El renacimiento de la iglesia - Encabezado - Teocotidiana

El renacimiento de la iglesia

Los momentos difíciles nos llevan a mirarnos al espejo y revisar el estado integral de nuestro ser. Es a través de las pruebas, las dificultades y las luchas personales que más crecimiento he encontrado en mi vida. De hecho, fue una de las crisis personales y matrimoniales más fuertes, la que me llevó a mirarme en el espejo del alma y ver cuán herido estaba. Creo que me encontraba en una profunda crisis de identidad la cual me impedía vivir a plenitud en mi asignación como hijo, esposo, y como padre; y mucho más, mi asignación pastoral.

Una de las preguntas más comunes que nos hacemos unos a otros todos los días, es “¿Cómo estás?”, y típicamente la respuesta es, “¿bien, y tú?”.

Ahora bien, la verdadera pregunta es: ¿Estamos bien? Dejemos esa conversación para otro día, pero permíteme conectarla al final de este mensaje con mi conclusión.

Déjame entonces enfocarme en lo que estamos viviendo como sociedad y la forma como esto está impactando nuestra forma de hacer iglesia.

Sin duda, la situación actual nos está enfrentando, como iglesia, a revisar nuestro estado integral. Yo creo firmemente que la iglesia está en una crisis de identidad y esto ha limitado su capacidad para llevar a cabo la obra que Jesús le delegó.

En medio de esta crisis (la pandemia), muchos han adoptado una postura de supervivencia organizacional y no se han orientado a ver la forma en que la iglesia puede ser más efectiva en su misión original, que es hacer discípulos de Jesús.

La crisis actual ha provocado un cambio dramático en la forma como entendemos la vida normal de la iglesia y la sociedad. Hoy, más que nunca antes en la historia reciente de la iglesia, tenemos enfrente nuestro una oportunidad para reflexionar y replantear la forma como trabajamos en los propósitos eternos de Dios en esta tierra. En últimas, no podemos perder de vista que somos el cuerpo de Cristo y, como tal, representamos el reino de los cielos en esta tierra.

En esta búsqueda de ser mejores y más efectivos como iglesia, he podido reflexionar mucho, orar mucho, hablar mucho y pensar en todo tiempo sobre lo que Dios nos está llamando a hacer. Así mismo, he podido compartir mucho con mi pastor (José Dugand), y hablar con él de mis ideas y reflexiones. Decidimos juntos predicar a las comunidades que pastoreamos una serie titulada “El Renacimiento”. Esta serie da fundamento a todo lo que escribiré a continuación.

Por supuesto, soy solamente un pequeño eslabón de este inmenso organismo que llamamos Iglesia, y no pretendo ser el portador de las nuevas revelaciones o profecías para la iglesia Universal. Soy tan solo un pastor de iglesia local que por años ha estado incómodo con la forma como “hacemos iglesia” y, por fin, veo una oportunidad para escapar de las “garras del sistema” y operar alineado con mis convicciones y mi entendimiento de lo que es la iglesia de Cristo.

Dicho esto, en este escrito quiero presentar lo que hasta el momento he podido avanzar en mi mente y en mis conversaciones con Dios (es decir que es una obra en desarrollo). Presentaré 4 puntos que creo que necesitamos visitar como iglesia:

  1. Necesitamos recuperar nuestra identidad.
  2. Necesitamos entender nuestra función.
  3. Necesitamos volver al origen.
  4. Necesitamos recuperar la esencia.

Es posible que no te identifiques con todo lo que escribo y aun puedes estar en desacuerdo con algunos puntos. Sin embargo, te invito a leer hasta el final. También reitero que lo hago con humildad y respeto, entendiendo mi asignación.

1. La iglesia necesita recuperar su identidad.

Estoy convencido de que Dios está usando esta crisis mundial para sacar a la Iglesia de esa crisis de identidad de manera que lo representemos dignamente y nos volvamos a alinear con sus propósitos eternos. Pero, ¿cuál es la identidad de la Iglesia?

Muchos creen que la iglesia es un edificio, una casa con una cruz en el techo. Otros piensan en la iglesia como una institución o una organización humana. Otros, la ven como una empresa o un negocio. Pero la Iglesia es un organismo vivo. De hecho, la palabra que Jesús usó para referirse a la iglesia es la palabra griega “ekklesia”, que significa una asamblea o congregación de personas. En otras palabras, la iglesia no es la unión de ladrillos sino la unión de personas (Mateo 16:18). La iglesia es un organismo espiritual y, aunque está conformada por seres humanos y fue establecida para funcionar en el mundo natural, su ADN es espiritual porque su origen es espiritual (Efesios 3:10). La iglesia nació en el corazón de Dios para los propósitos eternos de Dios.

Algunos creen que la iglesia es un invento de hombres ya que está compuesta por personas. Pero no solo el origen de la iglesia es espiritual, sino que la esencia de la iglesia es espiritual (1 Corintios 3:16); la iglesia está conformada por gente, pero esa no es su esencia; su esencia es el Espíritu Santo que habita en nosotros. En otras palabras, lo que hace a la Iglesia, Iglesia, es el Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo simplemente seríamos un grupo de personas con una creencia e intereses en común.

La iglesia es gente; la iglesia no es un templo físico o un edificio; tampoco es una reunión semanal; la iglesia es algo que está sucediendo constantemente donde quiera que estén los creyentes (Mateo 18:20). La iglesia es el organismo donde habita Dios por medio de su Espíritu Santo (Hechos 17:24; 1 Timoteo 3:15; Hechos 11:26). ¡Esta es la iglesia del Dios viviente! ¡Las personas de la familia de Dios! 

Como consecuencia del avance que tuvo la iglesia en los primeros siglos después de Cristo, y específicamente después de la institucionalización que tuvo el cristianismo gracias al emperador Constantino a través del Edicto de Milán en 313, la iglesia pasó de expresarse en las calles, en las casas y en la cotidianidad, a expresarse un día específico de la semana dentro de grandes templos de reunión llamados “iglesia”. Esto creó la línea que aun hoy vemos en nuestro mundo separando lo “secular” de lo “cristiano” y limitó completamente nuestro alcance y nuestra capacidad de transformación.

Jesús no limitó su ministerio a un templo (sinagoga). De hecho, la gran mayoría de los milagros de Jesús sucedieron en la calle, en medio de la vida cotidiana de la gente (Marcos 9:35). No podemos seguir limitando la obra de Dios a un lugar y día específico; ¡Dios anhela tocar a las personas donde ellas están!

Jesús fue claro. Sus últimas palabras, según lo relatan los evangelios y el libro de los Hechos (Mateo 28:19-30; Hechos 1:8), fueron una invitación a hacer discípulos en todas las naciones empezando por Jerusalén (nuestro entorno inmediato), Judea (nuestro entorno extendido), Samaria (aquellos lugares y personas que no nos agradan y no son como nosotros), y hasta lo último de la tierra (todo lugar y todo tipo de personas). Pero Jesús no dijo: “hagan discípulos de los que vengan a sus edificios” (templos); Él dijo, “vayan” (id) y hagan discípulos. La iglesia debe salir de las 4 paredes en la que ha estado confinada en los últimos tiempos y cumplir de manera eficiente su asignación. Esto solo lo logrará recuperando su identidad.

2. La iglesia necesita entender su función.

En Efesios 1:22-23, Pablo presenta la iglesia como “El cuerpo de Cristo”. ¿Qué significa eso y qué implicación tiene en la manera como expresamos la vida de la iglesia?

La palabra “cuerpo”, utilizada para referirse a la iglesia, es la palabra griega soma, que significa: un cuerpo viviente.

Esto refuerza la idea de la iglesia como organismo vivo y no como organización o institución organizada. Pero Pablo no dice simplemente que la iglesia es un soma (cuerpo viviente), sino que dice que somos el soma de Cristo o el soma christou.

Eso significa que somos el cuerpo de Jesús en esta tierra. Siempre me ha costado entender y digerir esta idea, especialmente cuando contrasto la perfección de Jesús con la imperfección humana de aquellos que componemos la ekklesia. Sin embargo, en mi entendimiento de lo que esto significa deseo presentar mis reflexiones.

La iglesia no puede ser entendida, ni puede existir, aparte de Jesús. Él es la cabeza, nosotros el cuerpo. Al igual que mi cabeza y mi cuerpo son una sola cosa, CRISTO Y LA IGLESIA SON UNA MISMA COSA; NO SE PUEDEN SEPARAR. Por ende:

  • Ver a la iglesia es ver a Cristo.
  • Relacionarse con la iglesia es relacionarse con Cristo.
  • Ser testigo de la obra de la iglesia es ser testigo de la obra de Cristo.
  • AMAR A LA IGLESIA ES AMAR A CRISTO Y OFENDER A LA IGLESIA ES OFENDER A CRISTO.

La iglesia es un cuerpo viviente, porque el Espíritu Santo de Dios vive en ella (1 Timoteo 3:15; 1 Corintios 3:16). Así como el Dios invisible se encarnó, se hizo visible y tangible en Jesús, ahora el Cristo invisible se hace visible y tangible al mundo a través de su iglesia. En la primera encarnación, Cristo (una presencia corporal) fue necesario para cumplir la misión; en la segunda encarnación también se necesita un cuerpo para cumplir con la misión: LA IGLESIA.

