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Con ciencia cristiana

Viví años pensando que tenía muy claras mis bases, que sabía exactamente en lo que creía, y que tenía muy claros algunos conceptos sobre los cuales fui construyendo mi pensamiento. Me sentía más o menos salva y siempre me consideré una persona radical, con ciertas excepciones. Dependiendo del segmento al que pertenecieras, podría parecerte rebelde, o una sierva de Dios. En fin.

Y es que así somos en tantos aspectos, ¿no? Nos enseñan muchas ideas, y algunas provienen de personas que respetamos y consideramos autoridades, y eso nos hace pensar que esas ideas o conceptos son incuestionables, y que, si por un minuto dudamos o si cuestionamos, de alguna manera estamos siendo rebeldes. O aun, como me sucedió y me continúa sucediendo a veces, no nos gusta generar incomodidades en otros o momentos tensos y eso nos hace aceptar, o por lo menos fingir que lo hacemos.

Me enseñaron a leer la biblia de manera sistemática, y a pensar en que algunas partes son literales y que otras no. En que hay partes que son cuestionables y que otras no. Y de alguna manera esto moldea nuestra manera de leer el mundo, donde algunas cosas debemos aceptarlas como vienen sin siquiera atrevernos a intentar entenderlas. Para mí el cristianismo verdadero era aquel que fue traído por los misioneros norteamericanos a Colombia. Existía una manera correcta de vestir, de pensar, de expresarse. Había carreras universitarias que era mejor escoger para “expandir el reino”. Había música satánica y música cristiana, lo que fue un gran conflicto para una cristiana amante del rock. De hecho, usaba mucho eso de “secularmente”. Para mí, el mundo había sido creado literalmente en 7 días, y trataba de justificar en mi corazón que tal vez no era así, por aquello de que para Dios un día es como mil años, y mil años como un día… y a medida que pasaba el tiempo la lista de cosas que había dado por sentado sin justificación, crecía. No fui enseñada a cuestionar, y sinceramente no hay alguien a quien culpar, porque al final, nosotros enseñamos aquello en lo que creemos y damos por sentado.

Y dar por sentado y seguir la vida hubiese sido algo sencillo si en mi corazón no ocurriera algo cuando pensaba en ciencia. En la primaria pertenecí al grupo ecológico, y ni qué decirles de la emoción de poder usar la enciclopedia Encarta para descubrir cosas nuevas. Mi mayor sueño era entrar a la universidad y estudiar como si no existiera nada más.

A pesar de aparentemente tener todo muy claro, me incomodaba un poco el hecho de no sentir pasión por ser misionera, o líder de jóvenes, y cuando en broma me llamaban “pastora” eso me molestaba mucho. Entonces llegué a pensar en que me faltaba algo con respecto a mi cristianismo, porque una de las cosas era que, si no me identificaba con alguno de los 5 ministerios mencionados en Efesios 4, entonces necesitaba descubrir cuál era llamado o razón de existir en este mundo. Sin embargo, hoy en día sé que no tengo las respuestas a todas las cuestiones de mi vida, no tengo todo claro, y que puede ser que hasta el día en que muera, hay cosas que se queden en remojo, pero ese es otro tema.

Yo lo que quería en realidad, y lo que sigo queriendo es ser científica. No tengo la pretensión de ganarme un premio, o descubrir la cura contra el cáncer, sino el deseo de generar conocimiento que sé que le servirá a alguna otra persona. Esto no lo tenía muy bien definido, por causa de esa dualidad de fe versus ciencia. Desde pequeña me hacía preguntas referentes al mundo en que vivimos, y pensaba en por qué no, a través de la ciencia, intentar explicar la creación y decir la famosa frase: “está comprobado científicamente que…”.

Las oportunidades que se me presentaron en la vida me permitieron decidir ser bióloga, y al final un biólogo es como un historiador que intenta narrar cómo y en que condiciones apareció la vida en este planeta. De hecho, antiguamente la carrera no se llamaba biología, sino historia natural.

Claramente me topé con el estudio de las teorías evolutivas, el desarrollo de organismos vivos, eras geológicas, y por ahí va. Y durante muchos años luché para tratar de conciliar mi cristianismo con el volumen de información que se iba adicionando a mi mente, y eso sin contar los que ocupé con los documentales seudocientíficos de Discovery Channel mostrando “pruebas irrefutables” de hechos relatados en la biblia.

