¿Qué pensaría Jesús de quemar un CAI?

La muerte de Javier Ordóñez a manos de la Policía Nacional el 9 de septiembre desató una oleada de protestas violentas y enfrentamientos en las principales ciudades de Colombia, dejando a 14 personas muertas. ¿Cuál es el papel que debería asumir el pueblo cristiano frente a estos sucesos? ¿Qué pensaría Jesús de todo esto? En este episodio comparto algunas reflexiones sobre el papel del Evangelio frente a la injusticia social.

 
 

Notas del episodio

Transcripción

Les doy la bienvenida al séptimo episodio de este podcast. Lo que acaban de escuchar proviene de un video que fue publicado la semana pasada, donde se ve a Javier Ordoñez, un abogado de 46 años de Bogotá, que es sometido por varios policías con una pistola taser. Javier fue llevado al CAI, una especie de casetas que funcionan como centro de operaciones de la policía, y resultó muerto unas horas después. Según el reporte de medicina legal la muerte de Javier fue producida por una brutal golpiza que resultó en 9 fracturas en el cráneo. El ministro de la defensa de Colombia aceptó en una sesión virtual del Congreso la responsabilidad de dos policías en este hecho.

Todo esto produjo una respuesta fuerte en la sociedad colombiana, ha habido marchas, manifestaciones, protestas y enfrentamientos con la policía en varias ciudades de Colombia, especialmente en Bogotá donde el saldo son 14 personas muertas, 80 heridos, entre civiles y policías, y 17 CAIs incendiados.

Estamos hablando de esto porque nuevamente surgen conversaciones en las redes sociales y en otros ambientes sobre el papel que debería asumir el pueblo cristiano frente a este tipo de sucesos. Por un lado, las manifestaciones violentas de la población en protesta por una situación social bastante agitada en el país, por otro lado la idea de sumisión a las autoridades, el famoso pasaje de Romanos 13, o incluso los que llevan el tema hasta el punto de decir que no deberíamos meternos en esto porque nuestra ciudadanía está en los cielos y debemos ocuparnos de las cosas de arriba.

Y bueno, además en un ambiente político como el de este país, naturalmente en toda Latinoamérica hay discusiones de este tipo, pero aquí tenemos un caldo de cultivo para unas hostilidades y una polarización muy acentuada. Medio siglo de conflicto interno, abusos de las autoridades, corrupción, ineficiencia del Estado… Yo creo que hay que perderle el miedo a hablar de estos temas. Entre otras cosas porque el mensaje bíblico está lleno de referencias a la justicia social, a la convivencia entre diferentes grupos sociales, incluso a la política, así nos hayan hecho creer que no. Hoy vamos a hablar al respecto.

Entonces el episodio de hoy, como de costumbre, viene de un punto de vista totalmente personal, invitando también a la conversación. O sea, esto no es una prédica ni un estudio bíblico, son mis opiniones sobre un tema que sé que es muy polémico, no represento a ninguna iglesia ni ministerio, soy yo, a título personal, compartiendo lo que pienso al respecto e invitando a que ustedes también lo hagan. Así generamos conversación y no solamente un monólogo mío de media hora. También tengo que aclarar que todo esto que voy a decir hoy y las reflexiones personales que hago sobre estos temas, las hago desde el privilegio de ser hombre heterosexual, con empleo y con un salario que me permite pagar mis cuentas cada mes, y obviamente desde ese lugar tan cómodo pues es muy fácil querer ser razonable. Esa aclaración es importante.

Entonces sigamos. Cuando pasan este tipo de sucesos, que aquí en Colombia pasan más bien a menudo, suceden cosas curiosas entre los cristianos. Aparecen, por ejemplo, los que llegan al punto de culpar a la víctima de lo que pasó: “Ese señor no era ningún angelito”, “es que estaba borracho”, “es que quién sabe qué le dijo a los policías”, “si se hubiera quedado quieto nada le hubiera pasado”, que me parece algo terrible de hacer, algo que no es cristiano, que va en contra de la empatía que se debería tener con cualquier persona que sufre. Es como cuando frente a un caso de violación, la respuesta contiene un “pero por qué estaba vestida así esa muchacha”, “qué hacía a esas horas sola en la calle”, “quién la manda a no estar juiciosa en la casa”. Terrible. Vamos justificando malas acciones en contra de las personas argumentando que algún comportamiento propició que le pasara eso. Revictimización, es el término para esa actitud. “Eso le pasa por no hacerle caso a la policía”, “Por andarse vistiendo así es que las violan”, “No estarían cogiendo café”… 

