres Ltda.
  • Sepúlveda, J. APROXIMACIÓN TEOLÓGICA A LA EXPERIENCIA PENTECOSTAL LATINOAMERICANA.
  • AIPRAL, CUR & Mejía, M. 2010. CALVINO Y LA TEOLOGÍA REFORMADA EN AMÉRICA LATINA: un panorama. 1° Edición. Barranquilla, Colombia: Azul y Violeta editores Ltda. 

Teólogo profesional de la universidad Reformada en Barranquilla. Candidato a Magíster en “Estudios Bíblicos: Historia e Influencia de la Biblia” Universidad de Deusto. Dedicado actualmente a la educación religiosa en primaria, básica y media, y a la docencia en instituciones religiosas, iglesias y comunidades sociales. Colombia.

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