black bird on post cable

Confesión de cuarentena

Pasaba con el carrito a toda prisa, temiendo chocarme con alguna persona.

Había menos gente de lo habitual, pero ahí estaban, alrededor.
Divisaba a los ambulantes al otro lado de la calle, al frente del mercado, para ser más exactos; se encontraban ordenando sus productos con mucho cuidado, como suelen; sin embargo, ya no existía la misma camaradería de hace algunos meses, estaban tan separados unos de otros como el este del oeste. Quería llegar a ellos, pero mi ruta de zigzag me demoraba más de lo que uno quisiera.

Las calles lucían un tanto extrañas, quizás porque era muy temprano, quizás porque no había mucha gente, quizás porque cerraron el mercado principal y la gente no sabía a dónde ir y resolvieron emigrar al otro emporio comercial, llevándose el sonido de sus pasos.

Al avanzar, me di cuenta de que todos teníamos los ojos huidizos, que había más silencio de lo normal y que nuestras mascarillas se mimetizaban con nuestro rostro y el aire se hacía tan difícil de respirar.

Ayer me había quedado en el segundo libro de Crónicas, en donde el rey Ezequías mandó a celebrar la Pascua del Señor como símbolo de un nuevo pacto, después de que su padre, entregado a los ídolos, la codicia y la rebeldía, había llevado a la ruina a su pueblo.

Llegaban de todas partes y había mucha alegría, “desde la época de Salomón hijo de David, rey de Israel, no se había celebrado en Jerusalén una fiesta tan alegre.” (2 Crónicas 30:26).

Esas palabras resonaban en mi mente mientras veía mi panorama. Me pongo triste cuando salgo al mercado. Al regresar, lloro algunas veces, como hoy, que escribo estas líneas. Me pongo triste porque mi mente me proyecta todos los sectores en la precariedad que ha desnudado esta pandemia, la injusticia, la corrupción, la gente sin hogar, la delincuencia.

Algo que he aprendido en estos años de mi caminar con el Señor es no dejarme absorber por la hecatombe, es cierto que la situación se pinta sombría, pero, en ella misma, también existen actos que nos devuelven la esperanza: la solidaridad de las personas, la organización de los vecinos. El gozo de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. En medio de la más temible oscuridad es donde la luz más resplandece. Por eso, confío en el Señor, porque renueva nuestras fuerzas al enfocarnos en lo importante, en lo esencial. Aunque parece que nada tiene sentido y un millón de preguntas existan alrededor, mías o ajenas.

Tengo la plena certeza de que un día saldremos a las calles y celebraremos tan fuerte y con tanta alegría como lo descrito aquella vez en Jerusalén, nos abrazaremos más fuerte, sonreiremos y reiremos a carcajadas, disfrutaremos más la vida que Dios nos ha regalado, abandonaremos nuestros vicios, volveremos nuestros caminos hacia el Señor y él morará en nuestro corazón. Para siempre.

“Esparciré agua limpia sobre ustedes, y serán limpios. Su inmundicia será lavada, y ya no adorarán ídolos. Y les daré un corazón nuevo, y pondré un nuevo espíritu en ustedes. Quitaré su corazón petrificado y obstinado y les daré un corazón tierno, sensible. Y pondré en ustedes mi Espíritu, para que puedan seguir mis decretos y pongan cuidado en obedecer mis mandamientos” (Ez. 36:25-27).

Egresada de Economía. Aprendiz de escritora.

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