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Hacia un mover contextual del Espíritu

La teología siempre ha sido más pertinente y vinculante cuando se hace desde un contexto, por eso las teologías contextuales han tenido un lugar al interior por ejemplo de la teología latinoamericana. Es entonces el contexto, desde donde se debe co-construir lo teológico y acercarnos a la reflexión que se quiera dar a conocer, una teología en contexto abrirá luces de la significación de lo divino y de cómo su revelación se moviliza al interior también de la sociedad.

Hablar del Espíritu no es cosa fácil, ya que sin duda lo pneumatológico tiene ribetes y características importantes de reflexionar y dialogar, tanto desde una teología bíblica como desde su accionar en la vida de Iglesia. “La reflexión pneumatológica está en el centro de la experiencia creyente, puesto que constituye el acto reflejo de esa misma experiencia” (Bentue, s.f.). Este mover del Espíritu siempre traerá nuevos lentes teológicos para mirar la realidad desde miradas pneumatológicas nuevas y ojalá siempre contextuales a lo que simboliza y resignifica Dios para la Iglesia y para la sociedad en general.

Un gran ejemplo del mover del Espíritu aparece en Hechos capítulo 2, donde su aparición simboliza el accionar del Espíritu al interior de la vida de los discípulos y de la Iglesia primitiva. Sobre todo destaca la glosolalia como elemento importante de apertura a ese recibimiento del Espíritu. De hecho, se podría decir que esta manifestación de la glosolalia fue también un elemento socio-cultural al interior de ese momento, el de cómo el Espíritu se manifestaba a todas y todos desde este accionar de glosolalia cultural. El teólogo Ives Congar afirma: “En la misión del Espíritu Santo en pentecostés, el Padre y el Hijo “vienen” con el Espíritu” (Congar, 1991, p. 292). En cuanto a esto mismo de la glosolalia, en el libro de 1° de Corintios en el capítulo 14 también se da una instrucción paulina acerca de la glosolalia y ciertas características para vivenciar esta manifestación en cuanto a temas de edificación para sí mismo. Todos estos elementos como parte importante de la liturgia que Pablo de Tarso quería dar a conocer a las iglesias en sus viajes misioneros. El teólogo James Dunn afirma: “La dimensión experiencial del Espíritu en Pablo se reconoce como un dato fundamental de toda su religión y teología” (Dunn, 1981, p. 323).

En base a esto, es aquí donde el pentecostalismo ha tomado también la iniciativa en experimentar esta vida del Espíritu y cada una de sus manifestaciones, las cuales han llevado al pentecostalismo a expandirse fuertemente, sobre todo en nuestra Latinoamérica. Muchos son y siguen siendo los adherentes a la manifestación del fenómeno religioso pentecostal, desde donde se va tejiendo también una teología pentecostal que se da a conocer en el continente. Por consiguiente, este mover del Espíritu tiene elementos importantes de acción al interior de iglesias pentecostales y sus derivados como vida de Iglesia.

Uno acá pudiera preguntarse: ¿Es solo la glosolalia el mover del Espíritu?

Uno de los elementos contextuales que llaman la atención en el libro de Hechos, en el capítulo 4 versículos 34-35, es que existía un compartir comunitario en la Iglesia primitiva que movilizaba a los discípulos para que no existiera ningún tipo de necesidad entre los creyentes del evangelio. Es decir, existía un accionar de bienes materiales que simbolizan lo social y lo económico para sobrellevar la vida de estos primeros cristianos. Bajo esta mirada, este mover del Espíritu se hace contextual y ya no queda solo en la glosolalia o profecía, sino que se abre a la vida social y económica desde la cual cada creyente necesitado podía encontrar alguna solución.

Es por esto que la construcción de lo teológico en este pasaje se abre a una praxis humana de ver la necesidad del que sufre en pobreza, que es justamente lo que las iglesias siempre deberían estar atentas a cubrir, las necesidades sociales, económicas y emocionales de cada uno de sus miembros. El teólogo Cullman afirma: “La acción del Espíritu Santo se muestra a sí misma principalmente en la “evaluación” (dokimazein), esto es, en la capacidad de formar un juicio ético cristiano correcto en cada momento dado” (Dunn, 1981, p. 359). Una pneumatología en contexto, abrirá las puertas a visualizar todas las necesidades que tienen los creyentes al interior de las Iglesias, y no solo los creyentes sino también visualizar el accionar del Espíritu fuera de las iglesias en ámbitos sociales, políticos y económicos. Este accionar contextual del Espíritu al interior de la Iglesia como fuera de la Iglesia, nos abre el dialogo teológico desde tensiones importantes con el ámbito socio-político de la realidad de alteridad social y cultural.

