Desde la ventana de mi smartphone - Encabezado - Teocotidiana

Desde la ventana de mi smartphone

Son demasiados estímulos los que retumban a mi alrededor, demasiadas emociones por las que he transitado, demasiados discursos que se contraponen, demasiadas teologías que se hacen trizas frente a mis ojos… Esta cuarentena es demasiado de todo. Es por eso que hoy escribo desde las tripas. Con sabor a tierra y sudor. Con más olor a frustración que a alturas teológicas . 

Me asomo a esta nueva realidad desde la ventana que tengo a mano, la de mis pantallas, la de los chats de gente desesperada intentando conversar sobre sus dramas. Desde la cercanía que las redes sociales, antes cuestionadas, nos brindan para ver e intentar entender el nuevo escenario, el nuevo mundo. 

Estábamos en la oficina de la iglesia acá en Austin, Tx. cuando llegó la carta del gobernador diciendo que el estado estaba cerrado, que las reuniones con más de 10 personas estaban suspendidas y un largo etcétera. Unos pocos meses atrás habíamos implementado un sistema de streaming para las reuniones dominicales (de las reuniones en inglés) así que la transición hacia lo digital fue relativamente sencilla. Mi problema en ese momento era que se suponía que yo estaba ahí para plantar una iglesia progresista para el mundo latino, pero ¿cómo se hace eso en medio de una cuarentena? Bueno, hasta ahora llevamos 3 reuniones online de la comunidad latina y sigo sin saber la respuesta a esa pregunta. Todo es una exploración, todo es un experimento… Digo, si quieren les miento y les hablo de integración digital, del ciberespacio como lugar legítimo de comunidad o de la forma en que la institución está cambiando y nosotros somos pioneros en este cambio… ¡¿Cuántos dicen amén?! Pero no, no es tan así. 

Los expertos en comportamiento humano tendrán años de material disponible analizando los efectos de esta pandemia. Es un espiral de emociones que está llevando a muchos hasta el límite, y en el proceso está impulsando cambios y revoluciones impensados.1

Acatar la cuarentena fue la primera reacción. Pocas voces se alzaron en contra de la medida cuando fue impuesta. A esto le siguió el deseo de ser productivos, creativos, leer libros como nunca antes, ser excéntricos, bajar Tik Tok- etc. Todo con tal de mantenerse “presente” en este nuevo escenario mundial que demandaba poner la mejor cara de éxito frente lo que sea que pasare. En medio de esa ola comenzó el nuevo “Netflix cristiano”. Cultos a la carta, maratones de alabanza, entrevistas por instagram (confesión: he predicado en más iglesias de manera virtual de lo que he predicado en 4 años), talleres de lo que se te ocurra, etc. No cabe duda, el “gran progreso” de la iglesias cristianas hoy en día es haberle sacado jugo a un medio que hasta hace poco tiempo era considerado por muchos como algo satánico, una fuente de tentación, un distracción mundana o el síntoma de una generación egoísta. 

Luego de la aceptación al encierro, la productividad acelerada que buscaba la auto-validación en medio de este cese de actividades, vinieron los primeros síntomas de lo que será la siguiente pandemia: El desmoronamiento emocional. 

La ansiedad, el encierro familiar, el estrés de aquellos que, por trabajar desde casa, borraron la línea divisoria de los horarios de producción y descanso, la inestabilidad financiera y simplemente el miedo a ser contagiado, nos han doblado a todos y a algunos les ha quebrado. 

Desde el inicio de la pandemia, conspiranoicos y buitres de la fe, conformaron una mancuerna letal. Mientras unos aportaron antecedentes “ocultos” y “filtrados por fuentes extraoficiales”. Los otros revolotearon lanzando graznidos que decían “así dice el Señor”, “esto es un castigo de Dios”, “estamos en los últimos tiempos”, “el Anticristo está a punto de manifestarse”, etc. 

En lo que a mi memoria respecta, este tiempo será recordado como el tiempo en el que se usó el nombre de Dios en vano con un descaro que nunca antes yo había visto. 

