Dios en el agua

Hace un tiempo me enteré de por qué y cómo llovía, se supone que eso lo aprende uno en tercero de primaria, pero heme aquí, aprendiendo cómo llueve y qué tienen que ver los frailejones y los árboles y el oso de anteojos en todo el asunto. Y luego terminé pensando en el misterio de lo divino en la naturaleza, es una idea que está en Job y en los Salmos, también en una frase de la carta a los Romanos: lo invisible de Dios se hace visible en sus obras, ¿será que Dios se ve en el ciclo del agua?

Porque El atrae las gotas de agua, y ellas, del vapor, destilan lluvia,

que derraman las nubes, y en abundancia gotean sobre el hombre.

¿Puede alguno comprender la extensión de las nubes,

o el tronar de su pabellón?

Job 36:26-29 RV60

Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado

Romanos 1: 18-23 RV60

El libro de Job tiene un poema precioso sobre la lluvia, dice que Dios excede nuestro conocimiento y no podemos contar sus años, y que va soltando las gotas de agua que bajan como lluvia, las destilan las nubes o caen a chaparrones sobre el suelo.1 Una imagen poética de Dios soltando gotas de agua sobre el mundo, versos sobre la experiencia de la lluvia.

Cómo llueve

Para empezar hay que recordar la clase de ciencias de primaria: hay un ciclo que hace que llueva e involucra árboles, mares, ríos, agua subterránea, páramos, todo al tiempo.

Vivo en Colombia, uno de los países con mayor número de recursos hídricos del mundo: dos océanos, ríos, nevados, agua subterránea, la mitad de los páramos del mundo, la Amazonía y el Chocó, una de las zonas más lluviosas del planeta. Y tiene además lo que llaman un tercer océano: el agua que vuela en las nubes, que viene de la Amazonía y baña el país con lluvia.

En el ciclo del agua, el sol convierte el agua en vapor de agua y forma nubes; los árboles también forman nubes recuperando agua del aire, de la lluvia y del subsuelo con sus raíces. Y el agua vuela, viaja con el viento que mueve las nubes llenas de agua, se estrella con las montañas y cae. Esos son los ríos voladores, el tercer océano. Entonces el agua cae fría o en forma de nieve y de granizo, cubriendo los nevados; pero también cae en los páramos, donde las recogen los musgos, los frailejones y la demás vegetación. Esa vegetación de los páramos está adaptada para recoger el agua de la lluvia, de las neblinas y del rocío. Por eso las hojas de los frailejones son peludas y crecen en espiral, porque están en función de recoger agua. Y esa agua que se recoge en la parte alta de las montañas, baja a los demás pisos térmicos en forma visible: en ríos, caídas de agua, quebradas, lagunas; y en forma invisible o subterránea: viajando por el subsuelo.

Y bajando, bajando, llega otra vez al mar y a los árboles por el subsuelo. Y el ciclo continúa. Pero para que el ciclo continúe muchos factores y recursos deben continuar: mares, páramos, sol, selvas, viento.

Soy ese tipo de persona que enloquece con un video en el que un oso de anteojos se rasca contra un árbol -¡es un gozo estético!- pero cuando me enteré de los famosos servicios ecosistémicos, es decir, que dentro de cada uno de esos ecosistemas, cada planta y cada animal está cumpliendo una función, que está ahí haciendo algo, el oso me pareció más maravillOso que nunca. El oso es tan genial que distribuye semillas con su caca; lo que es una función biológica para él, es vital para que el bosque alto andino continúe, solo con existir el oso se asegura de sigan naciendo nuevas plantas en el bosque, ¿no es maravilloso? (si pudiera insertaría aquí un emoticón con ojos de corazón).2

Cada planta, cada animal, cada borugo o cada venado, está haciendo algo naturalmente para conservar el lugar en el que vive. Y nosotros como humanos hacemos parte de la naturaleza, se supone que también dispersamos semillas, se supone que también, naturalmente, deberíamos asegurarnos de que nuestro medio continúe; pero a veces parece que los seres humanos solo dispersamos basura y dispersamos semillas de injusticia, de desamor, de avaricia y no las semillas que construyen un bosque para vivir juntos.

El milagro cotidiano

Viendo cómo se produce la lluvia, todas las cosas que tienen que pasar para que suceda, pienso que cuando llueve presenciamos un milagro. Un milagro cotidiano, pero a fin de cuentas un milagro. Y cuando sale el agua de la llave, estamos asistiendo a un evento maravilloso: común, pero mágico.

Hay árboles, mares, ríos, lagunas, frailejones, musgos, osos de anteojos, conejos, abejas, trabajando juntos, cumpliendo su parte para que continúe el ciclo de la vida, que es el ciclo del agua. Y pensando en eso, y en lo que dice la carta a los Romanos de que eso invisible de Dios se hace visible en la naturaleza, uno puede preguntarse cómo se expresa Dios en esos páramos, en ese ciclo del agua que involucra tantas cosas y que para nosotros es banal, simplemente abrir la llave sin pensar en todo lo que viaja el agua para llegar a seguir manteniéndonos con vida.

