A Jesús no le interesaban expresiones muy complejas que teorizaran la asimilación del evangelio, él se inclinaba, más bien, por muestras prácticas de certeza; decisiones impulsadas por la experiencia cotidiana que trajeran a las personas a buscar soluciones concretas a realidades específicas, en él, en lo que él representaba y representa, en la esencia de su movimiento, en el reino de Dios.
Cuando abordamos los evangelios, que son la fuente más cercana para reconocer con una cierta asertividad quién fue Jesús en la tierra, lo que dijo, cómo vivió y cuáles eran sus paradigmas, podemos encontrar singularidades propias de las necesidades narrativas de cada uno de los escritores, que eran pastores que se valieron de la historia de Jesús para hablar a las realidades de la iglesia varias décadas después de que Jesús ya no estuviera, y, sin embargo, una afinidad constante en los relatos que definen a Jesús.
Esa construcción a partir de las diferentes plumas, la diversidad de la experiencia narrativa acerca del maestro que de antemano está planteando una interpretación de los recuerdos y la tradición oral aún viva en la iglesia de la segunda mitad del primer siglo, nos da la posibilidad de afirmar que Jesús iba de pueblo en pueblo sanando a personas, brindando libertad de los demonios que las atormentaban, haciendo críticas profundas a los movimientos religiosos de su época, compartiendo de una manera cercana con los pecadores y rechazados, tocando a los intocables y enseñando a partir de las parábolas.
El reinado de Dios que Jesús representaba se hacía palpable en la mezcla armónica de cada uno de estos elementos relatados; es decir, el reino de Dios es algo práctico, que se vive en el día a día en el compartir comunitario, en el aprendizaje abordado desde las experiencias de la rutina diaria, de la “normalidad”, en la solución efectiva de las necesidades básicas, en la esperanza de interrumpir eso que duele, que hace daño, que entristece, que te aleja de la comunidad, y vivir de nuevo en bienestar, y con el otro. En ese bienestar comunitario habita Dios.
La fama de Jesús se iba extendiendo naturalmente cada vez que sanaba a alguien y cada vez que emitía algún discurso sobre sus ideas. Mientras más fama tenía, más personas se acercaban a él para ser sanadas, liberadas y para escuchar su mensaje. Jesús constantemente aludía a la fe de ellos en esos acercamientos ,y en algunos casos, esa fe logró sorprenderlo.
La fe es un elemento salvador: “tu fe te ha salvado/sanado” es un anuncio constante, es la confrontación con la que terminaban algunas de las acciones específicas de Jesús, una suerte de reconocimiento, sabiendo que la sanación había sido el resultado de lo que él había hecho, y, sin embargo, el resultado también de esa decisión de quien lo había buscado para que lo hiciera. De alguna manera esa fe impulsaba a quienes querían recibir algo de Jesús para su beneficio, un beneficio que suele estar enmarcado dentro de la imposibilidad de vivir en la normalidad.
La fe que varias veces Jesús reconoce y admira es subversiva, ella propone replanteamientos sobre el status quo cultural, legal y religioso de su época, y permite nuevas perspectivas de relaciones interpersonales.
Es interesante/importante observar las posibilidades que esa fe brindó a quienes la accionaron, para así construirnos un abanico de posibilidades actuales con respecto a lo que se nos ha enseñado de ella y la relectura que nos permiten las experiencias registradas por los autores de los evangelios. Para ello abordamos tres ejemplos de fe manifiestos en los evangelios, tres ejemplos donde la fe fue más fuerte que los paradigmas sociales de la ley, de las costumbres y de la asimilación del otro (del nacionalismo). Sin esas subversiones la fe no hubiese alcanzado su cometido.
Marcos 5:34
Ella tenía miedo, no había una razón lo suficientemente justa para no tenerlo; en su búsqueda por encontrar alguna alternativa, se había ido en contra de la ley y de las tradiciones. Era una inmunda. En la Torah se hablaba del ciclo fisiológico femenino como un pecado, uno pasajero, y, sin embargo, necesitado de ser limpio (Levítico 15:19-33). Esta mujer en especial tenía un flujo constante, una realidad que sobrepasaba la normalidad orgánica, y eso la ubicaba en una posición de aislamiento, en una cuarentena inagotable que llevaba 12 años. Lo que tocara estaría inmundo, era una indeseada, ¿quién querría estar cerca de ella y quedar sucio y enfrentarse a los rituales de purificación? Nada ni nadie se escapaba de la suciedad que ella transmitía, aunque fuese un objeto; su túnica, el balde con el que sacara agua, las sandalias que la calzaran, “la silla en que se sienta, el plato del que come”, cada una de las cosas que ella tocara serían inevitablemente inmundas.
Ya había agotado los recursos, ya las esperanzas se reducían a la fama de un rabino que iba de lugar en lugar, al parecer, sanando enfermos y enseñando cosas profundas con base en relatos cotidianos.