La iglesia, está llamada a terminar la obra que Jesucristo comenzó. Jesús terminó la obra que a Él le correspondía hacer (redimir y justificar a la humanidad y fundar el reino de los cielos en la tierra – la ekklesia), pero eso no significa que terminó toda la obra que el Padre quería hacer. Por eso, como ya lo mencioné, las últimas palabras de Jesús, nos llaman a la acción, a terminar su obra. Por eso, en la oración que Jesús hizo al Padre antes de morir, le dijo “Así como tú me enviaste al mundo, yo los envío al mundo” (Juan 17:18).

Jesús es la cabeza y nosotros, la Iglesia, somos su cuerpo vivo en la tierra. Él necesita nuestros pies para ir a un mundo que está sufriendo; necesita nuestras manos para levantar al caído y necesita nuestros labios para poder hablar acerca del amor del Padre a un mundo sin esperanza. La cabeza solo podrá ir donde vaya el cuerpo; pero el cuerpo tiene que estar dispuesto a ir donde la cabeza necesita y anhela estar.

3. La iglesia necesita volver al origen.

En medio de todas las reflexiones como consecuencia de la pandemia, me he preguntado acerca de los edificios y los templos. Desde que tengo memoria, mi fe siempre se ha relacionado fuertemente con los lugares de culto y las liturgias de la iglesia. Amo la iglesia y amo reunirme con la iglesia, pero también he visto cómo muchos ministerios se han vuelto “templocéntricos” y totalmente dependientes del lugar de culto para funcionar y cumplir su misión.

Leyendo Hechos, y especialmente Hechos 2, podemos entender la forma de expresión original de la iglesia. En sus inicios, la vida de la Iglesia Cristiana era una comunidad que se expresaba en dos contextos principales: las casas y el templo. En ese orden. Y quiero hacer énfasis en el orden, porque hoy funciona totalmente a la inversa.

La iglesia se expresaba en las casas y era ahí donde sucedía la mayor parte de la vida de esas comunidades. Era en las casas donde sucedía la enseñanza de la palabra, el orar los unos por los otros, la comunión (comer y jugar juntos), y sobretodo, el cuidarse los unos a los otros (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15).

El templo también cumplía una función importante dentro de las dinámicas de la iglesia primitiva. Era en el templo donde la Iglesia (la comunidad) se reunía para celebrar y adorar a Dios. Adorar a Dios es parte de la esencia de la Iglesia, está en su ADN espiritual. Hay algo en el corazón de la Iglesia que la mueve a reunirse a adorar al Rey. Hay algo sobrenatural y místico que sucede cuando toda la iglesia se reúne a adorar a Dios que no sucede en la casa; tiene que ver con la dimensión eterna. Es claro que adorar no es solo cantar o exaltar a Dios por medio de la música. Pero el cantar a Dios es algo que viene dentro de nuestro espíritu y la adoración musical es un vehículo poderoso para celebrar al creador (Apocalipsis 5).

La iglesia hoy, se expresa principalmente en edificios que llamamos templos, y en algunos casos, los pastores invitamos a las personas a trasladar lo aprendido y lo vivido dentro de las 4 paredes a sus casas y a su cotidianidad. El entendimiento generalizado que se tiene hoy es que la vida y la misión de la Iglesia inician en un edificio y luego se lleva a las casas. PERO lo que hacemos como Iglesia los domingos debe ser tan solo el resultado de lo que sucede en las casas. Por eso cada vez hay menos vida de Dios en las casas y en la sociedad, porque lo hemos estado haciendo al revés: no es del edificio a las casas, es de las casas al edificio.

La iglesia necesita regresar a las casas porque es la única manera como podemos experimentar lo que significa ser la familia de Dios, esa comunidad donde se expresa el amor y la vida de Cristo entre los hermanos. La iglesia necesita regresar a las casas porque es la única manera de transformar la sociedad con el amor y la verdad de Dios.

Durante siglos, la Iglesia ha estado ausente de la vida real, escondida en templos, catedrales, Institutos Bíblicos, eventos y seminarios, pero mi convicción es que Dios está reconquistando las casas para Cristo. En la medida que nuestros hogares se vayan convirtiendo otra vez en el hábitat natural de la Iglesia, el Cristianismo se irá convirtiendo en un testimonio poderoso donde más se necesita: en el barrio, en el vecindario, donde vive la gente.

4. La iglesia necesita recuperar la esencia

En este tiempo, veo que muchos hablan del cambio que está teniendo la iglesia. Muchos dicen que la forma de “hacer iglesia” cambió y que nunca más volverá a ser igual. Ahora se habla de “la nueva normalidad de la iglesia” o de “la iglesia digital”. Pero realmente creo que las pantallas y el internet son tan solo una forma de expresión de la iglesia. NO PODEMOS REEMPLAZAR LADRILLOS POR PANTALLAS y creer que ese es el renacimiento de la iglesia. El cambio verdadero debe suceder en el corazón. Es por eso que necesitamos recuperar la esencia.