La comunidad del planeta

Si pensamos en cómo funciona el planeta que nos mantiene vivos, podríamos aprender cómo ser una comunidad mejor de seres humanos. Pablo decía que somos miembros de un mismo cuerpo, miembros los unos de los otros, ¿podemos ser un solo cuerpo como seres humanos y como planeta? Tarde o temprano todo lo que le pasa al planeta nos afectará a nosotros. A veces, como está sucediendo con el cambio climático, los que más contaminan no son los primeros en sufrir los efectos de lo que hacen, pero un día será inevitable verlo. Así que pensar solo en el beneficio propio no es un gran negocio a largo plazo. ¿Cuál es nuestro papel como humanos en el ciclo de la vida?

En el planeta lo que pasa en un lugar afecta el otro. Si tumban un árbol en el Amazonas, si hay un incendio forestal en una selva que queda a miles de kilómetros de mi casa, puede que sean los árboles que están enviando vapor de agua a la atmósfera que llegue a las montañas de Chingaza y sea el agua que yo me tomo. Suena complejo, pero es sencillo; se resume en una sola cosa: todo lo que le pase al otro me afecta, y todo lo que yo hago afecta al otro.

Ahí está la sabiduría de Dios, sus atributos invisibles haciéndose visibles; Jesús dijo: no le hagan a otro lo que no quieran que les hagan a ustedes, antes traten a los demás como les gustaría que los trataran, incluso al malo. Es la misma norma: funciona para los animales, las plantas y el planeta Tierra, pero nosotros creemos que podemos salirnos del ciclo y también nos afecta: todo lo que hacemos tiene un impacto y lo que hacen los otros nos afecta. Somos un solo cuerpo como humanidad, somos miembros los unos de los otros.

Suena injusto, ¿no debería a cada cual atribuírsele exactamente lo que haga y nada más? ¿Pero cómo funcionaría un planeta así?

Vamos en el mismo barco. Hacemos parte del mismo planeta. Según lo que dijo Jesús, al otro le debo desear al menos lo mismo que tengo yo. Y es la forma como funciona la naturaleza que lleva miles de años produciendo agua, lluvia, verano, invierno y nosotros no hemos aprendido de ella. Así como el páramo no puede producir agua solo, si no llega la lluvia que viene de los bosques y de los mares, si no viene la neblina; por más que el páramo tenga frailejones y musgo, si no hay selva, si no hay sol, no va a poder “fabricar” agua. Así mismo, nosotros como seres humanos no podemos dedicarnos a nuestros logros personales pasando por encima de los demás, creyendo que solos vamos a podemos construir algo duradero.

Esto es especialmente relevante cuando vemos lo conectados que estamos los unos a los otros y como planeta, por la coyuntura de un virus, pues se hacen visibles nuestras relaciones de interdependencia, la relación entre deforestación y nuevos virus, pero también cómo estamos conectados con otros en el día a día, lo mucho que necesitamos a los demás.

El espíritu en el agua

Una segunda cosa que emerge de pensar en Dios y en el ciclo del agua es la expresión de la vida en la naturaleza, del espíritu de Dios dando vida.

Es sobrecogedor pararse al lado de una cordillera, esas montañas gigantescas invitan a creer en algo. Uno puede ver la belleza y la bondad reflejada en una montaña llena de frailejones o en una laguna inmensa. Yo creo que el templo de Dios son los bosques y los páramos, que su espíritu se mueve, como dice Génesis, sobre las aguas, sobre los ríos y las quebradas.

Además los seres vivos estamos hechos de agua: las plantas y los animales son agua, nuestro cuerpo de humanos en más del 60% es agua. Si no tenemos agua morimos, buscamos agua para poder seguir vivos, sudamos agua. Y es agua en la que se mueve el espíritu de Dios, la vida del planeta, el amor. Es el mismo espíritu de Dios que se mueve en los árboles, en las aguas que vemos y que no vemos, en los ríos voladores, que se mueve en la vida, el mismo que desde el principio acompaña la vida en el agua y como somos agua se mueve en nosotros, nos hace vivir.

Jesús dijo: el que cree en mí, de su interior, de su alma, de su corazón, brotarán ríos de agua viva, y se refería al espíritu de Dios, el mismo que se mueve en las aguas del Amazonas pero también en las aguas de nuestra alma para hacer brotar el agua viva del amor de Dios, de la esperanza, de la justicia. Esa es su promesa: que va a hacer salir de nosotros ese amor por el otro, esa conciencia de que lo que le pase al planeta también nos pasa a nosotros y, más aún, que lo que le pasa a otro ser humano también nos pasa a nosotros.

Sería bonito que cuando viéramos un río pensáramos que en esa agua se está moviendo Dios. Y que cuando nos viéramos al espejo, pensáramos que en esa agua que somos también se mueve el espíritu de la vida, el mismo que hace vivir los pájaros y las selvas.

Fotos: @corycolores

Milena Forero es Colombiana, estudió comunicación social comunitaria y también teología. Se dedica a la producción audiovisual, hace música y escribe. Es parte de la comunidad de la Primera Iglesia Presbiteriana de Bogotá.

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