¿Quién me tocó? es una voz asimilada como intimidante cuando la mujer sabía que había hecho algo mal. Lo mínimo que haría el rabino famoso que iba de camino era regañarla por su mala actitud con respecto de la ley y de su integridad (él ya se suponía sucio), cuestionarla por su mala decisión, por interrumpirlo en su misión importante; él iba apretujado en la multitud y, para ella tocarlo, quién sabe a cuántos más contaminó.
Tu fe te ha sanado, una expresión de consuelo en medio de la transgresión. Él la estaba buscando, no para recordarle su condición de inmundicia pública e interminable, más bien necesitaba entender quién, por medio de su fe desafiante y transgresora, había sacado de él poder. Un “tu fe te ha sanado, vete en paz” salido de la voz de ese sanador itinerante bastó para que la vida de esa mujer nunca más volviera a ser la misma.
La enseñanza de este relato nos invita a trascender, a traspasar, si es necesario, los obstáculos de las costumbres, incluso de las mismas legislaciones y las moralidades ofrecidas por la religión, con tal de encontrar esperanza en el Jesús del camino. Es una oda a acercarnos a él, sin importar lo que digan, sin pensar mucho en lo que pase, solo sabiendo que si tan solo fuese su manto lo que se toca, una pequeña pizca de su existencia y lo que ella representa, solo una vez, bastaría para que eso que nos hace sucios, despreciables y tal vez indeseables, desaparezca.
Lucas 7: 36-50
Uno esperaría, como es natural en casi todos, que, estando rodeado de personas con ideas semejantes, visiones del mundo alineadas a la homogeneización, tan usual entre los poderosos de cualquier estructura, Jesús obedeciera al patrón psicológico general, y diera su brazo a torcer, o por lo menos fuera más prudente, con respecto de lo que dijera delante del público “honorable”.
Los evangelistas nos pintan a un Jesús que incluso estando dentro de la boca del lobo, no se esforzaba mucho por darle razones para no morder. En esta ocasión Jesús recibió la invitación de “uno de los fariseos”, el texto nos deja notar que no sólo él estaba ahí con Jesús, más bien había un grupo de fariseos presentes en la invitación. Este es el telón de fondo para dar lugar al relato de otra mujer transgresora, subversiva, transformadora de las realidades aceptadas dentro del margen estricto de su época.
Era una pecadora. Sin más, esa es la designación que se le concede, así la conocían en la ciudad “la pecadora”. Similar a los rótulos que actualmente solemos designar de rechazo y culpa, ella era reconocida por su falta de moral, su insistencia en romper los códigos que le generaran un “buen nombre” siguiendo las pautas de su entorno, era una mujer pecadora que entró hasta donde ellos estaban, sentados a la mesa.
“Ellos”, una suerte de élite, los maestros, un grupo de “semejantes” con los que cualquiera otro presente haría las veces de legitimador de esa grandilocuencia con respecto de su propia bajeza; una posición intocable, inaccesible, inalcanzable, mucho más en la condición de pecadora de esta mujer.
Seguramente esa es la realidad que querían los anfitriones que rigiera a Jesús. Lo llamaron a la mesa como a uno de ellos y de él no esperaban menos que la arrogancia de ser santo, la distancia natural que los alejaba de los otros, la piedad que les daba un estatus superior y los elevaba por encima de la gentuza pecadora. Ser invitado a la mesa significa que ellos lo reconocían, él tenía lo que se necesitaba para acompañarlos, él estaba a su misma “estatura” moral e intelectualmente, incluso socialmente; él estaba siendo tratado al nivel de ellos.
Ella dejó brotar el alma. Su llegada al lugar, una irrupción arriesgada, ya le estaba costando el señalamiento de los fariseos, eso no le importaba, solo siguió su camino en el intento de enunciar lo indecible.
Es curioso que en el relato la pecadora nunca dijera algo y, sin embargo, sus actos estaban diciendo lo que su corazón necesitaba expresar.
Tocar es un elemento importante de la narración, el texto deja al descubierto la idea de privilegio que suponía acceder al otro, a un “otro” superior. Si fuera profeta (superioridad) sabría quién lo toca (acceso), al parecer no guardar las distancias permitía la duda sobre lo que ya la fama de Jesús había despertado entre sus seguidores, era profeta, la gente lo sabía o por lo menos lo rumoraba, los fariseos lo habían oído en diferentes momentos. A pesar de ello, la mujer a quien precedía su pecado, pudo tener acceso al cuerpo del maestro, le fue posible tocarlo.
Él no la estaba rechazando como los otros, no la estaba señalando como los otros, no la estaba rotulando como los otros, él fue diferente en medio de las voces de acusación, no la miró como los otros, la recibió, estuvo disponible, poco le importó el pecado, mucho le importaron los mensajes que carecieron de palabras y se valieron del perfume, las lágrimas, y las manos que lo acariciaron. El reino de Dios es tocable, no está restringido para los superiores, no está relegado para los pecadores, es el lugar donde el alma puede vaciarse, donde las muestras indecibles de necesidad espiritual son convertidas en el perdón y en la esperanza de un camino renovado, una ilusión de “irse en paz” gracias a la obra de una motivación llena de fe transgresora, combinada con la realidad de un reinado divino que interrumpe la moralidad colectiva.