Esto no fue para nada superficial, porque amo a Cristo, su paso por la tierra, sus palabras que nos desafían, sus actitudes, el sacrificio que trajo salvación para todos, su regalo de dejarnos al Espíritu Santo, y siempre fue claro para mí que esto sonaba ridículo en el medio en que me muevo. Lo que no sabía era que, en realidad, quien estaba haciendo el ridículo no era precisamente mi fe, sino mi intento conciliarla con la ciencia. No había caído en cuenta de que, por años, varios intentaron hacerlo, y en el intento llegaron a explicaciones con un toque más esotérico, o en la que se culpa a los otros por no “entender” o “sentir” la presencia de Dios lo suficiente. En el camino descubrí que, en el fondo, ese no era mi interés genuino, y la verdad lo que buscaba era quedar bien con mi comunidad cristiana y con el medio académico al mismo tiempo. ¿Y esa búsqueda para qué, si en realidad nadie esperaba por eso?

Es que así somos. Gastamos años haciendo cosas que no nos añaden en nada. Olvidamos que en esta vida no solo caminamos para crecer en un área solamente, que somos un conjunto de dudas, miedos e incertezas caminando en bloque y a veces unas disminuyen y otras crecen o hasta desaparecen. Ahí, y siempre, entra Cristo.

La fe y la ciencia son dos asuntos que andan en carriles separados. Ninguna de las dos me hace mejor ser humano. No necesito explicar la una con la otra, pero sí debo vivir intensamente la una y la otra. Mi fe, me mantiene en pie, me llena el alma, y continúo manteniendo una disciplina porque sé que necesito a Dios y traer a Cristo a mi día a día. Por otro lado, la ciencia es una bonita manera de amar y servir y, al fin de cuentas, a eso fui llamada.

En la ciencia las evidencias empíricas deben ser verificadas y replicables y no se tienen en cuenta las experiencias personales o creencias. Los relatos anecdóticos o el “funciona para mí”, no sirven como evidencia y es por eso que existe el método científico. Si voy a publicar un artículo científico, no puedo argumentar diciendo que es así porque una voz me dijo, o porque lo vi en un sueño, sino que debo realizar un experimento que sea replicable por cualquier otro científico que quiera probar mis resultados.

Con la fe, lo expuesto anteriormente toma otro sentido y debo ser sabia para separar las dos cosas y entender que no hay problema con eso. De hecho, no hay cómo explicar a Dios dada la hipótesis de sus cualidades de omnisciente, omnipresente y omnipotente que son inaccesibles a experimentos naturales. No existe una metodología que abarque sus cualidades, y debemos estar bien con eso, porque al fin de cuentas no necesitamos de una prueba para amarlo y vivir el cristianismo.

Como cristianos creemos que milagros ocurren, que vidas son transformadas y que Dios es cercano, pero no para hacernos superiores morales. El problema es el uso de la ciencia para justificar charlatanerías que en realidad son pseudociencias para robarle el dinero a la gente, prometiéndole curas y soluciones a todos los problemas de la vida y si la persona no recibe el milagro, o mejora en su problema, se le acusa de falta de fe, de tener algún pecado oculto o algo por el estilo ¿Acaso les suena familiar?

El evangelio de Cristo no promete riqueza, excesos, felicidad infinita, superioridad moral, ni nada esas cosas. No importa si decidiste desarrollar tu profesión dentro de una iglesia, o fuera de ella, si decidiste estudiar o no, si eres reconocido en tu contexto o no, si haces lo posible por ser alguien correcto o no. El evangelio se trata del amor, a Dios, a sí mismo, y al prójimo, se trata del servicio, de hacer que nuestra existencia mejore la existencia de los demás, y de las generaciones futuras. Es en el día a día, en lo que hacemos cotidianamente en donde debemos hacer lo posible por aplicar las palabras de Jesús, seas un misionero, un pastor, un científico o una ama de casa. Su amor excluye oraciones en contra de personas y movimientos que piensan diferente a ti. En mi caminar como científica he tenido la alegría de traer conocimiento nuevo para la ciencia mi área, pero nada se compara al autoconocimiento que viene implícito en el caminar de la vida con Jesús. Ese camino doloroso que me ha llevado a descubrir parcialmente lo que considero importante hoy en mi vida y esto trajo paz a mi alma. Soy cristiana, me dedico a hacer ciencia y quiero dar lo mejor. Y ahí sí, como Jesús mismo dijo en Mateo 5:38-44 (y con esta me despido):

“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?”.

MSc. Ciencias. Candidata a PhD en Ciencias (Botánica). Universidad de São Paulo.

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