Creo que eso no cabe en la ética cristiana. Todo lo contrario, deberíamos ser sensibles al sufrimiento de las personas, entendiendo que vivimos en un mundo caído donde nadie está exento de sufrir por el pecado de otros. En alguna de las epístolas de Pablo está, creo que en Romanos, “sufrir con los que sufren, llorar con los que lloran”. Gran parte del discurso cristiano en la actualidad está ubicado en una posición de poca o nula empatía con personas que sufren injusticia, opresión, segregación, solamente por el hecho de que no estamos de acuerdo con su estilo de vida. Sobra decir que ese no fue el ejemplo de Jesús, él siempre se puso del lado del oprimido. Ahorita vamos a hablar más de eso.

Otra cosa curiosa que pasa es que los cristianos somos muy selectivos en cuanto a las razones por las que nos indignamos. Por ejemplo, cuando empezó la pandemia producida por el coronavirus, hubo incomodidad y muchas voces que se levantaron contra la medida de restringir los cultos y cerrar las iglesias para evitar la propagación del virus. Entonces hubo críticas de todos los sabores, desde los conspiranoicos que veían ahí un ataque del diablo, la marca de la bestia con la vacuna de Rusia, etc… hasta los que decían: es más importante obedecer a Dios antes que a los hombres. Entonces es raro que cuando se trata de poder ir al culto en un edificio no aplica Romanos 13, pero cuando la policía anda matando civiles en las calles sí tenemos es que orar por las autoridades y someternos.

Y ni hablar de todos los otros temas en la agenda política que incomodan a los colectivos cristianos, como la legislación del aborto, el matrimonio o la adopción igualitaria, y toda la legislación relacionada con los derechos de las personas sexualmente diversas. Es una locura completa, la cantidad de tiempo que le gastan los cristianos a debatir, a criticar, a presionar al gobierno para evitar que se den cambios sociales alrededor de todo esto que se considera pecaminoso. Creo que todos tienen derecho a expresar su opinión, esa es la idea de la democracia también, pero lo que molesta es esa indignación selectiva con este tipo de temas. O sea, cuando hay casos de brutalidad policial, o de corrupción, o de nexos con grupos ilegales, silencio total, ahí sí toca entender que el mundo está bajo el maligno y que va a ir de mal en peor… En muchos de los casos, todo esto termina en el apoyo a un político, aún en contra de toda evidencia de que es una mala persona, pero lo defendemos como instrumento de Dios porque ofrece evitar el triunfo de la agenda LGBTI.

Y los políticos lo saben, y por eso hacen uso de estos temas para su beneficio electoral, y en época de campañas esa es su bandera principal, defender la familia, defender a los niños. Pero eso no significa de ninguna manera mejorar las condiciones de educación o de empleo para que las familias vivan mejor. No, se refieren a la ideología de género o cosas por el estilo. Y los cristianos corren a votar a ciegas por ellos. Y terminan de presidentes los Trumps y los Bolsonaros y otras bellezas por el estilo…

Vamos a la Biblia. El mensaje de la Biblia es en esencia político porque sucede dentro de un contexto de una nación que estaba surgiendo y resurgiendo en medio de imperios opresores alrededor, en el caso del AT, y en el caso del NT se trataba de una propuesta nueva de un grupo que anunciaba la llegada del reino de Dios, sin distinciones de género ni de raza ni de estatus social, en medio de una sociedad hostil y antagonista con unos intereses muy distintos, como lo era el Imperio Romano.

Tomemos el caso del mensaje profético del AT. Esa palabra “profético” de una vez nos remite, en el imaginario evangélico, a un vidente que anunciaba dónde iba a nacer el Mesías, o cuántas semanas iba a haber hasta el juicio final. Pero, en su esencia, el mensaje profético era un mensaje contemporáneo, un mensaje para las realidades que la gente estaba viviendo en su nación, o en su exilio, o donde estuvieran. Los profetas denunciaban los abusos e injusticias de las autoridades, el alejamiento de la ley de Dios, de los preceptos que buscaban el bienestar de toda la nación. Leer a Amón, o a Isaías, o a Malaquías, hablar en contra de los sacerdotes, de los jueces, de los ancianos del pueblo, líderes civiles y religiosos, defender la causa de los oprimidos, de los extranjeros, o sea desplazados o refugiados de guerra, de los huérfanos y de las viudas, es leer un mensaje político fuerte y claro.