Todo este escenario ha creado un caldo de cultivo para las más curiosas manifestaciones religiosas. 

Una mancuerna diabólica

Durante un tiempo, las voces que mezclaban conspiración con horrendas lecturas de la Biblia se mantuvieron a raya gracias al sentido común, la fortaleza anímica y el optimismo de la población en general. Pero hoy, con la voluntad quebrada y el deseo de que todo esto termine, las defensas mentales de muchos están sucumbiendo frente a estas narrativas. Si el presente y el futuro son inciertos, líquidos, inestables; al menos nos queda asirnos de ciertas explicaciones que prometen hacer calzar muy bien todo este escenario caótico. Al menos esa sería una certeza y eso se siente bien, aunque sea un veneno amargo que nos mate a la vuelta de la esquina. 

La ansiedad muta en “escapismo escatológico” (Cristo viene), la cuarentena es “la nueva persecusión de la iglesia”, y el temor es “esto es un plan del nuevo orden mundial”. Sin mencionar que los bonos de Bill Gates en la bolsa que cotiza a los candidatos para ser el “Nuevo Anticristo” van en alza. 

Los profetas del neopentecostalismo caminan rodeados de seguidores que pululan como moscas en la mierda mientras van lanzando sus advertencias que suenan a desesperanza, persecución y desobediencia civil frente a las restricciones de reunión. Los que permanecen callados mientras los sistemas económicos cosechan éxitos a expensas de millones de pobres, los que callan mientras los abusos al interior de la iglesia causan asco, los que callan mientras las políticas de inmigración criminalizan a aquellos que sólo quieren sobrevivir, los que callan mientras las fábricas destruyen el ecosistema y enferman a la población, los que callan mientras el machismo oprime y mata mujeres por montón o los que callan mientras las minorías sexuales son satanizadas, sí, esos mismos… Hoy hablan, hoy “alzan una voz profética”. Porque para ellos, las voz profética se alza, si y sólo si, las costumbres y doctrinas de la religión cristiana se ven amenazadas. Seguimos siendo una tribu, seguimos pensando en términos de nuestro pequeño grupo, en el dualismo del “nosotros y el resto del mundo”. Y cuando eso sucede, cuando decidimos que esto está pasando por una razón, la búsqueda culpables parece calzar bien para satisfacer nuestro espíritu tribal. Acá en los Estados Unidos no faltaron los tele-evangelistas que desde un principio dijeron que el COVID-19 era un castigo de Dios a los homosexuales. Porque la comunidad LGTBQ ha sido el chivo expiatorio favorito del mundo cristiano por al menos tres décadas. 

Teocracias digitales

Lo anterior se mezcla con los deseos ministeriales de “marcar territorio” en redes sociales al más puro estilo del instinto animal. Pastores y líderes inseguros que cuestionan y hasta sancionan a quienes osan reunirse por su cuenta en reuniones de “ZOOM”, o que fuerzan a sus líderes a desarrollar toneladas de trabajo para desarrollar contenido para redes sociales a fin de mantener a la comunidad lo más “atendida” posible y así poder seguir exigiendo diezmos y ofrendas. ¿Es que acaso es demasiado pedir que al menos por una vez, estos empresarios de la fe, se muestren vulnerables y digan abiertamente que para mantener todo el aparato institucional necesitan que la gente dé? ¿Sin amenazas de maldición? ¿Sin promesas de protección y prosperidad sobrenaturales? 

Debo hacer una confesión: Cuando observo este escenario, dentro de mí surge el deseo de que ocurra una crisis tan grande a nivel institucional, que todo lo que conocemos del protestantismo desaparezca y tengamos que reconstruir una espiritualidad desde cero, desde la versión más cruda y simple del seguimiento del evangelio. 

¿Cuándo será el día en que entendamos que una iglesia fuerte es una iglesia débil? 