La iglesia como ya lo vimos, es el cuerpo de Cristo. Como tal, está llamada a actuar para representar los propósitos del corazón de Jesús. En otras palabras, la iglesia necesita ser Jesús.

La esencia o el corazón de la iglesia debe ser el corazón de Jesús. Pero creo que por años, los cristianos hemos tomado la ley de Dios y la hemos usado de forma incorrecta para traer juicio y condenación a las personas que no creen en Jesús. También condenamos y juzgamos a aquellas que creen en Jesús, pero que su conducta no nos “parece” apropiada para un cristiano.

Hemos sido una iglesia orientada a modificar la conducta pero desconociendo el corazón. Este comportamiento nos ha convertido en fábricas de producción de hipocresía. Enseñamos a modificar conducta en lugar de entender la esencia de la ley de Dios.

Leyendo la historia que relata el encuentro de Jesús con la mujer adultera (Juan 8:1-11), encuentro por lo menos 3 cosas que debemos hacer para recuperar nuestra esencia.

1) Debemos entregar el deseo de juzgar a otros.

A los seres humanos nos gusta juzgar. Especialmente nos gusta señalar el pecado de los demás. Eso hicieron los fariseos. Pero delante del pecado, Jesús no se escandalizó. De hecho, su postura, nos habla de la actitud que nosotros debemos tener. Jesús se inclinó, se puso al nivel de la mujer y la miro a los ojos para dignificarla. Mientras los líderes religioso juzgaban a la mujer, Jesús la dignificaba. Seamos Jesús.

2) Debemos entregar el deseo de tener siempre la razón.

De acuerdo con la ley (Deuteronomio 22; Levítico 20), estos hombres tenían la razón. Tenían un derecho legal de apedrear a esta mujer (no desde la ley romana sino desde la ley judía). Pero hay momentos en los que debemos entregar el derecho a tener la razón porque podemos tener la razón pero aun así estar muy equivocados.

Jesús resumió TODA la ley y los profetas en AMOR (Mateo 22:37-40). Es decir que podemos cumplir la ley, la letra de la ley, pero aun así incumplir la esencia, el corazón, de la la ley.

Estos hombres pretendían cumplir con la letra de la ley, apedreando a la mujer; pero habrían fallado en lo esencial de la ley, pues no podemos amar y matar a la vez.

3) Debemos poner el fundamento del amor.

La forma de cumplir siempre con la ley de Dios es poniendo el fundamento correcto. Pablo nos invitó a hablar la verdad en amor (Efesios 4:15) porque la verdad sin amor suena como un címbalo que retiñe (1 Corintios 13). Esta idea de hablar la verdad en amor, la vemos en acción cuando Jesús se encontró con el joven rico (Marcos 10:21). La Biblia dice que Jesús lo miró, lo AMÓ, y le dijo. No podemos decir sin antes amar, y no podemos mirar si no es para amar.

La ley sin amor es asesina. La letra mata, pero el espíritu da vida (2 Corintios 3:6), y Jesús no vino a esta tierra a quitarle la vida a nadie sino a salvársela (Lucas 9:51-56). Eso fue lo que Jesús le dijo a los discípulos cuando estos se olvidaron de la esencia de la ley y quisieron usar su fe para matar a otros.

Hoy puedo escuchar la voz del Maestro diciendo: USTEDES NO SABEN DE QUÉ ESPÍRITU SON.

Iglesia, necesitamos volver a la esencia que es el amor. Solo el amor de Jesús puede transformarnos. Nuestra tarea como iglesia no es cambiar a la gente. No busquemos ser modificadores de conducta sino que busquemos guiar a las personas a tener encuentros reales con Jesús. El único que nos puede hacer mejores cada día.

Comencé diciendo que una crisis personal, me ayudó a enfrentar los asuntos más profundos de mi ser y a resolverlos de raíz para poder así ser un mejor ser humano. Sabemos que no podemos ser mejores por fuera de lo que somos por dentro, y considero que si la iglesia es la suma de personas, en quienes habita el Espíritu de Dios, entonces podemos aprovechar este tiempo para, al mirarnos al espejo, identificar aquellas áreas en las que necesitamos parecernos más a nuestro Señor.

Seamos Jesús.

Pastor y Fundador de Ekklesia Bogotá.

1 thought on “El renacimiento de la iglesia

  1. Excelente!! Debemos ser la iglesia desde donde estemos, y Ser Jesús siempre, porque es a través nuestro que otros le conocerán. Sin juicios, sin condenas. Tenemos una gran responsabilidad y un gran reto como iglesia! Pero Dios es tan lindo que nos regaló este tiempo para reformarnos.

    Gran mensaje.

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