Mateo 15: 21-28; Marcos 7:24-30
¿Para qué salir de las márgenes del territorio nacional? Los escritores del evangelio dejan al descubierto un momento de ¿cansancio, tal vez? de Jesús. Ya la fama se había crecido mucho en Israel y ¿acaso se le agotaron los lugares dónde estar “tranquilo”? Lo cierto es que su estadía en las costas fenicias no incluía, ni de casualidad, que alguien lo interrumpiera, mucho menos si ese (esa) alguien era gentil.
Ya dentro del “pueblo elegido por Dios” había unas selecciones arbitrarias de los que eran o no justos, de los que tenían o no estatus, de los que eran o no dignos, que ponían a unos en la cúspide de la espiritualidad (cerca de lo divino) y a otros en las distancias más frías e insuperables con respecto de Dios. Los gentiles no hacían parte de ese juego, simplemente no habían sido seleccionados para recibir la salvación prometida por los profetas, no eran escogidos, un gentil no llegaba ni de cerca a tener el valor del pecador más vil entre los “hijos de Abraham”.
Mientras él quería recluirse en una casa sin dejar lugar a que lo encontraran (¿lo molestaran?), ella, que previamente había escuchado de sus historias sanadoras, vio en él la esperanza de que su hija encontrara una cura. Esta dinámica de la fe es constante en los relatos evangélicos, la experiencia individual de quienes habían encontrado sanación y perdón (salvación) para sus necesidades particulares, o bien la hacían conocer personas contando a diestra y siniestra lo ocurrido, o bien por el simple hecho de ser notoria, públicamente, la obra sanadora hacía que otros buscaran la fuente de esa sanación.
Esto se fue haciendo cada vez más grande y notorio, y así la experiencia de unos animaba a otros a buscar (y encontrar) sus propias experiencias de salvación y perdón. La fama de Jesús se había extendido más allá de los límites nacionales y había llegado hasta los oídos de una mujer gentil, una mujer que no estaba dentro de los planes de “restauración” del “mesías” de Israel; una mujer que sabía lo que significaba para los de ese país vecino nacer por fuera de los límites de esa nación; y, sin embargo, una mujer necesitada, una mujer que veía en él, en Jesús, la posibilidad de encontrar bienestar para su vida, la vida de su hija, la realidad de su familia.
Ella insistía en buscar (rogar) por ayuda, quería alcanzar lo que había escuchado que otros habían recibido, él insistía en no prestarle atención. Los gritos se hacían molestos, tanto que sus seguidores íntimos, los que tenían el privilegio de estar con él cuando quería estar lejos y solo, le pidieron que la atendiera.
La mujer siro-fenicia contra-contestó a la primera respuesta del sanador famoso, “el pan del que quieres comer es ajeno (no eres digna de él)”, dice él para negarle su petición; “aunque es ajeno, lo necesito, no importa que sea a manera de sobrados”, dijo ella en un acto último de sinceridad, humildad, e insistencia. Jesús admiró la fe que expuso la mujer, una fe que insiste en vivir de manera personal la experiencia de sanación del maestro, una fe que interrumpe las designaciones de elegibilidad y da lugar a personas que se escapan de los límites de los “escogidos”, una fe que confronta las ideas nacionalistas y el bienestar que busca para quienes tienen los mismos referentes identitarios, para llegar hasta el otro, el diferente, el que tiene otras formaciones, otras visiones del mundo, otras historias. Al final la hija de la mujer recibió la sanación por la que su mamá rogaba.
La fe, como lo hemos demostrado, es subversiva, cambia los valores “normales” de espiritualidad e introduce la posibilidad de alcanzar a Dios, por medio de Jesús, por encima de las reglas legales, por encima de los paradigmas culturales y por encima de los límites de lo que nosotros enmarcamos como “escogidos”.
Es esta fe la que desemboca en el perdón, en la sanidad y la salvación de quienes son motivados a interrumpir el camino, los formalismos y los marcos convencionales, no como la rebeldía como lugar de llegada, no un levantamiento por el caos, más bien un levantamiento que busca la dignidad, uno que busca el bienestar práctico, un bienestar cotidiano.
Bibliografía
- Londoño, Juan Esteban. “Para Comprender el Nuevo Testamento”. Editorial SEBILA, 2013.
- Levoratti, Armando J. “Comentario Bíblico Latinoamericano: Nuevo Testamento”. 2.ª edición revisada, Editorial Verbo Divino, 2007.
- Nolan, Albert. “Jesús Hoy: Una Espiritualidad de Libertad Radical”. Editorial Sal Terrae, 2007.
- Pikaza Ibarrondo, Xavier. “Curar a la hemorroisa, una mujer creyente (Jesús)”. El blog de Picaza, 2 de Febrero del 2007. Tomado de: http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2007/02/05/hemorroisa-biblica-y-liberacion-de-la-mu
Publicado por ALC Noticias: http://alc-noticias.net/es/2018/05/08/una-fe-subversiva-tres-muestras-de-subversiones-que-lograron-su-acometido/
Comunicador Social. Escritor. Director general de TeoCotidiana. Esposo de Sara. Papá de Ariel.