Se nos olvidó demasiado rápido que durante cientos de años, la iglesia protestante, fue una minoría reprimida, con frecuencia mal tratada e incluso perseguida. Crecimos y el temor de Jesús se hizo presente: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así…”2

Bueno, dejamos de ser perseguidos, adquirimos cierto respeto social, algo de influencia política ¡¡¡y ya queremos establecer teocracias!!!!

Deconstrucción y pandemia

Mientras cierto sector del evangelicalismo decide escuchar teorías de conspiración con escatologías desechables, y mientras otros quieren imponer a sus, ciber-feligreses, lealtades que rayan en el sectarismo, se está cocinando una crisis subterránea, una tormenta perfecta de deconstrucción de la fe. 

En estas semanas de cuarentena he conversado con más personas en crisis de fe que en los últimos 4 o 5 años. 

A veces lo que único que necesitas para darte cuenta de algo es alejarte un poco de ese algo. Una vez alguien (quién sabe quién!!) dijo que “la distancia es al amor lo que el viento es al fuego, si el fuego es débil, entonces el viento lo apaga, pero si es fuerte, el viento lo hace crecer aún más.” No estoy 100% de acuerdo con esta frase pero estoy seguro que muchos van a poner bajo este paraguas a aquellos que luego de esta crisis no quieran regresar a sus iglesias. Dirán cosas como “Dios usó esta pandemia para separar las ovejas de los cabritos”, o “tal vez ahora somos menos, pero somos los que Dios quiere que seamos”, o “estos nunca fueron de nosotros…”. ¡Nos inventamos cada estupidez para no ver lo que realmente pasa! 

La distancia ha empujado a muchos a enfrentar sus temores y sus pensamientos más profundos. Distancia de tu lugar de reunión, distancia de tus pastores, distancia del sistema. 

Nadie puede pasar todo el día haciendo videos divertidos, leyendo libros, manteniéndote positivo o lo que el gurú de turno diga que hay que hacer durante esta pandemia. Eventualmente llega el momento en que estamos contra la espada y la pared. Topamos pared con el callejón sin salida de nuestra psique y es ahí donde tenemos que enfrentar nuestros miedos más grandes. Uno pensaría que los miedos más grandes tienen que ver con lo que está pasando, pero al menos en los casos que me ha tocado compartir, el miedo más grande es a que todo esto: la pandemia, la iglesia, la vida… dejen de tener sentido. 

He conocido personas que, en esta crisis de fe, están viendo tambalear sus matrimonios e incluso se han sumido en profundas depresiones. 

Algunos empezaron bien esta pandemia pero se toparon con algún “dichoso” video, o con algún podcast incendiario, o alguien les dijo “lee esto”, y esas fueron chispas sobre gasolina. El fuego se encendió y con él todo sus sistemas de creencias. Ahora, parados frente a las cenizas, no saben qué hacer. Y es que deconstruir la fe puede ser una de las cosas más cercanas a enfrentar la muerte de un ser querido, pero en este caso, ese ser querido eres tú mismo. Una parte de ti muere, pero esa misma parte quiere resucitar. ¿Es eso posible? A veces sí. A veces se muere y nada surge durante mucho tiempo, incluso puede que nunca más. Pero otras veces algo nuevo nace, una espiritualidad diferente, única. Nada heredado, simplemente sui generi. El poder de la resurrección puede percibirse aún en medio de la no-fe. 

El proceso es doloroso y es importante entender eso al menos. Tal vez tú estás pasando algo así, tal vez alguien cercano a ti. Por experiencia propia no recomiendo la soledad permanente en este camino. A ratos es buena, pero no es la mejor compañía en el largo plazo. Busca a alguien que quiera caminar contigo. Si llegaste a leer este artículo, de seguro encontrarás la forma de encontrar a alguien que quiera transitar este valle. Por mi parte seguiré mirando la ventana de mi smartphone en búsqueda de algo que haga que este encierro sea más llevadero.

Cesar Soto es Escritor, Pastor Asociado en Austin New Church y Pastor de la comunidad “Amor Original”. Estudió Maestría en Estudios Teológicos Latinos en Palmer Theological Seminary. Chile.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *