En los estratos más antiguos de la biblia hebrea se conoce el fenómeno de la pervivencia del hombre después de la muerte, pero no se desarrolla una conceptualización sobre la inmortalidad, como sí lo harán las culturas egipcia, mesopotámica, hindú y griega.
En la biblia hebrea la muerte no es entendida como una separación del alma y del cuerpo. Para presentar tal idea resultaría imprescindible tener un sistema ontológico dualístico o binario, como el griego.1
La biblia hebrea comparte con su entorno cultural un sistema cosmológico dualístico (por ejemplo, con el zoroastrismo o el platonismo medio); pero no uno ontológico. Y esto sobre todo en el libro de la Sabiduría. Pero de esto ya hablare algo más adelante.
Por esta razón, la biblia (hebrea y cristiana)2 valora la muerte de forma muy diversa a la cultura griega y, en consecuencia, a nuestra valoración occidental. En este artículo abordaremos esta diferencia.
La muerte en la biblia hebrea (BH)
En la BH no se elabora un concepto sistemático sobre la muerte. El vocablo hebreo utilizado para hablar de la muerte, mût, se refiere indistintamente a la realidad del proceso fisiológico.3 La BH sólo realiza una descripción fenomenológica de la muerte, si se quiere hablar así.4 En la BH se describe la muerte de hombres y animales desde la experiencia en la cual es evidente que la vida se manifiesta en el aliento y la muerte, por tanto, expresa la separación del cuerpo (‘āfār, literalmente: “polvo”)5 y el aliento (rūaḥ). Además, la BH reconoce la soberanía absoluta de Yahweh sobre la vida y la muerte de todos los seres.
Algunos textos veterotestamentarios lo permiten ver:
Si escondes tu rostro, desaparecen; les retiras tu soplo (rūaḥam)6 y expiran, y retornan al polvo (’el-‘ăfārām)7 que son.
Sal 104 (LXX 103), 29
Exhala su aliento (rūḥo),8 retorna a su barro (lĕ’admāto),9 ese mismo día se acaban sus planes.
Sal 146 (LXX 145), 4
[¿…] que su mano (la de Dios) retiene el hálito (nepheš)10 de los vivientes, el espíritu de todo ser humano (rūaḥ kol-beśar-’îš)11?
Job 12,10
No es el hombre señor del viento (bārūaḥ),12 capaz de dominarlo; ni es dueño del día de la muerte (bĕyôm hammāwet),13 ni puede escapar a la guerra; ni la maldad libra a sus autores.
Qo 8,8
Otro datum phanomenologicum ofrecido por la BH es la sangre (dām), la cual, al derramarse, derrama o pierde también la vida.
Porque la vida de la carne (nepheš habāśār)14 está en la sangre (badām), y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras vidas, pues la expiación por la vida se hace con la sangre.
Lev 17,11
Pero cuidado con comer la sangre, porque la sangre es la vida (kî hadām hû’ hanepheš),15 y no puedes comer la sangre con la carne.
Dt 12,23
Encontramos que los vocablos “aliento” y “sangre” son usados como conceptos de valor antropológico, denotando el principio vital, y que están muy cerca de nuestro concepto de alma.16 Pero es sólo cercanía. La BH no diferencia entre el rūaḥ del hombre y el de los animales, como si lo hace nuestra antropología y la griega, ya que para la BH ambas pertenecen a la misma categoría:
Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra; y ambos tienen el mismo aliento de vida (rūaḥ).17 En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad.
Qo 3,19
Otro dato importante: estos vocablos no son utilizados para designar aquella parte del hombre que sobrevive a la muerte y baja al šeol o reino de los muertos.
En la BH el vocablo hebreo šeol aparece 65 veces, designando el “reino de los muertos”, con un significado similar al averno/tártaro griego. En algunos lugares, el šeol es personificado, como en Is 6,14; Hab 2,5; y Prov 1,12; 27,20; 30,16. Los especialistas debaten si el šeol tiene el significado cultural de infierno, es decir: el lugar de castigo, donde se interroga y atormenta a los muertos. En este último sentido, la etimología de šeol provendría de la palabra babilónica šu’alu.18
Y no se dan cuenta de que allí está la muerte y de que sus invitados van a lo profundo del averno (šeol).19
Prov 9,18
Por eso el šeol 20 ensanchará su seno y abrirá su boca sin medida, y allá bajará su gloria, su muchedumbre, su fausto, de que tanto se envanecía.
Is 5,14
De hecho, así como Yahweh vivifica al hombre, insuflando el hálito de vida, asimismo él lo retira cuando el hombre (y los animales) mueren (cfr. Sal 104, 29; 146,4).
Sólo en el libro de Sabiduría, debido a su fuerte trasfondo helenístico y su influencia platónica (como indicaba al inicio del artículo), se dice, sin abandonar del todo las ideas tradicionales del judaísmo, que el alma (psychē), sobrevive al cuerpo; incluso habla según usos platónicos, diciendo que el cuerpo es carga para el espíritu.