Se pudiera reflexionar entonces que esta praxis del mover del Espíritu —que interpela la reflexión teológica— no debería quedar solo en los avivamientos que han experimentado ciertos movimientos carismáticos, sino ir más allá, con una teología del Espíritu contextual, pertinente y vinculante a las alteridades y necesidades humanas y comunitarias de cada creyente que vive una realidad social al interior de una Iglesia. Caminar hacia un sentido de prójimo cercano a las vicisitudes que experimenta nuestro prójimo en planos eclesiásticos, y como este último responde a las necesidades que experimenta el creyente. El Diccionario de teologías de tercer mundo nos recuerda: “El Espíritu nos pide cooperar en una red de vida y en una comunidad de amor en las que el “otro” sea mirado como un valor que hay que respetar y apoyar” (Fabella & Sugirtharajah, 2003, p. 152). Hablar entonces de prójimo no es otra cosa que contextualizar las demandas y necesidades que experimenta nuestro prójimo también a niveles sociales y políticos referidos a la justicia social. Un mover contextual del Espíritu también apuntará a escuchar a aquellos creyentes que sufren sin una voz política que los defienda y que los escuche.

Lo pneumatológico va tomando entonces ribetes de una manifestación viva, tanto al interior como en el exterior de la Iglesia. El Espíritu es algo que está vivo, y se hace vida en el corazón y mente de cada creyente, con consecuencias que deberían ser siempre contextuales a estas realidades sociales de alteridad. El Espíritu, al final de cuentas, es un llamado al servicio, un llamado a escuchar dónde está la necesidad social, económica y política de cada creyente. Una teología del Espíritu contextual abrirá horizontes de una fe comunitaria y repensada bajo significaciones importantes de bien común entre todas, todos y todes. Por eso es que la manifestación de praxis del Espíritu siempre será holística.

Así también, el Espíritu como significante tiene una tensión dialéctica con lo que es la cristología, ya que lo pneumatológico muestra la simbolización de lo que representa Cristo en el mundo y la sociedad. Se puede entonces afirmar que “el Espíritu de Dios que anima a Jesús determina su tipo de mesianismo” (Bentue, s.f.). Entonces una cristología en contexto siempre traerá nuevas hermenéuticas que apunten a co-construir una creación más humana y centrada en el amor y la misericordia para todas, todos y todes. Por eso, el Espíritu estará cercano a la cristología y puede así reflejar también una vida del Espíritu que dé significado también a los frutos del Espíritu en cada creyente. El teólogo Yves Congar afirma: “La vida en Cristo bajo la acción del Espíritu es una vida filial” (Congar, 1991, p. 311). La cristología en el fondo llevará la simbolización del Espíritu por nuevos caminos de vida y de fe, los cuales van mostrando al creyente por dónde se moviliza el Espíritu de acuerdo a una cristología en contexto y cercana a la praxis humanitaria. No se podrá vivir la vida cristiana sin tener en consideración a la vida del Espíritu, una vida pneumatológica que no se queda solo en la glosolalia o profecía, sino que apunta a construir una vida digna, libre y cercana al bien común, cubriendo las áreas emocionales, sociales, económicas y políticas.

Esta vida del Espíritu no es otra cosa que hacer vida al interior de la Iglesia también, estar pendientes de cómo llevar y construir vida eclesiástica entre todas y todos, teniendo en cuenta las necesidades y vulnerabilidades propias de lo humano. Siendo también buenos administradores de los talentos y dones que Dios otorga a la comunidad. Por eso será siempre bueno estarse preguntando qué es ser Iglesia en cada contexto, cuáles deberían ser las tareas y actividades que la Iglesia debería ejercer para los creyentes y qué labor también ejercer para los que no son creyentes. Ser Iglesia será todo un desafío y una aventura del Espíritu. Siempre el mover de praxis del Espíritu debería llevar a la Iglesia a nuevos horizontes y nuevos propósitos que cumplir, teniendo en cuenta también que la cruz vacía de Cristo simboliza el sacrificio y el dolor humano que la Iglesia debiera sobrellevar y cubrir desde diferentes subjetividades y lineamientos eclesiales.

Por otro lado, se podría decir que el ruaj hebreo también es importante de reflexionar y de analizar cómo actúa y obra en la vida del creyente. Ese soplo ruaj del Espíritu sin duda otorga la base para llevarnos a Dios en lo que es la simbolización de Cristo. El teólogo Néstor Miguez afirma: “El ruaj, sea el divino o el humano, es siempre una fuerza que actúa, un poder que se manifiesta, una realidad que se expresa” (Miguez, s.f.). Por eso es que se puede decir que el Espíritu pasa a ser un significante importante de articulación para saber hacia dónde nos va llevando el accionar del Espíritu. Teniendo en cuenta también lo paradójico que es el accionar del Espíritu y de cómo este significante se acerca a contextualizar el evangelio, a construir un accionar cercano a las vulnerabilidades propias de una sociedad y cultura. En este sentido, vale la pena mencionar que justamente los movimientos contrahegemónicos de Jesús y de Pablo de Tarso en contra del imperio romano, tuvieron un accionar del Espíritu contextual y cercano a cubrir las necesidades —en el caso de Jesús— de las aldeas de Galilea, y en el caso de Pablo, las necesidades de las Iglesias que iba visitando. En esto hay que tener en cuenta también que el accionar de praxis del Espíritu siempre será también de una sensibilidad especial y lleno de una simbolización de paz importante para cada creyente.

Uno pudiera preguntarse: ¿Cómo saber por dónde se moviliza el Espiritu?

En esta pregunta vale la pena mirar hacia la significación de lo que es la ortopraxis que ejerce la Iglesia de Cristo, y de cómo se moviliza en los círculos rurales y urbanos de una sociedad. En el fondo para observar cómo se moviliza el Espíritu aparece una cercanía con lo que es el amor de Dios hacia el prójimo, allí está canalizada toda la raíz del Evangelio de Jesucristo, en la hermenéutica de lo que es el prójimo. Como decía el teólogo Karl Barth: “El Espíritu es el amor, que constituye la esencia de la relación entre los dos modos de ser de Dios” (Bentue, s.f.). El Espíritu como significante entonces entra en una tensión dialéctica con el amor de Dios para, de esta forma, contextualizar el mover de lo pneumatológico hacia nuestros prójimos sufrientes. Para saber entonces dónde se moviliza el Espíritu hay que analizar dónde esta la necesidad, dónde se esconden esas problemáticas humanas que son tan heterogéneas y pluralistas en el fondo. Ser sensibles a lo humano nos da mucha más vida en el Espíritu.

Por eso es que también será muy valorable la presencia del Espíritu y su accionar de gracia hacia el creyente. Esta presencia lo habilitará para una mayor y mejor conexión con una significación de lo divino y de cómo esta significación apuntará a realidades contextuales de orígenes sociales. En el fondo, la presencia del Espíritu también nos hará mirar a Cristo para acceder a experimentar su gracia y misericordia en favor del prójimo. De hecho, la teología juanina nos recuerda del Espíritu que el viento sopla, pero no se sabe de dónde viene ni adónde va (Juan 3:8). Es esta presencia que se hace misterio al acercarse al creyente, y desde la pregunta y la duda también el creyente acepta su accionar y movimiento. Por eso es que también una presencia del Espíritu presente y contextual, abrirá los caminos teológicos por dónde transitar hermenéuticamente en toda realidad social sufriente. Siempre para el cristiano, entonces, debería ser un anhelo y un deseo experimentar la presencia misteriosa del Espíritu y sus consecuencias contextuales.

Finalmente, no podemos evitar al Espíritu en la vida de un cristiano, ya que es una presencia necesaria, donde sus consecuencias del accionar de praxis del Espíritu como significante, siempre deberían ser contextuales ante las realidades humanas. Por eso es que el Espíritu siempre nos moviliza y nos llevará por caminos inimaginables.


Bibliografía

Magister en Educación Superior mención Pedagogía Universitaria. Bachiller en Teología y miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana y de la Red Teológica de Estudiantes, Chile.

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