Esta mañana leí un post de Ulises Oyarzún, un pastor que seguramente muchos de ustedes siguen en redes sociales, y si no lo siguen se los recomiendo, donde hacía una reflexión acerca del año de jubileo y cómo esta cláusula de la ley de Dios tenía en mente propiciar una igualdad y justicia social que no se ve en ningún sistema económico o político de la actualidad. Era un año cada 49 años, al año 50 se cancelaban las deudas, se saldaban todas las obligaciones, se liberaban todos los esclavos. Y bueno, no recuerdo ver en la Biblia que los judíos hubieran hecho eso nunca, pero era una idea de Dios para promover la justicia, la igualdad, para evitar la acumulación de la riqueza a costa de la pobreza de otros. Díganme si esto no es un mensaje político. Y no caigamos en el anacronismo de tildar esto de ideas de izquierda o de derecha, cosas que se inventaron milenios después de que se diera esta ley. Les voy a dejar el post de Ulises en las notas del episodio para que lo lean, es muy interesante.

¿Y Jesús? Jesús proclamaba amor y pacifismo, ¿no? Poner la otra mejilla y todo eso. Bueno, Jesús fue un personaje muy incómodo para la élite de su tiempo. Claro, él siempre buscó la cercanía de los rechazados, los últimos, como los llama Pagola. Pero también reconocemos en el actuar y en las palabras de Jesús una frontalidad muy fuerte contra los abusos de las autoridades judías de su tiempo. Vemos que se les fue de frente contra su hipocresía, su falta de misericordia, su poco interés por la justicia, su complacencia con el poder. En la época de Jesús por ejemplo la plaza de sumo sacerdote no estaba regida por las indicaciones de la ley mosaica, sino más por un tráfico de influencias y una cercanía con el gobierno romano.

En una nación sometida a una invasión extranjera que tenía que ver cómo sus ancianos y sacerdotes se alineaban del lado de los poderosos y de los opresores, llenándose ellos mismos de riquezas mientras el pueblo llevaba del bulto, pues este era un mensaje bastante subversivo, por llamarlo en términos modernos. Y así subversiva fue la incursión de Jesús en el templo, azote en mano, para echar a los mercaderes que habían hecho de la fe del pueblo su negocio. Entonces pensemos en lo que significó el mensaje de Jesús, un mensaje de esperanza y de cercanía de Dios, de un reino de Dios que se hacía posible y que se hacía visible entre los más pobres, mientras por otro lado confrontaba sin miedo y sin disimulo a los poderosos. Creo que ese es un ejemplo que vale la pena considerar.

Y ese ejemplo nos ayuda a leer los acontecimientos como la quema de los CAIs por parte de los manifestantes en Bogotá en los últimos días por la muerte de Javier Ordóñez. Y claro, uno no puede ser tan inocente como para negar que seguramente habrá otro tipo de intereses infiltrados en esas protestas, siempre lo habrá, sobre todo en un país con un historial de violencia tan bravo como el nuestro; pero tampoco seamos tan ingenuos para creer que el ELN y los grupos terroristas son la única explicación a esas revueltas. Partamos de que en la percepción de la gente de a pie, los CAI son más asociados con abusos, corrupción y tráfico de drogas que con seguridad. Se han denunciado incluso casos de violación a mujeres en CAIs en Bogotá.

Entonces quemar un CAI es un acto de iconoclastia pura y dura, un acto simbólico de rebeldía contra el poder, y eso sale del hastío de una sociedad desigual, de un gobierno tras otro completamente desconectados de la realidad de la gente, del hambre, de la inseguridad, de la inestabilidad laboral, de las malas condiciones de educación y de salud. Y si eso es en la capital del país y en las ciudades principales, qué diremos de la Colombia profunda, de esa Colombia que ignoramos y que solamente aparece en las estadísticas y en los documentales.

Yo no puedo decir que no estoy de acuerdo con ese tipo de acciones porque, les soy sincero, no me ha pasado que un policía maltrate a un ser querido o que viva una injusticia de ese tamaño en carne propia. Podría aquí dármelas de espiritual y decirles que la Biblia nos manda a perdonar al que nos hace mal, pero también soy consciente de que podría salir con ganas de quemarlo todo si mi hijo, mi esposa, mis papás, mis hermanas, son las víctimas. Tampoco puedo avalar la violencia, pero puedo empatizar con la reacción de las personas que no dan más.