Las almas (psychai) de los justos están en las manos de Dios, y el tormento no los alcanzará. A los ojos de los necios parecen haber muerto, y su partida es reputada por desdicha. Su salida de entre nosotros, por aniquilamiento, pero gozan de paz. Pues aunque a los ojos de los hombres fueran atormentados, su esperanza está llena de inmortalidad.
Sab 3,1-4
Era yo un niño de buen natural, que recibió en suerte un alma buena (psychēs te elachon agathēs). Porque era bueno, vine a un cuerpo sin mancilla.
Sab 8,19-20
La muerte en la biblia cristiana (BC)
Respecto al tenor conceptual, la BC permanece en el mismo nivel descriptivo que la BH.21 Consiguientemente, en la BC se puede encontrar expresiones en las cuales se dice que quien muere “entrega su espíritu”(aphienai to pneuma),22 entrega su vida o principio vital (psychē).23 Si alguien resucita, se dice que su espíritu vuelve a él; se afirma que sin espíritu, el cuerpo está muerto.
Pues como el cuerpo (sōma) sin el espíritu (pneumatos) es muerto (nekron estin),24 así también es muerta la fe sin obras.
Stg 2,26
Más allá de estos usos dictados por la tradición veterotestamentaria, la BC también conoce los conceptos en el marco de cierta ontología griega popular, de suerte que ellos cuadran mejor con nuestro concepto de alma que la tanatología de la BH, de modo que los difuntos son llamados en la BC como pneumata (cfr. 1Pe 3,19) o psychai (cfr. Ap 6,9; 20,4).
Además de compartir el lenguaje y el mundo conceptual religioso-popular de su entorno helenista, la BC presenta al nivel de categoría conceptual la doctrina de la resurrección; pero lo desarrolla de forma diversa al resto del judaísmo del segundo templo. En este desarrollo, el cristianismo no sólo se aparta de la valoración teológica que hace la BH del fenómeno, sino también del judaísmo del segundo templo.
Este caso único del cristianismo viene muy bien ejemplificado con las palabras de Jesús sobre el problema de la resurrección (problema traído a discusión por los saduceos), en Mc 12,18-27.25
Por lo que toca los muertos (tōn nekrōn), que resucitan(egeirontai), ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza ardiente, cómo habló Dios diciendo: “yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? No es Dios de muertos (ouk estin Theos nekrōn), sino de vivos (alla zōntōn).26 Muy errados andáis.
Mc 12,26-27
El significado teológico de la muerte
En la BH, la muerte es claramente considerada como castigo por el pecado del hombre (cfr. Gén 2,17; 3,3). El diablo (cfr. Sab 2,24)27 o Eva (cfr. Eclo 25,24) son señalados como la causa de la muerte. Este trasfondo teológico pervive en la BC. Pablo expresamente afirma la misma idea: el pecado del primer hombre trajo la muerte como consecuencia (cfr. Rom 5,12-14; 1Cor 15,21-22);28 asimismo la literatura joánica se sitúa en el mismo plano teológico (cfr. Jn 8,44).29
Un aspecto relevante del significado teológico de la muerte se deriva de su unión con la doctrina de la retribución/castigo por las buenas obras.30 Si el sentido teológico primordial de la muerte es ser castigo del pecado, se sigue un desarrollo conceptual donde se espiritualiza esta noción. En dicho desarrollo, la muerte, como concepto moral, no queda supeditada al plano fisiológico. El injusto recibe como castigo la muerte, mientras el justo es retribuido con la amistad con Dios. De aquí se sigue que la muerte, moralmente concebida, se entienda como enemistad con Dios. De hecho, la muerte designa el estado de enemistad con Dios, como consecuencia de los pecados; estado que no termina con la muerte corporal, sino que perdura en el más allá (cfr. Prov 7,27; 13,14; 14,27; 23,13). Este mismo sentido de muerte espiritual, como concepto moral, se expresa a menudo en la BC, cuando se habla de la muerte como consecuencia de la incredulidad y del pecado (cfr. Jn 5,24; 8,51; Rom 7,10; 8,6; 2Cor 7,10; Stg 1,15; 5,20; 1Jn 3,14; 5,16). Por esa razón, y no por una interpretación mística, la suerte del injusto en la otra vida recibe el nombre de muerte eterna o segunda muerte (cfr. Rom 1,32; 6,16.21.23; Ap 2,11; 20,6.14; 21,8).
Un último aspecto teológico que connota la muerte es que con ella, en la BC, se indica el paso del estado de pecado al estado de justicia. Este bien pudiera ser llamado el aspecto cristológico de la muerte. Y esto en razón que en el bautismo, el hombre muere al pecado (cfr. Rom 6,2; 1Pe 2,24); el creyente que recibe el bautismo está muerto en y con Cristo (cfr. Rom 6,8; Col 2,20).31 De hecho, san Pablo en Rom 6,1-12 habla del bautismo estableciendo una clara asociación con la muerte del creyente en la muerte de Cristo.
Papá de Immanuel y Tobías, esposo de Biviana, católico y teólogo. Profesor en dos universidades y miembro de varios grupos de investigación.