Lo que sí puedo decir es que el Evangelio tiene en el centro la noticia de que el reino de Dios se ha acercado a nosotros. Este es un tema mucho más extenso, del que podríamos hablar en otro episodio más adelante, pero en pocas palabras Dios siempre se ha interesado por tener una relación cercana con nosotros, con la humanidad, para eso nos creó, eso es lo que se ve en el jardín del Edén. Y eso es lo que Jesús vino a restaurar, esa idea de Dios de estar aquí cerca, entre nosotros.

Así que el Evangelio no solamente trae el reino de Dios a nuestras iglesias, a las actividades que hacemos como cuerpo eclesial, a nuestra música cristiana, a nuestras películas cristianas. “El reino de Dios está entre vosotros”, el reino de Dios es anunciado a los pobres, que venga a nosotros tu reino, son frases puestas en boca de Jesús. Esa escena de Jesús en su sinagoga en Nazaret, esto aparece en el evangelio de Lucas, en el capítulo 4. Jesús va a su pueblo y el sábado llega a leer el rollo de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”. Jesús se adjudica a sí mismo esa profecía, hoy se cumplió delante de ustedes, les dice. Y, bueno, se echa encima a todo el pueblo, casi terminan tirándolo por un voladero.

Esta escena es brutal, entre otras cosas porque Jesús corta la lectura en el año agradable del Señor, el pasaje original de Isaías sigue hablando del día de la venganza, pero eso no le interesaba a Jesús en ese momento. El Evangelio era una buena noticia, es la buena noticia de que Dios quiere que los quebrantados sean sanos, que los cautivos sean libres, que los oprimidos sean puestos en libertad. Es una buena noticia para los pobres, es un motivo de esperanza y es un desafío para nosotros hoy. Si no vemos un mensaje social ahí, entonces no sé cómo es que estamos leyendo la Biblia.

Claro que la venida de Cristo tuvo un componente espiritual, una motivación de darnos salvación de nuestros pecados. Yo creo eso y lo defiendo. Para mí Jesús no fue simplemente un revolucionario, “Él salvará a su pueblo de sus pecados”, dijo el ángel cuando le anunció a José que iba a nacer el Mesías. Pero también entendamos que los pecados no son solamente la fornicación y las groserías y las borracheras. La injusticia social también es pecado, la avaricia, el abuso de los poderosos, eso también es pecado. No estoy diciendo que Jesús aprobaría quemar un CAI, eso no lo sé, pero estoy diciendo que esos pecados de los poderosos que tienen a tantos en una situación fuera de la dignidad humana, de esos pecados también quiso venir a salvarnos Jesús, esos pecados también los condenó y esas consecuencias del pecado, como el hambre, la miseria, la desigualdad, no caben dentro del plan de Dios, dentro de su reino, que fue lo que Jesús vino a anunciar y lo que nos encargó.

¿Deberíamos participar entonces en política para expandir el reino de Dios? Al respecto les recomiendo una serie de Lucas Magnin, un teólogo y divulgador argentino, donde habla del papel de la iglesia frente al poder, desde un punto de vista histórico y teológico. Está en Youtube, les voy a dejar el link en las notas, muy recomendada. Por ahora, mi opinión es que sí debemos participar en política, pero no buscando ostentar el poder, ni defender o alinearnos con los poderosos, no siendo complacientes con las autoridades injustas que abusan de su posición, sino siendo ciudadanos ejemplares, votando con responsabilidad, no por agendas politiqueras que instrumentalizan los debates religiosos, sino de verdad buscando objetivos que aporten a una buena administración pública, a reducir las brechas sociales, a mejorar la calidad de vida de los menos favorecidos, a cuidar el medio ambiente. Pero sobre todo que no nos dé miedo nunca hacernos del lado del oprimido, de las víctimas, alzar la voz por las personas en posición de vulnerabilidad. Estar del lado de los últimos. Como hizo Jesús.

¿Qué podemos hacer entonces como cristianos? Yo creo que podemos empezar por abrir los ojos, por quitarnos esa venda de la comodidad y empezar desde ese primer paso a darle espacio a la empatía y a la sensibilidad por el dolor del otro, a la compasión, que es una palabra a la que estamos más acostumbrados los que leemos la Biblia. De pronto así vamos a entender desde la luz del reino de Dios las realidades de nuestra sociedad. De pronto así empezamos a ver con otros ojos la foto de ese CAI en llamas.


Fotografía tomada de Rolling Stone

Músico, publicista y físico (en ese orden). Desarrollador y administrador del sitio web de TeoCotidiana. Creador del proyecto Cancionero Cristiano. Felizmente casado con Maria Alejandra y felizmente papá de Juan Martín.

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